Un nuevo Cid a la conquista del trono de las series
La producci¨®n sobre el Campeador se distancia del mito vetusto para armar un espect¨¢culo al gusto del p¨²blico de hoy
Tras los ¨¦xitos de la novela Sidi, un relato de frontera, de Arturo P¨¦rez-Reverte (Alfaguara), y el iluminador ensayo El Cid, historia y mito de un se?or de la guerra, de David Porrinas (Desperta Ferro, 2019), que han abierto camino a la hora de volver a imaginar al de Vivar, el Campeador se encarna ahora en el actor Jaime Lorente y se lanza a la conquista del trono de las series. La nueva producci¨®n, con un Cid al gusto de los tiempos, inmerso en un mundo mestizo, violento y cambiante, se ha realizado bajo premisas similares a las de las dos obras citadas; es decir, tratando de sacar al personaje real de la sombra del mito (sobre todo en lo que tiene de m¨¢s rancio y acartonado), para servir al p¨²blico un personaje cercano susceptible de despertar su inter¨¦s. Incluso lo vemos orinar, que eso no sal¨ªa en el Cantar de mio Cid, ni lo hac¨ªa en pantalla, ?v¨¢lgame Dios!, Charlton Heston.
La primera temporada de El Cid, de Amazon Prime Video, se compone de cinco cap¨ªtulos que muestran la ni?ez y juventud de Rodrigo Ruy D¨ªaz de Vivar, las mocedades del Cid, vamos, concentr¨¢ndose en su arribada a la corte de Fernando I el Magno (Jos¨¦ Luis Garc¨ªa-P¨¦rez), conde de Castilla y rey de Le¨®n, y su formaci¨®n como paje y escudero en medio de las tensiones pol¨ªticas externas e internas del reino, y las rivalidades personales. La acci¨®n culmina con la hist¨®rica batalla de Graus (1063), donde la serie, aunque no se sabe si el personaje estuvo, sit¨²a la epifan¨ªa guerrera ¡ªalgo repentina y atropellada¡ª del de Vivar y el nacimiento de sus ep¨ªtetos Campeador y Sidi (Cid), este por parte de los moros que consideran al joven guerrero rebosante de baraka (carisma, suerte). La temporada acaba con la muerte de Fernando (1065) que dio paso al reparto de su reino entre sus hijos Alfonso (VI), Sancho (II), Garc¨ªa, Urraca y Elvira (no hay spoiler para los que hayan hecho los deberes de la asignatura de historia). En cuanto al protagonista, estamos en los albores de la leyenda y en realidad en el umbral de lo que podr¨ªa ser el Cid m¨¢s hist¨®rico, pues las fuentes apenas ofrecen indicio alguno de la vida de Rodrigo D¨ªaz antes de su etapa al servicio de Sancho II ya coronado como heredero principal de su padre.
De manera bastante inteligente, la serie se coloca pues en su primera temporada en una ¨¦poca en la que pr¨¢cticamente se puede inventar lo que se quiera del Cid, dejando para m¨¢s adelante los episodios m¨¢s discutidos del mito como la Jura de Santa Gadea (que Porrinas y otros sostienen que no existi¨®), la afrenta de Corpes o la victoria del h¨¦roe despu¨¦s de muerto. Y como se puede inventar (del Cid no sabemos ni qui¨¦n era su madre), pues se inventa. Hasta se le pone en la serie una relaci¨®n especial con las aves (habla con ellas), que a?ade a la vez un elemento fant¨¢stico y ecol¨®gico muy del gusto de ahora. Toda funci¨®n necesita un buen malo y a falta de un sheriff de Nottingham o un templario rijoso ah¨ª tenemos al conde de Le¨®n (Carlos Bardem) secundado por su insoportable hijo y rival de Ruy, Ordu?o.
El Ruy de la serie, con peinado a lo Pedro Mar¨ªn e interpretado de manera un tanto p¨¦trea por Casa de papel Lorente, cuyo perfil de mand¨ªbula fuerte dar¨ªa para un buen Capit¨¢n Trueno, es un joven de la baja nobleza llevado a la corte por su abuelo y con el estigma de un padre tildado de traidor. Su progenitor le ha dejado en herencia un sentimiento perpetuo de agravio y de desarraigo (que Lorente no abandona ni para ir al ba?o) y una espada. Esa espada, para que vean c¨®mo se ha recibido la serie y lo que le espera a medida que progrese, est¨¢ siendo ya centro de pol¨¦mica sobre su dise?o. De estilo carolingio, est¨¢ inspirada en la famosa Joyosa de Carlomagno, seg¨²n el modelo (en realidad m¨¢s tard¨ªo) que se conserva en el Louvre y que es la que se usaba para la coronaci¨®n de los reyes de Francia desde el siglo XI. Que el Cid lleve una espada francesa (aunque no sea Tizona o Colada, adquiridas m¨¢s tarde seg¨²n la leyenda) a algunos les parece anatema. En realidad, tiene l¨®gica: los francos entonces hac¨ªan algunas de las mejores espadas, como las Ulfberht, que se rifaban hasta los vikingos.
