Llegar a los 100 a?os y contarlo
En Espa?a hay cerca de 20.000 centenarios, en 2072 podr¨ªan rozar los 227.000
Veinti¨²n escalones de madera separan a Consuelo Jim¨¦nez de la calle. Ella, que vive en Araia (?lava), no le da ninguna importancia. Los sube y los baja ¡°despacio¡±, con la ¨²nica ayuda del pasamanos. No tendr¨ªa nada de particular si no fuera porque esta mujer menuda carga 100 a?os a sus espaldas. ¡°Recuerdo cuando era peque?a, que correteaba por aqu¨ª y mi abuela me dec¨ªa ¡®?Ay, qu¨¦ envidia me das, c¨®mo corres!¡¯. Ahora yo digo lo mismo¡±, se r¨ªe. Desde aquellos tiempos hasta ahora se ha gestado una revoluci¨®n demogr¨¢fica en Espa?a. La esperanza de vida ha ido escalando, ser centenario ser¨¢ cada vez menos excepcional. La cordobesa Rafaela Tena tiene 101 y puntualiza que le han ca¨ªdo mal, con lo bien que le hab¨ªan sentado los 100. La ciudadreale?a Milagros Ruiz-Olmo ha cumplido los 103 y, aunque a veces en la memoria bailen datos, leer sigue siendo su pasatiempo favorito. Las tres cuentan c¨®mo es la vida cuando los a?os suman un siglo.
Estas tres mujeres viven en su casa con ayuda de cuidadoras que han contratado. Las rutinas son diferentes a las que ten¨ªan hace no tanto, cuando a Consuelo le sobraba fuerza para preparar ella sola la masa de las rosquillas, Rafaela se ba?aba en la piscina y Milagros arreglaba las flores de su patio. Las tres dicen que no se siente nada especial cuando la edad acumula tres d¨ªgitos, m¨¢s que la alegr¨ªa de seguir aqu¨ª, con los que quedan de los suyos, un siglo despu¨¦s. En enero hab¨ªa 19.930 centenarios en Espa?a, m¨¢s de tres cuartas partes son mujeres. Una cifra que seguir¨¢ escalando y podr¨ªa rozar, dentro de 50 a?os, los 227.000, seg¨²n las proyecciones del Instituto Nacional de Estad¨ªstica. M¨¢s que la poblaci¨®n actual de ciudades como Badalona u Oviedo.
Hay cifras del INE que hablan solas. En 1900, la esperanza de vida al nacer no llegaba a los 35 a?os. En 2021 alcanz¨® los 83,07. El primer paso que tuvieron que dar los actuales centenarios fue ¡°no morirse cuando eran ni?os¡±, apunta el dem¨®grafo del CSIC Julio P¨¦rez D¨ªaz. ¡°De las generaciones nacidas en 1900, uno de cada cinco fallec¨ªa antes de cumplir un a?o, la mitad no superaba los 15¡å. Es una revoluci¨®n, dice, que muchas veces no se tiene demasiado en cuenta. ¡°Por primera vez en la historia humana todos los que nacen lo hacen con la perspectiva de llegar a la vejez, la edad media en el mundo supera los 70 a?os¡±. Afirma que es dif¨ªcil establecer comparaciones entre pa¨ªses, porque muchas veces los datos son fr¨¢giles. Pero es indiscutible que Espa?a tiene una de las mayores esperanzas de vida del mundo. Aunque no una mayor proporci¨®n de centenarios. Eso llegar¨¢ m¨¢s adelante. Porque los que viven ahora ¡°son unos aut¨¦nticos supervivientes¡±.
