¡®Tokyo Vice¡¯: Tint¨ªn en la ¡®yakuza¡¯
La serie sobre un periodista de EE UU instalado en Jap¨®n para investigar a las mafias es impactante, pero abusa del clich¨¦ y no se mueve del punto de vista del occidental. Tenemos que creer que la historia es real
El arte siempre es hijo de su tiempo. Los tebeos de Tint¨ªn son obras maestras a pesar de que reflejan una mirada colonial sobre el mundo. El que ha envejecido peor es Tint¨ªn en el Congo: los congole?os estaban esperando que llegara un jovencito blanco belga para ense?arles a vivir en su tierra, y se lo agradecen hasta el extremo de adorarlo como a un dios. El personaje de Herg¨¦ (es decir, el propio Herg¨¦) fue madurando, libr¨¢ndose de los supremacismos de los a?os treinta y avanzando hacia una visi¨®n m¨¢s cosmopolita. No hay que censurar ese Tint¨ªn, no, pero sabemos que hoy no se har¨ªa as¨ª.
Prejuicios de este tipo, m¨¢s ajenos a su tiempo, lastran Tokyo Vice, la serie de HBO Max sobre un joven y ambicioso periodista estadounidense que se instala en Jap¨®n y aprende a la perfecci¨®n su lengua para trabajar en el peri¨®dico de mayor tirada del mundo, el Yomiuri Shimbun, y acercarse a la temida yakuza a finales de los a?os noventa. Es un relato fren¨¦tico, muy bien ambientado, de est¨¦tica impactante, pero que abusa de los clich¨¦s. Y que no se mueve del punto de vista del gaijin, el extranjero instalado en un pa¨ªs poco diverso. Incluso a las v¨ªctimas de la yakuza las miramos desde los ojos de dos mujeres occidentales metidas en el turbio negocio de los clubes de alterne. El primer cap¨ªtulo lo firma un gran nombre de la industria: Michael Mann; su buena factura se va diluyendo seg¨²n avanzan los ocho episodios.
El papel de Jake Adelstein es carism¨¢tico pero resulta un tanto cargante. Llega como becario y enseguida est¨¢ dando lecciones a todos. Recurre sin pudor a su don de seducci¨®n, con los compa?eros y sobre todo con las fuentes. Necesitaba ese gran diario que llegara ¨¦l para empezar a hacer investigaci¨®n; necesitaban los polic¨ªas ineptos o corruptos sus pistas; necesitaban los mafiosos un interlocutor de su talla.
Y tenemos que creer que la historia es real: la escribi¨® el propio Adelstein en el libro adaptado aqu¨ª; su nombre figura entre los productores ejecutivos. Sin duda, tiene un gran concepto de s¨ª mismo. Me pregunto por la versi¨®n que contar¨ªan sus colegas japoneses.
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