En l¨ªneas generales la serie conjuga sentido de la aventura cl¨¢sica ¡ªhay ecos de Ivanhoe en las escenas del torneo¡ª y una fidelidad de manga ancha al marco hist¨®rico, con las tendencias modernas para este tipo de relatos. Es decir: combates con gran efusi¨®n de sangre a lo Vikingos y Juego de tronos, af¨¢n realista e incluso hiperrealista (hay escenas de miseria medieval que parecen sacadas de los Monty Python y es chocante la de Urraca defecando en una letrina de ca¨ªda libre del castillo y Jimena limpiando diligentemente a su se?ora con estopa), conspiraciones y sexo. El juego de tronos -Le¨®n, Castilla, Arag¨®n, las taifas moras...- que se muestra est¨¢ muy bien y recrea un peligroso e inestable mundo fronterizo en continua transformaci¨®n y en el que se dan alianzas entre pr¨ªncipes cristianos y musulmanes que otrora, en el bachillerato sin ir m¨¢s lejos, hubieran parecido contra natura, pero eran en realidad moneda de cambio habitual. Veremos si m¨¢s adelante el Cid aparece como el mercenario se?or de la guerra con hueste h¨ªbrida que todo hace suponer que fue.
Er¨®tica Urraca
Hay que se?alar que, de momento, en el sexo, como tambi¨¦n en la truculencia, El Cid va bastante a la zaga de los Siete Reinos: Le¨®n, aunque hay l¨ªos, carnales y mort¨ªferos, no es Desembarco del Rey. En el cap¨ªtulo er¨®tico se debe destacar el papel de Urraca (estupenda Alicia Sanz), siempre presta al desnudo y al comentario picante (¡°?ha catado su daga tu ciruela?¡±, interroga a una de sus doncellas presumiblemente desflorada). La infanta protagoniza una desconcertante escena de ribetes incestuosos en la ba?era con su hermano Alfonso (los guionistas aseguran que es plausible), aunque no pasan a mayores como los Lannister.
Urraca, que acaricia el trono y hasta se sienta en ¨¦l con ambici¨®n de Cersei, es la abanderada del protofemismo medieval en una serie con otros personajes de mujeres fuertes como la reina Sancha (Elia Galera) o Amina (Sarah Perles), la hija del emir de Zaragoza, otra que clama por la libertad femenina seduciendo al Cid. El padre de Jimena resulta ser, signo tambi¨¦n de los tiempos, un maltratador y su hija se lo afea. La serie se abona a la imagen del refinamiento y sensualidad mahometanos frente a la rudeza y hedor de los cristianos, con escenas de seducci¨®n ¨¢rabe al estilo de El reino de los cielos y alg¨²n numerito l¨¦sbico. Y adem¨¢s tienen el astrolabio. Se incluyen las pertinentes estampas de confluencia de las tres religiones, cristiana, musulmana y jud¨ªa. En cuanto al lenguaje, se combinan arca¨ªsmos como ¡°barragana¡± o ¡°verraco¡± con expresiones m¨¢s de hoy como la del caballero al que desean suerte antes de romper una lanza en torneo y responde: ¡°Suerte no, ?cojones!¡±.
En una serie as¨ª, el rigor en lo militar y en las escenas de batallas es fundamental. La panoplia del guerrero castellano leon¨¦s est¨¢ bien reproducida, ateni¨¦ndose a lo que establecen los prescriptores, como la revista Desperta Ferro, y tambi¨¦n se describe con propiedad la forma de combatir. Las escenas de esgrima son quiz¨¢ algo acad¨¦micas y r¨ªgidas (aunque Lorente ha explicado que sufrieron contusiones y heridas en el rodaje por exceso de celo). Interesante la escena en que se comparan las distintas formas de aguantar la lanza de leoneses y francos durante las cargas de caballer¨ªa y el uso de grandes caballos frisones. Mostrar con crudeza e incluso cierta deleitaci¨®n (la inevitable c¨¢mara lenta en los golpes de armas blancas y en la aspersi¨®n de sangre) el salvajismo de la guerra medieval, sucia, gore, centrada en el cuerpo a cuerpo, no impide que la serie adopte a veces un moderno tono antibelicista y antiheroico: se muestra el dolor de las v¨ªctimas, las amputaciones -un guerrero es devuelto a los suyos sin cabeza, con la natural estupefacci¨®n (de los parientes)-, y se ense?a tambi¨¦n la miseria a que son arrojadas las familias cuando muere el hombre que las sostiene.
En resumen la serie es bastante entretenida, presenta algunos sabrosos secundarios como Echanove de obispo, incita a repasar la historia del per¨ªodo y demuestra que, a mandobles, el Cid no tiene nada que envidiar a Ragnar o a Jon Nieve. Veremos como se desarrolla el personaje y se tratan sus grandes momentos, pero se merece un voto de confianza.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.