Napole¨®n, carretera y m¨¢rmol
Un viaje entre la Costa Azul y Par¨ªs por la ruta que el emperador emprendi¨® en marzo de 1815 para reconquistar fugazmente el poder tras su exilio en la isla de Elba. A los 200 a?os de su muerte, y pese a sus sombras, el ¡®ogro corso¡¯ ocupa un lugar central en la identidad francesa
No hay que insistir mucho para que un franc¨¦s se ponga a hablar de Napole¨®n Bonaparte. En la barra de Chez Fran?ois, una taberna a las afueras de Laffrey, un pueblo de medio millar de habitantes en los Alpes, la discusi¨®n se enciende r¨¢pido. ¡°Es un dictador¡±, sentencia Michel-Joseph, jubilado de la compa?¨ªa telef¨®nica. Alain, quien trabaj¨® en la construcci¨®n, sonr¨ªe: ¡°D¨¦jalo tranquilo. Solo mat¨® a veinte millones de personas¡±. Y subraya: ¡°Solo¡±. En realidad, la cifra es muy inferior. El tercero, Michel, asiste callado al di¨¢logo.
Despu¨¦s hablan del presidente Emmanuel Macron: otro ¡°dictador¡±, dicen. En las elecciones presidenciales de 2022, Alain y Michel votar¨¢n a Marine Le Pen, candidata de la extrema derecha; Michel-Joseph, no. ¡°Soy de izquierdas¡±, afirma. Ni hablar de vacunarse contra la covid-19, no se f¨ªan: en eso, los tres coinciden.
Al cruzar la puerta, un camino conduce a una pradera. Sobre un promontorio, se eleva una estatua ecuestre, protegida por una valla y vigilada por c¨¢maras. Como si alguien fuese a derribarla o el jinete pudiese escaparse. Es Napole¨®n. El general y el c¨®nsul; el dictador, el Emperador de los franceses. El hombre que conquist¨® Europa y la perdi¨®, el que dej¨® un reguero de sangre, pero tambi¨¦n leyes y decretos que crearon las administraciones modernas.
Este es un viaje de casi 900 kil¨®metros tras los pasos de lo que la mitolog¨ªa napole¨®nica llama el vuelo del ¨¢guila: el desembarco en la costa mediterr¨¢nea, el 1 de marzo de 1815, despu¨¦s de 300 d¨ªas de exilio en la isla de Elba, y la prodigiosa reconquista del poder en Par¨ªs el 20 del mismo mes. ¡°La invasi¨®n de un pa¨ªs por un solo hombre¡±, resumir¨ªa Chateaubriand. Thierry Lenz, historiador y director de la Fundaci¨®n Napole¨®n, dice: ¡°Hay algo de milagro, aunque no dej¨® nada al azar en los preparativos¡±.
?l iba a caballo y muchos de sus soldados ¡ªun millar al principio, m¨¢s a medida que se acercaban a la capital¡ª a pie; los enviados de EL PA?S viajan en autom¨®vil. Ellos tardaron 20 d¨ªas; nosotros, cuatro. ?l se desplaz¨® por una Francia preindustrial con comunicaciones precarias; nosotros atravesamos un pa¨ªs que intenta superar una pandemia: campo y ciudad, monta?a y llano, la Francia vac¨ªa y la superpoblada.
Napole¨®n: ausente y a la vez presente durante el trayecto. Legendario y remoto, pero en la Francia de 2021 nunca est¨¢ muy lejos. H¨¦roe, criminal. Ensalzado 200 a?os despu¨¦s de su muerte, pero nunca seguro de su lugar en la historia. ¡°Aqu¨ª llega el Emperador¡±, anuncia una mujer sentada en una terraza del paseo mar¨ªtimo de Golfe-Juan, pueblo tur¨ªstico entre Niza y Cannes donde empieza el periplo. Por delante acaba de pasar un tipo vestido de ¨¦poca: el bicornio, la casaca, las medallas.
