Las batallas del exmarine que sufri¨® abusos sexuales en un internado religioso en Zamora
El estadounidense Jos¨¦ Luis Pereda relata que fue v¨ªctima de pederastia en un colegio zamorano de los claretianos. Combati¨® en Irak y Somalia y las secuelas de esas guerras enterraron durante d¨¦cadas los recuerdos de la violencia que vivi¨® de ni?o
Jos¨¦ Luis Pereda fue marine de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos durante 13 a?os. Entre 1990 y 2003 particip¨® en tres guerras: la del Golfo, la de Somalia y la de Irak. Insiste mucho en el switch del soldado: ese interruptor interno que los enlistados en el ej¨¦rcito encienden para convertirse en un ¡°arma letal¡± y que luego, tras sus a?os de servicio, deben lograr apagar para reintegrarse de nuevo en la sociedad. Pereda se considera una persona seria y con un car¨¢cter que puede, incluso, llegar a ser violento. ¡°Para m¨ª, cualquier fricci¨®n o desacuerdo con alguien puede convertirse en una puta batalla¡±, dice. Siempre ha atribuido esa actitud al entrenamiento al que fue sometido y a las secuelas que le dejaron tantos a?os en el Cuerpo. Sufre, de hecho, un trastorno de estr¨¦s postraum¨¢tico ¡°cr¨®nico¡±, producto de la crudeza que vivi¨® en el campo de batalla y que le llev¨® a necesitar terapia.
Ahora, despu¨¦s de dos d¨¦cadas bajando a los infiernos de la guerra, este exmarine de 55 a?os piensa que esos brotes de ira vienen de mucho antes, de su infancia. En concreto, de cuando ten¨ªa nueve a?os y estuvo interno en el colegio Coraz¨®n de Mar¨ªa de los claretianos en Zamora. Pereda narra que all¨ª el padre F¨¦lix abus¨® sexual y f¨ªsicamente de ¨¦l durante los cursos acad¨¦micos de 1976 y 1978.
Unos recuerdos que, cuenta, ha mantenido enterrados durante casi cinco d¨¦cadas. Hasta que el pasado diciembre, despu¨¦s de enterarse de que EL PA?S estaba llevando a cabo una investigaci¨®n sobre la pederastia en la Iglesia espa?ola, decidi¨® enviar una carta al diario. Meses despu¨¦s, en abril, pudo contarlo por primera vez en voz alta. En la primera conversaci¨®n con este peri¨®dico, tuvo una autorrevelaci¨®n: ¡°He lidiado con mi trastorno de estr¨¦s postraum¨¢tico de la guerra, pero los problemas de mi infancia no los he tratado. Y esa ira ha seguido viva, sin control. No se ha curado adecuadamente¡±. Y se defini¨®: ¡°Soy un veterano de guerra, v¨ªctima de un trastorno de estr¨¦s postraum¨¢tico y sobreviviente de pederastia en la Iglesia¡±. Su historia est¨¢ recogida en un segundo informe sobre pederastia en la Iglesia espa?ola que EL PA?S entreg¨® en junio a la Conferencia Episcopal Espa?ola (CEE) con 278 nuevos testimonios y 244 acusados ¡ª44 de ellos ya hab¨ªan sido denunciados anteriormente por otras v¨ªctimas¡ª.
Como muchas v¨ªctimas de abusos, Pereda sufri¨® en silencio su tormento: ¡°Pensaba que si se lo contaba a alguien me dir¨ªan que yo me lo hab¨ªa buscado¡±. Dice que no quer¨ªa pensar en ello porque cre¨ªa que si lo recordaba, llegar¨ªa a la conclusi¨®n de que hab¨ªa sido su culpa. Sepult¨® aquellos episodios y admite que para ¨¦l era como si los recuerdos de aquel ni?o de nueve a?os pertenecieran a otra persona. Pero ahora es consciente de que no, de que son suyos. Estaban conservados intactos, n¨ªtidos y v¨ªvidos, en un rinc¨®n de su memoria. ¡°Es como si esos a?os se quedaran congelados en el tiempo¡±, reflexiona. Cuando habla de los abusos y de su vida en Zamora, cambia del ingl¨¦s al castellano. Tarda solo unos minutos en encontrar las palabras en espa?ol, pero en cuanto coge el ritmo se lanza a contarlo todo.
Pereda naci¨® en Nueva York en 1967, pero cuando ten¨ªa siete a?os su padre, de origen espa?ol, llev¨® a la familia a Zamora. All¨ª se matricul¨® en el colegio Coraz¨®n de Mar¨ªa dirigido por los claretianos. Con su padre enfermo y separado, Pereda y sus dos hermanos acabaron en 1976 residiendo en el internado del centro, incluidas las vacaciones veraniegas, cuando la mayor¨ªa de los ni?os regresaban con sus familias.
