?Debe Netflix advertir que ¡®The Crown¡¯ no es real?
Escritores e historiadores asisten al debate de una cuesti¨®n que parec¨ªa resuelta: ?hay que explicarle al p¨²blico que la ficci¨®n hist¨®rica es ficci¨®n?
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¡±Netflix deber¨ªa dejar claro que se trata de eso, una ficci¨®n¡±. Hac¨ªa tiempo que una ocurrencia como esta, en condicional y publicada en un peri¨®dico dominical, no daba tantas vueltas en el mundo de la televisi¨®n. La pronunci¨® la semana pasada Oliver Dowden, el ministro de Cultura del Gobierno de Boris Johnson, en una entrevista con el tabloide conservador Sunday Mail, y hac¨ªa referencia a las muchas licencias dram¨¢ticas que The Crown, la serie sobre Isabel II, se toma en su cuarta temporada. No hubo forma de deso¨ªr la idea ¡ªque cada cap¨ªtulo de la serie lleve una advertencia de que, pese a estar basada en hechos reales, se trata de una ficci¨®n¡ª. Muchos conservadores han pasado la semana apoy¨¢ndola con solemnidad (Helena Bonham-Carter, que interpreta a la princesa Margarita, entre ellos); muchos progresistas, cuestion¨¢ndola.
Si Netflix aceptara poner dicha advertencia, ?tendr¨ªan que llevarla todas las historias basadas en hechos reales? ?Qu¨¦ fue del espectador con sentido cr¨ªtico, capaz de asumir el juego que plantea una ficci¨®n hist¨®rica? Ese g¨¦nero, que, salvando las distancias, en su d¨ªa hizo grandes a Walter Scott, a Tolstoi o incluso a Shakespeare, ?mantiene su significado en un mundo de fake news, en el que la realidad y la ficci¨®n se difuminan y donde cada idea, cada frase, al llegar a la Red puede salir de su contexto original y caer en otro?
Lo que parece molestar al Gobierno brit¨¢nico son unas licencias narrativas sin las cuales, simplemente, no habr¨ªa serie. Toda historia real, incluso biograf¨ªas o libros de historia, se construye con las mismas herramientas que una de ficci¨®n. ¡°No son un archivo judicial, en el que se cuenta cada minuto de cada d¨ªa. Necesitas crear una narrativa, por lo que excluyes algunos detalles e iluminas otros. Sobre todo excluyes¡±, defiende al tel¨¦fono Benjamin Moser, cuya biograf¨ªa de Susan Sontag (Sontag. Vida y obra, Anagrama) gan¨® el Pulitzer este a?o. ¡°Tambi¨¦n trabajas con la ausencia de cierta informaci¨®n. Si haces una serie como The Crown, no sabes exactamente qu¨¦ dijo el duque de Edimburgo en 1958 pero puedes interpretarlo. Si tienes A, B, D, E y F puedes adivinar la C¡±.
The Crown se entronca en la ficci¨®n hist¨®rica, donde la forma de rellenar esos huecos, de imaginar la C, tiene m¨¢s peso que la investigaci¨®n factual. A cambio, logra lo que las biograf¨ªas no pueden ni imaginar: ¡°El sue?o del acceso total, acceso a lo que pas¨® tras las puertas cerradas, en privado, cuando nadie estaba escuchando ni grabando¡±, define por correo Stephen Greenblatt, escritor, historiador literario especializado en Shakesperare y profesor de Humanidades en la Universidad de Harvard. ¡°Aporta la poderosa alucinaci¨®n de la presencia, la sensaci¨®n v¨ªvida de una vida en desarrollo. Insufla de movimiento a los muertos y les hace hablar: ¡®ya no soy un monigote en un libro de texto. Hubo una vez que estuve vivo y fui emocionalmente complejo y me vi asolado por miedos y fantas¨ªas; igual que t¨² ahora¡±.
Es llamativo que se problematice The Crown cuando la serie propone un contrato bastante est¨¢ndar dentro de la ficci¨®n hist¨®rica: el creador queda libre de crear dentro de la verosimilitud y el lector, obligado a entender que consume una creaci¨®n artificial. Es un contrato que lleva siglos aceptado y fingir que no existe supone una condena de muerte literaria. ¡°Cuando un lector o espectador abre un libro o se sienta a ver una pel¨ªcula, entra voluntariamente en el terreno de la imaginaci¨®n. Se negocia cu¨¢nta verdad factual se puede sacrificar en aras de una verdad de mayor envergadura, algo que tal vez no sea exacto, pero refleja una verdad emocional que no est¨¢ presente en las descripciones hist¨®ricas¡±, alerta Maaza Mengiste, escritora et¨ªope nominada al Booker 2020 por The Shadow King, donde recrea la invasi¨®n de Mussolini a Etiop¨ªa en 1935 desde el punto de vista de las mujeres soldado.
