El mal dormir

Existen tantas variedades de insomnio como de sue?o. Suelto, despatarrado, profundo, agitado, entrecortado, sudoroso, con ansia o con beatitud. Por una cuesti¨®n de edad, mi desvelo, cuando lo experimento, se ha convertido en un asunto bastante pl¨¢cido. Hace tiempo que no me inquieta lo que impuls¨® a una joven, probablemente desde Argentina, a tuitear lo siguiente pocas noches atr¨¢s, bajo el hashtag Insomnio: ¡°Me aburro, tengo ganas de coger¡±. S¨ª, debe de ser argentina, me dije, porque si fuera chilena habr¨ªa escrito culear. Y sonre¨ª, en lo m¨¢s hondo de mi calmado insomnio, al comprobar que ni un verbo ni el otro, ni su equivalente en castellano de Espa?a o en otras lenguas que he alcanzado a comprender me inspiraban la menor inquietud. Cero hormonas, ni fr¨ªo ni calor. Mientras mi cuerpo descansaba, y mis aprensiones flotaban detr¨¢s de mi cabeza (llamadas que no se han producido, otras que, por desgracia, s¨ª; distancias abismales: qu¨¦ os voy a contar que ignor¨¦is), busqu¨¦ razones para preferir el mal al buen dormir.

Una podr¨ªa ser que, por duro que resulte un insomnio, te entrena para el despertar mejor que un sue?o reparador. Porque el agotamiento embota con bals¨¢mica sabidur¨ªa. Llegar con frescura a la ma?ana nos devuelve al crudo conocimiento del recuerdo de cuanto queda por vivir. Otra raz¨®n, querida tuitera presumiblemente argentina, es que lo peor ser¨ªa, en las circunstancias actuales, padecer sonambulismo. Levantarse de madrugada, abrir la puerta, dejar el edificio y salir a la calle. Una calle en la que se puede coger cualquier cosa.

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