La gesta de Morante se volvi¨® fiasco
El torero pec¨® de desconfianza ante una descastada y blanda corrida de Prieto de la Cal
La corrida que se hab¨ªa anunciado como el suceso del a?o fue un fiasco sin paliativos de principio a fin. Lo que comenz¨® como una demostraci¨®n de cari?o generoso hacia un torero que se encerraba con seis toros de una de las ganader¨ªas temidas del campo bravo, y de la que no quieren o¨ªr ni hablar las figuras, termin¨® con una ruidosa divisi¨®n de opiniones. Se esperaba tanto y sucedi¨® tan poco¡ Expectaci¨®n y decepci¨®n a un tiempo.
Y la culpa no siempre fue de los toros, de guapa estampa, con caras de pocos amigos, sin marchamo de artistas en su gen¨¦tica, pero todos muy castigados en varas, que llegaron al tercio final sin resuello, sin un ¨¢pice de vida en sus entra?as. Pero el torero se mostr¨® insulso, sin ideas, aturrullado, desconfiado y en exceso precavido. Y las ca?as se volvieron lanzas. El cari?o se torn¨® en enfado, y la gesta prometida, en una tarde para el olvido.
Nadie dijo que el compromiso fuera f¨¢cil, pero Morante no estuvo a la altura requerida. Bien es cierto que los toros no ofrecieron facilidades, pero no lo es menos que las gestas exigen actitudes heroicas, lo que no se vio en el ruedo portuense.
El primero puso en apuros a la cuadrilla y lleg¨® a la muleta como un proyecto de cad¨¢ver; el segundo recibi¨® tres puyazos y ah¨ª se dej¨® la vida; el tercero, otras tres varas en todo lo alto, y qued¨® con aspecto de marmolillo; tampoco el cuarto colabor¨® con el diestro, el quinto fue devuelto y sustituido por otro de Parlad¨¦, chico y blando, que se desplom¨® en la arena al final de la muy corta faena de muleta. El sexto mordi¨® el polvo en banderillas y se reh¨ªzo cuando parec¨ªa que hab¨ªa pasado a mejor vida en un instante. Tampoco este veragua, a pesar de la aparente decisi¨®n del torero, dio para nada destacable. El torero lo intent¨® con mejor talante ante un animal sin casta ni gracia, pero la tarde estaba ya amortizada.
Un amago a la ver¨®nica por aqu¨ª; un par de ellas desordenadas por all¨¢, hasta tres seguidas en el sobrero, y hasta aqu¨ª podemos leer. No hubo m¨¢s. Sin embargo, todo hab¨ªa comenzado de manera muy distinta. Pasaban dos minutos de las ocho de la tarde cuando Morante, enfundado en un traje pur¨ªsima y oro de peculiar dise?o, apareci¨® en la puerta de cuadrillas. La plaza, puesta en pie, irrumpi¨® en una atronadora ovaci¨®n al tiempo que la banda de m¨²sica entonaba el himno nacional. Ese fue el festivo recibimiento al torero en una tarde plet¨®rica de expectaci¨®n.
Los aplausos arreciaron de nuevo tras romperse el pase¨ªllo y obligaron a Morante a salir hasta los medios y responder ceremoniosamente a los tendidos; segundos despu¨¦s, la plaza qued¨® en solemne silencio cuando la trompeter¨ªa portuense anunci¨® la salida del primer toro de Veragua. Ah¨ª acab¨® la gesta.
Los triunfadores de la tarde, lo que son las cosas, fueron los subalternos: entre todos ellos destacaron Juan Jos¨¦ Trujillo, y, especialmente, Fernando S¨¢nchez y Joao Diego Ferreira que saludaron tras parear de manera torer¨ªsima.
Prieto de la Cal/Morante de la Puebla, ¨²nico espada
Toros de Prieto de la Cal (el quinto, devuelto) bien presentados, cumplidores en el caballo, flojos, descastados, de escaso celo y parados en el tercio final. El sobrero, de Parlad¨¦, chico, muy blando y noble.
Morante de la Puebla: casi entera (silencio); pinchazo y estocada (algunas protestas); pinchazo y casi entera (silencio); pinchazo, casi entera y un descabello (pitos); pinchazo y media tendida (silencio); casi entera (silencio).
Plaza de El Puerto de Santa Mar¨ªa. 7 de agosto. Lleno de ¡®no hay billetes¡¯ sobre el aforo permitido del 50 por ciento, unos 5.500 espectadores.
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