Abuela, maestra y canguro ¡®online¡¯
EL PA?S publica otras cinco cartas con los testimonios de los lectores en el proyecto ¡®Historias de la pandemia¡¯
EL PA?S publica una selecci¨®n de las historias personales enviadas por los lectores sobre la pandemia. Cientos han respondido con sus relatos y experiencias a la invitaci¨®n de la redacci¨®n.
Hacer de canguro, de abuela y de maestra jubilada por videollamada es posible.
La segunda semana de confinamiento, era lunes 23 de marzo de 2020, mi hija me llama y me plantea un reto. Ense?ar y entretener a mi nieta Martina durante dos horas, dos o tres d¨ªas a la semana. Sus padres est¨¢n en casa, como casi todos, tienen teletrabajo, pero necesitan un tiempo de alivio para concentrarse a¨²n m¨¢s.
El recurso es instalar el Hangouts en mi ordenador y conectarme con mi nieta.
Ella tiene cinco a?os y sabe desenvolverse en este mundo digital, siempre con control parental, claro. Yo creo que despu¨¦s de tantos a?os utilizando herramientas digitales en la escuela, conseguir¨¦ descargarme la aplicaci¨®n. Lo hago y veo c¨®mo funciona.
Son las cuatro de la tarde. Recibo una llamada, es Martina y la veo delante de la pantalla, tiene un cuaderno de hojas blancas, un l¨¢piz y una goma en la mano. Me pregunta qu¨¦ haremos y le digo que lo mejor es establecer un tiempo para hacer c¨¢lculo, otro para leer y escribir y otro para jugar, pero que ella elija por d¨®nde quiere empezar cada d¨ªa. Llegamos a dos acuerdos: ella decidir¨¢ por d¨®nde empezar e iremos rotando los temas, y se preparar¨¢ enigmas y algunos problemas matem¨¢ticos para plantearme a m¨ª y elegir¨¢ el cuento para leer. Tambi¨¦n me explica que ha pintado en un papel grande un dibujo del arco¨ªris y su pap¨¢ lo ha colgado en la barandilla del patio.
Los d¨ªas van pasando, unos mejor que otros, hoy empezamos con c¨¢lculo mental, le encanta, le digo que he hecho un bizcocho y que entre el abuelo y yo nos hemos comido la mitad. Le pregunto qu¨¦ parte queda del bizcocho y, que si no fuera porque yo me quedo en casa, ser¨ªa para ella. Me responde que es un problema muy f¨¢cil y que le ponga problemas m¨¢s dif¨ªciles. Ser¨¢ que no me acuerdo si esto de las mitades es adecuado para ni?os de cinco a?os o ser¨¢ que mi nieta es muy lista.
Bueno seguimos con nuestro plan, ahora toca escribir en su diario de confinamiento lo que hizo ayer, lo escribe con letra de palo que seg¨²n me dice le resulta m¨¢s f¨¢cil que con letra ligada, escribe la receta de galletas de chocolate que hizo con su madre por la tarde, necesita un poco de ayuda. La receta la escribe en catal¨¢n y la palabra ¡°xocolate¡± la escribe chocolate, enseguida se da cuenta y rectifica. Y para acabar la sesi¨®n de hoy ya toca jugar. Me dice: ¡°Abuela, necesitas un jarr¨®n grande o un macetero grande¡±. Y me propone un reto. Se trata de parecer que estas dentro y sales del jarr¨®n, para ello hay que situarse lejos y deslizarse de manera que no se vea como entras y s¨ª como sales del jarr¨®n. Ella lo hace muy bien, yo no tanto.
Y llega el d¨ªa de Sant Jordi, el d¨ªa m¨¢s m¨¢gico y emotivo que celebr¨¢bamos en la escuela y lo recuerdo con un poco de nostalgia. Martina se conecta y la veo disfrazada de caballero, quiere representar la leyenda de Sant Jordi, ella ser¨¢ el caballero y yo la princesa, tiene proyectadas en la pared de su habitaci¨®n im¨¢genes de la leyenda con sombras chinas. La rosa la hicimos ayer con plastilina y la barnizamos, nos qued¨® muy bonita. Hoy no haremos matem¨¢ticas, leeremos en voz alta, vuelvo a recordar la escuela, ella un poema de Gloria Fuertes y yo un fragmento del Quadern Gris de Josep Pla referente a la gripe de 1918 y al cierre de la Universidad y, claro, se lo explico pues es peque?a, pero lo entiende. Le gusta mucho que le cuente historias del pasado, bueno que, en este caso casi son el presente.
