C¨®mo escribir un ¡®best seller¡¯ sin dinero, viuda y con cinco hijos: Mary Higgins Clark y las escritoras malas madres
Tener una extensa prole o ser una autora de ¨¦xito, he ah¨ª la cuesti¨®n.
Alguien le pregunt¨® en una ocasi¨®n a la ensayista norteamericana Alice Walker si las mujeres artistas (esto incluye, por supuesto, a las escritoras) deb¨ªan tener hijos. Contest¨®: ¡°Deben, si les interesa. Pero solo uno. Porque con uno te puedes mover, pero con cinco eres una pata mareada¡±. De la misma idea era la abuela de Mary Higgins Clark, la escritora de novelas de misterio s¨²per ventas que falleci¨® ayer a los 92 a?os en Florida dejando tras de s¨ª cincuenta novelas exitosas. La se?ora sab¨ªa que ten¨ªa talento para escribir pero nunca lo hizo porque seg¨²n dec¨ªa ella misma ¡°sus nueve hijos no le dejaron tiempo para hacerlo¡±. Su nieta, que hered¨® su talento, decidi¨® que ella no iba a dejar que le ocurriese lo mismo.
Cuando Mary Higgins Clark escribi¨® su primer gran best seller mundial se acababa de quedar viuda y manten¨ªa sola a cinco ni?os de entre cinco y trece a?os. Se ganaba la vida escribiendo guiones radiof¨®nicos y el trabajo estaba tan precariamente pagado que la primera Navidad sin su esposo, el regalo para sus hijos consisti¨® en poemas personalizados en los que la autora describ¨ªa con precisi¨®n las cosas que les hubiera gustado dejarles debajo del ¨¢rbol.
Un caso ciertamente extraordinario, ya que, como cuenta Tillie Olsen en su ensayo Silencios, a lo largo del siglo XIX y XX los logros literarios femeninos m¨¢s distinguidos vinieron casi siempre por parte de mujeres sin hijos y con muy buena posici¨®n social. Algunos ejemplos los da el periodista Benjamin Moser en su art¨ªculo de 2015 para el New Yorker ¡°El verdadero glamour de Clarice Lispector¡±: Edith Wharton estaba muy lejos de pertenecer a la clase media; Colette escrib¨ªa sobre su sofisticada vida burguesa. Gabriela Mistral o Gertude Stein viv¨ªan c¨®modamente. Y c¨®mo olvidar a Virginia Woolf, Jane Austen o Emily Dickinson. Eso en el cap¨ªtulo de las que no tuvieron hijos. En el de las que s¨ª los tuvieron pero contaron con los recursos suficientes para contratar? ayuda externa est¨¢ por supuesto la brasi?ela Spector, quien se cas¨® en 1943 con un hombre cat¨®lico (ella era jud¨ªa y eso era muy raro para una chica brasile?a de su tiempo) con el que se exili¨® a diferentes pa¨ªses. Explica Moser que para Lispector el hecho no tener que trabajar y estar aislada en ciudades en las que no contaba con redes sociales (en el sentido antiguo de la palabra) le permiti¨® encontrar su habitaci¨®n propia. Ten¨ªa dos hijos pero tambi¨¦n servicio las venticuatro horas del d¨ªa.
Sobre las mujeres de escritoras con buena posici¨®n social y prole siempre ha planeado la sombra de la ¡°mala madre¡±. Como argumenta en The Atlantic la periodista Lauren Sandler muchas de ellas han hablado con sinceridad dolorosa del sentimiento de culpa que les gener¨® el esfuerzo de compatibilizar los dos roles con cierto ¨¦xito. Joan Didion cuenta en Blue Nights que su hija Quintana peg¨® una lista de ¡°Dichos de mam¨¢¡± en la puerta del garaje de casa que rezaba as¨ª: ¡®L¨¢vate los dientes, cep¨ªllate el pelo, estate callada que estoy trabajando¡¯. Sandler explica con cierta indignaci¨®n: ¡°En las cr¨ªticas que en su d¨ªa se hicieron del libro ¡®Estate callada que estoy trabajando¡¯ se convirti¨® en una especie de s¨ªmbolo de la negligencia maternal de Didion. ?Qu¨¦ hay de malo en ese ¡®Estate callada que estoy trabajando?¡±.
La escritora Lara Feigel cuenta en su art¨ªculo para The Guardian ¡®?Puedes ser una buena escritora y una buena madre?¡¯ que cuando estaba trabajando en su ensayo sobre Doris Lessing no hubo una sola persona que no le dijese: ¡°Ah. S¨ª . ?Esa es la que abandon¨® a sus hijos?¡±. Lo hizo, s¨ª. Los dej¨® con su padre para unirse al Partido Comunista porque estaba convencida de que iba a crear un mundo mejor para ellos. ¡°Una d¨¦cada despu¨¦s, Lessing retrat¨® en Un pac¨ªfico matrimonio a Martha, una mujer que antes de abandonar a su hija de tres a?os la coge, la abraza fuerte y le dice: ¡®Ser¨¢s perfectamente libre, Caroline. Te estoy haciendo libre¡±.
