Garc¨ªa y De la Morena, asalto a la dictadura salvaje de la radio nocturna
¡®Reyes de la noche¡¯, la serie que estrena Movistar +, funciona como un b¨®lido y deja un dilema moral inquietante
El ¨²ltimo n¨²mero de la revista de La Marea publica este mes el adelanto de un ensayo esperado, La Espa?a de las piscinas (Arpa) de Jorge Dioni, y en ¨¦l se encuentra esta reflexi¨®n: ¡°Nada ha hecho m¨¢s da?o a la pol¨ªtica que las series sobre pol¨ªtica. No es culpa de las narraciones, sino de la dificultad de ciertas personas para distinguir la ficci¨®n de la realidad, algo que les hace asumir que forman parte de un relato¡±. He aqu¨ª el ¨²nico problema, no formal sino moral, de Reyes de la noche, la serie que estrena este viernes Movistar +. Es fant¨¢stica, r¨¢pida, agil¨ªsima y con un nivel extraordinario en su guion, que recluta la realidad ¡ªla guerra desbocada de Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa / Paco el C¨®ndor (Javier Guti¨¦rrez) y Jos¨¦ Ram¨®n de la Morena / Jota Montes (Miki Esparb¨¦) por el trono de la madrugada radiof¨®nica¡ª para convertirla en una astracanada con la que ejemplificar qu¨¦ fue aquello y a d¨®nde llegaron aquellos.
Hay que verla como fue escrita: dos personajes inspirados en personas reales manteniendo una disputa real con hechos tan ficticios que son descacharrantemente inveros¨ªmiles. No son sus familias, no son sus exclusivas, no es su equipo (salvo un caricaturizado Pipi Estrada, de cama en cama con sus fuentes y pelota mayor del jefe), la locutora del programa de la noche inspirado en Hablar por hablar (Marga, interpretada por Itsaso Arana) no es Gemma Nierga (que lo hac¨ªa desde Barcelona); lo que remite a aquella ¨¦poca, adem¨¢s de una ambientaci¨®n impecable, es la furia, la pasi¨®n y los pocos escr¨²pulos, en momentos l¨ªmite, de sus protagonistas.
Por ejemplo, para mostrar el grado de rivalidad entre ellos al punto de sacrificar minutos de informaci¨®n por insultarse y el grado de violencia verbal al que llegaron, los personajes inspirados en Garc¨ªa y De la Morena locutan una final de la Copa del Rey y terminan pasando del partido y de los goles para insultarse desde las ondas hasta acabar saliendo de sus cabinas y pegarse bajo la trastornada mirada de Juan Carlos I. La met¨¢fora no tiene el problema moral de otras m¨¢s delicadas que har¨¢n re¨ªr al espectador, turbar¨¢n a los informados y quiz¨¢ enfaden a los aludidos (ni Garc¨ªa ni De la Morena han visto la serie), como cuando, para mostrar de qu¨¦ manera Garc¨ªa estaba devorado por su trabajo, se utiliza un c¨¢ncer ficticio de su mujer por el que se preocupa pero no atiende, o para contar su obsesi¨®n con la hombr¨ªa y ¡°los cojones¡± la emprende ficticiamente con un hijo real que pasa del f¨²tbol y quiere escaquearse, espantado, de la mili.
Parafraseando a Dioni, esto no ser¨ªa culpa de los narradores, sino de la dificultad de ciertas personas para distinguir la ficci¨®n de la realidad, sobre todo cuando la ficci¨®n se apoya sutilmente en la verdad. El debate desborda esta serie. ?Debe un narrador considerar ese peaje? No el peaje de que haya gente que no va a entender si es ficci¨®n o realidad, sino que esa incomprensi¨®n alcance a unos personajes que, en tono de comedia, hacen actos monstruosos. Y m¨¢s: ni siquiera monstruosos profesionalmente, sino personalmente, de tal modo que alcancen a sus familias. Y al mismo tiempo, si no son monstruosos, ?ser¨ªan c¨®micos? A Garc¨ªa y De la Morena se les ha depositado en un guion tan magn¨ªfico como maquiav¨¦lico, un juego habitual en el que el sintagma ¡°libremente inspirado¡± plantea algo conocido: el ¡°inspirado¡± significa que en pantalla vas a ser t¨², y ¡°libremente¡± que te voy a contar yo. Si bien la serie advierte al principio de cada episodio a modo de escudo judicial: ¡°(¡) Es una obra de ficci¨®n, sus personajes y tramas no responden a la realidad y tampoco persiguen identificar a ninguna persona (¡)¡±, que no deja de tener su gracia en una historia sobre transgresiones informativas.
