La fuerza de voluntad es un mito urbano
El tartamudeo no es consecuencia de traumas infantiles o de la torpeza de los padres, se debe a un problema gen¨¦tico en el desarrollo de los circuitos cerebrales
Si el libre albedr¨ªo lleva ya un cuarto de siglo cuestionado por la neurolog¨ªa, apenas sorprende que la fuerza de voluntad est¨¦ siguiendo el mismo camino. El problema con el libre albedr¨ªo se revel¨® en muchos de esos experimentos enrevesados con que los psic¨®logos experimentales gustan de torturar a sus hordas de voluntarios, que suelen ser estudiantes de su propia universidad que se llevan unos cr¨¦ditos a cambio de su impagable colaboraci¨®n. A los voluntarios se les pide, por ejemplo, que pulsen un bot¨®n cuando vean una cereza en la pantalla, tal vez entre otras frutas que solo est¨¢n ah¨ª para estorbar. Y la paradoja incre¨ªble es que los m¨®dulos cerebrales que mueven el dedo se activan antes de que el sujeto haya decidido pulsar el bot¨®n. Piense en ello un minuto antes de seguir leyendo.
?Significa eso que somos meros zombis en manos de una m¨¢quina neuronal que funciona por su cuenta y de la que no somos conscientes? Dan ganas de pensarlo, ?no es cierto? De hecho, ya sabemos que la consciencia ¡ªnuestra sensaci¨®n de estar vivos¡ª solo ocupa una ¨ªnfima parte del cerebro. La inmensa mayor¨ªa del cr¨¢neo est¨¢ procesando la informaci¨®n sin que nosotros lo sepamos. Este principio general gobierna desde nuestra visi¨®n de una cereza, pasando por la resoluci¨®n de un problema cotidiano y acabando por un descubrimiento matem¨¢tico. Ha habido neurocient¨ªficos como Steven Pinker y Francis Crick que han abrazado un curioso determinismo en vista de estos y muchos otros resultados. El fil¨®sofo Daniel Dennett ha escrito libros enteros para refutar ese punto de vista y mostrar que la libertad evoluciona (Freedom Evolves, Viking Books, 2003) en los sistemas complejos. L¨¦alo. Sin libros no hay pensamiento profundo.
Y ahora la fuerza de voluntad. Casi todo el mundo culpa al obeso de su diabetes, al drogadicto de su incomparecencia y al procrastinador de su tardanza. A todos ellos les falta fuerza de voluntad. Pero esa fuerza es un concepto ajeno a la neurolog¨ªa, porque no sabemos ni en qu¨¦ consiste, ni d¨®nde est¨¢ ni c¨®mo medirla. Lo mejor por el momento es considerarla un mito urbano. Veamos un ejemplo.
El tartamudeo es la repetici¨®n involuntaria de s¨ªlabas que dificulta a la persona una comunicaci¨®n verbal fluida. Afecta al 5% de los ni?os y al 1% de los adultos, y m¨¢s a chicos que a chicas. Todos hemos o¨ªdo la historia de Dem¨®stenes, el soberbio orador que vivi¨® en Grecia 2.300 a?os atr¨¢s pese a haber sido tartamudo de ni?o. El historiador Plutarco lo salud¨® como un caso inmejorable de superaci¨®n, que ascendi¨® desde la tartamudez hasta los discursos que levantaron Atenas contra Felipe de Macedonia y su hijo Alejandro Magno. El historiador tambi¨¦n relat¨® el famoso episodio donde el joven Dem¨®stenes supera su tartamudez intentando hablar con la boca llena de piedras. Las terapias contra la tartamudez se han centrado durante un siglo en los traumas infantiles y la torpeza de los padres.
Pero el caso es que la tartamudez ¡°corre en familias¡±, como dicen los expertos para significar que tiene un fuerte componente gen¨¦tico. Ahora sabemos que consiste en un desorden en el desarrollo de los circuitos del cerebro. Si queremos tratarlo, hay que cambiar el mito griego por la teor¨ªa biol¨®gica correcta. Deje de comer piedras.
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