La longevidad extraordinaria de estos ¡°pioneros¡±, como les llama el dem¨®grafo, es objeto de an¨¢lisis cient¨ªfico. Ander Matheu, responsable del grupo de Oncolog¨ªa Celular en Biodonostia, acreditado por el Instituto de Salud Carlos III, cuenta que los centenarios ¡°no solo viven mucho, sino adem¨¢s muy bien, con pocas enfermedades¡±. Han vivido de forma independiente la mayor parte del tiempo. Su equipo realiza un estudio sobre longevidad en el Pa¨ªs Vasco. Matheu explica que la literatura cient¨ªfica permite identificar dos factores clave: el entorno y la gen¨¦tica. ¡°Hay cinco zonas en el mundo donde se ha descrito mayor incidencia de centenarios, en Okinawa (Jap¨®n), Icaria (Grecia), Nicoya (Costa Rica), Loma Linda (California) y Cerde?a (Italia). Tienen determinados h¨¢bitos de vida, como comer moderado y sano o tener poco estr¨¦s. Son gente en general muy optimista, con entornos sociales claramente establecidos. Y tambi¨¦n se han detectado determinados patrones gen¨¦ticos¡±.
Ninguna de las tres centenarias de esta historia parece darle demasiada importancia al n¨²mero 100. Sobre c¨®mo se vive con m¨¢s de un siglo, cada una hace lo que puede. La vida va m¨¢s lenta, pero ellas siguen exprimi¨¦ndola.
Consuelo Jim¨¦nez
100 a?os.
¡°Yo no tengo tiempo de aburrirme¡±
¡°Lo que soy es muy lenta comiendo. Yo creo que me he acostumbrado a servirles a todos y luego yo quedarme tranquila la ¨²ltima¡±. Consuelo Jim¨¦nez toma un plato de borrajas, las ha limpiado ella misma, y las acompa?a con un vaso de mosto al que le ha servido un poco de agua.
Vive en Araia, el principal n¨²cleo de poblaci¨®n de Asparrena, un municipio alav¨¦s de unos 1.600 habitantes, donde se cas¨® y crio a cinco hijos que, a su vez, fueron padres. Pero a¨²n no es bisabuela. ¡°Con las ganas que tengo de tener un bisnieto¡±, se queja amarga al lado de una de sus nietas, Maite, que la acompa?a esa ma?ana en la cocina de casa. Est¨¢n haciendo rosquillas. Todo un acontecimiento porque hac¨ªa tiempo que Consuelo no se animaba. Hace a?os, las preparaba todas las semanas. Tiene una sart¨¦n espec¨ªfica para ello, ya quemada, y un palo de madera que le prepar¨® su marido para que pudiera sacarlas del fuego sin problema. Con sus manos y mu?ecas fin¨ªsimas, amasa los churros uno a uno y los va colocando sobre una bandeja. El olor recorre los rincones de la casa invitando a probarlas. Saben como huelen. Aunque ella nunca las toma. Las hace para su familia. ¡°?Un plato de rosquillas con un solo huevo!¡±, presume, ¡°claro, como viv¨ª los a?os del hambre¡±, vuelve a re¨ªr.
La entrevista es una ma?ana de jueves, apenas unos d¨ªas antes de que una hija de Consuelo, que estaba enferma, falleciera. Es lo ¨²nico que entristece a esta centenaria ese d¨ªa en el que recuerda su vida y la celebraci¨®n de sus cien a?os junto a su nieta Maite, que naci¨® el mismo d¨ªa que ella, el 3 de agosto. ¡°A ver si ella tiene tanta suerte como yo en todo¡±, le desea. ¡°Total, los ceros dicen que no valen nada, son dos ceros y un uno por delante, as¨ª que a ver¡±. Suelta otra carcajada en el acto. Cuenta que al cumplirlos no se siente nada especial. Est¨¢ ¡°orgullosa¡±, porque se encuentra muy bien. ¡°La cabeza no se ha movido de su sitio, hombre, de muchas cosas no te acuerdas, pero vamos, bien¡±. De los cinco hermanos que eran quedan dos. La mayor es ella, la peque?a tiene demencia.