Por supuesto, para el espectador la gracia es doble: al talento de sus creadores, Adolfo Valor y Crist¨®bal Garrido, se suma la confusi¨®n y el caos: ?qu¨¦ pas¨® y qu¨¦ no pas¨®? ?La Cope, como su trasunta llamada Radio 9 y dirigida por curas, aprobaba que uno de sus viejos conservadores locutores estrella se perdiese cada noche entre jovencitos gais? Ese juego de licencias, al haber unas pocas reales, existe con decenas de detalles m¨¢s; art¨ªsticamente funciona como un b¨®lido, moralmente se resume en que nos vamos a re¨ªr mucho con el trato que le da el personaje inspirado en Garc¨ªa a su hijo, siempre y cuando un personaje inspirado en nosotros no salga en pantalla haciendo lo mismo.
Reyes de la noche, por tanto, lo tiene todo para triunfar. Los seis cap¨ªtulos, de media hora cada uno, pueden verse del tir¨®n a poco que uno tenga el d¨ªa tranquilo. Es adictiva y las interpretaciones son brutales, desvelando una competici¨®n feroz ya no extramuros, sino dentro de las propias emisoras (la relaci¨®n entre Marga y Jota: sexo y sangre). Hay mucho whisky, mucho puro, mucho machismo y mucha noche; hay escenas de acabar rodando por el suelo. Y hay un mensaje incomod¨ªsimo que la serie muestra con acierto: de ese odio, de esa competencia salvaje entre dos l¨ªderes (uno atacando una dictadura para imponer la suya, el otro defendi¨¦ndola con fuego) sali¨® un periodismo vergonzante pero, tambi¨¦n, unas exclusivas impresionantes con la tenacidad propia de un polic¨ªa de guardia 24 horas, unas investigaciones de meses y a?os tirando del hilo, unas noticias que derribaron a todo el que se pon¨ªa en medio o met¨ªa la mano, sobre todo si era af¨ªn al contrario. Sus reporteros, los de Garc¨ªa y De la Morena, pod¨ªan plantarse d¨ªas en la puerta de la casa de un directivo para ver qu¨¦ representante entraba y sal¨ªa, secuestrar a jugadores para una entrevista, colarse en lugares inveros¨ªmiles, hacerse pasar por otros, enga?ar al m¨¢s pintado. No es una defensa de la ¨¦poca, es su constataci¨®n: tan justo es recordar los niveles a los que descendieron como el rosario de noticias de alcance que se tiraron el uno al otro a la cara para gozo del oyente. En ambos hay cierto resentimiento porque se les recuerde en pantalla lo malo; lo cierto es que la noticia no es hacer bien tu trabajo, sino mal.
Y por ¨²ltimo, los ochenta y los noventa. La gente pegada al transistor, las noches en todas las casas con el pitido de las se?ales horarias y el silencio sepulcral a la espera de que uno y otro arrancase el programa. Esos salones, esas decoraciones, esa radio pegada a la oreja, ese mover la rueda de la frecuencia buscando la emisora con el coraz¨®n en un pu?o (¡°no llego, no llego¡±). La primera escena de Reyes de la noche es primorosa; la retransmisi¨®n de un encuentro de la selecci¨®n, los hogares en vilo, y en el estudio los locutores pregunt¨¢ndole a un tipo de espaldas (fina evocaci¨®n de Don Vito) del que solo vemos el puro, qu¨¦ le ha parecido el partido, la vida, lo que fuese.
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