Dal¨ª y la liga de los artistas que traen cola
El fenomenal ¨¦xito de la muestra del pintor en el Reina invita a la reflexi¨®n sobre qu¨¦ ha de tener un creador para seducir a las masas ?Debe juzgarse a un museo por la cantidad de entradas vendidas?
Si Salvador Dal¨ª volviera de entre los muertos se frotar¨ªa las manos de puro gusto, de no ser porque ¡°ese gesto abominable¡± le resultaba ¡°t¨ªpicamente antidaliniano¡±. As¨ª lo sentenci¨® en su Diario de un genio (Tusquets), recuento de aquellos inmodestos veranos pasados con Gala hace medio siglo en Port Lligat (Girona). El libro es una joya con perlas como esta: ¡°Por primera vez despu¨¦s de por lo menos un a?o, contemplo el cielo estrellado. Lo encuentro peque?o. ?Ser¨¦ yo el que crece o es el universo el que encoge? ?O las dos cosas a la vez?¡±.
Con gesto de suficiencia o sin ¨¦l, al leer sus escritos, no cuesta imaginar al autoproclamado Gran Masturbador contemplar con satisfacci¨®n las colas y aglomeraciones que a diario se forman en la fenomenal exposici¨®n organizada por el Museo Reina Sof¨ªa de Madrid a la mayor gloria de sus hirsutos bigotes. Lo ver¨ªa a buen seguro como la consecuci¨®n de un triunfo ¨ªntimo de su inagotable megaloman¨ªa, la del artista que ¡°mejor aprendi¨® a manejar los medios de comunicaci¨®n de masas en su propio provecho y el primero que supo hacer muestras pensando en los peri¨®dicos¡±, seg¨²n el escritor F¨¦lix de Az¨²a.
Pero este no es otro reportaje sobre las colas para ver a Dal¨ª o los chicos de camiseta negra que indican bajo un sol de justicia cu¨¢nto tiempo de espera aguarda al visitante (hasta dos horas). Este art¨ªculo pretende responder m¨¢s bien a la pregunta de por qu¨¦ un artista como Dal¨ª desata pasiones y otros ¡ªpongamos, Max Ernst, contempor¨¢neo suyo, surrealista como ¨¦l¡ª, no. Quiere ser una indagaci¨®n sobre lo que hay que tener para pertenecer a esa liga de hombres extraordinarios que hacen enloquecer a las masas y las atraen como un potente im¨¢n a los museos (no son muchos: Picasso, Leonardo, Sorolla, Van Gogh, Monet, ciertos impresionistas¡). Y tambi¨¦n plantear un debate sobre la importancia que se concede a las entradas para medir el ¨¦xito de un programa expositivo.
La exposici¨®n del surrealista en Madrid registra unas 7.600 visitas diarias
¡°Mucho me temo que el caso de Dal¨ª es excepcional¡±, explica Georgina Adam, editora de The Art Newspaper y autora de la columna The Art Market, esencial term¨®metro del sector publicado cada s¨¢bado en Financial Times. ¡°Es un discurso que entiende todo el mundo, con simbolog¨ªas directas. Tiene, adem¨¢s, el punto subversivo justo. El surrealismo satisface pulsiones est¨¦ticas adolescentes. Si uno persiste en su pasi¨®n por el arte probablemente poco menos que supere a Dal¨ª. Dicho lo cual, estamos hablando de un grand¨ªsimo artista. No te conviertes en una marca tan poderosa como la suya o la de Warhol sin un genio detr¨¢s. Tome el ejemplo de Damien Hirst. ?Qui¨¦n se acuerda una d¨¦cada despu¨¦s de sus mamarrachadas?¡±
¡°Es un pintor surrealista, s¨ª, pero peculiar¡±, interviene el fil¨®sofo Jos¨¦ Luis Pardo, autor de Esto no es m¨²sica, el ensayo de referencia en espa?ol sobre los caprichos de la cultura de masas. ¡°Se dedic¨® a representar el mundo on¨ªrico del inconsciente surrealista sin abandonar las convenciones de la figuraci¨®n. Esto ¨²ltimo le asegura la inteligibilidad. Lo primero le proporcionaba la dosis justa de esc¨¢ndalo. El fen¨®meno es curioso; la gente acude a escandalizarse de algo que uno ya sabe de antemano que le va a escandalizar, y c¨®mo¡±. Manuel Borja-Villel, director del Reina, a?ade, por su parte, un elemento carnal a la f¨®rmula daliniana del ¨¦xito: ¡°Es un creador que llena la obra de arte de referencias de sexo culpable y la plantea como un objeto de deseo. Sus pinturas rebosan morbo, y el morbo vende¡±.
