Qu¨¦ hacer ante la ¡®tecnupidez¡¯
Mario Bunge presenta en este texto el libro que repasa la concepci¨®n de la tecnolog¨ªa a lo largo de la historia y se relaci¨®n con la cultura, la ciencia y la pol¨ªtica
El que usted est¨¦ leyendo estas l¨ªneas indica que el tema le interesa y que lo que ha le¨ªdo hasta ahora sobre ¨¦l no le alcanza. Esto no es de extra?ar, porque los primeros estudios serios sobre la tecnolog¨ªa aparecieron reci¨¦n en el siglo pasado, y ninguno de ellos basta. Por ejemplo, el t¨ªtulo de la principal revista sobre el tema, Technology?and Culture, fundada en 1959, sugiere que la tecnolog¨ªa interact¨²a con la cultura, cuando de hecho es uno de los dos motores de la cultura contempor¨¢nea (usted ya sabe cu¨¢l es el segundo).
Incluso Karl Marx, pionero de la historia de la tecnolog¨ªa, dudaba entre ubicar la tecnolog¨ªa en la infraestructura material o en la superestructura ideal: la admiraba por ser un insumo de la industria, no por su rico contenido intelectual y art¨ªstico. Tampoco su admirado Hegel, ni siquiera Kant, se interesaron por la tecnolog¨ªa, quiz¨¢ porque evocaba el trabajo manual propio del esclavo. Solamente la franja radical de la Ilustraci¨®n francesa exalt¨® la tecnolog¨ªa hasta el punto de asignarle un lugar privilegiado en la?Encyclop¨¦die dirigida por Diderot e inicialmente tambi¨¦n por d¡¯Alembert, a la que Holbach dio su impronta progresista sobre todos los temas de religi¨®n y pol¨ªtica.
Ni siquiera los ilustrados escoceses, en particular Adam Smith y David Hume, ubicaron la tecnolog¨ªa en la cultura, quiz¨¢ porque la confund¨ªan con su antecesora, la artesan¨ªa, a la que, sin embargo, apreciaban. A fin de cuentas, muchos de los ingenieros que se distinguieron en la Revoluci¨®n Industrial centrada en Manchester hab¨ªan estudiado en Escocia.
Creo que la obra que usted est¨¢ examinando es el primer estudio de todas las facetas de la tecnolog¨ªa, desde la concepci¨®n del artefacto y su circulaci¨®n social hasta los problemas filos¨®ficos y jur¨ªdicos que suscitan el saber y el hacer tecnol¨®gicos
Creo que la obra que usted est¨¢ examinando es el primer estudio de todas las facetas de la tecnolog¨ªa, desde la concepci¨®n del artefacto y su circulaci¨®n social hasta los problemas filos¨®ficos y jur¨ªdicos que suscitan el saber y el hacer tecnol¨®gicos. No debiera extra?ar entonces que su autor, Dominique Raynaud, sea inclasificable: graduado en arquitectura y doctorado en sociolog¨ªa, historiador de la arquitectura y las disciplinas que utiliza (geometr¨ªa, perspectiva lineal, ¨®ptica e ingenier¨ªa civil), soci¨®logo de la ciencia y de la tecnolog¨ªa, docente de sociolog¨ªa y epistemolog¨ªa en la Universidad de Grenoble y autor de trabajos especializados, tan prol¨ªfico como multifac¨¦tico.
Raynaud tambi¨¦n participa activamente en las controversias sobre internalismo y externalismo, psicologismo y sociologismo, realismo y constructivismo-relativismo que han movilizado a los estudiosos y curiosos de las ciencias desde la aparici¨®n de La estructura?de las revoluciones cient¨ªficas, de Thomas S. Kuhn (1962), Contra?el m¨¦todo (1975), de su amigo Paul K. Feyerabend, y La vida?de laboratorio: la construcci¨®n de hechos cient¨ªficos (1979), de Bruno Latour y Stephen Woolgar. Estas y otras obras del mismo estilo causaron sensaci¨®n porque cuestionaban el valor e incluso la existencia de la raz¨®n, de la verdad y de la investigaci¨®n desinteresada. Ya no hab¨ªa motivos para estudiar una ciencia o una tecnolog¨ªa, ni para criticar a la Contrailustraci¨®n.
