De migrante a anfitri¨®n
Un afgano, una ucraniana y un venezolano asentados desde hace tiempo en Espa?a acompa?an, escuchan, traducen y asesoran a refugiados y solicitantes de asilo de sus pa¨ªses de origen
Darioush Mohammadi sali¨® de Afganist¨¢n en 2014 y se instal¨® en Madrid. Tuvo que vivir una semana debajo de un puente y no quiere que les pase lo mismo a los 2.000 compatriotas que abandonaron su pa¨ªs en agosto de 2021 y recalaron en Espa?a. Los recibe en casa, los asesora, los acompa?a. Los orienta en la b¨²squeda de trabajo y casa. Igual que Iryna Shandra, una ucraniana de 36 a?os que vive en Madrid desde hace dos d¨¦cadas. A trav¨¦s de la asociaci¨®n Con Ucrania, ayuda a mujeres y ni?os que huyen de la guerra. Les pone en contacto con familias espa?olas. Dedica su tiempo libre a facilitar la vida a los que abandonaron su pa¨ªs y a los que se han quedado all¨ª para que no tengan que huir. Tambi¨¦n Sergio Contreras, preso pol¨ªtico en Venezuela, sabe lo dif¨ªcil que es asentarse en un pa¨ªs nuevo. Lleg¨® a Espa?a en 2018 y desde entonces brinda asesoramiento legal y reparte alimentos y ropa a otros venezolanos ¨Cy a cualquier ciudadano vulnerable, sea de donde sea¨C con su asociaci¨®n Refugiados Sin Fronteras. Los tres ayudan por convicci¨®n y por conocimiento. Migraron antes que los que ahora llegan. Estas son sus historias.
Darioush Mohammadi, de 30 a?os, forma parte del grupo de afganos que salieron de su pa¨ªs cuando el Ej¨¦rcito espa?ol se retir¨® de Afganist¨¢n en 2014. Trabajaba como int¨¦rprete de las Fuerzas Armadas y, como a muchos otros que desempe?an ese cargo, se le ofreci¨® por seguridad la posibilidad de instalarse en Espa?a. Su primera estancia fue en el hostal Welcome, en Vallecas (Madrid), donde estuvo 27 d¨ªas. Despu¨¦s fue reubicado en un centro de acogida, en el que permaneci¨® seis meses. Le dijeron que deb¨ªa abandonar el centro porque hab¨ªa agotado el periodo preceptivo de estancia y estaba supuestamente preparado para arregl¨¢rselas solo. Tan preparado que acab¨® una semana durmiendo debajo del puente de Vallecas junto con otros cinco int¨¦rpretes. No resultaba f¨¢cil alquilar una habitaci¨®n y menos encontrar trabajo.
Un grupo de militares con los que hab¨ªan trabajado en Afganist¨¢n les ¡°salvaron la vida¡±. Gestionaron el alquiler de una casa para seis de estos int¨¦rpretes, todos hombres y j¨®venes. Hoy, camarero en un restaurante italiano en el mercado de San Miguel, vive junto con su novia y su hija en un piso en Vallecas, una vivienda convertida en oficina, en centro social, en lugar de recibimiento de otros compatriotas que salieron de Afganist¨¢n en agosto de 2021. Es la sede de Ariae, la asociaci¨®n que preside, como lo es la casa de F¨¢tima en Vitoria, otra refugiada afgana y su vicepresidenta. O la de la decena de voluntarios, que abren sus casas para que otros pregunten, conozcan y reciban ayuda.
Dentro de los cerca de 2.000 afganos que evacu¨® el Ej¨¦rcito espa?ol en agosto de 2021 tras la retirada de EE UU y el regreso de los talibanes al poder se encontraban diputados, funcionarios, altos cargos del Gobierno o trabajadores de la televisi¨®n p¨²blica. ¡°Llevaban una vida muy estable en Afganist¨¢n. No esperaban que les fuera a ocurrir esto. Lo que quiero es que no sufran lo que sufrimos nosotros. Para eso creamos la asociaci¨®n¡±, explica Mohammadi, que habla los dos idiomas oficiales de Afganist¨¢n (past¨²n y farsi), algo de ¨¢rabe, ingl¨¦s y espa?ol. Se acaba de reunir con un periodista del canal p¨²blico y su familia; las ONG a cargo de estos refugiados los hab¨ªan destinado a un pueblo de A Coru?a. ¡°Hablan ingl¨¦s, son gente cualificada. Prefieren estar en Madrid o Barcelona para encontrar trabajo con m¨¢s facilidad¡±, asegura el int¨¦rprete, que los va a ayudar en las gestiones para intentar que les faciliten un alojamiento en una ciudad grande.