Y tanto que vende. Seg¨²n una organizaci¨®n escasamente acostumbrada a estos ¨¦xitos, la exposici¨®n registr¨® hasta el lunes 318.733 visitas (unas 7.600 diarias). La aplicaci¨®n de una sencilla regla de tres que, en este caso, es relativamente cient¨ªfica (agosto no tiene por qu¨¦ comportarse como junio) acabar¨¢ por arrojar un total en torno a las 900.000 entradas vendidas. El equipo de Borja-Villel tuvo que celebrar reuniones de urgencia los primeros fines de semana para decidir c¨®mo gestionar el enorme flujo de gente, incluso aunque ven¨ªan advertidos del descomunal acontecimiento que la cita supuso en el Pompidou parisiense, donde recal¨® antes de Madrid. All¨ª se vieron obligados a abrir toda la noche durante los ¨²ltimos d¨ªas para atender tanta demanda (se registraron 790.000 asistentes) Aqu¨ª no descartan repetir la f¨®rmula.
Georgina Adam: "El de Dal¨ª es un idioma que entiende todo el mundo"
Lo que parece claro es que el mayor acceso a la educaci¨®n de las ¨²ltimas d¨¦cadas y lo que los estudios culturales de la posmodernidad identifican como ¡°la sociedad del evento¡±, en la que el individuo acude a los sitios con el fin primordial de apuntarse la experiencia, han contribuido a abarrotar los museos del siglo XXI. Seg¨²n el recuento anual de The Art Newspaper, con datos de 1800 exposiciones celebradas durante 2012 en 500 centros del mundo, la m¨¢s vista fue el a?o pasado la de la colecci¨®n de obras maestras de pintura holandesa de la pinacoteca de La Haya Mauritshuis, expuestas en el Museo Metropolitano de Tokio. Registr¨® 10.573 visitas diarias. En 1996, a?o de la primera investigaci¨®n realizada por la revista, bastaba vender tres mil entradas al d¨ªa para colocar una cita en el top ten.
La lista de 2012 (en la del a?o que viene, si nada se tuerce, asomar¨¢n los bigotes de Dal¨ª) dice mucho de la recolocaci¨®n del mapa geoestrat¨¦gico de los museos del futuro; los tres primeros puestos hay que buscarlos en Jap¨®n, Rusia y Brasil, bien lejos de las capitales tradicionales del arte. Grandes centros, como el British o el Prado (que ya envi¨® emisarios a lugares como Brisbane o Houston), conocen las enormes audiencias que les esperan por esos mundos. ¡°Es nuestra obligaci¨®n atender esas peticiones. No solo eso, suponen una nueva forma de financiarnos que no podemos dejar escapar¡±, conf¨ªa Neil MacGregor, director del British.