¡°Al tratar con un acontecimiento hist¨®rico, el hecho de que el libro se llame novela o que la pel¨ªcula o serie de televisi¨®n sea una adaptaci¨®n implica que la verdad no reside en lo particular, sino en los aspectos m¨¢s amplios del acontecimiento en cuesti¨®n¡±, a?ade. ¡°Quiero decir, que lo que pas¨® en realidad importa menos que lo seguramente hubiera pasado si tuvi¨¦ramos los detalles que se han perdido con el tiempo, el secretismo o cualquier otra raz¨®n por la cual carecemos de toda la informaci¨®n. Al arte y la literatura le pedimos que nos transporten m¨¢s all¨¢ de lo que conocemos. Que nos sorprendan y nos maravillen con las posibilidades de la vida¡±.
Algo parecido destac¨® Greenblatt en 2009, al rese?ar En la corte del lobo, una de las novelas sobre Thomas Cromwell de la brit¨¢nica Hilary Mantel ¡ªhoy el paradigma de la ficci¨®n hist¨®rica¡ª en The New York Review of Books: ¡°La exactitud hist¨®rica no es lo importante. Lo que importa es la ilusi¨®n de la realidad, la capacidad de conjurar fantasmas¡±. Es la din¨¢mica fundamental del g¨¦nero y separa a The Crown, una de las series m¨¢s caras de la historia, cuyo descomunal presupuesto se traduce en espectaculares recreaciones de palacios, vestidos y paisajes, de la mayor¨ªa de producciones sobre la Casa Real. Tantos detalles peque?os resultan tan realistas que las mentiras se difuminan entre ellos.
Shakespeare no tuvo que advertir que Ricardo II no hablaba en realidad en pent¨¢metro y¨¢mbico ni Gore Vidal que no tuvo acceso a los sue?os de Abraham Lincoln. Los Windsor, una comedia de Channel 4 que retrata a la familia real inglesa como una panda de exc¨¦ntricos lun¨¢ticos, tampoco necesita aclarar su distancia de la realidad: es evidente. Pero The Crown, pese a ser un drama infinitamente m¨¢s respetuoso, conjura a los fantasmas de forma tan convincente que multiplica la ilusi¨®n de realidad, y los aludidos parecen mucho m¨¢s aludidos (y delante de una audiencia global y mayor que la que tienen las vidas reales de los Windsor). ¡°Viendo c¨®mo el poder transformador de Internet va difuminando la l¨ªnea entre realidad y ficci¨®n, me parece ¨²til ahora subrayar la distinci¨®n entre ficci¨®n y realidad hist¨®ricas¡±, opina Greenblatt hoy.
¡°Pero esto no va de un g¨¦nero literario, sino de poder y de c¨®mo se preserva¡±, alerta Moser. A diferencia de Ricardo II o Lincoln o Cromwell o la mayor¨ªa de personajes de novela hist¨®rica, los Windsor siguen vivos y ejercen una influencia enorme a¨²n, suficiente como para que se les quiera proteger de las consecuencias de una mentira demasiado bien envuelta. ¡°Creo que ser¨ªa sano e higi¨¦nico informar a la gente de que est¨¢n viendo una reconstrucci¨®n, o una ficci¨®n basada en una historia real y no el 100% de lo que ocurri¨®¡±, prosigue Moser. ¡°Pero a la vez debo preguntarme si el mismo ministro de Cultura, o los cortesanos que obviamente est¨¢n forzando esta advertencia, estar¨ªan a favor de insertar una advertencia similar antes de las bodas reales o del Desfile de los Estandartes o todas estas grandiosas ocasiones en las que el poder de la dinast¨ªa y la aristocracia se ensalza a cargo del dinero p¨²blico. Algo que dijera que esta gente son descendientes de unos asesinos racistas, colonialistas e imperialistas que fueron responsables de la muerte de docenas de millones de personas por todo el mundo en un milenio y pico de depravaci¨®n. ?Deber¨ªamos anunciar eso con im¨¢genes de los beb¨¦s reales en el Hola?¡±.
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