El infierno es amarillo
No hay futuro para los mineros del azufre que trabajan en condiciones infrahumanas en el volc¨¢n javan¨¦s de Ijen
Cada hora que trabaja, Chahaya Muktar le resta cuatro a su vida. Las emanaciones de di¨®xido de sulfuro envenenan sus pulmones y se encargan de que el resto de sus d¨ªas sean, adem¨¢s, una pesadilla. Las deformaciones en la espalda y las ampollas en hombros y pies ya casi ni las nota. Sabe que tendr¨¢ una muerte lenta y dolorosa, la misma que su padre. Aun as¨ª, este indonesio de 37 a?os no pierde la sonrisa. Sabe que si alcanza la esperanza de vida de quienes trabajan en la mina de azufre del cr¨¢ter del volc¨¢n Ijen, que es 20 a?os inferior a la media nacional, todav¨ªa le queda algo m¨¢s de una d¨¦cada. As¨ª que prefiere no pensar en la penuria que le espera y encara la presente con buen humor y un cigarrillo tras otro. Le da la risa cuando se le pregunta por el efecto de la nicotina y el alquitr¨¢n. "Qu¨ªtame el tabaco y la familia, y ya no me importa que me mates".
Un manto de estrellas cubre el poblado de Paltuding cuando Muktar y sus compa?eros ponen rumbo a la cima de Ijen. Si lo tuvieran, su reloj marcar¨ªa las 3.45. A pesar del clima tropical de Java oriental, a m¨¢s de mil metros de altura hace fr¨ªo. Pero ascender hasta los 2.380 en tres kil¨®metros y en poco m¨¢s de una hora garantiza que sea suficiente una camiseta de manga corta.
Muktar deja a su esposa y a sus cuatro hijos en la peque?a construcci¨®n que habita la familia, un sencillo edificio de una sola planta construido con adobe y madera. Duermen todos juntos sobre esterillas de bamb¨² trenzado, y la ¨²nica partici¨®n de la vivienda est¨¢ destinada a la cocina. Tres compa?eros le esperan fumando al inicio de una empinada cuesta. Con los canastos vac¨ªos y los pies desnudos se mueven a una velocidad asombrosa por el camino que el roc¨ªo hace extremadamente resbaladizo. Todav¨ªa es noche cerrada, y los hombres se gu¨ªan por la luz de peque?as linternas chinas. El objetivo es alcanzar el borde del cr¨¢ter con los primeros rayos de luz, pero ni este periodista ni su int¨¦rprete pueden seguir el ritmo. "Cuando llegu¨¦is arriba ya habremos cargado la primera tanda", comentan entre carcajadas.
El amanecer crea un mundo irreal de sombras fantasmag¨®ricas. Los ¨¢rboles son gigantes al acecho, y los sonidos de la naturaleza parecen gritos de ultratumba. Sin embargo, centenares de puntos amarillos que se mueven rompen esta monoton¨ªa gris. Es el azufre que cargan al hombro, en cestos artesanales colocados a ambos extremos de una ca?a de bamb¨², los mineros de este volc¨¢n activo cuya ¨²ltima erupci¨®n se registr¨® en 2004. Ellos son la prueba de que la Edad Media perdura en el siglo XXI. "Para algunos esto es esclavitud, pero para nosotros es vida", asegura uno de los compa?eros de Muktar. "No quiero que mecanicen la mina. Nos quedar¨ªamos sin trabajo y nuestros hijos, sin futuro".
Al borde del cr¨¢ter se llega con la respiraci¨®n entrecortada, pero la vista es de una belleza espectacular, una paleta de colores brillantes: el azul turquesa del lago en el fondo del cr¨¢ter, los grises de las paredes del volc¨¢n salpicados del amarillo chill¨®n del azufre, de nuevo el intenso azul del cielo, y los verdes de una t¨ªmida vegetaci¨®n que lucha contra la capa de niebla blanca.