Consuelo enviud¨® y sigui¨® viviendo en la casa en la que ha vivido toda la vida, desde que con cuatro a?os dej¨® Ausejo, el pueblo riojano que la vio nacer, y su familia se mud¨® a Araia y puso una tienda de alimentaci¨®n y un bar. ¡°Hac¨ªamos venta ambulante e ¨ªbamos por los pueblos, luego mi hermano se qued¨® con el negocio¡±. Ella se cas¨®. Muestra una foto suya con su marido, F¨¦lix, con el que lleg¨® a cumplir las bodas de oro. En la imagen, Consuelo tiene el dedo en alto. ¡°No le gustaba hacerse fotos y le estaba diciendo que se quedara quieto¡±. Durante la pandemia estuvo qued¨¢ndose con sus hijas, pero ahora ha regresado a casa gracias a la ayuda de F¨¢tima, una cuidadora que vive con ella y que recalca lo aut¨®noma que es.
¡°Mucho me ha gustado bailar en mis tiempos¡±. A su marido lo conoci¨® en el casino, cuando la invit¨® a bailar y ella mand¨® a una amiga de emisaria, a comprobar qu¨¦ tal se le daba al hombre. ¡°Soy un poco bruja¡±, vuelve a re¨ªr. En el pueblo es la sensaci¨®n, lo comentan en la tienda y en la peluquer¨ªa, donde se quita el aud¨ªfono y se desconecta durante un rato. ¡°Lo que peor tengo es el o¨ªdo¡±. Las vecinas cuentan que en las ¨²ltimas fiestas estuvo bailando rancheras. Ah¨ª queda eso.
¡ª?Cu¨¢l es el secreto para vivir 100 a?os?
¡ªOye pues trabajar, porque si te quedas as¨ª, sin m¨¢s, te apagas. Te quedas atontada y ya nada.
Dice que se ve bien. ¡°No tengo dolores, puedes tener alg¨²n d¨ªa malo, pero estoy con una salud envidiable, con mis a?os. Hago lo que puedo, ya no hago m¨¢s que punto o ganchillo, leer el peri¨®dico, eso es lo que hago¡±. Dice que se levanta sobre las diez de la ma?ana, o diez y media, porque se acuesta tarde. ¡°Por la noche no tengo prisa¡±. ¡°Me levanto, me preparo, igual doy unas vueltecicas por aqu¨ª [se?ala al huerto, al que se sale a trav¨¦s de la cocina], voy [con F¨¢tima] a por el peri¨®dico, y luego ya por aqu¨ª¡±.
En la tienda compra media barra de pan y el Diario de Noticias de ?lava. Hay una monta?a de peri¨®dicos apilados en la estanter¨ªa, y libros, porque a su marido le encantaba leer. Ella lo hace sin gafas. ¡°Las tengo ah¨ª, pero me estorban, porque enhebro muy bien la aguja de la m¨¢quina de coser, que no es tan f¨¢cil¡±, presume. Poner Saber y ganar tambi¨¦n forma parte de la rutina, un dibujo de uno de sus siete nietos, el m¨¢s peque?o, la muestra junto al televisor viendo el programa. Pero, sobre todo, le encanta coser. Ahora est¨¢ haciendo unos calcetines grises, ¡°hay que cuidar a los yernos¡±, y tambi¨¦n hace puntillas de ganchillo para las toallas. ¡°Yo no tengo tiempo de aburrirme¡±.
Milagros Ruiz-Olmo
103 a?os.
¡°No tengo nada, m¨¢s que a?os¡±
En el sal¨®n hay m¨¢s de 200 a?os sentados unos frente a otros. A la izquierda, Milagros Ruiz-Olmo Valencia, con 103. A la derecha, su hermana Petra, que tiene 98. Cada una, en un sill¨®n estampado, y una mesa en el centro. Viven en Calzada de Calatrava, un pueblo manchego de unos 3.600 vecinos. Otra hermana muri¨® con 102. La longevidad de esta familia es digna de estudio. Solo se escucha, de fondo, el ruido de la lavadora que ha puesto Estrella, la mujer que acude por las ma?anas para atenderlas y que va por las noches a dejarlas acostadas. Milagros siempre fue muy reservada con su edad. ¡°Ahora ya me da lo mismo¡±. Los tres d¨ªgitos son como para presumir. ¡°Adem¨¢s, estoy muy bien, no me duele nada ni tengo nada¡±, sigue. ¡°Se ve de otra forma la vida, por supuesto, pero t¨² no te das cuenta, ?sabes? Vas viviendo y lo vas viendo, y ya est¨¢, y no te das cuenta de que [la vida] est¨¢ cambiando¡±.
