La ¨¦pica literaria de los perdedores: deportistas recordados por sus derrotas
Frente a la dictadura social del ¨¦xito, los libros y el cine explotan la historia de leyendas inmortales por lo contrario: el fracaso y la desgracia
Este ¨¢lbum de cromos no existe. No cruje, no huele, no se despega. Es un ¨¢lbum unido por el material et¨¦reo de una clase de ¨¦pica en boga: la desgracia. La tragedia que supera al triunfo por componer, m¨¢s all¨¢ de la fr¨ªa estad¨ªstica, una historia humana inmortal. Son los cromos de unos deportistas eternos que hicieron del infortunio ¡ªmuchas veces a costa de su salud¡ª el motor de su leyenda y el alimento de libros, pel¨ªculas y canciones, recordados en un verano sin Juegos Ol¨ªmpicos ni Mundial de f¨²tbol. Que convirtieron la adversidad en recuerdo perdurable. Es el ¨¢lbum que no saldr¨¢ a los quioscos este verano. Pero cuando el ne¨®n de la victoria pasajera pierda su fulgor, cuando los cuadros de honor se cubran de polvo y olvido, estos cromos seguir¨¢n relucientes en ese rinc¨®n que trasciende a la victoria: la inmortalidad.
Raymond Poulidor
El eterno segundo. El mito de la derrota. El ciclista franc¨¦s de los a?os sesenta y setenta disput¨® 14 veces el Tour de Francia. Con su maillot Mercier de color morado y mangas amarillas, Raymond Poulidor, Poupou, era el preferido de la afici¨®n. ¡°Allez Poupou¡±, le gritaba el p¨²blico all¨¢ donde se labra la epopeya ciclista: en las cunetas y en los relatos de los libros. El ¨²ltimo, este mismo verano ¡ªy ya van una decena pese a ser un segund¨®n¡ª, es Poulidor enfin!, del escritor y poeta Christian Laborde.
Su sencillez, su origen rural y el carisma de su sonrisa despertaban el fervor popular. Cada verano, la Francia humilde suspiraba por ver cumplido su sue?o: ver llegar a Par¨ªs, vestido de amarillo, a su ¨ªdolo de cara ancha y facciones r¨²sticas. Ser¨ªa la victoria del pueblo. Sin embargo, ese sue?o lo truncaba cada a?o su n¨¦mesis: Jacques Anquetil, el ni?o rey, el fr¨ªo y distante y elitista dominador de la ronda gala.
A ese gigante lo sustituy¨® otro: el can¨ªbal Eddy Merckx, vencedor de otros cinco Tours que sec¨® las posibilidades de Poupou. Y as¨ª, encajonado entre dos mitos de la historia ciclista, Poulidor nunca pudo ganar la ronda francesa. Subi¨® ocho veces al podio de Par¨ªs: tres segundos puestos y cinco veces en el tercer escal¨®n. Pero jam¨¢s gan¨®. Ni siquiera llev¨® un solo d¨ªa el maillot amarillo que han vestido casi trescientos ciclistas en la historia. Una vez, en 1967, se qued¨® a solo seis segundos del liderato. Otra vez, en 1973, le faltaron ocho d¨¦cimas de segundo para enfundarse el simb¨®lico maillot. Menos de un segundo. Pero no pudo ser. Y esa eterna derrota, la mala fortuna sempiterna disfrazada de ca¨ªda o de aver¨ªa, le vali¨® la inmortalidad.
¡°Si hubiera ganado un Tour nadie se acordar¨ªa de m¨ª¡±, repiti¨® muchas veces Poupou. No le faltaba raz¨®n. El tiempo habr¨ªa barrido su memoria, algo a lo que ¨¦l tem¨ªa profundamente porque era su ¨²nico legado a falta de un gran palmar¨¦s. En cambio, hoy, su nombre ya es met¨¢fora. Ser un poulidor significa ser segundo, o peor: segund¨®n.