Se despide enseguida, me dice que se van conectar con los pap¨¢s de sus cuatro amigas y luego les dejar¨¢n un ratito a ellas cuatro, solas, para hablar, me dice.
Hoy es lunes 27 de abril, nos conectamos y lo primero que me explica es que ha salido de casa a dar un paseo con su padre, ella en bici. Est¨¢ muy contenta, me explica que ha ido hasta el final del parque, y que hay un kil¨®metro de distancia desde su casa. No sabe de medidas, pero esto alg¨²n dia le servir¨¢ de referencia cuando haga equivalencias con unidades de longitud, ahora me viene al pensamiento que hace a?os un d¨ªa pregunt¨¦ a un alumno si sab¨ªa que era una hect¨¢rea y su respuesta fue que eran dos horas de tractor, su padre me confirm¨® que era el tiempo que se tardaba en labrar una hect¨¢rea. Y pienso que durante este confinamiento, la vida ense?a, igual, lo que no se ense?a en la escuela. Tambi¨¦n Martina es muy consciente de que un kil¨®metro es lo que dice la normativa y que la ha cumplido. Me ense?a un peque?o texto que ha escrito para el ministro de Sanidad agradeci¨¦ndole que ya puede salir cada d¨ªa a la calle.
Ya es 28 de abril, es martes. Hoy es el cumplea?os de Martina, cumple seis a?os. Ella acepta muy bien que es un cumplea?os diferente, est¨¢ sola con sus padres y cuando nos conectamos para felicitarla me explica que cuando se ha levantado ha tenido que resolver un juego de pistas para encontrar sus regalos. Le digo que de d¨®nde han salido los regalos si las tiendas est¨¢n cerradas, ella se r¨ªe y me dice abuela ya lo sabes: compra online. Le hemos regalado, entre todos, ropa, un lego, un libro de dinosaurios y dos juegos de mesa. Le encantan los juegos de mesa, en cuanto podamos vernos jugaremos al Monopoli y al Scrabble. Quedamos despu¨¦s de comer para soplar las velas. Yo en casa con el pastel, que le he hecho, y juntas soplamos las velas, ella sopla seis velitas y yo una con el n¨²mero seis. Nos damos un beso muy fuerte y nos despedimos, va a jugar con sus padres al Monopoli.
En septiembre, si todo va bien, ya empieza primero de Primaria. No me preocupa nada que, por culpa de coronavirus, algunos aprendizajes escolares no los haya adquirido, ya lo har¨¢. Lo que s¨ª ha aprendido es a ser paciente, a respetar una rutina, unos horarios, a cocinar, a ayudar en las tareas dom¨¦sticas, a controlar sus emociones, a emocionarse por cosas cotidianas, a compartir. Ha crecido como persona y ha crecido en valores. Y estoy contenta de ser canguro, abuela y maestra online.
Reflexiones de una maestra
Silvia Bueno Montavez / C¨®rdoba
Como en el hundimiento del Titanic, cuando el barco iba a pique all¨ª quedaban los m¨²sicos de la orquesta tocando hasta el final; as¨ª me he sentido a veces en este trayecto, sobre todo al principio, intentando mantener el equilibrio m¨ªo y de mis discentes y familias cuando el suelo que pis¨¢bamos se tambaleaba. Efectivamente, ni nuestra sociedad y en consecuencia tampoco nuestra comunidad educativa estaban preparadas para hacer frente a este momento hist¨®rico que nos ha arrebatado la libertad y la cotidianidad de nuestras vidas.
Un peso y estr¨¦s enorme para todos, madres, padres, abuelas, abuelos, maestras, maestros, ni?as y ni?os. En mi caso cerca de 150 alumnos/as a los que atender telem¨¢ticamente, una tutor¨ªa y especialidad en una asignatura instrumental, ingl¨¦s. Much¨ªsimas horas frente al ordenador fuera del horario lectivo intentando llegar a todas las familias por igual y quit¨¢ndole, con frecuencia, la prioridad a mi propia vida personal y familiar.