Pero cambia. ¡°Ya no puedes ocuparte de tu casa, de tus cosas¡±. Desde hace unos a?os vive con su hermana, para que se hagan compa?¨ªa, y Estrella pueda cuidarlas a ambas. Sus hijos no residen en Calzada, la mayor¨ªa lo hace en Madrid, donde ellas pasaron gran parte de su vida. Milagros ya no cose, y antes s¨ª pod¨ªa, tanto que tuvo una f¨¢brica de bolsos, primero con sus hermanos y despu¨¦s con su marido, que tambi¨¦n trabaj¨® toda su vida para el Ayuntamiento de la capital. Siempre fue muy casera, pero ahora cada vez sale menos. ¡°No puedo andar mucho. El andador est¨¢ ah¨ª, pero lo uso poco, no me gusta¡±, se r¨ªe.
Milagros y Petra hablan, aunque tienen que repreguntar muchas veces para escucharse bien. ¡°Tenemos una casa a cinco kil¨®metros de aqu¨ª¡±, dice la primera. ¡°?Qu¨¦?¡±, replica Petra. ¡°El cortijo¡±, sigue Milagros, y a?ade: ¡°Vamos a comer los domingos muchas veces y es muy agradable¡±, van cuando los hijos van a visitarlas. Unas flores que ha llevado ese fin de semana Cari, la hija de Milagros, siguen alegrando la estancia, al lado de la tele.
Junto al aparato descansa Los aires dif¨ªciles, de Almudena Grandes. A Milagros le encanta esta autora y siempre busca sus obras. Demuestra c¨®mo lee sin gafas. ¡°Mi hijo me saca los libros de la biblioteca. Yo leo mucho, no tengo otra cosa que hacer¡±. Sus manos algo temblorosas se han llevado hace poco un taz¨®n de caf¨¦ con leche a la boca, justo antes de tomarse sus pastillas. ¡°Tomo para la circulaci¨®n, pero nada de particular.¡± Su hermana est¨¢ algo peor. ¡°Tengo un dolor de cabeza desde que me levanto hasta que me acuesto¡±, explica Petra, apesadumbrada.
Milagros sigue cuid¨¢ndose mucho. Por las ma?anas, un espejo es su mejor compa?ero. Se peina, se echa crema en la cara. ¡°Pienso que todas las personas lo hacen¡±. Ejercita las piernas gracias a una pedalina. Cuenta que las horas pasan lentas. ¡°Es pesadillo¡±, a veces se aburre. Hasta el mediod¨ªa no encienden la tele, y luego Telecinco las acompa?a toda la tarde.
A Milagros se le ilumina la cara al recordar su 103 cumplea?os, con toda la familia junta. Cuenta que de la pandemia no se enter¨®. Enseguida Estrella matiza que su hijo estuvo all¨ª en febrero de 2020, con lo que cre¨ªan que era un constipado, y que acab¨® ingresado en el hospital, aunque evolucion¨® bien. Pese a ello, ninguna se contagi¨® de covid.
Hay cosas que se olvidan. Otras siguen grabadas a fuego. ¡°De la guerra me acuerdo perfectamente. Nosotros vivimos la nuestra, luego la guerra mundial y ahora esta [la de Ucrania], tres guerras nos han tocado¡±. Petra y ella tuvieron que viajar a Madrid en 1937 en un vag¨®n para ganado, despu¨¦s de que su padre falleciera. Eran nueve hermanos, su madre hab¨ªa muerto embarazada del d¨¦cimo hijo mucho antes. Cuando las cosas se pusieron mal en Madrid, les toc¨® volver al pueblo, y luego regresaron a la capital. All¨ª Milagros fue ¡°se?orita de compa?¨ªa de una marquesa¡±, sus cu?ados se exiliaron a Argelia. Petra rememora con horror la posguerra: ¡°Se pas¨® muy mal. Yo vi a un chico joven coger una c¨¢scara de pl¨¢tano que estaba en el suelo y com¨¦rsela¡±. Por ello, porque recuerdan lo que fue aquello, Milagros cree que con la guerra de Ucrania ¡°algo nos tocar¨¢¡±.
