Vamos de puente (2)

Hoy toca Londres.

Una de las traiciones de mi cuerpo: no me permite encaramarme a un carrusel ni a un caballito. Podr¨ªa subirme a una noria. No a la London Eye.

Conoc¨ª en 1970 un Londres de moquetas hediondas, libros de segunda mano en Charing Cross, hippies mezcl¨¢ndose ya con punkies te?idos de verde, y mucha m¨²sica, la mejor. Volv¨ª otras veces, pero fue en agosto de 2016, diez a?os despu¨¦s de mi ¨²ltima visita, cuando el mal de Stendhal, aunque al rev¨¦s, me golpe¨® en la nuca.

Mareo de futuro. De un porvenir obscenamente neoliberal y capitalista. Disfrut¨¦ mucho, claro, de una copa en el bar de The Shard o del abanico cultural. De Julia, de su hija M¨®nica y de su yerno, Juan, que investigan all¨ª para el bien (y porque aqu¨ª, como tantos, no pueden). Pero qu¨¦ agobio, qu¨¦ mutaci¨®n de la especie, qu¨¦ rebaja en la escala.

Y la noria, la London Eye. Bien alta, bien grande, bien dominante entre edificios nacidos para ser bravucones en Southbank y aleda?os. Criando financieros, entre todos.

?Record¨¢is los tiempos en que una noria no representaba la haza?a de un arquitecto ni la egolatr¨ªa de un alcalde? ?Cuando era un humilde objeto de deleite? Con sus colores chillones, sus cenefas llamativas como baratijas, sus puertecillas met¨¢licas sujetas por cadenas. Con su pianola de titiriteros y una c¨¢ndida oferta de diversi¨®n.

En el Londres de hoy, Margaret Thatcher est¨¢ por todas partes, aunque ya no viva. Yo soy m¨¢s de Florence Nightingale y de Nanny McPhee.

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