A unos metros, en lo que ahora es una playa con familias y jubilados bajo sombrillas o al sol, desembarc¨® Napole¨®n con sus fieles. Y proclam¨®: ¡°El ¨¢guila, con los colores nacionales, volar¨¢ de campanario en campanario hasta las torres de N?tre Dame¡±. La temperatura se acerca a los 30 grados, los rayos caen en vertical y el hombre vestido de ¨¦poca y su esposa, tambi¨¦n de ¨¦poca, resisten al calor y la humedad de la Costa Azul.
Se llaman Agn¨¨s y Daniel Mathieux. ?l, exmilitar y exempleado de France T¨¦l¨¦com, el antiguo monopolio de las telecomunicaciones. Ella fue azafata de Air France y durante a?os habitual de los vuelos del Concorde. Ambos son aficionados a las reconstrucciones hist¨®ricas. Gastan miles de euros en los trajes, reconstruyen batallas, conmemoran efem¨¦rides.
En contra de lo que cre¨ªa la mujer de la terraza, ¨¦l no interpreta a Napole¨®n. Se presenta: ¡°Soy el coronel bar¨®n Antoine Darnay de la Perri¨¨re, director general de los Correos de Italia¡±. Y ella: ¡°Y yo, la baronesa Adela?de Soukanye de Landevoisin¡±. Lo dicen con convicci¨®n y se?alan que lo suyo no es disfrazarse. Ellos estudian la historia. La veneran. Explica Mathieux: ¡°Napole¨®n es la grandeur de Francia. Y lo admiro como estratega militar. Pero el Napole¨®n que prefiero es el que cre¨® el C¨®digo Civil, el bachillerato, el Consejo de Estado. En pocos a?os dio a Francia instituciones que todav¨ªa existen y que adem¨¢s fueron imitadas en todo el mundo¡±. Y a?ade: ¡°Al ponernos aquellos vestidos, so?amos con ser un poco como ellos¡±.
En Golfe-Juan arranca la carretera que sigue el mismo camino que Napole¨®n y sus hombres siguieron en una marcha agotadora por los Alpes, por caminos nevados y abruptos, pero que evitaban las rutas m¨¢s transitadas y las regiones favorables a Luis XVIII, el Borb¨®n que ocupaba el trono.
Detr¨¢s de cada monta?a seca y despoblada, otra igual, y otra. A mil metros de altura cae un aguacero. Graniza. Cada pueblo posee su leyenda. Aqu¨ª comi¨® una tortilla; por este barranco cay¨® una mula con un tesoro. Y all¨ª un monumento en honor a su pasaje fugaz, o el ¨¢rbol bajo el que descans¨®. Incluso el muro en el que orin¨®.
¡°Pas¨® y me¨®¡±
¡°Eishi Lou 5 de Mars 1815, Napol¨¦on 1¨¦ P. P¡±. La frase, en el muro de una casa de piedra a la salida de un pueblo de 1.600 habitantes llamado Volonne, est¨¢ inscrita en provenzal, y se ha interpretado como una conmemoraci¨®n del punto exacto donde Napole¨®n, literalmente, ¡°pas¨® y me¨®¡±. Jean-Fran?ois Popielski, concejal en Volonne y apasionado por su historia, desconf¨ªa de esta versi¨®n. ¡°Cuando se dice que me¨®¡±, reflexiona, ¡°puede haber varias interpretaciones. La primera es que es un hombre como los dem¨¢s. La segunda es que se burlan de ¨¦l¡±. Napole¨®n, como toda figura semidivina o luciferina, tiene sus leyendas y sus reliquias, su culto. Y su peregrinaje.
A la conversaci¨®n con Popielski se une R¨¦my Bourdon, joven profesor de historia en un instituto cerca de Dijon y especialista en Napole¨®n, a quien consagr¨® una tesina sobre sus leyendas dorada y negra en torno al vuelo del ¨¢guila. Y decidi¨® pasar de la teor¨ªa a la pr¨¢ctica y recorrer a pie el camino entre Golfe-Juan y Grenoble.