A pesar de todo ello, y teniendo en cuenta que esta forma de comunicaci¨®n a trav¨¦s de una pantalla nos deshumaniza a todos y todas, desde mi perspectiva, estamos viviendo una situaci¨®n ¨²nica de aprendizaje en todos los sentidos. Y los ni?os/as tambi¨¦n deben aprender de esta situaci¨®n.
Por otro lado, estamos en un momento en el que nuestra profesi¨®n se dignifica m¨¢s que nunca, se ha hecho visible la necesidad de nuestro quehacer diario en los centros y de la importante labor que desempe?amos dentro de nuestra sociedad.
Considero que hemos hecho un gran trabajo, compa?eras y compa?eros, y debemos estar orgullosos/as de la labor que estamos desempe?ando sin pr¨¢cticamente recursos (pues este confinamiento nos pill¨® a todos/as por sorpresa) m¨¢s que los propios, la creatividad, la investigaci¨®n realizada y compartida entre nosotros/as, el esfuerzo dedicado, la motivaci¨®n y la empat¨ªa y resiliencia propias. Esta ¨²ltima palabra se la ense?o cada curso a mi alumnado, hasta suelo pedirles que la busquen en el diccionario y copien su significado, pues considero que la capacidad de superar las circunstancias adversas es clave en la vida de una persona y, desde ni?os/as deben aprender y sentir que su papel dentro de su familia, su colegio y su entorno es importante y que juntos/as, con apoyo de la comunidad, se puede salir adelante.
En conclusi¨®n, este virus ha venido a darnos una gran lecci¨®n a todos y todas, empezando por m¨ª como docente, que he sido consciente tanto de mis limitaciones, las cuales intento d¨ªa a d¨ªa mejorar y solventar dentro de mis posibilidades, como de mis fortalezas. As¨ª mismo, ahora m¨¢s que nunca tomamos conciencia tanto de la importancia de las relaciones humanas en general como del necesario intercambio entre profesor-alumno en particular y que ninguna plataforma digital podr¨¢ sustituir jam¨¢s.
Eduardo ha cambiado
Elisa Almaz¨¢n Blanco / Fuenlabrada de los Montes (Badajoz)
Sobre su armario, duermen doblados aquellos pantalones vaqueros que vest¨ªa en los d¨ªas en los que en el colegio no tocaba realizar actividad f¨ªsica.
Hoy por hoy, su vestuario se limita a un bucle entre pijamas y ch¨¢ndals.
Incluso su pelo se ha transformado. La longitud del mismo, al tener que prescindir del servicio de peluquer¨ªa durante casi dos meses, ha logrado dejarnos comprobar que tiene algunos rizos como los de su mam¨¢. De nuevo, otro bucle.
Aquel 14 de marzo del 2020, a Eduardo comenz¨® a dolerle mucho la barriga. Cuando acudimos a un centro m¨¦dico, su cara se transform¨® con gesto de incredulidad al comprobar c¨®mo aquellos sanitarios lo atend¨ªan enfundados en trajes muy similares a los de cualquier astronauta.
Comenz¨® as¨ª su ¨¦poca de encierro. Primero tedio. Despu¨¦s apat¨ªa. Finalmente aceptaci¨®n. Y de manera inequ¨ªvoca, su nueva vida en un mundo online. Clases virtuales a determinadas horas, realizaci¨®n de ejercicios pr¨¢cticos que debe (como el resto de sus compa?eros y compa?eras) enviar a una determinada hora al correo electr¨®nico de un docente en formato JPG o PDF. Conversaciones a trav¨¦s de pantallas t¨¢ctiles con familia y amigos/as. Todo en la distancia y a trav¨¦s de acercamiento tecnol¨®gico. De nuevo, Eduardo entra as¨ª en otro bucle. Despertar, desayunar y para continuar¡ volverse a conectar.
Una ducha r¨¢pida, un cepillado de dientes profundo, otro ch¨¢ndal limpio (que ya le queda algo peque?o) y colocar mediante sus dedos a sus nuevos e indomables rizos. Le gustar¨ªa acudir a sus entrenamientos de f¨²tbol y enfundarse sus guantes de portero. Sabe que no puede ser y entonces cambia esa improbable opci¨®n por la de ver partidos de f¨²tbol de otras temporadas en la televisi¨®n.