Por tanto, cualquiera pod¨ªa rebuznar sobre ellas, para gozo de los enemigos de la inteligencia. En otro libro suyo sobre las controversias cient¨ªficas, aparecido en ingl¨¦s en 2015, Raynaud examin¨® cuidadosamente esos ataques a la raz¨®n y el objetivismo, mostrando que no se ajustan a la investigaci¨®n cient¨ªfica ni al dise?o tecnol¨®gico. En efecto, en ambos casos se da por sentada la existencia del mundo exterior, se procede racionalmente y se aceptan solamente las teor¨ªas coherentes y que se ajustan a la realidad, como sugieren la observaci¨®n, la experimentaci¨®n y la concordancia con teor¨ªas pertinentes ya consagradas.
La obra que el lector tiene en sus manos es una cornucopia de ideas y episodios de la tecnolog¨ªa y de su recepci¨®n social desde los tiempos de las pir¨¢mides ¡ªmaravilla artesanal antes que tecnol¨®gica¡ª hasta el cine, los sat¨¦lites esp¨ªas y la nanotecnolog¨ªa.
Con toda raz¨®n, Raynaud distingue la tecnolog¨ªa, o dise?o de artefactos, de la ciencia, o estudio de la realidad. Mientras la primera dise?a nuevas cosas posibles y busca la utilidad pr¨¢ctica, la segunda busca verdades acerca de lo existente. Pero la tecnolog¨ªa contempor¨¢nea, a diferencia de la t¨¦cnica artesanal, como la que gu¨ªa la construcci¨®n de muros, muebles o vestimentas, hace uso intensivo de la ciencia. Por ejemplo, los computadores habr¨ªan sido imposibles sin la f¨ªsica del estado s¨®lido, que a su vez se funda en la mec¨¢nica cu¨¢ntica, henchida de matem¨¢tica inicialmente pura.
La tecnolog¨ªa contempor¨¢nea, a diferencia de la t¨¦cnica artesanal, como la que gu¨ªa la construcci¨®n de muros, muebles o vestimentas, hace uso intensivo de la ciencia
A continuaci¨®n, Raynaud distingue dos actitudes ante la tecnolog¨ªa: la tecnofobia y la tecnofilia. Y ambas actitudes se adoptan, ya con moderaci¨®n, ya con fanatismo. Por ejemplo, el te¨®logo Jacques Ellul era un tecn¨®fobo fan¨¢tico, ya que no distingu¨ªa entre tecnolog¨ªas buenas y malas. En cambio, el escribidor Martin Heidegger era ambiguo sobre la cuesti¨®n, ya que, si bien ensuci¨® muchas cuartillas con sus ataques a la tecnolog¨ªa, seguramente admiraba la tecnolog¨ªa militar alemana, desde los misiles hasta los campos de exterminio, ya que fue un fervoroso nazi desde el principio hasta el fin.
Hoy d¨ªa, los tecn¨®filos m¨¢s visibles son quienes sostienen que hay tecnolog¨ªas capaces de contrarrestar todos los aspectos negativos del progreso tecnol¨®gico. Raynaud cita dos casos francamente c¨®micos. El primero es el de los economistas que hablan de geoingenier¨ªa, a¨²n nonata, y de los tres fil¨®sofos morales que calcularon exactamente que la crisis del calentamiento global se resolver¨ªa con disminuir en un 15% la estatura de la gente, haza?a que podr¨ªa lograr la ingenier¨ªa gen¨¦tica.
El segundo caso de tecnofilia fan¨¢tica o tecnupidez es la afirmaci¨®n del famoso matem¨¢tico John von Neumann de que estamos a punto de alcanzar la ¡°singularidad esencial¡±, el punto en el que los inventos ser¨ªan obra de robots, no de personas. El prestigio de Von Neumann era tal que en 2008 inspir¨® la fundaci¨®n de la Singularity University, subvencionada por la NASA y por empresas de la talla de Google, Cisco, Nokia y Genentech.