La escena consigue por un momento ocultar la dureza del trabajo que cientos de indonesios (entre 200 y 500, seg¨²n diferentes fuentes) desempe?an a 200 metros por debajo, en el coraz¨®n del volc¨¢n. Unas rudimentarias tuber¨ªas de cer¨¢mica se encargan de canalizar el azufre rojo sangre que mana de diversas fumarolas, y de enfriarlo hasta que se solidifica y adquiere su tono amarillo. A veces, el mineral brota en exceso y, para evitar una reacci¨®n pirof¨®rica en cadena, los trabajadores tienen que enfriarlo con agua del lago, que es el m¨¢s ¨¢cido del planeta. Su pH oscila entre 0,2 y 0,3, suficiente como para disolver la carne humana. A este explosivo conjunto lo llaman la cocina. Aqu¨ª, armados con picos y palas, y protegidos s¨®lo con trapos h¨²medos de las emanaciones t¨®xicas, los mineros rompen el mineral para cargarlo en los cestos vac¨ªos. Estas cargas oscilan entre los 70 y los 100 kilos.
Muktar transporta hoy 93 en el primer viaje. "Luego me canso y tengo que llevar menos en el segundo", reconoce. El azufre todav¨ªa chisporrotea. El padre de familia se agacha, agarra el bamb¨² con ambas manos, se concentra, y de un solo movimiento acompa?ado de un gemido, acomoda la madera en la deformaci¨®n que se ha creado con el tiempo en su hombro. Toca entonces dar media vuelta y subir por el despe?adero que se ha cobrado varias vidas, incluida la de un turista franc¨¦s. El camino es duro. Los mineros han esculpido una especie de escalera en la pared del cr¨¢ter, y calzan botas de pl¨¢stico para evitar cortarse los pies con la piedra, pero el roc¨ªo y la gravilla suponen un gran peligro. Cada diez o quince minutos, Muktar se agacha sobre una roca y descansa. "Pronto llegar¨¢n los turistas", comenta entre jadeos. "Quiero coger los souvenirs para el segundo viaje". Son trozos de azufre en forma de oso de peluche que venden por unos cinco euros a los visitantes que se acercan al volc¨¢n. "Algunos critican a los extranjeros, pero gano m¨¢s vendi¨¦ndoles un recuerdo que con un viaje al cr¨¢ter".
A un kil¨®metro de la cocina, en un recoveco del monte, se encuentra la estaci¨®n en la que se pesa el mineral. Aqu¨ª pagan a los porteadores 600 rupias (4 c¨¦ntimos de euro) por kilo. "Trato de cargar el m¨¢ximo para trabajar aqu¨ª el m¨ªnimo posible". Su sue?o es comprar un trozo de tierra y dejar la mina, asegura. Pero sus compa?eros se r¨ªen. "Muktar morir¨¢ aqu¨ª, porque sabe que el campo es una ruina". No en vano, los trabajadores de Ijen cobran entre seis y ocho euros diarios, cuatro veces lo que un agricultor medio en un a?o propicio. Y pueden ser ascendidos a capataces. Como Guntur, que se encarga de supervisar el pesado y de hacer los pagos.
Este hombre fibroso de 34 a?os trabaj¨® como Muktar hasta que alguien de la empresa supo que, como pocos trabajadores, Guntur est¨¢ alfabetizado y posee un don con las matem¨¢ticas. Vamos, que sabe sumar, restar y multiplicar. Dividir no se le da tan bien. "El trabajo de los mineros es duro, pero los capataces no tenemos una vida mucho mejor. Aqu¨ª somos todos iguales. Quien hace el dinero no se mancha de azufre", apostilla. Eso s¨ª, reh¨²ye cualquier pregunta sobre la compa?¨ªa que explota Ijen. Se trata de PT Candu Ngrimbi, a cuyos responsables no ha podido acceder este peri¨®dico. Cada d¨ªa se extraen unas 15 toneladas de azufre.
Desde la estaci¨®n de pesado todav¨ªa quedan cuatro kil¨®metros cuesta abajo hasta la pista de tierra en la que el azufre se carga en camiones. Nadie parece tener claro su destino. Algunos porteadores aseguran que se utiliza para fabricar p¨®lvora que compran los chinos, pero la mayor¨ªa sostiene que se le da un uso mucho m¨¢s pac¨ªfico: "Lo compra una empresa de Java para procesar az¨²car".
