Laurel Canyon: no digas que fue un sue?o de la ¨¦lite ¡®hippy¡¯
Dos documentales recuperan la escena de rock y folk que explot¨® en los sesenta en un apacible barrio de Los ?ngeles. Uno recoge batallitas y gamberradas, el otro logra zambullirnos en ese tiempo ¨²nico
A mediados de los sesenta entr¨® en EE UU la llamada invasi¨®n brit¨¢nica, el desembarco de los Beatles, Stones, Who, Animals, Kinks y otras bandas inglesas que hab¨ªan dado una vuelta al rock de ra¨ªz americana. La r¨¦plica de la escena californiana fue vigorosa y explot¨® en un lugar muy concreto: Laurel Canyon, un vecindario id¨ªlico de Los ?ngeles, con caba?as entre los ¨¢rboles a solo cinco minutos de Hollywood, no muy lejos de la torre cil¨ªndrica de Capitol Records y de salas m¨ªticas de conciertos como Troubador y Whisky a Go Go.
En esas casas de madera, donde no hac¨ªa falta echar la llave al salir, compart¨ªan ensayos, influencias, fiestas y drogas los Byrds, los pioneros de todo esto, y los Monkeys, Turtles o Beach Boys, Joni Mitchell, The Mamas and the Papas, Buffalo Springfield, Love, The Doors, Carole King o Fran Zappa (el m¨¢s exc¨¦ntrico y el ¨²nico sobrio). Y Crosby, Stills, Nash and Young, unidos tras salir de algunas de las bandas anteriores. Esa generaci¨®n, que beb¨ªa tanto de los Beatles como de Dylan, abri¨® paso al folk rock primero y a la psicodelia despu¨¦s. Fue en este vecindario donde los Byrds invitaron a los Beatles a un viaje de ¨¢cido que dio un giro a su carrera; la conexi¨®n trasatl¨¢ntica era fecunda en las dos direcciones.
Dos documentales disponibles en las plataformas repasan ese tiempo en ese lugar. Echo in the Canyon (en Amazon Prime Video), de 2018, es un proyecto del exjefe de Capitol Records Andrew Slater. Desfilan vecinos como Brian Wilson, David Crosby, Roger McGuinn o Tom Petty y asiduos como Eric Clapton o Ringo Starr. Resulta una sucesi¨®n de relatos m¨¢s o menos gamberros ¡ªStills admite con verg¨¹enza que escap¨® por la ventana de una redada policial en su propia fiesta, regada de sustancias prohibidas¡ª. Pero, ay, faltan algunos nombres esenciales y no abunda el contexto pol¨ªtico y social de la ¨¦poca. Conduce el recorrido Jakob Dylan, hijo de Bob, quien adem¨¢s versiona aquellos himnos con voces de hoy (Fiona Apple, Norah Jones, Jade Castrinos), lo que suena correcto (con ese material se edit¨® un disco) pero sin asomo de la magia de los temas originales. M¨¢s valiosas resultan otras actuaciones para la ocasi¨®n, como el duelo a la guitarra de Stills con Clapton o el cierre de Neil Young, que no abre la boca ni mira a c¨¢mara, pero hace rugir las seis cuerdas.
Se goza m¨¢s Laurel Canyon, de 2020, de la directora Alison Ellwood (en dos cap¨ªtulos en Movistar+). Su recurso es el contrario: solo vemos im¨¢genes de archivo de aquellos a?os, y o¨ªmos las voces de los protagonistas que hablan desde un futuro indeterminado. Buen truco: todos salen en sus mejores d¨ªas, rebosantes de juventud y energ¨ªa. Aqu¨ª no falta el contexto: se explica que el movimiento de m¨²sicos empez¨® sin mucha carga pol¨ªtica, pero se fue implicando cada vez m¨¢s en las causas de esa convulsa ¨¦poca: la guerra de Vietnam, la lucha racial, la libertad sexual, el feminismo.
Te zambulles en ese idealismo hippy que se esfum¨® a partir de 1969 tras los cr¨ªmenes de la secta de Charles Manson, el tr¨¢gico concierto de los Stones en Altamont y las muertes de varias estrellas del club de los 27. En los setenta se instalan all¨ª Jackson Browne o The Eagles; ya no es lo mismo. La hero¨ªna hace estragos. Hay que echar la llave de las casas de madera. La m¨¢s sincera en su relato es Michelle Phillips, una de las Mamas: ¡°?ramos hippies. Pero hippies ricos¡±. No digas que fue un sue?o.
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