Obviamente, ninguno de los tecn¨²pidos implicados en esa aventura literaria se tom¨® el trabajo de analizar el concepto de innovaci¨®n ni el proceso neural que desemboca en una idea tan original como ¨²til, a la vez que moralmente inobjetable.
A prop¨®sito, Raynaud no olvida la dimensi¨®n ¨¦tica de la tecnolog¨ªa, la cual, adem¨¢s de ser leal a la verdad, no debe da?ar aun cuando pueda hacerlo. Este problema se presenta cada vez que se trata de ¡°traducir¡± ciencia b¨¢sica (por ejemplo, bioqu¨ªmica) a ciencia aplicada (por ejemplo, toxicolog¨ªa), y de esta a tecnolog¨ªa (por ejemplo, tecnolog¨ªa de gases t¨®xicos para uso b¨¦lico).
Raynaud no olvida la dimensi¨®n ¨¦tica de la tecnolog¨ªa, la cual, adem¨¢s de ser leal a la verdad, no debe da?ar aun cuando pueda hacerlo
Ejemplo: hace un siglo, el eminente f¨ªsico-qu¨ªmico Fritz Haber invent¨® el proceso para capturar el nitr¨®geno atmosf¨¦rico, que sirvi¨® para fabricar fertilizantes artificiales, as¨ª como los gases t¨®xicos empleados en la Primera Guerra Mundial y el Zyklon B usado en los campos de exterminio. Haber fue festejado y premiado por militares y pol¨ªticos hasta que tuvo que emigrar por ser jud¨ªo. Que yo sepa, nunca se disculp¨® p¨²blicamente por poner su saber al servicio del militarismo. En cambio, su mujer se avergonz¨® al punto de suicidarse pocas horas despu¨¦s de que Haber y sus patronos brindaran por las noticias procedentes del frente occidental acerca del ¨¦xito del gas t¨®xico en la batalla de Ypr¨¨s, en 1915.
Las ¡°traducciones¡± del laboratorio a la f¨¢brica, el campo de batalla o el terreno son muy dif¨ªciles de lograr porque exigen modos de pensar diferentes que muy rara vez se dan en el mismo cerebro. Esta dificultad explica, como Raynaud prueba en detalle, que las empresas hayan producido much¨ªsima menos ciencia b¨¢sica, e incluso tecnolog¨ªa original, que las universidades. Unas pocas grandes empresas, como Westinghouse, Bell, IBM, Dupont e IG Farbenindustrie, han empleado a unos pocos cient¨ªficos eminentes como asesores, m¨¢s que como productores, al modo en que una editorial le encarga a un gran escritor que eval¨²e una novela de un escritor biso?o, pero no que escriba una novela como?El Quijote. Nada grandioso se ha emprendido por encargo a mediocres.
La mayor empresa tecnol¨®gica de la historia, el Proyecto Manhattan (1939-1947), que produjo la bomba nuclear, emple¨® a casi todos los f¨ªsicos norteamericanos y alemanes exiliados del momento, pero no produjo ning¨²n resultado cient¨ªfico importante; peor a¨²n, paraliz¨® la f¨ªsica norteamericana durante un lustro.
En resumen, este libro confirma la tesis de que la tecnolog¨ªa avanzada utiliza ciencia de punta, y no viceversa. Esta conclusi¨®n refuta las tesis pragmatistas, en particular marxistas, sobre las relaciones entre conocimiento y acci¨®n, y entre ciencia e industria. M¨¢s a¨²n, Raynaud califica de t¨®xica para la propia tecnolog¨ªa la pol¨ªtica utilitarista de dar prioridad al ¡°desarrollo¡± (traducci¨®n tecnol¨®gica) sobre la investigaci¨®n b¨¢sica, ya que todas las innovaciones tecnol¨®gicas han utilizado conocimientos b¨¢sicos.
