La (injusta) historia de Carmita Wood, la primera v¨ªctima de ?acoso sexual?
Un ejemplo de lucha y valent¨ªa que abri¨® el camino a muchas otras mujeres que llevaron ante la justicia el acoso en el entorno laboral.
Carmita Wood trabajaba como administrativa en la Universidad de Cornell. Era un excelente trabajo para esta madre soltera afroamericana, que tuvo que dejar a su primer marido porque era alcoh¨®lico y agresivo. Antes hab¨ªa sido camarera y trabajado en cocinas pero su puesto en Cornell no s¨®lo pagaba mejor, tambi¨¦n le permit¨ªa apuntarse gratis a algunas clases. Carmita pudo incluso pedir un pr¨¦stamo para reformar su casa.
Todo iba bien hasta que su jefe directo, el f¨ªsico nuclear Boyce McDaniel, empez¨® a hablarle de esa manera. En una fiesta del departamento le toc¨® el culo delante de su esposa. Pronto las cosas fueron a peor. McDaniel intentaba besarla, la acorralaba contra su escritorio y le met¨ªa la mano dentro de la falda.
En otras ocasiones, le inmovilizaba con su cuerpo contra la mesa y describ¨ªa lo mucho que eso le excitaba. En una fiesta de Navidad, McDaniel le sac¨® a la pista de baile contra su voluntad, le levant¨® el jersey y le masaje¨® la espalda desnuda delante de todos sus colegas.
Wood pidi¨® en varias ocasiones que le trasladaran a otro puesto, pero no lo consigui¨®. Su supervisor le dijo que ¡°cualquier mujer madura deber¨ªa ser capaz de aguantar eso¡±. Hasta que no pudo m¨¢s y dej¨® el trabajo. Exigi¨® entonces una compensaci¨®n por desempleo, pero se le deneg¨® porque se consider¨® que los motivos eran ¡°personales¡± y su baja, ¡°voluntaria¡±. Podr¨ªa haber parado ah¨ª, pero Wood ten¨ªa cuatro hijos. Realmente necesitaba ese dinero. La secretaria afroamericana puso en contacto con la oficina de recursos humanos de Cornell y de alguna manera las activistas por los derechos de la mujer que operaban desde este elitista centro de la Ivy League conocieron el caso y lo hicieron suyo.
La profesora y periodista Lin Farley, que preparaba un acto de protesta junto a otras feministas, le puso nombre a lo que le hab¨ªa pasado a Carmita, que es lo mismo que ven¨ªa pasando a las mujeres en sus lugares de trabajo desde tiempos feudales. Acoso sexual, lo llam¨®. Unos meses m¨¢s tarde, Farley us¨® ese t¨¦rmino en una plataforma mayor, la comisi¨®n de Derechos Humanos de la ciudad de Nueva York. ¡°El acoso sexual a las mujeres en sus lugares de trabajo est¨¢ extremadamente extendido. Es literalmente epid¨¦mico¡±, dijo. El New York Times lo recogi¨® en un titular (¡°Las mujeres empiezan a levantar su voz sobre el acoso sexual en el trabajo¡±) y a partir de ah¨ª la expresi¨®n enraiz¨®.
Hoy, cuando est¨¢ a punto de cumplirse un a?o desde que se publicaron las alegaciones contra Harvey Weinstein y la actriz Alyssa Milano reactiv¨® en Twitter una campa?a pidiendo que se usara el hashtag #MeToo, resulta dif¨ªcil de creer que hasta 1975 no exist¨ªa un nombre para eso. Lo que siempre est¨¢ ah¨ª a veces no necesita ser nombrado. Los jefes meten mano a sus secretarias; los capataces abusan de las temporeras a su cargo; los empleados hacen comentarios soeces a sus compa?eras, sobre todo si son de menor rango. Era, sencillamente, parte de lo que una debe esperar en la vida si pretende estar en el mercado laboral.
