Siete minutos para cada difunto
El cura del cementerio Sur de Madrid celebra m¨¢s de 30 entierros cada d¨ªa
Al escuchar el ruido del motor, el cura se asoma a la puerta de la capilla. El coche f¨²nebre acaba de detenerse en la entrada. Transporta el ata¨²d sellado y herm¨¦tico de una se?ora que ha muerto a los 100 a?os de edad. El padre Jos¨¦ Luis S¨¢enz, encargado de la ¨²ltima oraci¨®n a los difuntos en el cementerio Sur de Madrid, se ajusta la mascarilla y se coloca al cuello la estola morada.
¡ª?Alg¨²n familiar?, le pregunta al conductor.
¡ªNo, creo que ninguno.
¡ªVale. Abra la parte de atr¨¢s.
¡ªTengo entendido que es mejor...
¡ªH¨¢galo, por favor, insiste el capell¨¢n.
El empleado accede. Deja al descubierto una caja sencilla de madera, sin ning¨²n adorno. Es un d¨ªa fr¨ªo y lluvioso de finales de marzo. El padre, alto y encorvado, reza a pleno pulm¨®n. Las gotas de agua le caen por la frente. Pronuncia varias veces con ¨ªmpetu el nombre de la fallecida, que ley¨® en un papel hace un momento. Despu¨¦s, roc¨ªa de agua bendita el ata¨²d.
El proceso es as¨ª de sencillo y sobrio. Desde este momento, ya se puede sepultar el cad¨¢ver de la anciana en uno de los miles de nichos distribuidos en hilera por el cementerio, como edificios de una ciudad en miniatura. No hay m¨¢s tiempo que perder. Detr¨¢s, en fila, aguarda su turno una caravana de carrozas mortuorias. En estos tiempos, los enterradores trabajan sin descanso. El crematorio funciona las 24 horas del d¨ªa.
Los cementerios municipales reciben al d¨ªa 120 cad¨¢veres de media desde el 9 de marzo, seg¨²n datos facilitados por la Empresa Municipal de Servicios Funerarios. Ahora se entierran 40, cuando el a?o pasado, en estas mismas fechas, se sepultaban 20. Las incineraciones tambi¨¦n se han disparado, al pasar de 30 a 70. La mayor¨ªa de los deudos se lleva las cenizas a casa en una urna verde, la que incluye el seguro.
La labor del capell¨¢n tambi¨¦n se ha multiplicado por tres. Esta ma?ana tiene dos folios llenos de nombres. Isabel (83), ?ngel (88), Manuel (81), Manuela (108). Invierte siete minutos en cada responso. Siempre utiliza el mismo discurso, con peque?as variaciones. ¡°En 20 a?os, solo en una o dos ocasiones me he equivocado de nombre. Paso verg¨¹enza. Si me pasa, lo repito bien cuatro veces¡±. En los momentos de descanso se refugia en la parte de atr¨¢s de la capilla, donde lee a Plat¨®n y libros de escatolog¨ªa, la rama de la teolog¨ªa dedicada a la ultratumba. Pero hoy no queda mucho espacio para la lectura. Los muertos llegan en oleadas.
[Fotogaler¨ªa: Un cementerio en tiempo del coronavirus]
La pandemia ha cambiado los h¨¢bitos del rito funerario. Limitar a tres los asistentes, el confinamiento y el miedo al contagio han convertido los entierros, en un acto ¨ªntimo y a veces confuso. Los hay que vienen solos y permanecen en silencio. Los que retransmiten el momento al resto de familiares por videoconferencia. Los que asisten con la boca tapada, guantes y gafas de nataci¨®n. Distanciados dos metros unos de otros. Calados bajo la lluvia, sin compartir paraguas. Sin ni siquiera poder abrir el ata¨²d para cerciorarse. ¡°?Seguro que es mi padre?¡±, pregunta un hijo ante el f¨¦retro de su padre, un exboxeador.
En Espa?a se entierra a toda prisa. Se da sepultura en las 24 o 36 horas inmediatas a la muerte. En otras culturas, el momento se alarga semanas. Sin embargo, desde que el coronavirus ataca a la poblaci¨®n esos tiempos se han estirado. El sistema no estaba preparado para procesar una cantidad tan alta de cad¨¢veres. El desbordamiento de los hospitales, las residencias de ancianos, las funerarias, el Instituto Anat¨®mico, hace que los cuerpos permanezcan en un limbo burocr¨¢tico durante d¨ªas, en ocasiones una semana.
