780 d¨ªas con la oscura yakuza
1612 Ese es el a?o en el que algunas leyendas sit¨²an la semilla del crimen organizado en Jap¨®n. Por aquel entonces no se hac¨ªan llamar yakuza, no conduc¨ªan coches de lujo, ni vest¨ªan trajes caros: en realidad, eran grupos de samur¨¢is que defend¨ªan a los peque?os pueblos de los guerreros renegados, mercenarios que en tiempos de paz hab¨ªan decidido pasarse al saqueo y la delincuencia. Los machi-yokku, como se llamaba a los servidores del pueblo que luchaban contra los ronin, son parte fundamental para entender las simpat¨ªas que siguen suscitando en parte de la sociedad japonesa los modernos yakuza. Los machi-yokku gustaban de la bebida y el juego, y fue esto ¨²ltimo -si creemos la leyenda- lo que acab¨® dando nombre a los yakuza: en algunos dialectos, ya significa 8; ku, 9, y sa, 3. La suma de estos n¨²meros, 20, es una de las peores manos del hana-fuda, un antiguo juego de cartas. Con el nombre por bandera, los integrantes del grupo se catalogaban a s¨ª mismos de perdedores: una curiosa forma de definirse.
La mafia japonesa cuenta con m¨¢s de 100.000 miembros integrados en 2.500 familias distintas
Los m¨¢s j¨®venes no respetan los estrictos c¨®digos de honor que han regido la organizaci¨®n
"Cre¨ªa que eran chalados con armas. Ahora pienso que no es blanco y negro. Hay un mont¨®n de grises"
Ahora los novatos se ensucian las manos mientras la vieja guardia cuenta los billetes
"Un extra?o puede verlo malo, los rincones oscuros, pero ellos solo ven una cosa: a su familia"
Ahora bien, otros afirman, en una versi¨®n que parece m¨¢s fiable, que en realidad el crimen organizado nip¨®n desciende directamente de los kabuki-mono, un grupo de samur¨¢is que se distingu¨ªa por sus desmanes, su excentricidad, sus peinados, su forma de hablar y las largas espadas que pend¨ªan de sus cintos. Esta versi¨®n de la historia no gusta a la Yakuza, que se considera m¨¢s la hija de los defensores del pueblo que de unos chiflados sin se?or y de comportamiento an¨¢rquico que se dedicaron a sembrar el p¨¢nico en un Jap¨®n feudal. La an¨¦cdota, lejos de ser banal, ilustra la creencia de que este imperio del crimen (con cinco veces m¨¢s efectivos que la mafia en Estados Unidos) se ve a s¨ª mismo como un Robin Hood moderno que sabe c¨®mo cuidar de los suyos por encima de cualquier otra consideraci¨®n.
La Yakuza tal como la conocemos hoy d¨ªa nace a finales del siglo xix, cuando Jap¨®n sufri¨® la transformaci¨®n que le llev¨® de su pasado tradicional a la modernidad, en t¨¦rminos pol¨ªticos y militares. De repente, las filas de la organizaci¨®n se llenaron de obreros deseosos de adquirir un nuevo estatus. El Gobierno reclut¨® a muchos de ellos con el prop¨®sito de controlar a sus adversarios pol¨ªticos y los yakuza empezaron a ser usados como fuerza de choque. Al mismo tiempo, su control de actividades como el juego creci¨® y su presencia en todos los ¨¢mbitos de la sociedad japonesa se multiplic¨®. Antes de los a?os treinta, la Yakuza asesin¨® a ministros y particip¨® en varios golpes de Estado; y se reaviv¨® despu¨¦s de la derrota de los nipones en la II Guerra Mundial. Tras la invasi¨®n americana, los aliados trataron de acabar con la organizaci¨®n, pero renunciaron en los a?os cincuenta: la Yakuza estaba demasiada agarrada al pueblo como para que fuera posible separarlos.
2011. Cuatro siglos despu¨¦s, y sea cual fuere la versi¨®n que uno desee creer, la mafia japonesa cuenta con m¨¢s de 100.000 miembros integrados en 2.500 familias distintas y existen pocas dudas de su implicaci¨®n en much¨ªsimos sectores de la pol¨ªtica y la sociedad nipona con tent¨¢culos que se extienden por Jap¨®n, Asia y muchos otros pa¨ªses del mundo, incluido Estados Unidos.
Sin embargo, muchas cosas han cambiado en el seno de la Yakuza con el paso del tiempo: para empezar, la conexi¨®n de este colectivo con la pol¨ªtica, un "amigo" imprescindible para asegurar la continuidad de sus m¨²ltiples negocios. Un v¨ªnculo fortalecido por los a?os y que sigue estando vigente. Otro asunto es el cambio en muchas familias, cuyos miembros m¨¢s j¨®venes no respetan los estrictos c¨®digos de honor que han regido la organizaci¨®n durante d¨¦cadas y que no sienten aprecio por la vieja escuela. Esto ¨²ltimo preocupa por igual a los yakuza veteranos, a pol¨ªticos y -especialmente- a las fuerzas del orden, que ven c¨®mo sus particulares relaciones con el crimen organizado pueden irse al traste de un momento a otro y dar paso a un caos desconocido por estos lares.