¡°Hay quien hace el camino de Santiago, pero yo no soy particularmente creyente¡±, dice Bourdon mientras hace un alto en su camino. ¡°Como esto lo hab¨ªa estudiado en los libros del derecho y del rev¨¦s, ten¨ªa ganas de verlo con mis ojos¡±. Sali¨® de Golfe-Juan el 15 de julio, camina entre 20 y 30 kil¨®metros diarios, cada dos d¨ªas se toma uno de descanso, y prev¨¦ alcanzar Grenoble el 11 de agosto. ¡°Lo dif¨ªcil no son las cuestas¡±, confiesa. ¡°Lo dif¨ªcil es cruzar un pueblo y ver a la gente comiendo helados en las terrazas¡±.
Dos d¨ªas despu¨¦s de Volonne, Napole¨®n lleg¨® a la pradera de Laffrey. Se top¨® con las tropas del rey. El automovilista contempor¨¢neo, si se despista, pasa de largo. La pradera es m¨¢s modesta de lo imaginado. Si no fuese por la estatua se olvidar¨ªa de que aqu¨ª ¡°se decidi¨® el destino de la empresa m¨¢s novelesca y m¨¢s bella de los tiempos modernos¡±, como escribir¨ªa Stendhal. Es una escena de Hollywood, pero testimonios de ¨¦poca y varios historiadores concurren: sucedi¨® tal cual. Napole¨®n baj¨® del caballo. A pie y desarmado, se acerc¨® a los soldados que ten¨ªan ¨®rdenes de impedirle el paso. ¡°Soy yo¡±, les dijo. ¡°Recon¨®zcanme¡±. Avanz¨® unos pasos. ¡°Si entre ustedes alg¨²n soldado quiere matar a su emperador¡±, continu¨®, ¡°adelante¡±. Silencio. Unos segundos despu¨¦s, los soldados soltaron los fusiles y estallaron en un j¨²bilo: ¡°?Viva el Emperador!¡±.
Dice la leyenda ¡ªotra¡ª que los titulares en Par¨ªs empezaron a cambiar ah¨ª. Al salir de Elba advert¨ªan: ¡°El antrop¨®fago ha salido de su guarida¡±. Al llegar a Par¨ªs celebraban: ¡°Su Majestad Imperial y Real ha entrado en su castillo en medio de sus fieles s¨²bditos¡±. El ogro se hab¨ªa metamorfoseado en ¨¢guila.
A partir de ah¨ª, no par¨® de sumar adhesiones. Ya nada lo fren¨®. Luis XVIII hab¨ªa enviado al mariscal Ney, antiguo compinche de Napole¨®n, a pararle los pies, y Ney prometi¨® traerlo ¡°en una jaula de hierro¡±. Pronto concluy¨® que ¡°no se puede detener el agua del mar con las manos¡±.
En Grenoble, la primera ciudad tras el encuentro en Laffrey, la ruta se convierte en una autopista. Se acabaron las carreteras serpenteantes, los picos y las simas; el paisaje se vuelve indistinto: estaciones de servicio, camiones, peajes.
Pasado Lyon, hay que tomar carreteras secundarias para seguir exactamente el itinerario del ¨¢guila. Pueblos con catedral donde nunca pasa nada. Turistas alemanes u holandeses perdidos en el d¨¦dalo de calles c¨¦ntricas, llenas de d¨ªa y sin un alma al atardecer. Rincones donde el tiempo se detuvo hace d¨¦cadas. ¡°Peque?as ciudades donde uno descubre un pa¨ªs (¡) la verdadera Francia¡±, escribi¨® el estadounidense James Salter, quien ubic¨® una novela suya en uno de estos pueblos, Autun.
En la novela, los amantes se citaban en el Saint-Louis et de la Poste de Autun, cerrado desde hace a?os a cal y canto, con una lista de precios del a?o 2012 en la fachada. Por la puerta se vislumbra la recepci¨®n polvorienta, el patio interior. No es posible visitar la habitaci¨®n donde Napole¨®n se hosped¨® el 15 de marzo de 1815. ¡°No estoy en Autun¡±, explica por tel¨¦fono un responsable de la empresa propietaria, ¡°y la persona que podr¨ªa abrirle el hotel, tampoco¡±.