Ese verano, recuerda Pereda, comenzaron los abusos sexuales. ¡°Un d¨ªa, mi hermano peque?o y yo nos levantamos temprano y fuimos a pasear por el colegio. Cuando volv¨ªamos a los dormitorios nos cruzamos con el padre F¨¦lix¡±, narra. Lo saludaron, pero el religioso ¡°explot¨®¡±: ¡°Me empez¨® a pegar y me dijo que fuera a su despacho¡±, contin¨²a. Su hermano, a?ade, logr¨® zafarse, pero el padre F¨¦lix continu¨® golpeando a Pereda. Una vez en la oficina del acusado, describe, este le pidi¨® que se bajara los pantalones y la ropa interior: ¡°Yo no paraba de llorar, hice lo que me ped¨ªa bajo la amenaza de m¨¢s bofetadas. Entonces, me agarr¨® el pene y me sacudi¨® al mismo tiempo que trataba de golpearme¡±, cuenta.
Las agresiones se repitieron ¡°al menos media docena de veces¡±, hasta que Pereda sali¨® del colegio en 1978. ¡°En otra ocasi¨®n abus¨® de m¨ª en una peque?a oficina que ten¨ªa en las escaleras del dormitorio, que usaba para hacer anuncios por megafon¨ªa¡±, relata. ¡°Esa vez us¨® una de las palas que us¨¢bamos para jugar al front¨®n. No intent¨® penetrarme con ella, ser¨ªa imposible, pero s¨ª para tocarme las partes ¨ªntimas. La empujaba con fuerza contra mi entrepierna o mi ano, dependiendo de la direcci¨®n en la que quer¨ªa que mirara¡±, narra. Si Pereda intentaba resistir a los abusos, el acusado ¡°se enfurec¨ªa¡± y lo golpeaba ¡°con tanta fuerza que muchas veces perd¨ªa el equilibrio¡±. ¡°Me hac¨ªa ponerme ah¨ª desnudo, expuesto, humillado. Empezaba a pegarme y luego a agarrarme. Yo era solo un chaval, y ¨¦l era un bruto¡±, recuerda.
Pereda no recuerda el apellido del padre F¨¦lix, pero s¨ª su cara. Lo reconoci¨® en un v¨ªdeo escolar de los a?os setenta que encontr¨® en internet. Seg¨²n ha comprobado este diario, en un grupo de Facebook de antiguos alumnos del centro claretiano, otro exalumno tambi¨¦n identific¨® en una publicaci¨®n al acusado como el padre F¨¦lix, apodado Cruyff por su posible parecido al jugador y entregador de f¨²tbol Johan Cruyff. El padre F¨¦lix era el prefecto de disciplina del colegio claretiano, seg¨²n Pereda. Tras recibir una llamada de este peri¨®dico, un portavoz de la provincia de Santiago de los Misioneros Claretianos se ha puesto a disposici¨®n de la v¨ªctima y ha asegurado que la orden est¨¢ investigando este caso, al igual que los otros 14 que EL PA?S le ha remitido hasta la fecha. Tambi¨¦n ha confirmado que en Zamora, en los a?os setenta, hab¨ªa dos claretianos llamados F¨¦lix. No obstante, no ha especificado el apellido del religioso al que Pereda acusa, aunque ha garantizado que la congregaci¨®n est¨¢ recabando los datos necesarios para identificarlo.
La guerra: una salida al recuerdo de los abusos
Es la ma?ana de un viernes a finales de abril en Williamsburg, un barrio de Brooklyn situado en la falda del R¨ªo Este de Nueva York, desde donde mejor se admira la silueta de Manhattan. Corre un viento feroz. Una de esas ¨²ltimas r¨¢fagas antes de que la primavera neoyorquina d¨¦ paso por fin al verano. Esas que dificultan caminar, hablar, ver. Pereda, por su parte, parece inquebrantable: mide casi dos metros y se mantiene firme, serio. Es la primera vez que habla cara a cara con una persona sobre su historia de abusos. Durante un paseo por su barrio, cuenta que Nueva York es una ciudad muy agresiva, incluso violenta. Pero es su hogar. Ha visitado 55 pa¨ªses y vivido en 16, pero siempre acaba de vuelta aqu¨ª.