Tambi¨¦n est¨¢ asesorando a una familia de afganos que reside en Soria, donde han pasado los primeros seis meses tras su llegada. La ayuda estatal, que ronda los 700 euros aunque var¨ªa en funci¨®n de las circunstancias personales y familiares, la perciben con arreglo a su empadronamiento en Soria. Quieren trasladarse a Madrid, para lo que necesitan un contrato de trabajo. No pueden cambiar de provincia por su cuenta, perder¨ªan el sustento econ¨®mico. Mohammadi se vuelca con las familias, que lo tienen mucho m¨¢s complicado que los hombres j¨®venes y solteros, que pueden ¡°alquilar una habitaci¨®n o quedarse en casa de alguien¡±. Las familias necesitan una vivienda, y los propietarios les exigen sus ¨²ltimas n¨®minas y un aval. Algunos desisten y viajan a otros pa¨ªses de la Uni¨®n Europea. Otros incluso se plantean retornar a Afganist¨¢n, ¡°a ese infierno en el que se ha convertido mi pa¨ªs¡±. Mohammadi ayuda a los que se quedan, los acompa?a a cursos de espa?ol, a talleres de cocina. Les da cari?o y apoyo emocional. Les coge el tel¨¦fono, que ya es mucho.
Iryna Shandra, una arquitecta ucraniana de 36 a?os, ha vivido desde Espa?a las dos grandes crisis recientes de su pa¨ªs, tanto la anexi¨®n de Crimea por parte de Rusia en 2014 como la invasi¨®n, en febrero de este a?o. Sus padres emigraron en 2000 a Madrid en busca de trabajo. Cuando sucedi¨® la revoluci¨®n europe¨ªsta del Maid¨¢n en 2014, formaron la asociaci¨®n Con Ucrania. ¡°No pod¨ªamos estar tranquilos en casa viendo lo que estaba pasando. Surgi¨® a trav¨¦s de grupos de Facebook¡±, cuenta desde su casa de Guadalajara, donde se ha instalado tras dar a luz. ¡°La propaganda rusa cal¨® mucho en Espa?a entonces. Hab¨ªa mucha desinformaci¨®n¡±, asegura. Se dedicaban a escribir y traducir noticias. Mandaban escritos a organismos oficiales: ¡°Espa?a fue el ¨²ltimo pa¨ªs europeo en condenar la anexi¨®n de Crimea¡±, recuerda. ¡°?ramos vistos como unos nazis entonces. Ahora la percepci¨®n ha cambiado por completo¡±, afirma.
Tras unos a?os en los que la asociaci¨®n se dedicaba a organizar actividades culturales (¡°Ahora eso ya no tiene sentido¡±, apunta), se han reactivado en su faceta m¨¢s humanitaria para ayudar a los ucranianos que llegan a Espa?a y a quienes luchan en su pa¨ªs contra el ej¨¦rcito ruso. ¡°La verdad es que nos dedicamos a apagar fuegos¡±, afirma. Una de sus ¨²ltimas acciones consisti¨® en ayudar a una mujer ucraniana a la que hab¨ªan destinado junto con sus tres hijos a Albacete. Les compraron unos billetes de autob¨²s desde la ciudad castellanomanchega a Madrid, donde les esperaba Tania, una trabajadora de la asociaci¨®n, para conducirles a su nueva casa con una familia espa?ola de acogida. ¡°Ten¨ªan pensado volver a Ucrania ya¡±, afirma Shandra. Hab¨ªan pensado en desistir y regresar a su pa¨ªs.
Shandra explica que reciben mensajes de ciudadanos a trav¨¦s de las redes sociales. ¡°Es lo que mejor funciona¡±, asegura. Tambi¨¦n su p¨¢gina web. Son una plataforma formada por una decena de ucranianas asentadas en Espa?a y por otros colaboradores espa?oles y de otros pa¨ªses que asisten a las familias que huyen de la guerra.
¡°Manejamos una red de contactos muy grande¡±, afirma esta arquitecta, que saca horas de su tiempo libre, de los fines de semana, para ayudar a los que ya est¨¢n aqu¨ª y para evitar que m¨¢s tengan que salir de all¨ª. Gestionan el env¨ªo de cascos, chalecos antibalas y medicamentos. Shandra y sus compa?eras son amigas de un chico de J¨¢rkov que viv¨ªa en Espa?a y decidi¨® volver para luchar. Han mandado medicinas y ¨¦l se encarga de distribuirlas. ¡°Se trata de saber d¨®nde somos m¨¢s importantes¡±, precisa. A veces basta con recibir y hablar en ucraniano a una familia que acaba de llegar a un pa¨ªs desconocido.