Le encantar¨ªa celebrar el cumplea?os de Ainara rodeado de todos/as sus compa?eros/as y amigos/as. Degustar en dicha celebraci¨®n s¨¢ndwiches salados y dulces, beber refrescos c¨ªtricos, romper esa pi?ata y apresurarse a recoger del suelo las golosinas entre serpentinas. Por el contrario, Eduardo manda un mensaje escueto que dice ¡°Felicidades Ainara¡± y lo acompa?a de un emoticono con los ojos en forma de corazones. La respuesta a dicha felicitaci¨®n no tarda en llegar. Otro emoticono que ahora lanza besos en forma del ¨®rgano vital que representa al amor.
Sobre su mesa de estudio, todav¨ªa permanece el diploma que hace dos semanas las fuerzas de seguridad de nuestra localidad le otorgaron reconociendo su buen comportamiento en el estado de confinamiento provocado por la covid-19. Le digo que lo enmarcaremos y as¨ª se convertir¨¢ en un cuadro que decorar¨¢ su habitaci¨®n. Eduardo me mira de reojo y no sonr¨ªe. Estoy convencida que piensa: ¡±? Para qu¨¦ enmarcar un recuerdo que quiero olvidar?¡±
Este a?o ser¨¢ su ¨²ltimo a?o escolar en la etapa de Primaria. Abandonar¨¢ el cole donde ha crecido acad¨¦micadamente. Se graduar¨ªa junto a sus compa?eros y compa?eras¡ pero no. Ante la imposibilidad de celebrar el acto m¨¢s solemne de cualquier escuela, las maestras han pedido una foto de todos y cada uno de ellos/as para elaborar una orla. De nuevo, vuelta al mundo virtual. Foto que enviar. Bucle que, de nuevo, lo vuelve a visitar.
Con una camisa blanca sobre pared blanca, Eduardo posa con sonrisa forzada. Compruebo adem¨¢s que, ante la falta de vitamina D, su piel ha adquirido el mismo color que su camisa y la pared sobre la que posa. Hace dos semanas, en su primer paseo con mam¨¢ (ataviados con mascarillas como nuevos acompa?antes), Eduardo no emiti¨® palabra alguna. Andaba¡sin m¨¢s. Observaba a las ovejas pastar, a las nuevas flores que hab¨ªa tra¨ªdo la primavera y entonces me pregunt¨®:
-¡°?Cu¨¢ndo podr¨¦ ver a todos mis amigos/as?
-Cuando llegue no la normalidad a la que estamos acostumbrados, Eduardo, sino la nueva normalidad.
Mis padres se han ido. El coronavirus se los ha llevado
In¨¦s Ramos P¨¦rez / Rivas-Vaciamadrid (Madrid)
Mis padres eran residentes en Madrid. Enfermaron a mediados de marzo, poco despu¨¦s del comienzo de la cuarentena, con fiebre alta y dolor de garganta. Fueron tres veces al m¨¦dico, pero les dijeron que solo era faringitis y que no hab¨ªa nada de qu¨¦ preocuparse. Les recetaron paracetamol y les dijeron que se quedaran en casa.
Ni yo ni nadie m¨¢s de la familia est¨¢bamos preparados para lo que estaba a punto de ocurrir. Parec¨ªa que no era nada importante. La ¨²ltima vez que habl¨¦ con mi madre me dijo que se encontraba un poco mejor y que le hab¨ªa bajado la fiebre. Treinta horas despu¨¦s, a las 6 de la ma?ana del 28 de marzo, cuando mi padre la despert¨® para que se tomara las medicinas, mi madre muri¨® en la cama, a la edad de 67 a?os.
Mi padre llam¨® a la polic¨ªa y a una ambulancia. Cuando llegaron los sanitarios, les diagnosticaron a los dos de coronavirus. El cuerpo de mi madre se qued¨® solo en el piso durante 24 horas, debido al retraso que llevaban las funerarias por el alto volumen de fallecidos. No se la llevaron hasta el d¨ªa siguiente.
Mientras tanto, mi padre fue trasladado al hospital, desde donde llam¨® a su hermana (mi t¨ªa) y le cont¨® lo que hab¨ªa pasado. Yo no recib¨ª la noticia hasta muchas horas despu¨¦s, ya que vivo en el extranjero a siete horas de distancia y cuando pas¨® todo yo estaba durmiendo. Cuando me despert¨¦ esa ma?ana vi un mont¨®n de llamadas perdidas de mi t¨ªa y supe que algo malo hab¨ªa pasado. Fue lo m¨¢s duro que he vivido en mi vida.
