Un drama sentimental burgu¨¦s
Se me han ido de las manos los errores, pero ni yo misma puedo culparme: la culpa siempre es de las circunstancias
El virus nos avisa, como burl¨¢ndose, de que algo as¨ª como la clase siempre ha estado presente. Miro algunos mapas que han salido estas ¨²ltimas semanas sobre las incidencias de la covid-19 por barrios: parece evidente que esta, como todas, tambi¨¦n es primero una enfermedad de pobres a la que los ricos tienen miedo, igual que se lo tienen a los pobres. Me viene a la cabeza otra conclusi¨®n menos inmediata: supongo que otra de esas jerarqu¨ªas es la del andamiaje de las historias y ficciones que nos contamos los unos a los otros, aunque tambi¨¦n a nosotros mismos; la diferencia entre el drama sentimental burgu¨¦s y la miseria social, la diferencia entre Madame Bovary y Germinal.
S¨ª, ambos son exponentes, cada uno a su manera, de cierto realismo, de acuerdo, y nadie en su sano juicio piensa que Madame Bovary sea una apolog¨ªa del discreto encanto de la burgues¨ªa. Pero hay quienes siguen trabajando sin medidas de seguridad, hay gente exponi¨¦ndose sin tener refugio en torres de marfil; hay quienes mueren sin que podamos despedirlos: por pura estad¨ªstica, suelen ser m¨¢s pobres que ricos. Luego estamos los privilegiados, lo que queda de la clase media: yo puedo estar ?tranquila? en mi piso de Madrid, hacer Skype, descubrir lo que es Zoom, jugar al Animal Crossing y llorar cada vez que cuelgo en una videollamada con mi pareja.
Mi primera novela sale a la venta dos d¨ªas antes del confinamiento. Consecuencia: yo quedo atrapada en Madrid. Establecemos rutinas. Cada noche yo leo en voz baja hasta que se queda dormida; cuando lo noto en su respiraci¨®n, le doy las buenas noches y cierro la pesta?a. Escribo y leo, tengo insomnio, me duermo a las cinco o a las seis. Repetimos al d¨ªa siguiente.
Se me han ido de las manos los errores, pero ni yo misma puedo culparme: la culpa siempre es de las circunstancias. Si pudiera volver atr¨¢s ser¨ªa una irresponsable; elegir¨ªa mil veces serlo ante la realidad, fruto de la obediencia, que me toca ahora: volver¨ªa con el confinamiento declarado a Par¨ªs antes de que ambos pa¨ªses, a un lado y al otro de la frontera, se pusieran de acuerdo en que la vida iba en serio; saldr¨ªa de mi casa dando la raz¨®n a los epidemi¨®logos, pensando en sus instrucciones y en la necesidad de limitar al m¨ªnimo posible todo desplazamiento; coger¨ªa un avi¨®n, en definitiva, y me quedar¨ªa en un pa¨ªs que no es el m¨ªo (y que ahora, por culpa de alguien, quiz¨¢ lo sea tanto m¨¢s que en el que estoy) lo que durase todo esto.
As¨ª, mientras una cat¨¢strofe se enlaza con otra, la tasa de paro se convierte en la primera relaci¨®n entre dos magnitudes en viajar a la luna, y nuestra civilizaci¨®n bordea temerariamente el fantasma de su predecible colapso, yo gasto estas ¨²ltimas l¨ªneas en repetirte, apenas un mes despu¨¦s de la ¨²ltima vez en que durmi¨¦ramos juntas, que te echo de menos, que tengo tantas ganas de volver a casa, que empiezo a darme cuenta de lo dif¨ªcil y extra?a que es la luz si el sue?o no filtra bien los posos de la cabeza. ?Acaso algo es capaz de ser subjetivamente m¨¢s importante, durante cualquier tragedia, que un drama sentimental?
Elizabeth Duval es escritora. Su primera novela es Reina (Caballo de Troya, 2020).
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