Perros truferos
¡°El miedo, como ocurre con las trufas, crece en las ra¨ªces, escondido del sol¡±
¡°La trufa es un hongo que crece pegado a la ra¨ªz de ciertos ¨¢rboles, como la encina o el roble. El hongo y la ra¨ªz desarrollan una relaci¨®n simbi¨®tica para crecer¡±. As¨ª se inician los apuntes que tom¨¦ en una ma?ana g¨¦lida turolense; por suerte, mientras los escrib¨ªa a¨²n me encontraba al abrigo del fuego, caf¨¦ en mano, durante la formaci¨®n previa al ritual de ara?ar la tierra en busca de las preciadas joyas gastron¨®micas que all¨ª yacen ocultas. Nunca hab¨ªa sentido especial inter¨¦s en el universo trufero (dedic¨¢ndome al queso, el reino fungi ya tiene la suficiente presencia en mi d¨ªa a d¨ªa, en exceso podr¨ªa resultar indigesto), sin embargo, la actividad me cautiv¨®: hab¨ªa desestimado el poder sanador que una jornada al aire libre, pala en mano y un perro sagaz como acompa?ante, tendr¨ªan sobre cualquiera. ?Detox urbano expr¨¦s? S¨ª, gracias.
Mi aventura micol¨®gica ocurri¨® hace ya meses y yo no hab¨ªa vuelto a pensar en ella hasta ayer domingo. Reflexionando sobre el origen del miedo como sentimiento (si est¨¢n pensando que qui¨¦n, en su sano juicio, dedicar¨ªa su ¨²ltima tarde libre de la semana a algo as¨ª, api¨¢dense de m¨ª por vivir con tal nivel de intensidad), las trufas y su particular modus operandi volvieron a mi cabeza. Reconozco no haber visto este paralelismo venir. La raz¨®n por la que me encontraba pensando en el miedo era que lo ten¨ªa pegado a la cara, a raz¨®n de un viaje largo e inesperado que reun¨ªa algunas de mis m¨¢s preciadas ansiedades: vuelos largos con escalas, un destino alejado del confort europeo (aqu¨ª estamos tan calentitos¡) y unos cuantos d¨ªas lejos de mi casa, mi marido y mi rutina, tres de los pilares de mi apego. Si t¨² tambi¨¦n eres eso que llaman control freak, sabr¨¢s que salir de la zona de confort siempre implica tener que afilar las herramientas de gesti¨®n (emocional).
Y as¨ª, merodeando el miedo mi mente, en un alarde de pensamiento m¨¢gico empez¨® a tomar forma la pregunta: ?De qu¨¦ se alimenta el miedo? ?Cu¨¢l es su fruta favorita? ?Qu¨¦ pide en un afterwork este monstruo incapacitante, que vive en cada uno de nosotros, que se bebe nuestras certezas de un trago y que engulle, porque no sabe de mesura ni de protocolos ni de formas a guardar? ?Cu¨¢l es el sustrato que sirve de alimento a este animal carn¨ªvoro? Empec¨¦ a verlas llegar, las semejanzas: el miedo, como las trufas, crece en las ra¨ªces, escondido del sol. Nuestros pensamientos le sirven de sustrato, se alimenta de ellos: le proporcionan los nutrientes necesarios para seguir creciendo, para expandir su presencia soterrada. La simbiosis que se establece entre el hongo y las ra¨ªces (las segundas segregan compuestos que sirven de alimento al hongo, mientras que este descompone materia org¨¢nica que, de otra forma, la planta no podr¨ªa asimilar) es semejante a la dichosa conexi¨®n que se establece entre el miedo y la mente. Curiosamente, la m¨¢s codiciada de las virtudes de la trufa, su aroma, es su perdici¨®n, pues es su olor lo que gu¨ªa a los perros truferos hasta el lugar exacto en el que yacen escondidas. Una vez arrancadas de la tierra, despu¨¦s de una batalla campal entre dedos humanos y tierra mojada, se exponen a la luz para calibrar su valor real.
El miedo, como las trufas, tambi¨¦n se huele: identificarlo, ubicarlo en el terreno, es la primera fase para su extracci¨®n. Por tanto, solo un consejo: familiar¨ªzate con el aroma del miedo, impr¨¦gnate de ¨¦l, incluso. Hasta que no lo percibas, porque como ocurre con todos los aromas, la exposici¨®n constante hace que empiecen a pasar desapercibidos. Y entonces, sabr¨¢s que le has ganado la batalla.
*Clara Diez es activista del queso artesano.
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