Ese es el caso de Manuel ?lvarez, un p¨²gil peso mosca que lleg¨® a ser campe¨®n de Espa?a en los a?os sesenta. Muri¨® hace siete d¨ªas en la residencia Orcasur. En el certificado consta que falleci¨® de una ¡°infecci¨®n respiratoria¡±. Nadie le hizo el test del virus. Su cad¨¢ver pas¨® cinco d¨ªas en un refrigerador de la empresa funeraria. Sus hijos llamaban tres veces al d¨ªa, angustiados. El expediente se perdi¨® varias veces por el camino. Esta ma?ana llamaron a la familia a las 9.37 para avisarles de que el entierro se celebrar¨ªa a las 12.10. Se vistieron de luto y llegaron puntuales. En la capilla se dieron cuenta de que el ata¨²d que ten¨ªan enfrente no era el de su padre. Tuvieron que esperar una hora m¨¢s a que llegara. Su indignaci¨®n fue en aumento.
El cura Jos¨¦ Luis, sensible a las adversidades, introdujo este giro en su oraci¨®n: ¡°Le llamabais Lolo a vuestro padre. Hab¨¦is vivido siete d¨ªas muy duros. Avatares tan duros que os humillan y necesitan la misericordia de Dios¡±. Al acabar, uno de los hijos fotografi¨® el localizador del nicho. No quer¨ªa perder el rastro de su padre otra vez. Y menos en este laberinto de granito.
Encarna, de 55 a?os, tambi¨¦n entierra hoy a su madre, a los 88. El martes de la semana pasada llev¨® a sus padres al hospital 12 de Octubre. Estaban infectados. Presentaban s¨ªntomas. Por humanidad los colocaron en la misma habitaci¨®n. Ella no pod¨ªa visitarles. Hace dos d¨ªas le avisaron de que su madre hab¨ªa muerto. Se ha encargado de todo el papeleo y de pedirle a los sanitarios que no le digan la verdad a su padre: ¡°Si le avisan de que el amor de su vida muri¨®, ¨¦l tambi¨¦n se dejar¨¢ ir¡±.
Esas son las historias que le encogen el coraz¨®n al cura Jos¨¦ Luis, de 74 a?os, las que le hacen revisar los libros en los que se habla de una vida despu¨¦s de esta. ¡°Dicen que yo soy de riesgo o no s¨¦ qu¨¦. Conf¨ªo en los planes de Dios¡±. No le importa emplearse a fondo en un lugar como el cementerio, un importante foco de infecci¨®n. 102 trabajadores de la funeraria municipal est¨¢n de baja.
Ajeno a los problemas, ¨¦l llena sus oraciones de palabras c¨¢lidas y reconfortantes. Vida eterna. Salvaci¨®n. Para¨ªso. Esperanza. ¡°La resurrecci¨®n es la victoria de Angelines¡±, clama el cura. ¡°Marisa¡±, le corrige un hombre ciego, marido de la fallecida. Marisa, Marisa, Marisa, Marisa, cuela el padre en la oraci¨®n. As¨ª subsana el desliz. El coche f¨²nebre conduce por las calles del cementerio hasta un campo verde repleto de tumbas. En una de ellas descansar¨¢ el cuerpo de Marisa, exsecretaria del cantante Raphael. La cuadrilla no para de ir de un sitio a otro, pero cuando llega el f¨¦retro ya tiene preparado un caballete en el que apoyar la l¨¢pida de granito y unas cuerdas para descender la caja hasta tocar tierra. El hombre ciego, apoyado en el bast¨®n, asiste emocionado a la escena.
Acabada la ma?ana, el padre Jos¨¦ Luis deja a Eduardo Batubenga, cura congole?o, a cargo de las inhumaciones. ?l despacha a partir de esa hora en el crematorio. En una tartera lleva el almuerzo. Bendice los f¨¦retros en la calle, antes de que entren en los hornos. Sin embargo, hoy improvisa en la capilla un acto m¨¢s extenso para una hija muy compungida. Su padre ha muerto, de repente, atacado por el coronavirus. 60 a?os. El cura habla delante del f¨¦retro, que espera en una camilla con ruedas, justo en el quicio de la entrada al quemador.
¡ªAntes de que se cierre la puerta, ruego por su descanso, pero no el de la muerte, sino el eterno que solo Dios puede dar. Ahora s¨ª, voy a cerrar.
La hija se levanta y atranca el mecanismo con un pie:
¡ªVerifique que es mi padre.
¡ªLo es, contesta el cura con calma.
¡ª?Que lo abran!, repite ella.
Jos¨¦ Luis permanece de pie. Sobrio, contenido.
La joven desiste. Antes de irse, grita:
¡ªDios no existe y nunca ha existido.
FOTOGALER?A: Un cementerio en tiempo del coronavirus
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.