La sala de arte moderno batir¨¢ un r¨¦cord hist¨®rico de asistentes
Por lo dem¨¢s, aqu¨ª o all¨¢ los gustos se parecen bastante: un poco de grandes maestros, una pizca de vanguardias hist¨®ricas, algo de escandaloso arte contempor¨¢neo¡ e impresionismo, siempre el impresionismo. En Espa?a hay sobradas pruebas del perenne hechizo de Monet, Renoir y los dem¨¢s, por cuyo marchamo de elegancia y rentables n¨²meros se han peleado recientemente instituciones de la madrile?a Milla de Oro del arte como el Thyssen o la Fundaci¨®n Mapfre. ¡°Los impresionistas representan algo amable, que puede gustar a todo el mundo, retrataron los ¡®domingos de la historia¡¯ que describi¨® Hegel, en el sentido de que en sus pinturas s¨®lo aparece el aspecto positivo, festivo y agradable de la existencia. Los artistas de verdad, los que plantean problemas, no pueden tener p¨²blico¡±, explica De Az¨²a, en cuyo ¨²ltimo libro, Autobiograf¨ªa de papel, se sirve del concepto de ¡°democracia total¡±, la clase de ¡°inane¡± caldo de cultivo ideal para estos taquillazos expositivos.
Los fil¨®sofos Peter Sloterdijk (El desprecio de las masas) o Ernesto Laclau (La raz¨®n populista) han teorizado tambi¨¦n, partiendo de Elias Canetti, aunque desde distintos puntos de vista (la provocaci¨®n y el posmarxismo, respectivamente), sobre la perversi¨®n de tomar la cultura con la vara de medir masiva, que no es sino otra manera de volver al viejo trabalenguas sin respuesta: ¡°?A la gente le gusta lo que gusta a todo el mundo o si le gusta eso es precisamente porque nunca les dieron la oportunidad de conocer otras cosas?¡± Borja-Villel, que lleva en el Reina una pol¨ªtica que muchos juzgan exigente con el espectador, se conforma con que no triunfe ¡°la incultura con p¨¢tina de cultura¡±, que es lo que mueve a menudo a los ocasionales visitantes a las exposiciones del momento.
Pese a las reservas de su director, la muestra de Dal¨ª permitir¨¢ al Reina batir un r¨¦cord de sus casi 23 a?os de historia. Hasta la llegada del vendaval Dal¨ª, el podio de asistencia lo formaban, seg¨²n sus propios c¨¢lculos, y en orden: Picasso. Tradici¨®n y vanguardia (2006), Juan Mu?oz (2009) y Antonio L¨®pez (1993). El tir¨®n Dal¨ª podr¨ªa propiciar tambi¨¦n la circunstancia hist¨®rica de que el centro de arte moderno supere este a?o al Prado, que en 2012 cont¨® 2,8 millones de visitas frente a las 2,7 millones del primero.
En 1972, 1,6 millones vieron la exhibici¨®n de Tutankam¨®n en el British
Las cosas pintan distintas este ejercicio en la pinacoteca de arte antiguo, como ya anunciaron su director, Miguel Zugaza, y el presidente del patronato, Jos¨¦ Pedro P¨¦rez-Llorca, en un gesto de sinceridad que record¨® a aquel refr¨¢n que sugiere ponerse la venda antes de lamentar la herida: el Prado prev¨¦ una ca¨ªda en su asistencia del 25% en 2013. ?Las razones? ¡°Descenso del consumo y del turismo en Madrid, a lo que no ha ayudado la adversa climatolog¨ªa¡±, seg¨²n P¨¦rez-Llorca, que descarta el efecto de la reciente subida del precio de las entradas, pues ¡°las ca¨ªdas se reproducen en los tramos de pago y en los gratuitos¡±.
Dado que todos son elementos contra los que se ha batido con ¨¦xito Dal¨ª, nadie en el Prado oculta que las malas noticias se deben, en gran parte, a la odiosa comparaci¨®n en el programa de las exposiciones temporales, m¨¢s deslucidas este a?o que el anterior debido, entre otras razones, a un recorte en la asignaci¨®n presupuestaria del ministerio de un 30% que se une a los de los ¨²ltimos a?os (44%, desde 2007). En 2012, ayudaron a las espectaculares cifras muestras como Los tesoros del Hermitage o El ¨²ltimo Rafael, que recibi¨® 250.000 vistas, tan pocas en comparaci¨®n con las previstas para Dal¨ª. Lo cual, seguramente, habr¨ªa hecho especialmente feliz a este, que consideraba al de Urbino como el mayor genio de todos los tiempos y hasta se retrat¨® en una ocasi¨®n a su manera.