A Muktar le importa poco qu¨¦ se hace con el mineral. Lo que le preocupa es que se levante viento, que convierte el cr¨¢ter en un infierno. Para evitar las horas de mayor calor y ahorrar fuerzas, deja la primera carga a medio camino y vuelve a subir hasta el cr¨¢ter con el segundo set de cestos. Son las siete de la ma?ana y comienzan a llegar visitantes, alguno incluso con m¨¢scara antig¨¢s. Muktar hace altos en el camino para que tomen su fotograf¨ªa. "Photo, photo, rupiah!", pide a cambio. Si no cuela, se conforma con un cigarrillo o con un caramelo "que quita el gusto que deja el azufre".
Pero nada es suficiente para hacer frente al envite de las r¨¢fagas de di¨®xido de sulfuro. Disminuyen seriamente la visibilidad, enrojecen los ojos, que no pueden siquiera llorar, irritan la garganta, y dejan los pulmones a punto de estallar. La tos se har¨¢ cr¨®nica, y las infecciones respiratorias son habituales. "No sig¨¢is, es horrible", nos advierte una turista francesa en su hu¨ªda. Ella tiene elecci¨®n, los mineros no.
El segundo viaje cuesta m¨¢s. Las emanaciones son constantes y hay que detenerse a menudo. En esta ocasi¨®n el pesado certifica 86 kilos de azufre. La temperatura supera ya los 20 grados cent¨ªgrados. La jornada se rompe s¨®lo para disfrutar del arroz con verduras que los trabajadores han llevado. Eso, y un cigarrillo de vez en cuando para charlar con los compa?eros.
"El ¨²nico miedo que tengo es que me falle la salud antes de que se grad¨²en mis dos hijos. Para eso el cuerpo me tiene que aguantar hasta los 35. Luego ya me da igual", contesta Mohammed Setiar en tono distendido. Su tocayo Hassan pide m¨¢s: "Llevo ya 15 a?os trabajando aqu¨ª. Tengo la espalda deformada y la capacidad para respirar disminuida. Me gustar¨ªa que los j¨®venes que llegan ahora tuvieran mejores medios para preservar su salud". ?Qu¨¦ piensan de la posibilidad de introducir animales de carga? "Es imposible. Ya se intent¨® con burros, y se despe?an y se matan".
La jornada de Muktar termina a las tres de la tarde. En total, ha estado expuesto unas cinco horas a niveles peligrosos de di¨®xido sulf¨²rico. Pero la amenaza va m¨¢s all¨¢ del cr¨¢ter. Seg¨²n un estudio de la Universidad Cat¨®lica Soegijapranata, las aguas ¨¢cidas del lago se filtran a los r¨ªos que sirven para regar los campos de arroz de los alrededores de Ijen, siendo causa de la baja producci¨®n agr¨ªcola que lleva a muchos a trabajar de porteadores, y de graves problemas de salud. El m¨¢s com¨²n afecta a la dentadura y se conoce como fluorosis dental. Sin embargo, el estudio confirma que tambi¨¦n afecta al desarrollo de los beb¨¦s. Y ya se contabilizan 3.564 hect¨¢reas de cultivos cuya irrigaci¨®n se hace con agua contaminada.
Eso s¨ª, la industria del azufre es un buen negocio. Seg¨²n cifras oficiales de 2006, las ¨²ltimas disponibles, ¨¦sta ingresa en Indonesia m¨¢s de 161 billones de rupias (11.500 millones de euros, de los que 780 millones proceden de exportaciones). Un 32,87% de esa cifra se convierte en beneficio neto para las empresas que explotan el mineral, cuya mayor concentraci¨®n, del 22%, se encuentra en Java Oriental, en las cercan¨ªas del volc¨¢n Ijen. En total, 85.400 personas trabajan en esta industria, cuyo sueldo s¨®lo representa un 0,5% del coste operacional. Sin duda, para quienes nunca han pisado el suelo de Ijen, Muktar y sus compa?eros son un chollo.
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