En su autobiograf¨ªa en franc¨¦s, titulada Champion!, las p¨¢ginas finales rebosan emoci¨®n. Relatan el ¨²ltimo d¨ªa que Poulidor se encontr¨® con su hist¨®rico rival. Fue en una habitaci¨®n de hospital, en 1987. A Anquetil le acababan de quitar el est¨®mago y, con solo 53 a?os, se encontraba al borde de la muerte. Era el momento de la despedida. Y Anquetil, el ganador, le dijo: ¡°Lo siento, compa?ero: ya te lo dije muchas veces y te lo repito: tambi¨¦n esta vez llegar¨¢s por detr¨¢s de m¨ª, como de costumbre. Pero es mejor para ti. Siempre te envidi¨¦, ?sabes?¡±. Poulidor, el perdedor, el ciclista que hizo de la derrota la base de su poupoularit¨¦, baj¨® la mirada para que su antiguo enemigo Anquetil, ahora su querido amigo Jacques, no le viera llorar.
Hace tres a?os, Poupou falleci¨® a los 83. L¡¯?quipe sac¨® un suplemento especial y en portada titul¨®: ¡°El eterno primero¡±. Gloria eterna a Poulidor.
Moacir Barbosa
?Qui¨¦n se acuerda de un viejo portero? En general, casi nadie. En Brasil la respuesta es diferente: todos recuerdan a Moacir Barbosa.
Juan Villoro lo describi¨® como el portero que muri¨® dos veces. La segunda muerte no encierra misterio: el 8 de abril de 2000 fallec¨ªa a los 79 a?os por un derrame cerebral un hombre que hab¨ªa soportado una pesada sombra toda su vida. La primera muerte, causa de esa sombra, sucedi¨® cincuenta a?os antes, en el estadio de Maracan¨¢, en la final de la Copa del Mundo que deb¨ªa ganar Brasil ante Uruguay. Y para entenderla bien hay que acudir a un libro fundamental: Barbosa. Um gol silencia o Brasil, del periodista Roberto Muylaert. Un cl¨¢sico que trasciende el f¨²tbol.
Eran las tres y treinta y cuatro minutos de la tarde del 16 de julio de 1950. El locutor uruguayo Carlos Sol¨¦ lo narr¨® as¨ª en Radio Sarand¨ª: ¡°P¨¦rez avanza, le cruza la pelota a Ghiggia. Ghiggia se le escapa a Bigode. Avanza el veloz puntero derecho uruguayo. Ghiggia va a tirar, tira¡ Goool, goool, gol uruguayo. Ghiggia tir¨® violentamente y la pelota escap¨® al contralor de Barbosa. A los 34 minutos, anotando el segundo tanto para el equipo uruguayo¡±.
Los 200.000 espectadores (?200.000!) enmudecieron. Un fr¨ªo paralizante recorri¨® el cuerpo de Barbosa. El pa¨ªs entero call¨®, llor¨® y culp¨® de la desgracia nacional a aquel chico negro de 29 a?os. Ese gol le arruin¨® la vida a Moacir. Nunca m¨¢s volvi¨® a la selecci¨®n. Su carrera futbol¨ªstica declin¨®. Era se?alado por la calle. Culpado del d¨ªa m¨¢s triste para un pa¨ªs. Tuvo que convivir como empleado que cortaba el c¨¦sped de aquel Maracan¨¢ donde muri¨® por primera vez. Daba igual que no dejara de repetir una frase: ¡±No soy culpable. Hab¨ªa once de nosotros¡±; la sentencia ya estaba dictada.
Dice la leyenda que, como empleado del campo, le regalaron la vieja porter¨ªa donde encaj¨® el gol. Y que ¨¦l quem¨® los palos de madera. Leyendas. Lo cierto es que nunca pudo enterrar sus fantasmas. Ni quemarlos. A su entierro acudieron poco m¨¢s de treinta personas. El cantante uruguayo Tabar¨¦ Cardozo le dedic¨® una canci¨®n al portero. Se titula Barbosa y tiene una estrofa genial: ¡°Quema los palos, Barbosa, del arco del Brasil. La condena de Maracan¨¢ se paga hasta morir¡±. Y as¨ª fue. Con un matiz: nadie recuerda el nombre del portero de aquel Uruguay campe¨®n. El de Moacir Barbosa s¨ª.
Elena Mukhina
La palabra no es gloria eterna. Memoria s¨ª. Nunca se perder¨¢ el recuerdo de Elena Mukhina, reflejo de un mundo brutal. La gimnasta sovi¨¦tica era la esperanza de la URSS para recuperar el cetro ol¨ªmpico en Mosc¨² 80 ¡ªsus olimpiadas¡ª y reducir a una an¨¦cdota el 10 de la rumana Nadia Comaneci en Montreal 76, para mayor gloria de Ceausescu.