Mi padre pas¨® cuatro d¨ªas en el hospital, conectado a un respirador. Nadie de mi familia pudo ir a verle debido a las estrictas medidas de seguridad. Mi padre hab¨ªa visto morir a su mujer delante de sus ojos y se pas¨® cuatro d¨ªas solo en el hospital, sin m¨®vil y sin contacto con nadie de la familia. Solo yo fui capaz de hablar con ¨¦l tres veces a trav¨¦s del fijo del hospital. Pero ¨¦l apenas pod¨ªa hablar debido al respirador y estaba muy, muy deprimido. No paraba de llorar como un ni?o. Escucharle en esas circunstancias fue una experiencia desgarradora.
Mi padre muri¨® el 1 de abril, tan solo cuatro d¨ªas despu¨¦s de mi madre, a la edad de 72 a?os. La doctora que lo atendi¨®, y que me llam¨® para darme la noticia, me dijo que hab¨ªa perdido las ganas de vivir. Mis padres eran inseparables y, as¨ª como hab¨ªan pasado toda su vida juntos, decidieron irse tambi¨¦n juntos.
Mi ADN se ha quedado solo. Mis abuelos han muerto, mis padres tambi¨¦n, y no tengo hermanos ni hermanas. Aparte de mi marido, los familiares m¨¢s cercanos que me quedan son mis t¨ªos y primos.
Debido a la cuarentena y al cierre de fronteras, no podr¨¦ viajar a Espa?a por varios meses. Cuando vaya, me unir¨¦ a mis t¨ªos y primos en un peque?o funeral para enterrar las cenizas de mis padres. Pero por ahora, no puedo hacer nada m¨¢s que esperar. Aparte del duelo en s¨ª, lo peor de todo es la incertidumbre. Espero que el poder ver sus cosas y sus recuerdos despu¨¦s de tantos meses de espera me ayude a procesar mejor su p¨¦rdida y a seguir adelante.
La ¨²ltima vez que pude abrazar a mis padres fue en octubre de 2018. El a?o pasado no pude viajar a Espa?a por problemas econ¨®micos. Estaba deseando ir a verles este a?o. Pero ya no podr¨¢ ser. El coronavirus se los ha llevado.
El canto de la ballena
Daniel Herrera / Long Beach (California USA)
Vivimos desde hace unos a?os en un caser¨®n m¨¢s viejo que antiguo en la parte m¨¢s alta de Belmont Heights, donde el barrio, gracias a la mancha feorra de nuestra casa, deja de ser pijo.
Nosotros ocupamos el piso de abajo y tenemos vecinos arriba, con los que compartimos el patio trasero. Al principio las vecinas eran cuatro muchachas estudiantes muy majas y respetuosas. Ellas cuidaban el jard¨ªn com¨²n con cari?o e instalaron unas lucecitas de hada que todav¨ªa hoy funcionan con luz solar. Un a?o despu¨¦s, vino un grupo de mujeres camboyanas, tambi¨¦n encantadoras. Sol¨ªan delatar su presencia por los golpes de la escoba en la escalera com¨²n y alguna que otra fiesta. Por fin, hace cosa de un a?o, lleg¨® el grupo pol¨¦mico: todos hombres y casi todos estudiantes: uno de Utah, otro macedonio y un saud¨ª. A ellos se uni¨® Peter, un tipo de lo m¨¢s raro que recuerda demasiado a Norman Bates y, por fin, la Ballena, un tipo grandote pero no muy alto, de barba olvidada, pinchuda y de ese color indefinible en los muy rubios invadidos por las canas; los ojos, azules, peque?os y resacosos, que parecen querer esconderse entre los pliegos del ce?o hinchado y la sombra de la gorra calada hasta abajo. Su atuendo es el t¨ªpico de los que por aqu¨ª se negaron a crecer: camiseta enorme, pantal¨®n corto de baloncesto que llega por debajo de las rodillas y calcetines blancos encajados en chanclas de arco. Frisar¨¢ su edad los 50 a?os.