Despu¨¦s de salir del internado de los claretianos, Pereda continu¨® sus estudios en escuelas p¨²blicas. Estudi¨® filolog¨ªa hisp¨¢nica en la Universidad de Valladolid, y al acabar el grado volvi¨® a Estados Unidos, en 1989. Sin saber muy bien qu¨¦ hacer con su vida, sigui¨® los pasos de su hermano mayor, que entonces estaba en la Armada estadounidense. En su caso, Pereda eligi¨® los Marines. Nada m¨¢s entrar, en 1990, fue seleccionado para la unidad especial de reconocimiento, considerada una fuerza de ¨¦lite dentro de los Marines. Dicho de manera sencilla, la misi¨®n de un marine de reconocimiento es penetrar las l¨ªneas del enemigo y obtener informaci¨®n secreta. Para ello, pas¨® por muchos entrenamientos y especializaciones, incluyendo torturas como la falta prolongada de comida y la pr¨¢ctica conocida como el submarino mojado, que consiste en inmovilizar a una persona bocarriba sobre una tabla, cubrirle la cara con un pa?o y verterle agua en la boca y nariz para generar la sensaci¨®n de ahogamiento. ¡°Ahora que lo pienso, creo que estaba obsesionado con aprender estas t¨¦cnicas de supervivencia debido al trauma que ten¨ªa de mi infancia¡±, confiesa.
Pereda describe al ej¨¦rcito como ¡°una ilusi¨®n¡±. Dentro de ese espejismo, explica, ¡°te obligan a olvidar todo lo que el mundo de los civiles te ha ense?ado y a reprimir esa parte de tu vida¡±. En su caso, se produjo una ruptura entre la persona que era antes de ingresar en las fuerzas armadas y la persona en la que se convirti¨® al alistarse. ¡°El ej¨¦rcito me transform¨® completamente, me dio un nuevo prop¨®sito¡±, dice. A gran escala, su nuevo objetivo era servir a su pa¨ªs. A peque?a escala, sobrevivir, ya fuera al cruzar el r¨ªo del Estado de Colorado en un entrenamiento militar o al tomar el control de una f¨¢brica de cigarrillos durante la invasi¨®n de Irak en 2001. Y en situaciones como estas, no ten¨ªa tiempo para recordar el pasado. Se fue alejando cada vez m¨¢s de ¨¦l. ¡°Para m¨ª, los Marines fueron una distracci¨®n. Aprend¨ª a compartimentar mi trauma, creo que eso me salv¨®¡±, reconoce.
¡°Adem¨¢s, viv¨ª peores traumas durante mi carrera militar¡±, a?ade. Pereda asegura que no puede detallar nada de lo que hizo o vio durante su tiempo en ej¨¦rcito hasta que se cumplan 20 a?os desde que haya abandonado su puesto, es decir, hasta septiembre de 2023. No obstante, admite que los horrores de las guerras en las que particip¨® lo persiguen a d¨ªa de hoy. Dej¨® los marines en 2003, y desde entonces, todas las noches se traslada de vuelta al campo de batalla: ¡°En mis sue?os siempre acabo de vuelta en mi uniforme, como si siguiera all¨ª¡±.
¡°Mi trastorno de estr¨¦s postraum¨¢tico es cr¨®nico, siempre est¨¢ presente¡±, lamenta. Ha ido dos veces a terapia para lidiar con ¨¦l. La primera vez fue justo despu¨¦s de dejar el ej¨¦rcito. Recuerda que solo fue a una sesi¨®n. Le recetaron antidepresivos y nunca volvi¨®. Pas¨® un decenio hasta que lo intent¨® de nuevo. Esta vez cal¨® y estuvo yendo durante un a?o, tanto a terapia en grupo para veteranos como a sesiones individuales. Teme constantemente c¨®mo reaccionar¨¢ ante una situaci¨®n conflictiva o tensa. ¡°Alguien como yo, que ha pasado por el tipo de entrenamiento militar por el que yo he pasado, puede ser un peligro. Lo que somos capaces de hacer no deber¨ªa salir a la superficie. Es letal y podr¨ªa acabar lastimando a alguien¡±, admite. En su d¨ªa a d¨ªa, intenta evadir lugares en los que se pueda cruzar con gente que lo provoque, como en el metro de Nueva York.
¡ª?Cree que al enfrentarte a las secuelas del ej¨¦rcito, ha eludido procesar y lidiar con el trauma de los abusos que sufri¨® durante su ni?ez?
¡ªLo que ocurre con un trastorno de estr¨¦s postraum¨¢tico derivado de la guerra es que entierra cualquier otro tipo de trauma que tuvieses antes. Es ahora que he podido reflexionar sobre los abusos.
Pereda est¨¢ convencido de que los ¡°demonios¡± con los que ha cargado todos estos a?os le han costado cinco matrimonios. ¡°En mis relaciones siempre fui arrogante, ego¨ªsta. Mis problemas vienen de este trauma que tengo, y no solo del ej¨¦rcito, no. Tengo que remontarme a mi infancia para entenderlo¡±.
Si conoce alg¨²n caso de abusos sexuales que no haya visto la luz, escr¨ªbanos con su denuncia a abusos@elpais.es. Si es un caso en Am¨¦rica Latina, escr¨ªbanos a abusosamerica@elpais.es.
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