Raynaud tambi¨¦n refuta la difundida afirmaci¨®n de que los laboratorios Bell fueron una ¡°f¨¢brica de premios Nobel¡±. Lo cierto es que en ellos trabajaron siete premios Nobel, menos que los que trabajaban en las universidades de California, Stanford y Harvard, tantos como en el MIT y s¨®lo uno m¨¢s que en Princeton, Columbia y el Lebedev de Mosc¨². Adem¨¢s, ?d¨®nde se formaron los Nobel de la Bell y de la IBM, sino en universidades?
Es verdad que Thomas Alva Edison, Bill Gates y Steve Jobs tienen fama de tecn¨®logos pese a que no ganaron t¨ªtulos universitarios. Pero ?es justificada esa fama? Hay quienes argumentan que, lejos de ser grandes inventores, los tres fueron grandes empresarios caracterizados por su astucia, su audacia y su empuje. Este libro suministra argumentos en favor de la pol¨ªtica cient¨ªfica que han apoyado todos los investigadores y casi todos los estadistas progresistas: fortalecer la investigaci¨®n b¨¢sica, aumentando la inversi¨®n estatal en ella, y deso¨ªr los consejos de los partidarios del descuido o la comercializaci¨®n de la ciencia.
?Qu¨¦ es la tecnolog¨ªa? tambi¨¦n nos ense?a que la pol¨ªtica de financiaci¨®n p¨²blica de la investigaci¨®n desinteresada ha sido aplicada incluso por gobiernos norteamericanos encabezados por pol¨ªticos ignorantes y retr¨®grados. En efecto, los EE UU han venido invirtiendo en ella el 2,8 % de su PIB (Producto Interior Bruto), al tiempo que la Uni¨®n Europea ha invertido s¨®lo el 1,9 % de su PIB, pese a que la ciencia europea a¨²n no ha recuperado el alto nivel que ten¨ªa antes de la Segunda Guerra Mundial. Este descuido se debe en parte a que los estadistas europeos han le¨ªdo demasiadas tonter¨ªas posmodernas. Al fin y al cabo, el posmodernismo se fabric¨® en Par¨ªs, no en Nueva York.
'?Qu¨¦ es la tecnolog¨ªa?' tambi¨¦n nos ense?a que la pol¨ªtica de financiaci¨®n p¨²blica de la investigaci¨®n desinteresada ha sido aplicada incluso por gobiernos norteamericanos encabezados por pol¨ªticos ignorantes y retr¨®grados
El autor de este libro apenas se ocupa de la tecnolog¨ªa en el Tercer Mundo, porque apenas hay. Esta deficiencia se debe a que all¨ª no hay demanda de tecn¨®logos originales. En efecto, casi todos los licenciados de las facultades de ingenier¨ªa del Tercer Mundo no trabajan en dise?o, sino en mantenimiento o en administraci¨®n. Los empresarios de esa regi¨®n del mundo prefieren invertir en acciones burs¨¢tiles, haciendas o, a lo sumo, en comprar ¡°paquetes tecnol¨®gicos¡± (artefactos junto a expertos que ense?en a manejarlos) que invertir en proyectos arriesgados.
Adem¨¢s, esos ingenieros han estudiado con profesores que, en el mejor de los casos, eran buenos expositores de hallazgos cient¨ªficos hechos lejos y hace tiempo. Los investigadores originales trabajan en unas pocas facultades de ciencias o emigran a naciones del Primer Mundo, donde hallan los medios, la tranquilidad y los ingresos que les permiten dedicarse a tiempo completo a trabajar en lo que m¨¢s les gusta.
En el Primer Mundo hay cient¨ªficos y tecn¨®logos productivos, pero escasean los soci¨®logos y economistas de la ciencia y de la tecnolog¨ªa. Y la mayor¨ªa de estos piensan y ense?an ideas in¨²tiles o falsas. En particular, muchos de ellos sostienen que hoy d¨ªa las novedades cient¨ªficas y tecnol¨®gicas provienen de la ¡°tecnociencia¡± y resultan del deseo de ganar dinero o poder, no de satisfacer la curiosidad, como cre¨ªa Arist¨®teles, ese pobre ingenuo.