Cada dictador comunista ten¨ªa a su gimnasta, a su futuro juguete roto. La URSS ten¨ªa a Elena Mukhina: menuda, rubia, t¨ªmida, ojos azules, ave gr¨¢cil enjaulada, una sonrisa en cuyas comisuras tristes siempre cabe la amargura por ese padre alcoh¨®lico que la abandon¨® de peque?a y esa madre que muri¨® en un incendio cuando ella ten¨ªa cinco a?os.
La gimnasia fue su hogar. Se acercaban los Juegos Ol¨ªmpicos de Mosc¨². La gran cita. Solo quedaban dos semanas. La presi¨®n era enorme. Y hab¨ªa dos palabras terror¨ªficas en su mente: Salto Thomas. M¨¦tase en YouTube y teclee esas dos palabras. Se asustar¨¢. Era un elemento peligros¨ªsimo introducido en el ejercicio de suelo masculino dos a?os antes. Nunca lo hab¨ªa hecho ninguna mujer. Pon¨ªa en riesgo m¨¢ximo el cuerpo: el m¨ªnimo fallo pod¨ªa hacerte impactar contra el suelo en la barbilla o en la parte posterior de la cabeza. Pero su entrenador, Mikhail Klimenko, casi un padre en su orfandad sobrevenida, se empe?¨®.
Se empe?¨® a pesar de que Elena estaba lesionada. No la hab¨ªan dejado curarse bien de la fractura de una pierna. Hab¨ªa que entrenar para llegar a los Juegos. Ya lo hab¨ªa hecho cinco a?os antes: entrenar despu¨¦s de romperse las costillas, sufrir una conmoci¨®n cerebral y tener inflamadas las articulaciones. Era el 3 de julio de 1980. Elena, d¨¦bil por la p¨¦rdida de peso y con la pierna a¨²n lesionada, estaba entrenando en un pabell¨®n de Minsk. Era el momento de ejecutar el Salto Thomas. Lo hizo. Y estrell¨® su ment¨®n contra el suelo, se rompi¨® la columna vertebral y qued¨® tetrapl¨¦jica. Ten¨ªa veinte a?os. Nunca m¨¢s pudo levantarse de la silla de ruedas.
La URSS tap¨® el accidente durante m¨¢s de un a?o: nada deb¨ªa oscurecer aquellos Juegos. ¡°Todos sab¨ªan que yo no estaba preparada para ese salto y guardaron silencio. Nadie se detuvo a decir que parara. Yo hab¨ªa dicho m¨¢s de una vez que me iba a romper el cuello haciendo ese elemento. Me hab¨ªa hecho mucho da?o varias veces, pero ¨¦l [su entrenador, Klimenko] solo me respond¨ªa: ¡®Las gimnastas como t¨² no se rompen el cuello¡±, cont¨® Elena m¨¢s tarde.
La futura hero¨ªna qued¨® para siempre en silla de ruedas. No pudo decir, como Simone Biles, no salgo a competir. Aquello era la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Por cierto: otra gimnasta sovi¨¦tica gan¨® el concurso general en los Juegos de Mosc¨² por delante de Comaneci. Las sovi¨¦ticas tambi¨¦n ganaron por equipos. Lo festejaron. En cambio, Elena Mukhina se pasar¨ªa veintis¨¦is a?os tetrapl¨¦jica. Falleci¨® en 2006, a los 46 a?os. El Salto Thomas ya est¨¢ prohibido. Pero su tragedia ¡ªrepleta de ense?anzas sobre la brutalidad del deporte de ¨¦lite controlado por reg¨ªmenes totalitarios, sobre el desenlace de fr¨¢giles t¨ªteres en manos de titiriteros sin alma¡ª es, por desgracia, inmortal. Lo extra?o es que no exista una pel¨ªcula suya ni apenas libros. En espa?ol, solo un op¨²sculo en eBook: Elena Mukhina, campeona ol¨ªmpica, de Alberto Capra.
Paul Morphy
El misterioso. El rom¨¢ntico. El mito eterno del ajedrez del siglo XIX que se mece entre la ¨¦pica y la tragedia. El protagonista de una pel¨ªcula reciente disponible en plataformas: The Opera Game.
