La batalla global por los datos
Edward Snowden ha conseguido una vitoria a medias: la NSA vigilando las comunicaciones sospechosas en el extranjero
La sociedad estadounidense se mueve por oleadas. A ¨¦pocas de repliegue siguen ¨¦pocas de expansi¨®n. Estados Unidos vive ahora en la era del repliegue. El repliegue es visible en la pol¨ªtica exterior, en la voluntad del presidente Barack Obama ¡ªno cumplida del todo¡ª de acabar con las guerras de Irak y Afganist¨¢n. Y tambi¨¦n se ve en otro brazo de la pol¨ªtica de seguridad: el espionaje. Cuando, a finales de los a?os setenta, el Senado expuso por primera vez los abusos de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional), aquellas investigaciones coincidieron con la retirada de Vietnam y la resaca del esc¨¢ndalo del Watergate.
La pol¨ªtica sigue a la sociedad. El 2 de junio, el dem¨®crata Obama firm¨® la ¡®USA Freedom Act¡¯, o Ley de la Libertad, la mayor reforma de la NSA ¡ªla agencia de espionaje electr¨®nico m¨¢s poderosa del mundo¡ª desde 1978. La ley proh¨ªbe el almacenamiento de metadatos ¡ª n¨²mero de tel¨¦fono, hora de llamada y duraci¨®n¡ª por parte de la NSA. El programa comenz¨® a aplicarse despu¨¦s de los atentados del 11 de septiembre de 2001, con el republicano George W. Bush en la Casa Blanca. No se trata de escuchas, pero el cruce de los datos telef¨®nicos permite extraer informaci¨®n valiosa sobre los usuarios.
La nueva ley, que reforma la llamada Patriot Act, sintoniza con los recelos de los estadounidenses hacia los poderes vigilantes del Estado. La tensi¨®n entre libertad y seguridad recorre la historia de Estados Unidos y ahora prevalece la libertad. No siempre fue as¨ª. Los estadounidenses han cambiado y, con ellos, los pol¨ªticos. Tras el 11-S, este era un pa¨ªs conmocionado, atenazado por el temor a otro atentado. Casi todo val¨ªa, desde embarcarse en una guerra en Irak en busca de unas armas de destrucci¨®n masiva inencontrables, a ampliar en seceto los poderes de la NSA.
En The secret sentry (El centinela secreto, seguramente la biograf¨ªa m¨¢s completa de la NSA), el historiador Matthew Aid explica que, entre 2001 y la llegada de Obama a la Casa Blanca, en 2009, el personal militar y civil de la NSA pas¨® de 32.000 a m¨¢s de 60.000. El presupuesto, contin¨²a Aid, se dispar¨®: de 4.000 millones de d¨®lares a unos 10.000. La necesidad de evitar otro 11-S justificaba la expansi¨®n. El desarrollo de Internet y los tel¨¦fonos m¨®viles en los a?os previos tuvieron un efecto doble. Facilitaron el trabajo a los terroristas y ayudaron a la NSA, que traslad¨® su misi¨®n primigenia, captar se?ales durante la Segunda Guerra Mundial, a la Red.
Sin Edward Snowden, probablemente los detalles del espionaje de la NSA no se habr¨ªan conocido. Sus revelaciones han impulsado la reforma de la agencia.
La supresi¨®n del programa de datos telef¨®nicos ¡ªel primero que Snowden revel¨®¡ª permitir¨¢ a los residentes en EE UU realizar sus llamadas sin el temor de que la NSA las recopile. Snowden es uno de los vencedores del debate de la NSA. Un vencedor a medias.
El otro vencedor es la propia NSA. Porque la vigilancia de las comunicaciones sospechosas en el extranjero y de EE UU con el extranjero escapa a la nueva ley y est¨¢ cubierta por otra leyes y decretos. La ¡®USA Freedom Act¡¯ deja en pie la mayor¨ªa de programa de la NSA, una pieza central, para el Gobierno estadounidense, en las ciberguerras del futuro. Unos d¨ªas despu¨¦s de adoptarse la ley, la Administraci¨®n Obama dio a conocer un ciberataque, supuestamente procedente de China, con el objetivo de recopilar, no informaci¨®n comercial, diplom¨¢tica o militar, sino datos de millones funcionarios estadounideses. La batalla mundial por los datos no cesa y nadie se desarma unilateralmente. Tampoco la NSA.
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