Cadena perpetua
Hay temas que no le interesan a nadie. Salvo cuando aparecen en primera p¨¢gina de los peri¨®dicos chorreando sangre y provocando que el personal se desahogue levantando la voz y afirmando: ¡°Yo a ese t¨ªo le met¨ªa en la c¨¢rcel hasta que se pudriera¡±. Hay temas que nos sirven para el exabrupto, para despachar las injusticias del mundo a base del ojo por ojo. Pero al margen de la funci¨®n de generar desahogos verbales hay temas que est¨¢n condenados a enquistarse sin que a nadie le preocupen sinceramente. Son impopulares, porque reclaman de nosotros un nivel de generosidad que no estamos dispuestos a conceder. El d¨ªa en que apareci¨® en el peri¨®dico la nueva entrada del Rafita (uno de los asesinos de Sandra Palo) en una comisar¨ªa a consecuencia de su vida pendenciera, miles de esp¨ªritus limpios pidieron desde sus muros de Facebook o en Twitter la cadena perpetua, la pena de muerte o ese eufemismo que ahora el Partido Popular se ha sacado de la manga, la prisi¨®n permanente revisable. S¨¦ que toco un tema sensible: en este pa¨ªs cada ciudadano lleva dentro un abogado-psic¨®logo-juez-soci¨®logo esperando que llegue el momento de dar el diagn¨®stico definitivo. Lejos quedan aquellos tiempos en los que la palabra ¡°reinserci¨®n¡± formaba parte del vocabulario de los j¨®venes periodistas que nos acerc¨¢bamos al mundo carcelario, m¨¢s a¨²n cuando visit¨¢bamos uno de esos centros de menores en los que asistentes sociales trataban tozudamente de reconducir lo que antes se llamaba una vida descarriada.
A nadie le importa pararse a pensar que la ley del menor falla m¨¢s que una escopeta de feria
Pero estos tiempos son otros, incluso desde algunas mentes que se consideran a s¨ª mismas progresistas solo cabe una soluci¨®n para los ni?os-adolescentes asesinos o ladrones: la c¨¢rcel sin fecha de caducidad. A nadie le importa pararse a pensar que la ley del menor falla m¨¢s que una escopeta de feria, que escasean los medios econ¨®micos, que la fiscal¨ªa del menor permite que las salidas y entradas de los j¨®venes delincuentes se conviertan en un hervidero de periodistas, que los medios sensacionalistas tienen el derecho a espiar en todo momento la nueva vida de los reci¨¦n liberados, vulnerando as¨ª su capacidad para reconstruirla. Pienso en todo eso mientras veo, con el coraz¨®n encogido, una pel¨ªcula belga de los hermanos Dardenne, El chico de la bicicleta. No les robo tiempo con el argumento: trata de un ni?o abandonado. Suena t¨®pico, pero para qu¨¦ definirlo de otra manera: ni?o abandonado. Aunque actualmente hay fan¨¢ticos de la gen¨¦tica que defienden la idea de que el delincuente lleva el delito en la sangre, paseando una tarde soleada por la avenida Columbus, nuestro amigo el psiquiatra Luis Salvador Carulla, que ha venido a EE UU a recibir en Harvard el Premio Leon Eisenberg, me dice que muy pocas veces ha tenido al otro lado de su mesa un paciente en el que se transparentara la capacidad de matar. Y en cuanto a los ni?os-j¨®venes delincuentes, reflexiona con un esp¨ªritu carente de la furia propia de estos tiempos: ¡°No me gustar¨ªa estar en la piel de quienes tienen que juzgar sobre su futuro¡¡±. Exacto, no es f¨¢cil. Pero ¨¦l, que trata de tender un puente entre la psiquiatr¨ªa y las condiciones sociales del individuo, sabe que hay ambientes que alimentan el crimen y el trastorno mental, de tal manera que si una ley del menor no sirve para tomar al chaval que cometi¨® un asesinato o una fechor¨ªa y mantenerlo custodiado en un mundo completamente distinto del que proced¨ªa, los a?os encerrado en un centro pueden serlo en vano. Me contaba el doctor Carulla que en los a?os setenta era frecuente enviar a individuos con serios problemas de personalidad a trabajar en kibutzim en Israel. El ambiente de trabajo al aire libre, de orden y de estricto cumplimiento de las obligaciones ten¨ªa un efecto muy beneficioso en esas mentes desordenadas.
Lejos quedan aquellos tiempos en los que la palabra ¡°reinserci¨®n¡± formaba parte del vocabulario del periodista
En El chico de la bicicleta, el ni?o desolado y furioso por el abandono de su padre vive una suerte de resurrecci¨®n. Intervienen en ella los asistentes sociales y una mujer que se entrega, con una generosidad que debe tener su origen en una infancia parecida, a la rehabilitaci¨®n de ese coraz¨®n herido. Son temas que en un momento de crisis como vivimos sospecho que no interesan a nadie, salvo, como dec¨ªa, cuando aparecen en los peri¨®dicos salpicados de sangre, y que nos permiten, desde el mundo de los justos, escupir ese insulto que nos quema por dentro. Cadena perpetua, pena de muerte, prisi¨®n permanente revisable, y solo de vez en cuando, un reportaje de fondo como el que el otro d¨ªa aparec¨ªa en The New York Times: ?qu¨¦ se hace con una poblaci¨®n carcelaria envejecida que sufre las mismas enfermedades de los viejos que mueren en libertad? Presos viejos, enfermos de alzh¨¦imer, de demencia senil, de sida, de huesos¡ Viejos como todos los viejos. Hay veces que pienso que esos ciudadanos cargados de raz¨®n desear¨ªan que los adolescentes que hoy delinquen se convirtieran en esos ancianos que en pa¨ªses como EE UU mueren entre rejas. A todos esos justos yo les recomendar¨ªa que fueran a ver El chico de la bicicleta. El psiquiatra Carulla dec¨ªa que los cuentos tienen una capacidad de representaci¨®n que ayudan a entender el mundo. Aunque siempre es m¨¢s c¨®modo tener el juicio formado antes que ponerse a pensar. ?A un espa?ol le vas a decir t¨² que cambie de opini¨®n!
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