Ten¨ªa 21 a?os este ni?o prodigio de Nueva Orleans cuando cruz¨® el Atl¨¢ntico. Ansiaba enfrentarse a los mejores ajedrecistas de Europa. Le acompa?aba un aura de jugador intuitivo y de artista letal. Y no fall¨®: en Londres y en Par¨ªs derrot¨® a los gigantes Lowenthal, Harrwitz y Anderssen, y aunque no pudo lograr que Howard Staunton saliera de su escondrijo cobarde para aceptar el desaf¨ªo, todos dieron por sentada la superioridad del estadounidense.
Paul Morphy, el mejor ajedrecista de la historia: as¨ª es como lo invistieron en Par¨ªs en 1859. Triunfante, Morphy regres¨® en barco a Estados Unidos y ret¨® a todos los maestros de su pa¨ªs a enfrentarse a ¨¦l con un pe¨®n de ventaja y haciendo el primer movimiento. Nadie quiso aceptar semejante humillaci¨®n. Y Morphy opt¨® por abandonar el juego.
El aclamado campe¨®n dej¨® el ajedrez y se meti¨® a abogado. Frustrado por una carrera profesional en la abogac¨ªa que no despegaba y harto de que todo el mundo le hablara constantemente de los 64 escaques, Morphy desarroll¨® una furibunda animadversi¨®n contra el juego que hab¨ªa ocupado su vida. Una fobia patol¨®gica. Un problema mental. No toleraba que nadie en su presencia pronunciase la palabra maldita: chess. Se hizo arisco, introspectivo. Se encerr¨® con sus obsesiones en bucle. La paranoia lo consum¨ªa lentamente. Y muri¨® en una ba?era con cuarenta y siete a?os. Fue el origen de su leyenda.
Cromos sin corona
El C¨ªrculo de Bellas Artes de Madrid ha publicado un librito curioso. Se titula Glosario del fracaso, editado por Valerio Rocco. En ¨¦l, una decena de autores ¡ªen su mayor¨ªa fil¨®sofos¡ª reflexionan sobre la materia. Ca¨ªda, derrota, desastre, ocaso, olvido: todas las caras del fracaso. ?Por qu¨¦ se exalta un tipo de fracaso almibarado y despojado de su aut¨¦ntica dureza? ?Por qu¨¦ se entroniza el ¨¦xito y se esconde el fracaso? Sin embargo, ah¨ª est¨¢ el fracaso: bombeando memoria eterna.
La naranja mec¨¢nica holandesa y su Mundial perdido en el 74 ante Alemania, y luego en el 78 ante Argentina, y luego ante la Espa?a de Iniesta en 2010, sin coserse jam¨¢s una estrella en su camiseta oranje.
Las ocho finales de NBA perdidas por Elgin Baylor con los Lakers sin ganar nunca un anillo (hasta que los Lakers conquistaron el t¨ªtulo justo la misma temporada en la que Baylor se hab¨ªa retirado por lesi¨®n).
La impotencia del piloto brit¨¢nico de F¨®rmula 1 Stirling Moss, cuatro veces seguidas subcampe¨®n mundial y tres veces consecutivas en tercera posici¨®n.
La derrota invariable del atleta keniano Paul Tergat, siempre a la espalda del et¨ªope Gebrselassie como segundo clasificado: segundo en los 10.000 metros de Atlanta 96, segundo en los mundiales de Atenas 97 y Sevilla 99, y segundo en los Juegos de Sidney 2000.
El pilotari Genov¨¦s II, cinco veces subcampe¨®n individual de pilota valenciana pese a ser una leyenda del juego de pelota a mano sin la faixa roja que distingue al campe¨®n.
El ajedrecista sovi¨¦tico V¨ªktor Korchn¨®i, triple subcampe¨®n del mundo, diez veces candidato al t¨ªtulo y rey sin corona del tablero, como Paul Keres o Efim Geller.
La derrota en el Polo Sur del capit¨¢n Scott, segundo detr¨¢s de Amundsen en una derrota que le cost¨® la vida.
Todos ellos, cromos rotos en su momento, siguen hoy proyectando la luz inmortal que los acerca a cualquier mortal. La de llegar, ver y perder.
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