Nunca rezaste por mis manos
La visi¨®n de los escasos paseantes enfundados en sus mascarillas y sus guantes de pl¨¢stico me ha hecho pensar estos d¨ªas en ¡®Los comulgantes¡¯, de Bergman
La visi¨®n de los escasos paseantes que, enfundados en sus mascarillas y sus guantes de pl¨¢stico, recorren temerosos las calles vac¨ªas de nuestras ciudades, me ha hecho pensar estos d¨ªas en Los comulgantes, de Bergman. Me dir¨¢n ustedes que no es muy reconfortante ocuparse de una pel¨ªcula tan desoladora en momentos como estos, pero por qu¨¦ tendr¨ªamos que dedicarlos a la b¨²squeda de entretenimientos que los hagan m¨¢s llevaderos, cuando podr¨ªamos aprovecharlos para preguntarnos por el mundo que nos vamos a encontrar cuando la epidemia termine. ?Seguiremos dedicando un dinero que no tenemos a gastos militares que en nada nos aprovechan, mientras que los que de verdad luchan contra la enfermedad y la muerte deben hacerlo en condiciones cada vez m¨¢s precarias? ?Seguiremos sin hacer de la investigaci¨®n y de la educaci¨®n de ni?os y j¨®venes, objetivos prioritarios de nuestra sociedad; haciendo o¨ªdos sordos a las reiteradas advertencias de los cient¨ªficos acerca del deterioro del mundo; encerrando a nuestros ancianos en residencias de las que preferimos no saber nada; haciendo, en definitiva, del homo economicus el ¨²nico Se?or de la Realidad (o deber¨ªa escribir el Se?or de la Guerra)?
Los comulgantes gira sobre el silencio de Dios y sobre la toma de conciencia por parte de su protagonista, el reverendo Thomas, de su propio ate¨ªsmo. No estamos ante una obra exclusivamente religiosa, sino ante una que habla del absurdo de vivir y de la b¨²squeda de ese sentido que siempre se nos escapa. Es tal b¨²squeda la que tortura al reverendo, su personaje central. Por eso, cuando uno de sus fieles acude a ¨¦l buscando consuelo, lejos de ayudarle a superar su angustia, provoca sin querer su suicidio. Los comulgantes habla de la incapacidad de amar, ya que el pecado de su protagonista, antes que su falta de fe, es su incapacidad para entregarse a los dem¨¢s.
Pero el momento m¨¢s extraordinario de la pel¨ªcula es cuando lee la carta en que su amante le reprocha que nunca rezara por sus manos. Un terrible eczema las ha llenado de llagas y el reverendo se aparta de su lado por el asco que le dan. ¡°Dios m¨ªo, por qu¨¦ me creaste eternamente insatisfecha, tan asustada y resentida ¡ªle escribe ella¡ª. Si mi sufrimiento tiene alg¨²n sentido, dime cu¨¢l es¡±. Ese sentido que busca solo puede obtenerlo a trav¨¦s del amor. Por eso no le pide al reverendo que rece por su salvaci¨®n eterna o por su alma, sino por sus manos, para que desaparezca de ellas el estigma que las deforma y ensucia y vuelvan a ser aptas para las caricias y el juego.
He pensado en la queja de esta pobre mujer al ver esa legi¨®n de manos enfundadas en sus guantes azules, manos que no quieren tocar ni ser tocadas. Esas manos hablan de exclusi¨®n, de p¨¦rdida de contacto con el coraz¨®n de lo real. Son el s¨ªmbolo de una comunidad rota. No solo por el virus que nos invade, sino por el tipo de mundo que hemos creado. Un mundo donde la pr¨¢ctica social y la tradici¨®n comunitaria aparecen dram¨¢ticamente separadas, y que condena a tantos a la miseria, la locura o a la soledad. Preguntamos qu¨¦ podemos hacer para que esas manos de pl¨¢stico vuelvan a ser nuestras, es la ¨²nica pregunta que deber¨ªa importarnos en estos tiempos de confinamiento.
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Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor. Su ¨²ltimo libro es La rama que no existe.
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