Ambas llevan ahora una vida sencilla, apegadas a la familia. Una sobrina de 91 a?os las llama por tel¨¦fono para saludar. Acuerdan que se llamar¨¢n luego. Milagros insiste en que ella est¨¢ estupendamente. ¡°No tengo nada, nada m¨¢s que a?os, eso s¨ª. Mientras sean as¨ª, buenos¡¡±
Rafaela Tena
101 a?os.
¡°Dios me est¨¢ bendiciendo, no he perdido memoria¡±
El tel¨¦fono suena. Saluda y al poco se la oye decir que muchas gracias y cuenta lo bien que lo pasaron el d¨ªa anterior, ¡°no falt¨® nadie¡±. Al cortar apunta el nombre en un trozo de papel que va qued¨¢ndose ya sin espacio. La lista de quien la ha felicitado por San Rafael crece aun al d¨ªa siguiente de la onom¨¢stica. Su santo es para ella m¨¢s importante que el cumplea?os, y este a?o Rafaela Tena Ant¨®n lo ha celebrado por primera vez desde la pandemia. No fue en un bar, como sol¨ªa ser, pero la familia se dividi¨® en dos tandas para acompa?ar a Tati, como la llaman todos despu¨¦s de que ¡°un sobrinillo que no sab¨ªa decir Rafi¡± la bautizara as¨ª. Comparti¨® casa toda la vida con dos hermanas y las conoc¨ªan como las tres t¨ªas o las tres titas. Las consentidoras. ¡°Ahora solo quedo yo¡±. La ¨²ltima t¨ªa de ¡°m¨¢s de 60 sobrinos¡±. A los 10 hijos de sus hermanos se suman a su vez los hijos de estos y sus nietos. ¡°Requetesobrinos¡±, r¨ªe ella.
Su casa, en C¨®rdoba, da fe de que los une una relaci¨®n especial, decenas de fotos lo atestiguan. Su rinc¨®n favorito est¨¢ ocupado por tres sillones de orejas alrededor de una mesa camilla. Rafaela se sienta en el centro, con una blusa blanca con el cuello bordado, resplandeciente. All¨ª se pasa los d¨ªas, junto a una bendici¨®n del papa Francisco por sus 100 a?os colgada en la pared. La luz que entra por la ventana inunda la estancia y un andador vigila aparcado a un lado, dispuesto a prestar servicio. Es mucho m¨¢s de lo que esperaba el doctor hace a?os, cuando se rompi¨® la cadera y le advirti¨® de que no volver¨ªa a andar. ?Ja! Menuda es ella. Hasta hace unos meses daba sin ayuda un paseo hasta la plaza de las Tendillas. Pero este verano empez¨® a sentirse muy cansada y fue al m¨¦dico. ¡°Me hicieron cuatro electros y ten¨ªa el coraz¨®n dislocado, me ingresaron y ah¨ª cog¨ª este catarro¡±, explica se?alando unos aerosoles sobre la mesa, al lado de unos nardos. Le encantan las flores. ¡°Hasta los cien llegu¨¦ muy bien, pero los 101 me sentaron muy mal¡±. Ahora los pasos son cortos. Pero el paseo diario no falla, aunque vaya sentada en vez de andando y alg¨²n familiar o Mar¨ªa, la cuidadora que vive con ella desde hace unos meses, empuje la silla de ruedas.