Auxerre, Sens, Fontainebleau: en el tramo final, las etapas son nombres en los paneles de las autopistas. Cuando Napole¨®n entr¨® en Par¨ªs, por el extrarradio sur, la banlieue, Luis XVIII ya hab¨ªa dado la espantada. El historiador mon¨¢rquico Jacques Bainville describi¨® en una biograf¨ªa de 1831 ¡°la entrada m¨¢gica y milagrosa en estas Tuller¨ªas en las que Napole¨®n triunfa, hombre no solo extraordinario, sino sobrenatural¡±. Y cit¨® un testimonio: ¡°Cre¨ª asistir a la resurrecci¨®n de Cristo¡±.
En 20 d¨ªas, sin verter una gota de sangre, hab¨ªa recuperado el trono y hab¨ªa fundado un mito que los l¨ªderes franceses posteriores han so?ado con emular, a veces con ¨¦xito como el general de Gaulle: el joven audaz que, junto a un pu?ado de insensatos, llega a la c¨²spide; el hombre providencial que, tras un exilio, regresa para salvar al pa¨ªs.
Siempre vuelve
La entrada en Par¨ªs, sin embargo, no fue el fin de la historia. Los Cien D¨ªas, par¨¦ntesis que hab¨ªa comenzado con el viaje desde Golfe-Juan, terminaron con el derrumbe de Waterloo y el destierro en la isla de Santa Elena, en medio del Atl¨¢ntico. Muri¨® el 5 de mayo de 1821. Ten¨ªa 51 a?os.
Pero Napole¨®n, el hombre que no paraba quieto, siempre vuelve. En 1840 sus restos fueron repatriados a Par¨ªs y ahora reposan en el complejo militar de los Inv¨¢lidos. Su tumba es la m¨¢s imponente de Par¨ªs y de Francia. Quiz¨¢ de Europa.
¡°Tenemos, en el coraz¨®n de Par¨ªs, la tumba de un dictador financiada por un Estado que se dice democr¨¢tico¡±, denuncia Louis-George Tin, presidente del Consejo representativo de las asociaciones negras en Francia. ¡°Napole¨®n fue autor de tres cr¨ªmenes. Un crimen pol¨ªtico en Francia, un golpe de Estado: fue un dictador. Cr¨ªmenes de guerra en Europa, desde Espa?a a Rusia. Y un crimen contra la humanidad en las colonias, donde restableci¨® la esclavitud¡±.
Francia, seg¨²n Tin, deber¨ªa aprender del ejemplo de Espa?a al sacar a Franco del Valle de los Ca¨ªdos. No es aventurado decir que no suceder¨¢ en un tiempo pr¨®ximo. En mayo, al conmemorar el bicentenario de su muerte, Macron pidi¨® ¡°no ceder ante la tentaci¨®n de un proceso anacr¨®nico que consistir¨ªa en juzgar el pasado con las leyes del presente¡±. Y declar¨®: ¡°Napole¨®n Bonaparte forma parte de nosotros¡±.
El viaje termina ante el sarc¨®fago y bajo la c¨²pula dorada. Hace falta, para entrar, el certificado sanitario. No hay colas y los pocos visitantes son ingleses, espa?oles, alemanes; se oye poco hablar franc¨¦s.
?l est¨¢ y no est¨¢. Es la arena en Golfe-Juan y los oropeles en Par¨ªs; la carretera y el m¨¢rmol. Est¨¢ en el centro de todo y es invisible entre estatuas que conmemoran sus gestas en los Inv¨¢lidos, un templo nacional, el equivalente franc¨¦s al memorial de Lincoln en Washington, o un mausoleo como el de Lenin en Mosc¨², el de Mao en Pek¨ªn. Nada lo mover¨¢.
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