Aunque sin miras ideol¨®gicas y con unas ambiciones literarias muy diferentes a las de Doris Lessing, fue tambi¨¦n la escritura lo que hizo libre a Mary Higgins Clark. Antes de casarse con su primer marido trabajaba como azafata. Al contraer matrimonio, como tantas mujeres hac¨ªan en aquella ¨¦poca, abandon¨® el mundo profesional, pero decidi¨® apuntarse a un taller de literatura en la Universidad de Nueva York. En los seis a?os siguientes tuvo cinco hijos pero nunca par¨® de escribir. Justo antes del nacimiento de su hija Carol consigui¨® colocar su primer relato. Le pagaron cien d¨®lares. Desde ese momento, Higgins Clark empez¨® a encontrar siempre lugares donde publicar sus historias.
En 1959 su marido enferm¨® gravemente y ella busc¨® un trabajo. La contrataron como guionista en un programa de radio. Cuando se se qued¨® viuda esa fue la principial fuente de ingresos de la casa durante un tiempo. Pero en un momento dado decidi¨® probar suerte con las novelas. ¡°Con cinco ni?os no tienes derecho a derrumbarte¡±, explic¨® en numerosas ocasiones. Primero lo intent¨® con una ficci¨®n biogr¨¢fica sobre George y Martha Washington que no fue especialmente exitosa, lo que le hizo reflexionar sobre el t¨ªpico de g¨¦nero en el que deb¨ªa enfocarse. As¨ª que se puso a examinar sus propias estanter¨ªas y se dio cuenta que lo que ella misma m¨¢s le¨ªa eran relatos de suspense. Se decidi¨® a escribir una novela de ese tipo. Fue un best seller que le dio fama mundial.
?C¨®mo demonios se escriben novelas de suspense estando sola al cargo de cinco hijos? La escritora ha explicado en repetidas ocasiones que se impuso una disciplina f¨¦rrea que le permit¨ªa ser tremendamente productiva: se levantaba todos los d¨ªas a las cinco de la ma?ana y escrib¨ªa hasta las siete, que era la hora a la que ten¨ªa que preparar a los ni?os para que fuesen al colegio. No es la ¨²nica autora que ha admitido que ser responsable de una prole orden¨® de alguna manera sus esfuerzos creativos. Francine Prose le cont¨® a Mason Currey, autor de Daily Rituals, un ensayo sobre las rutinas de escritura de diferentes autores: ¡°Cuando los ni?os eran peque?os ten¨ªa un horario tan regular que era casi Pavloviano y me encantaba. El autob¨²s escolar llegaba y empezaba a escribir. El autob¨²s regresaba despu¨¦s del d¨ªa lectivo y paraba. Ahora que estoy en la ciudad y mis hijos ya son mayores parece que el mundo est¨¢ dispuesto a pagarme por hacer cualquier cosa que no sea escribir: las actividades paraliterarias son mucho m¨¢s atractivas y lucrativas¡±.
Sylvia Plath explic¨® algo similar en sus diarios. Curiosamente fue hacia el final de su vida, cuando ya se hab¨ªa separado de su marido, Ted Hughes, y estaba sola al cuidado de sus dos hijos, cuando consigui¨® establecer cierto orden en sus rutinas. Se acostaba pronto y para conseguir conciliar el sue?o se tomaba sedantes cuyo efecto desaparec¨ªa sobre las cinco y media de la madrugada. A esa hora era cuando se pon¨ªa a escribir, hasta que los ni?os se despertaban. Siguiendo esta rutina durante dos meses en oto?o de 1962 fue cuando produjo todos los poemas de Ariel, la obra p¨®stuma que la consagrar¨ªa como una voz po¨¦tica original por derecho propio. Esa fue la ocasi¨®n en la que se sinti¨® pose¨ªda por su trabajo y triunfante en el acto creativo y ella lo sab¨ªa. De hecho escribi¨® a su madre dos meses antes de suicidarse: ¡°Soy un genio literario, tengo ese talento en m¨ª. Estoy escribiendo los mejores poemas de mi vida y los que me dar¨¢n renombre¡±.
Higgins Clark se hizo millonaria gracias a sus novelas de suspense lo que le permiti¨® empezar a escribir en condiciones mucho m¨¢s c¨®modas, claro. Todos los a?os en Navidades se regalaba a si misma una buena joya y se pon¨ªa una dedicatoria: ¡°Para Mary de Mary¡±. La autora, que no sol¨ªa hacer grandes disquisiciones intelectuales, nunca habl¨® de si tuvo que lidiar con el sentido de la culpa por haber compatibilizado su rol de madre con el de escritora. Sabemos, eso s¨ª, que ten¨ªa una excelente relaci¨®n con su hija Carol, con la que firm¨® algunos libros a medias, y que su primer best seller, el que escribi¨® cuando se qued¨® viuda, se titulaba ¡°?D¨®nde est¨¢n los ni?os?¡±. Giraba en torno a la historia de una mujer a la que acusaban de haber matado a sus propios hijos.
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