Lo de ballena no es para nada despectivo, lo que pasa es que est¨¢ instalado justo encima de nuestro dormitorio y sus ronquidos de bebedor de docena de cervezas diaria (a juzgar por lo que veo en la basura) se oyen n¨ªtidamente por las noches. Para hacer soportable la tr¨¢gica situaci¨®n, empezamos a pensar que no era un hombre, sino un adorable cet¨¢ceo el que prorrump¨ªa en medio de nuestro lienzo sonoro de la noche con su misterioso canto. Una vez empezamos a pensar as¨ª, sentimos que pod¨ªa hasta arrullarnos. Qu¨¦ remedio. No es por esto que decidimos mudarnos, quede dicho.
El conflicto lleg¨® un d¨ªa, poco antes del inicio de la pandemia, que me lo cruc¨¦ por la calle y vi que la gorra que llevaba era la t¨ªpica roja de los seguidores de Donald Trump, con el lema Make America Great Again. Me qued¨¦ l¨ªvido. Nosotros somos muy evidentemente inmigrantes; hablamos en espa?ol todo el d¨ªa con mi hijo en el jard¨ªn; somos profesores de espa?ol los dos, etc. Para nosotros, que ya hemos sufrido incluso delitos de odio (y eso que esto es California) saber que el vecino de arriba es fan de Trump nos coloca en la esfera directa de su desprecio y, con un ni?o peque?o, lo que la imaginaci¨®n puede llegar a maquinar da mucho miedo. Desde ese d¨ªa, empez¨® a ser m¨¢s dif¨ªcil llevar a cabo el truco de la ballena. Ten¨ªamos a un fan de Trump, quiz¨¢ armado, tres metros por encima de nosotros durante toda la noche. La ballena, de pronto, se nos hac¨ªa tibur¨®n, y los tiburones, que yo sepa, no cantan.
El caso es que hace un par se semanas ¨¦l baj¨® las escaleras traseras que dan al jard¨ªn y me lo encontr¨¦ de frente, algo que no hab¨ªa pasado nunca. Yo estaba jugando con mi hijo y me preocupaba, para empezar, que ni el tipo ni nosotros llev¨¢bamos mascarilla. Entonces, me dijo algo totalmente inesperado: ¡°Do you guys like avocados?¡± (que si nos gustaban los aguacates). Creo que fing¨ª bien cierta naturalidad: ¡°Oh yeah! Avocados are always welcome! That¡¯d be awesome! Thank you, man!¡± (que claro que s¨ª, que de puta madre). Luego me dijo algo de un ¨¢rbol que tiene su familia y del excedente que justificaba su gesto. Al d¨ªa siguiente, encontramos una bolsa de papel llena de aguacates y limones en la puerta de casa. Unos aguacates enormes, excelentes, y unos limones que siempre vienen bien en una casa medio mexicana como la m¨ªa.
Lo desinfectamos todo y pasaron unos d¨ªas hasta que, haciendo cajas para la mudanza, encontr¨¦ una tarjetita de esas de agradecimiento que en Estados Unidos forman parte esencial de las relaciones sociales. Muy sencillita: color sepia elegante, un marco y un simple ¡°Thank you¡± escrito en el centro. La rellen¨¦ con una frase obvia y la dej¨¦ pegada con cinta adhesiva a un frasco grande de minestrone, que es lo m¨¢s digno que encontr¨¦ en casa para devolverle el gesto. Como no conozco el nombre del tipo, para que se supiera qui¨¦n era su destinatario pens¨¦ en poner ¡°For the Trump supporter¡±, pero puse ¡°For our neighbour who very kindly gave us avocados¡± (para el vecino que nos dio aguacates muy amablemente).
Dudo que el minestrone tenga la culpa, pero el caso es que la cosa se complic¨® a¨²n m¨¢s ayer cuando, en plena noche, a punto de conciliar el sue?o con el canto de la ballena, el ronquido ces¨® de pronto para dar paso a un lamento largo y profundo, ¨ªntimo y brutal, de esos de querer que se acabe todo, pens¨¦. Me conmovi¨® much¨ªsimo, y me llen¨¦ de una ¨ªntima compasi¨®n que me hizo llorar a m¨ª tambi¨¦n, hasta quedar dormido. Espero encontrar una ocasi¨®n antes de irnos y, por lo menos, preguntarle su nombre: presentarnos con o sin m¨¢scaras, sin darnos la mano.
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