Nunca imagin¨® que iba a ir ya camino de los 102, aunque su hermana Mar¨ªa ¡°muri¨® con ciento y medio¡±. Marta, una sobrina nieta, explica que una de sus frases es: ¡°Ay, si yo tuviera 20 a?os menos¡±. ?Ay, si tuviera 81! ¡°Yo cavaba la tierra en la casa que tenemos en la aldea¡±, apostilla Rafaela. ¡°Para m¨ª todas las edades han sido como 20¡å. Hace apenas unos a?os iba a comer churros ¡°todos los d¨ªas¡±. ¡°Luego me tomaba un vaso de agua con lim¨®n para que rebajara, y ya no cenaba¡±. Ahora va de cuando en cuando. ¡°El a?o pasado tard¨¦ y me dijeron: ¡®Ah, ?pero no se ha muerto usted?¡¯ No, todav¨ªa estoy viva¡±, vuelve a re¨ªr al recordarlo. ¡°Menos trabajar hago de todo, y ya he trabajado bastante¡±. Su primer sueldo fueron 116 pesetas, como auxiliar de secretar¨ªa. La jubilaci¨®n queda ya muy atr¨¢s.
¡°Dios me est¨¢ bendiciendo por todos lados. No he perdido la memoria¡±. Todos los d¨ªas le da gracias. ¡°Por las ma?anas rezo el rosario mientras estoy desayunando, oigo la misa, me doy un pase¨ªto y leo los evangelios¡±. Despu¨¦s almuerza, con una peque?a copa de vino. ¡°Me duermo la siesta en la hamaca [una butaca que trajo del pueblo y tambi¨¦n tiene en el sal¨®n] y por la tarde veo una novelilla¡±. Lo peor son las noches. ¡°Duermo muy poco, dos horas y media y nada m¨¢s. Me tomo una pastilla para dormir¡±. Dice que ella es ¡°muy dura¡±: ¡°Aguanto y aguanto y aguanto, y cuando viene Mar¨ªa [por las ma?anas] parece que viene Dios. Ya me pone bien puesta, me sube un poquito para arriba, porque claro, como estoy tendida, me escurro. Le digo que me d¨¦ un masaje en el pie, que me duele horrores¡ A m¨ª la cama se me hace interminable. Estoy deseando levantarme¡±.
Ah¨ª vuelve toda su energ¨ªa. Dice que algunas veces cierra los ojos y empieza a recordar. ¡°Fulanito se fue, y el otro se fue, y el otro, y yo, que no hago nada en este mundo, todav¨ªa estoy aqu¨ª¡±. Rafaela afirma que sufr¨ªa m¨¢s cuando se mor¨ªa alguien que si lo hubiera hecho ella misma. A su padre, un hermano y el marido de su hermana los mataron durante la guerra unos milicianos del bando republicano. ¡°Mi padre nos hac¨ªa una foto todos los a?os. Como nos echaron de la casa [durante la guerra], rescatamos solo una [imagen]¡±, dice mientras la ense?a. ¡°Aqu¨ª estamos la familia entera¡±. Sus padres y los ocho hijos.
Con todo, se queda con lo bonita que ha sido su vida. ¡°[Ha sido] muy mala, muy mala, pero muy bonita tambi¨¦n¡±. Prefiere recordar lo bueno, cuando se disfrazaba de fantasma y asustaba a los sobrinos peque?os, cuando su hermana aprendi¨® a conducir ya con 70 y se iban de vacaciones, el viaje a M¨¦xico cuando rozaba los 80. Pero sobre todo, su Calleja de las Flores. Esta tur¨ªstica calle de C¨®rdoba fue su hogar desde 1945 hasta har¨¢ unos 12 a?os. ¡°Aqu¨ª no hab¨ªa flores, las empez¨® a poner mi madre con un vecino, que trabajaba en el Ayuntamiento. Estaba preciosa¡±. Su casa era ¡°la m¨¢s bonita de la calle¡±, presume mientras la ense?a. En ese momento irrumpe un grupo de turistas. ¡°Aqu¨ª ten¨ªamos dos hortensias¡±, se?ala. ¡°Y los arcos estaban llenos de flores¡±. Le pide a su sobrina nieta un esqueje y ella responde: ¡°Tati, a ver si nos van a re?ir¡±. Ella replica: ¡°Yo les digo que es mi casa¡±.