Farley ha explicado en alguna ocasi¨®n (como en esta entrevista en la radio p¨²blica d Nueva York) c¨®mo lleg¨® a etiquetar ese concepto. Tras una clase en la que pidi¨® a sus alumnas que le contasen sus experiencias en el trabajo, se dio cuenta de que pr¨¢cticamente todas las mujeres tienen historias similares: ¡°Todas y cada una de esas chicas hab¨ªa tenido ya experiencias que les hab¨ªan hecho dejar un trabajo o se despedidas por rechazar los avances sexuales de un jefe. Cuando sal¨ª de esa clase pens¨¦ que necesit¨¢bamos un nombre par ese fen¨®meno. Todas ten¨ªamos que poder hablar de la misma cosa. Me dirig¨ª a mis colegas, a otras mujeres e hicimos brainstroming. No se nos ocurr¨ªa la frase correcta y pens¨¦: ¡®Bueno, lo mejor que me viene a la cabeza es ¡®acoso sexual en el trabajo¡¯. Eso abarcaba todo, desde frases que hacenreferencia al sexo hasta tocamientos, llegando a relaciones sexuales forzadas¡±.
Hasta entonces, dice Farley, ¡°las mujeres no entend¨ªan que todas est¨¢bamos experimentando lo miso. Todas lo habl¨¢bamos, pero como no ten¨ªamos un nombre, no sab¨ªamos que habl¨¢bamos de lo mismo¡±. Es un proceso que se ha vivido despu¨¦s con otros fen¨®menos, como el acoso escolar (hasta que el caso Jokin evidenci¨® la gravedad que puede adquirir, en Espa?a se consideraba poco m¨¢s que ¡°ser el pringado de la clase¡±) o el mobbing inmobiliario.
Poco despu¨¦s del art¨ªculo en el New York Times, la Comisi¨®n para la Igualdad de Oportunidades en el Empleo traz¨® una serie de gu¨ªas que dejaban claro qu¨¦ comportamientos eran inaceptables en el trabajo, y en Estados Unidos empezaron a verse las primeras demandas judiciales. Diane Williams, una abogada afroamericana y madre soltera de 23 a?os, denunci¨® al Departamento de Justicia. Trabajaba como asistente y perdi¨® su puesto tras emitir una queja por avances sexuales de su supervisor, Harvey Brinson. Arguy¨® que su despido era ilegal seg¨²n las leyes de Derechos Civiles de 1964 que proh¨ªben la discriminaci¨®n por sexo, raza y religi¨®n. Gan¨® (tras superar una apelaci¨®n) y la sentencia, conocida como Williams vs Saxbe, sent¨® jurisprudencia.
Carmita Wood no tuvo tanta suerte. O, mejor dicho, no fue tratada con justicia. Perdi¨® su batalla en los tribunales, desapareci¨® r¨¢pidamente de los medios, que prefirieron centrarse en las reivindicaciones de Farley y otras feministas de clase media alta. Uno de sus nietos, J.T. Crews, cont¨® en la web Legacy, que escribe obituarios de figuras ninguneadas, que su abuela tuvo que dejar Ithaca y trasladarse a California. All¨ª cri¨® a sus hijos y nietos, trabaj¨® en un bufete de abogados y en una residencia para ancianos, alquil¨® habitaciones de su casa y sigui¨® trabajando hasta que un ictus y la demencia se lo impidieron. Seg¨²n Crews, Carmita era una ¡°superviviente¡±, una mujer que soport¨® a maridos alcoh¨®licos y violentos, que batall¨® con el c¨¢ncer de col¨®n y la diabetes. Su mayor desgracia fue tener que dar un hijo en adopci¨®n, porque no pod¨ªa mantenerlo. Al final de su vida intent¨® encontrarlo, pero le fue imposible.
Lin Farley, que le reconoce su contribuci¨®n a la hora de conceptualizar lo que hoy entendemos por ¡°acoso sexual¡±, dijo de ella que era una mujer especial, con ¡°estilo, gracia y coraje¡±. Le gustaba pintar, escribir poes¨ªa, actuar en teatro amateur y participar en asuntos de su comunidad.
Falleci¨® en 2015, 13 a?os m¨¢s tarde que su acosador, Boyce McDaniel. Cuando ¨¦ste muri¨®, Associated Press escribi¨® un obituario citando sus importantes contribuciones a la f¨ªsica. Sus investigaciones fueron clave para el desarrollo de la bomba at¨®mica, dijeron. Gan¨® becas Fulbright y Guggenheim y estableci¨® el Laboratorio de Estudios Nucleares de Cornell. La universidad tiene una pradera con su nombre. Carmita todav¨ªa no tiene p¨¢gina en la Wikipedia, ni existe una sola foto de ella en los archivos p¨²blicos.
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