Sergio Contreras, de 41 a?os, comparti¨® c¨¢rcel de m¨¢xima seguridad con el disidente venezolano Leopoldo L¨®pez. Era el gerente del peri¨®dico El Nuevo Pa¨ªs, siempre se hab¨ªa dedicado a la comunicaci¨®n pol¨ªtica. Lo liberaron a los tres meses y aguant¨® un tiempo en el pa¨ªs porque pensaba que la persecuci¨®n cesar¨ªa. Tras moderar un acto con presos pol¨ªticos, el r¨¦gimen de Nicol¨¢s Maduro le interpuso una orden de captura. Compr¨® unos billetes de avi¨®n en Panam¨¢ con d¨®lares para no dejar rastro y cruz¨® la frontera por tierra para tomar un vuelo direcci¨®n Madrid. Por el camino soborn¨® con mangos a los guardias que lo paraban para eludir cualquier registro o detenci¨®n. Hoy es refugiado en Espa?a y vive en Alcobendas (Madrid) junto con su mujer y su hijo, ap¨¢trida a pesar de haber nacido en Espa?a por una cuesti¨®n legal que les impide obtener la nacionalidad espa?ola y no poder documentarse ante las autoridades venezolanas. Por esta raz¨®n, para brindar asesor¨ªa legal y para fomentar la integraci¨®n de otros como ¨¦l que abandonaron Venezuela a la fuerza, cre¨® la asociaci¨®n Refugiados Sin Fronteras.
Muchos de los refugiados y desplazados venezolanos trabajan en la construcci¨®n y en la hosteler¨ªa, sectores que pararon en la pandemia. ¡°Crecimos mucho en ese tiempo. Nos acreditamos como entidad de reparto de alimentos. Tenemos un acuerdo con una cadena de supermercados¡±, afirma Contreras, abogado de formaci¨®n. Todos los s¨¢bados reparten comida en una casa parroquial en el barrio de Canillas y realizan entregas a domicilio.
Cubiertas las necesidades b¨¢sicas de venezolanos en situaci¨®n de vulnerabilidad y de cualquiera que lo demande, brindan asesor¨ªa legal permanente a trav¨¦s de las redes sociales para que sea r¨¢pido y gratis: ¡°No somos funcionarios ni abogados, les atendemos desde la experiencia. Somos personas que estamos pasando por lo mismo¡±, resume Contreras.
¡°Continuamente emitimos informes. Hemos tenido reuniones en el Congreso, hemos enviado documentos al Parlamento Europeo¡±, afirma Contreras, que reclama la homologaci¨®n de las titulaciones de los muchos venezolanos que cuentan con formaci¨®n superior. ¡°No tiene sentido que un ingeniero de Dom¨®tica est¨¦ haciendo repartos en una bicicleta. Ser¨ªa beneficioso para Espa?a que ocuparan puestos de trabajo m¨¢s cualificados¡±, apunta Contreras, trabajador a tiempo completo de la asociaci¨®n, pero sabedor de que le pod¨ªa haber tocado conducir un taxi o una moto de reparto, como a otros compatriotas.
Refugiados Sin Fronteras mira a las zonas despobladas: ¡°Identificamos oportunidades laborales en la Espa?a vaciada. Reasignamos capacidades productivas¡±, resume Contreras, lo que se traduce en regentar comercios de siempre que no cuentan con relevo generacional: una queser¨ªa a punto de cerrar porque el matrimonio que la lleva se jubila, una panader¨ªa, una tienda¡ Se trata de ofrecer una forma de vida diferente a la de las grandes ciudades, donde una gran parte de los ingresos se destinan a la vivienda. El desarrollo en los pueblos permite generar ahorro, inversi¨®n y crecimiento profesional y personal.
Ayudar a los que ayudan
Entre los refugiados y colectivos de desplazados, surgen muchas veces organizaciones destinadas a ayudar a compatriotas en su llegada a España. La Oficina de Acnur en España asesora a entidades incipientes y les ayuda a convertirse en asociaciones registradas legalmente. María Fernanda Espuga, asociada de Protección Comunitaria de Acnur, lidera la interlocución con estas asociaciones y las acompaña en el proceso: “Se trata de escucharles y darles el apoyo que necesitan para que trabajen en red, conseguir que sean más fuertes y ampliar su impacto”.</p>Organizan reuniones mensuales para que cobren más entidad y aumente su influencia. “Son los que mejor conocen sus propios retos y necesidades. Trabajamos para construir espacios de encuentro que fomenten la comunicación y la colaboración entre asociaciones que representan a personas refugiadas en España, ofrecer formación técnica y facilitar el acceso a financiación”, añade. Tratan de no centrarse en un colectivo en concreto, sino en todas las iniciativas lideradas por personas refugiadas de distintas nacionalidades que ofrezcan protección a personas que lo necesiten.