La buena noticia es que si hab¨ªa cierta ansiedad en la ¨²ltima d¨¦cada en la relaci¨®n entre pol¨ªticos y directores de museo, esta qued¨® por fuerza superada; si entonces, con todo a favor, se cifraba el ¨¦xito de un gestor en las entradas vendidas, ahora es dif¨ªcil saber qu¨¦ fue antes, si el tijeretazo, la ca¨ªda de visitantes o el cambio de prioridades de consumo. Dicho de otro modo: hoy, a Zugaza, que sol¨ªa maravillarse de que sus exposiciones pudieran medirse en n¨²mero de campos de f¨²tbol, no le queda otra que hacer de la necesidad virtud: ¡°Si esta crisis nos obliga a poner en valor lo que tenemos, habr¨¢ servido para algo¡±, explica en referencia a la sobresaliente muestra La belleza oculta, un recorrido por los tesoros en peque?o formato de la pinacoteca, actualmente en cartel.
Algo de ese recurso al fondo de armario tiene tambi¨¦n la exposici¨®n de retratos de madurez de Vel¨¢zquez prevista para final de a?o y que vendr¨¢ a equilibrar las cuentas del ejercicio. En el Prado, de todos modos, conocen sus talismanes: Vel¨¢zquez marc¨® un hito en la historia de la museolog¨ªa espa?ola al registrar medio mill¨®n de visitas en 1990, con colas a las puertas de la pinacoteca de proporciones b¨ªblicas que trajeron a aquella Espa?a una tendencia, la de los taquillazos expositivos, cuyo big bang suelen situar los expertos en la muestra sobre Tutankam¨®n organizada por el British Museum en 1972, cuando 1,6 millones de personas hicieron colas de hasta ocho horas. ¡°Entonces el museo pas¨® de ser un lugar de generaci¨®n de conocimiento a un sitio de producci¨®n de eventos¡±, analiza Borja-Villel.
Vel¨¢zquez es un valor seguro del Prado del mismo modo que Dal¨ª lo es en el Reina. Y parte del secreto de la potencia de la cita daliniana es que el museo ha podido reunir tantas y tan importantes obras del pintor porque la suya es, con la del Pompidou, una de las colecciones m¨¢s potentes del pintor en el mundo. Es curioso comprobar que algunas de las piezas que m¨¢s inter¨¦s despiertan en el atestado recorrido est¨¢n siempre ah¨ª, en la colecci¨®n permanente del museo.
Eso s¨ª, 500.000 asistentes de hace dos d¨¦cadas no cuentan como los de ahora. No es ya que el maestro sevillano registrase esos n¨²meros en poco m¨¢s de dos meses, mientras que la muestra de Dal¨ª se prolongar¨¢ durante cuatro y medio (otra tendencia de la museolog¨ªa en recesi¨®n: las exposiciones se alargan como chicles). Es tambi¨¦n que en este tiempo, Prado, Reina Sof¨ªa, Thyssen y otros han multiplicado incluso por tres el n¨²mero sus visitantes anuales hasta rozar el techo de sus capacidades a golpe de ampliaciones del espacio expositivo y de un programa cada vez m¨¢s ambicioso que ahora peligra con los recortes. Tampoco hay que olvidar que en los viejos tiempos hab¨ªa un menor control en la entrada de visitantes, raz¨®n por la que Dal¨ª en el Pompidou no ha superado los n¨²meros de la muestra m¨¢s exitosa del centro parisiense, que fue¡ Dal¨ª en el Pompidou, versi¨®n de 1979.
Y el aludido... ?qu¨¦ dir¨ªa de todo esto? Seguramente ya se habr¨ªa hartado hace un buen rato. ?Qui¨¦n necesita debates cuando le asaltan certezas como esta?: ¡°En la espera de la Fe, que es una gracia de Dios, me he convertido en un h¨¦roe. Me he equivocado: ?en dos h¨¦roes!¡± El de Par¨ªs, y el de Madrid.
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