Cu¨¢nta gente salvaban los bares
Convivir puede ser complicado, lo ideal ser¨ªa convertir el hogar en una pel¨ªcula de Lubitsch, lleno de ligereza y sofisticaci¨®n, puertas que se abren y se cierran con sorpresas, pero es dif¨ªcil estar a esa altura
Por primera vez las vacaciones de los ni?os nos han hecho m¨¢s ilusi¨®n a los padres que a ellos. Fen¨®menos inveros¨ªmiles de la epidemia. El telecolegio, tan moderno, se ha convertido en un dolor de cabeza, te pasas el d¨ªa haciendo conexiones y de t¨¦cnico, atendiendo emergencias de tus hijos, a gritos desde su cuarto, para arreglar el audio. Luego tienes 400 mensajes en el chat, que voy a contratar un personal shopper solo para que nos organice los deberes, y ya de paso que los haga. Los profesores est¨¢n igual, acaban agotados, meten m¨¢s horas que una pitonisa de teletienda.
El ruido bullicioso de fondo era un problema al principio, trabajando en casa. Se supone que eres una persona seria, resolviendo graves cuestiones en un silencio de biblioteca, y si en una llamada se o¨ªan gritos infantiles, peleas con insultos, quer¨ªas que te tragara la tierra. Cerrabas la puerta tir¨¢ndote en plancha, intentando que tu respiraci¨®n no denotara que estabas corriendo, aparentando normalidad. Ahora ya pasas, porque tu interlocutor est¨¢ igual. La primera vez que al otro, aunque fuera director general de lo que sea, le irrump¨ªa el ni?o en el despacho para ense?arle el cami¨®n de bomberos ya te quedabas m¨¢s tranquilo. Ha nacido un nuevo sentimiento de fraternidad. Los gritos de los ni?os son el nuevo sonido de la oficina.
Tambi¨¦n hay gritos de los adultos, surgen por las cosas m¨¢s inesperadas. Te ves gritando cuando no lo ten¨ªas para nada previsto, solo quer¨ªas hacer una intervenci¨®n clarificadora sobre el modo de cerrar un caj¨®n, por ejemplo. La procesi¨®n va por dentro, seguramente. En los ni?os supongo que tambi¨¦n, aunque parezca que no se enteran. No veo la hora de que algunos se hagan escritores, artistas, y saber qu¨¦ vieron, qu¨¦ descifraron en esta extra?a situaci¨®n que nosotros no comprendemos por completo. Te inventas lo que sea para pasar el rato con ellos: hay quien planta la tienda de campa?a en el sal¨®n y duerme all¨ª. Un d¨ªa improvisamos una mesa de ping-pong y fue el acontecimiento de la jornada.
El aburrimiento puede llevar a buscar la aventura a toda costa, como ese helic¨®ptero de la Guardia Civil que el otro d¨ªa, en una intr¨¦pida acci¨®n, descendi¨® y se pos¨® junto a una se?ora que paseaba el perro en Llanes para re?irla. Los dem¨¢s ni podemos bajar al bar. Bernardo Atxaga cuenta en Obabakoak que, viviendo el protagonista en un solitario pueblo, un vecino le regal¨® un reloj: ¡°Hace mucha compa?¨ªa¡±. ¡°Comprend¨ª cu¨¢nta gente hab¨ªan salvado los bares¡±, reflexionaba. Ahora ni eso. La gente pasar¨¢ la tarde discutiendo con el reloj.
Convivir puede ser complicado, lo ideal ser¨ªa convertir el hogar en una pel¨ªcula de Lubitsch, lleno de ligereza y sofisticaci¨®n, puertas que se abren y se cierran con sorpresas, pero es dif¨ªcil estar a esa altura. Eso es lo m¨¢s duro, estar a la altura. F¨ªjense en algunos pol¨ªticos. Est¨¢s desorientado, necesitas inspirarte en alguien, copiarle directamente, un modelo a seguir, y si nunca hay muchos, ahora menos. Es que no puedes ni meterte en una secta, no te dejan salir de casa. Si unos iluminados quedaran para un suicidio colectivo por el fin del mundo les arrestar¨ªa la Guardia Civil con su helic¨®ptero.
Billy Wilder ten¨ªa un cartel sobre su mesa al escribir un guion: ¡°?C¨®mo lo hubiera hecho Lubitsch?¡±. En su ¨¦poca, Lubitsch, jud¨ªo berlin¨¦s emigrado a Estados Unidos, sigui¨® con horror el auge del nazismo y el comunismo, y lo que hizo fue re¨ªrse de los dos. Ser o no ser y Ninotchka son aportaciones cruciales a la humanidad. Quiz¨¢ una televisi¨®n p¨²blica a la altura deber¨ªa tener una programaci¨®n especial de pel¨ªculas as¨ª en la cuarentena, aunque en Semana Santa volver¨¢n a dar Ben Hur y ya.
El encierro recuerda que la cultura no puede dejarse solo en manos del colegio o el Estado, y no es tan f¨¢cil como pedir un pin parental (ay, ?recuerdan cuando dedic¨¢bamos el d¨ªa a discutir estas tonter¨ªas?). Podr¨ªa aplicarse el lema de un gimnasio virtual que me ha llegado: ¡°?A por tu mejor versi¨®n!¡±. Por qu¨¦ limitarse a los abdominales y no intentar tambi¨¦n ser menos burro. En eso nos conformamos con lo que viene de serie. Por eso dar clase en casa tiene sus momentos. Es bonito explicar la era cuaternaria con tus palabras. Mir¨¢ndolo antes en Google, claro. Aprovechas para intentar transmitir alguna lecci¨®n humana, cosas que no les dicen en el colegio ni salen en la play. Adelantas bastante poni¨¦ndoles pel¨ªculas de Lubitsch, ven lo que es un car¨¢cter jovial (?por qu¨¦ hay tan pocos? ?cu¨¢ndo se pas¨® de moda?) y, sobre todo, un toque de clase. Viene bien tanto para un c¨®ctel como en una pandemia.
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