Del fuego australiano al infierno chino
La historia de un profesor de Canberra que escap¨® de los incendios junto a su esposa y su hijo y termin¨® confinado en Wuhan
Xiaoyu Lu es un investigador chino de Ciencias Pol¨ªticas en el campus de Canberra de la Universidad Nacional de Australia. A principios de a?o, agobiado por el humo de los incendios que azotaron la capital australiana, decidi¨® tomarse unas vacaciones y viajar a su pa¨ªs de origen con su esposa, de nacionalidad alemana, y su peque?o hijo de tres a?os.
Lleg¨® a China a mediados de enero, sin imaginarse que estaba escapando de un infierno para meterse en otro mucho peor. Ahora Xiaoyu Lu es una de las cerca de 11 millones de personas atrapadas dentro de Wuhan desde que la ciudad se cerr¨® por completo el pasado 23 de enero a causa del brote de coronavirus.
¡°Mi esposa y yo decidimos irnos de Canberra para proteger la salud de nuestro hijo de tres a?os¡±, cuenta Lu. A pesar de que en la propia ciudad el riesgo directo de incendio era bajo, cientos de kil¨®metros a la redonda ard¨ªan, el cielo se hab¨ªa te?ido de rojo y el aire que se respiraba pesaba por el humo y las cenizas que el viento se encargaba de esparcir.
¡°Ya que en enero es verano en Australia y todav¨ªa no empezaban las clases en la universidad, hicimos las maletas y nos tomamos unas vacaciones en Wuhan para visitar a mis padres y aprovechar para celebrar el A?o Nuevo chino en familia¡±, explica por tel¨¦fono Lu.
Cuando aterrizaron en Wuhan el coronavirus ya era noticia, y aunque todav¨ªa no se hab¨ªa declarado la emergencia nacional en China, abundaban las teor¨ªas alarmistas. ¡°Yo no creo en conspiraciones y al principio no usaba mascarilla, porque me parec¨ªa que eso es cosa de viejos paranoicos y de locos. Pero conforme pasaban los d¨ªas y la informaci¨®n llegaba a cuenta gotas a trav¨¦s de redes sociales, conversaciones callejeras o alguna que otra comunicaci¨®n oficial, empez¨¢bamos a intuir las dimensiones de la situaci¨®n¡±, cuenta el acad¨¦mico.
¡°Entonces ced¨ª ante el alarmismo y escrib¨ª a mi universidad pidiendo una extensi¨®n de mis vacaciones. Sal¨ª a comprar mascarillas para mi familia, porque su uso en p¨²blico se convirti¨® en una norma no escrita y se estaban agotando en las farmacias. Desde el 20 de enero las calles eran un collage de manchas blancas, como flores de peral brotando fuera de temporada¡±, relata Lu.
En una conversaci¨®n con un amigo en los d¨ªas siguientes se pregunt¨® si ser¨ªa sensato marcharse de la ciudad. El Gobierno le dio la respuesta cuando el 23 de enero declar¨® la cuarentena en toda la ciudad. Entonces, la vida se paraliz¨®. ¡°La gente se abastec¨ªa en los supermercados y volv¨ªa r¨¢pidamente a casa. Nosotros hicimos inventario de nuestra comida, y calculamos que no nos durar¨ªa m¨¢s de dos semanas. Lo que nos faltaba lo ped¨ªamos a domicilio y los repartidores la dejaban en la entrada del edificio. Solo mi abuela sal¨ªa de casa, insistiendo en que ten¨ªa que pasear al perro, pero eso tambi¨¦n se termin¨® cuando en uno de sus paseos vio a muchos polic¨ªas con mascarillas rojas bloqueando un puente cercano y se asust¨®¡±.
Eso sucedi¨® el 25 de enero, cuando las autoridades locales comenzaron a aplicar medidas m¨¢s dr¨¢sticas. ¡°Es como una guerra. Los diferentes barrios han sido aislados, la polic¨ªa y el Ej¨¦rcito han bloqueado las principales v¨ªas con furgonetas y sacos de arena y miles de doctores y enfermeros llegan cada d¨ªa para ayudar a combatir el virus¡±, comenta Lu en un tono calmado que contrasta con la gravedad de su relato.
?En esas condiciones, de nuevo la salud de su hijo se convirti¨® en prioridad, y una vez m¨¢s los Gobiernos respondieron antes de que la familia pudiera tomar una decisi¨®n propia. ¡°Como mi esposa y mi hijo son ciudadanos alemanes fueron evacuados en un vuelo directo a Frankfurt el primero de febrero¡±, explica Lu con una mezcla de alivio y resignaci¨®n. En ese vuelo iba otra centena de b¨¢varos, dos de los cuales portaban el virus. El profesor se ha quedado en Wuhan con sus padres. ¡°Estamos en una prisi¨®n, vigilados por carceleros invisibles, cumpliendo una sentencia indefinida¡±, reflexiona.
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