En el Primer Mundo hay cient¨ªficos y tecn¨®logos productivos, pero escasean los soci¨®logos y economistas de la ciencia y de la tecnolog¨ªa. Y la mayor¨ªa de estos piensan y ense?an ideas in¨²tiles o falsas
Pero estos autores, desde Michel Foucault a J¨¹rgen Habermas, Helga Nowotny y los miembros de los Institutos de Estudios de la Ciencia y de la Tecnolog¨ªa, a¨²n no han demostrado la existencia de esa bestia h¨ªbrida que llaman ¡°tecnociencia¡±. Raynaud estudia en detalle un gran n¨²mero de proyectos y hallazgos recientes sin hallar rastros de esa bestia apareada con el unicornio. Tampoco ha encontrado los ¡°foros h¨ªbridos¡±, compuestos de expertos y ciudadanos comunes, que produzcan conocimientos especializados.
Los deseos de saber y de hacer interact¨²an, a veces para bien y otras para mal, pero nunca se funden en uno solo. Las empresas contratan a expertos para que les aporten utilidades, no conocimientos acerca de agujeros negros, la trata de esclavos en el Siglo de las Luces o el estatus del axioma de elecci¨®n. Quien lo dude deber¨ªa invertir sus ahorros en una empresa sin finalidad de lucro. Por ejemplo, deber¨ªa emplear a Dominique Raynaud para escribir libros como este.
En otras palabras, la investigaci¨®n b¨¢sica es aut¨®noma, es decir, se rige por sus propios criterios, mientras que la investigaci¨®n aplicada y el ¡°desarrollo¡± (dise?o tecnol¨®gico) son heter¨®nomas: se hacen para beneficio, inmediato o posible, de quien las paga. Ahora bien, la mayor¨ªa de las innovaciones tecnol¨®gicas tienen ra¨ªces cient¨ªficas. Por ejemplo, en este libro aprendemos que la c¨¢mara cinematogr¨¢fica proviene del ¡°fusil fotogr¨¢fico¡±, dise?ado y construido para observatorios astron¨®micos, que no lo patentaron.
Dado que todos los grandes observatorios pertenecen a uno o m¨¢s gobiernos, el p¨²blico pag¨® por dar a luz una de las industrias m¨¢s rentables. Algo parecido sucedi¨® con las industrias el¨¦ctrica, farmac¨¦utica y de telecomunicaciones: todas ellas nacieron en laboratorios sostenidos por los contribuyentes. Ejemplo: el proceso que condujo de los cient¨ªficos b¨¢sicos Faraday, Maxwell y Hertz a los inventores-empresarios Marconi y Bell.
En general, las ¡°traducciones¡± ciencias ¡ú tecnolog¨ªas han sido acompa?adas por transiciones capital p¨²blico ¡ú capital privado. Esto est¨¢ en consonancia con la m¨¢xima capitalista privatizaci¨®n?de las ganancias y socializaci¨®n de las p¨¦rdidas. A los marxistas se les ha escapado este proceso, paralelo a la ¡°tragedia del bien com¨²n¡± que viene ocurriendo desde comienzos de la Revoluci¨®n Industrial. Se explica: la mayor¨ªa de ellos son marx¨®logos o historiadores antes que estudiosos de la sociedad contempor¨¢nea.
En conclusi¨®n, este libro de Dominique Raynaud nos ense?a mucho sobre las relaciones entre las tecnolog¨ªas y las correspondientes ciencias naturales y la matem¨¢tica. Tambi¨¦n muestra, con ayuda de una multitud de documentos poco difundidos, que el utilitarismo que pregonan los economistas neocl¨¢sicos y los estadistas miopes es el peor peligro que enfrenta la tecnolog¨ªa, que languidece sin el apoyo de las ciencias b¨¢sicas. Como dec¨ªa Guido Beck, mi maestro de f¨ªsica, no han entendido que no puede haber leche de vaca sin vaca.
Este texto de Mario Bunge es el pr¨®logo al libro ?Qu¨¦ es la tecnolog¨ªa?, de Dominique Raynaud, coeditado por Editorial Laetoli (www.laetoli.es) y la Universidad P¨²blica de Navarra (UPNA), que unos d¨ªas llegar¨¢ a las librer¨ªas.
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