El mundo no se acaba
En Rep¨²blica Dominicana el virus se ha ido esparciendo de manera clandestina por barrios, sectores populares y residenciales de clase media alta
Nadie logr¨® predecir que terminar¨ªamos as¨ª. Ni los astr¨®logos ni los visionarios ni los sacerdotes ni los pastores ni los pol¨ªticos. Nunca pens¨¦ que acabar¨ªa en el apartamento en que crec¨ª, cuidando a mi madre y sin atreverme a salir a la calle. Claro, lo de no salir a la calle es una decisi¨®n que he tomado, ya que en el pa¨ªs a¨²n no tenemos cuarentena, pero el gobierno ha dispuesto un toque de queda que inicia a las cinco de la tarde y que se alarga hasta las seis de la ma?ana.
La vida del escritor consiste b¨¢sicamente en observar, en leer, en escribir. Durante los primeros d¨ªas de mi autoimpuesto confinamiento, me result¨® arduo concentrarme en cualquier cosa que no fuera la pandemia. De ese modo me enter¨¦ de que la dise?adora dominicana Jenny Polanco hab¨ªa contra¨ªdo el virus. La ¨²ltima salida que mi pareja y yo hicimos fue a una exposici¨®n a la que ella asisti¨® sin tener idea de que estaba infectada. Al pasar los d¨ªas le vinieron los s¨ªntomas y responsablemente dio una declaraci¨®n p¨²blica. Era uno de los primeros casos y recuerdo que al o¨ªrla pens¨¦ en la posibilidad de que mi pareja y yo nos hubi¨¦semos infectado en la exposici¨®n. Ya ustedes saben la histeria: cada minuto uno se palpa la frente y el cuello a ver si tiene fiebre, o corre a la cocina a oler vinagre. Para m¨ª fue peor, ya que me dio gripe. Sin embargo, al pasar los d¨ªas y no darnos fiebre ni dificultades respiratorias, descartamos tenerlo.
De pronto, alguien mand¨® un v¨ªdeo grabado por un vecino desaprensivo que mostraba c¨®mo a la dise?adora se la llevaban en una ambulancia. Creo que pas¨® menos de una semana y el ministro de Salud anunci¨® que Jenny Polanco hab¨ªa fallecido. Fue en ese momento que las v¨ªctimas del virus dejaron de ser ajenas y for¨¢neas y pude ponerle el rostro de alguien conocido.
Al igual que los cargamentos de drogas, en Rep¨²blica Dominicana el virus se ha ido esparciendo de manera clandestina por barrios, sectores populares y residenciales de clase media alta. La cantidad de infectados y de muertos en el pa¨ªs crece a una velocidad ins¨®lita. Seg¨²n las tablas de la OMS, dada la cantidad de infectados, tenemos el ¨ªndice m¨¢s alto de muertes en toda Latinoam¨¦rica, consecuencia, sin duda alguna, de nuestro precario sistema de salud. Pero bueno, como mis compatriotas saben, dominicano y crisis son pr¨¢cticamente sin¨®nimos. Por lo que uno termina habitu¨¢ndose a todo. Yo he vuelto a mi rutina de lectura y de escritura. De hecho, esta noche participar¨¦ en una lectura, a trav¨¦s de Zoom, que organiza el festival de poes¨ªa O¡¯Miami.
Ya nos hemos acostumbrado al apocalipsis. El jueves hice mi primera salida de la cuarentena. Fui al supermercado en busca de provisiones y en el trayecto me top¨¦ con uno de esos vendedores que se plantan debajo del sem¨¢foro. Como se pueden imaginar, su oferta se relaciona directamente con la demanda: los d¨ªas soleados vende gafas, los lluviosos paraguas, y durante el mes de la patria vende banderitas. Ahora, como pueden suponer, est¨¢ vendiendo mascarillas y guantes en diferentes colores y estilos.
Pero lo que m¨¢s me impresion¨® fue un escrito en un muro que dec¨ªa ¡°El mundo no se acaba¡± y que parec¨ªa contradecir los de ¡°El fin est¨¢ cerca¡± o ¡°Cristo viene¡± que estaban al lado. Me impresion¨® tanto que tuve que frenar y devolverme para confirmar que no hab¨ªa le¨ªdo mal.
Frank B¨¢ez es escritor dominicano. Su ¨²ltimo libro es ¡®Este es el futuro que estabas esperando¡¯ (Seix Barral)
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