Aun as¨ª, parece que la tradici¨®n sigue manteniendo su jerarqu¨ªa en las principales familias a lo largo y ancho de Jap¨®n, con Tokio como base de operaciones. Una de esas familias, los Shinseikai, que controlan el famoso distrito rojo de la capital nipona, ha permitido al fot¨®grafo belga Anton Kusters convivir con ellos durante dos a?os. Cierto es que la Yakuza no es tan opaca como otras organizaciones criminales. Pero dejar al descubierto los movimientos de sus mandos, de sus jefes, es algo que nunca hab¨ªa sucedido antes, al menos con un extranjero. Kusters penetr¨® con su c¨¢mara en estancias llenas de humo, asisti¨® a rituales privados, pase¨® por campos de entrenamiento en paradero desconocido y hasta se col¨® en el funeral de un jefazo.
"La primera vez que vi a un yakuza fue en Kabukicho", explica Kusters, "estaba sentado con mi hermano Malik en un bar. Hasta ese momento ve¨ªamos a la Yakuza como todo el mundo: un grupo de locos con tatuajes que iban por ah¨ª con espadas y pistolas mat¨¢ndose entre ellos a la menor oportunidad", afirma el autor en el pr¨®logo de Odo Yakuza Tokyo, el libro que ha surgido de esta aventura. ?l mismo se r¨ªe cuando habla con El Pa¨ªs Semanal por tel¨¦fono desde B¨¦lgica y se le comenta este detalle: "La verdad es que s¨ª que pensaba que eran as¨ª, chalados con armas, nunca me hab¨ªa tomado la molestia de estudiar el tema a fondo. Ahora pienso que no es blanco y negro, que hay un mont¨®n de grises. Pueden ser buenos y pueden ser monstruos... pero tambi¨¦n creo que cuando son buenos es para evitar el peso de la ley".
En 1986 y en su imprescindible libro Yakuza (publicado despu¨¦s en 2003 en una edici¨®n extendida), los periodistas estadounidenses David E. Kaplan y Alec Dubro dejaban al descubierto el entramado de la organizaci¨®n criminal. Cuatro a?os de investigaci¨®n y centenares de entrevistas cimentaron una obra esencial para comprender el poder y la expansi¨®n de la Yakuza en toda el ¨¢rea del Pac¨ªfico. Kaplan y Dubro llegaron tan lejos por lo que se refiere a nombres, fechas y cifras que su obra estuvo prohibida en Jap¨®n hasta 2001. Los tiempos han cambiado y aunque aquel libro ense?¨® a los g¨¢nsteres nipones a salvaguardar su intimidad con m¨¢s recelo, lo cierto es que algunos capos nunca han podido renunciar a un cierto nivel de exhibicionismo en su relaci¨®n con la prensa. "Es bastante sencillo ir a Tokio, pasarte una semana all¨ª y volver con algunos buenos retratos", cuenta el que ha sido invitado de lujo del submundo nip¨®n. "En ese sentido, la Yakuza es bastante accesible. Lo que yo le ped¨ª a la familia Shinseikai era un proyecto a largo plazo. Quer¨ªa permanecer con ellos, aprender sus costumbres. Creo que esa fue la clave, decirles que quer¨ªa aprender de la subcultura yakuza y de la cultura japonesa, que no ten¨ªa prisa. Adem¨¢s fui muy espec¨ªfico con mis intenciones, les expliqu¨¦ claramente por qu¨¦ quer¨ªa hacerlo, y todo lo hice con mucho respeto. Creo que tambi¨¦n fue muy importante el hecho de que soy un fot¨®grafo europeo. No quer¨ªa dar un tratamiento sensacionalista, quer¨ªa hacer algo distinto".
La aventura de Kusters empieza a principios de 2008, cuando Souichirou (aquel miembro de la Yakuza que el fot¨®grafo y su hermano Malick avistaron en un bar) se prest¨® a iniciar la negociaci¨®n con la organizaci¨®n. Diez meses despu¨¦s y con la ayuda de un intermediario japon¨¦s, los capos de la familia Shinseikai daban el s¨ª. En abril de 2009, el belga se plantaba en Tokio dispuesto a empotrarse en una de las familias m¨¢s poderosas de Jap¨®n. "Cada semana", cuenta Kusters, "mi hermano contactaba con nuestro mediador y este a su vez con la familia. Ellos acordaban d¨®nde ten¨ªamos que ir y a qui¨¦n ten¨ªamos que ver. Nunca hubo nada improvisado. Nunca me present¨¦ en ning¨²n sitio por sorpresa, especialmente porque no hubiera sabido d¨®nde ir. Nadie sabe d¨®nde est¨¢n en todo momento".
"?C¨®mo empec¨¦? Pues no vi documentales, ni pel¨ªculas, quise hacerlo con la mente abierta, no dar nada por sabido. Quer¨ªa transmitir lo que viv¨ªa en cada momento, cuando estaba nervioso, asustado, inc¨®modo", explica Kusters. "Cuando pensamos en la Yakuza, pensamos en espadas, en muerte, en acci¨®n. Sin embargo, cuando he estado con ellos, todo era lento, pausado, y lo cierto es que era muy dif¨ªcil para un europeo como yo entender las reglas del juego, c¨®mo se desenvuelven en sus relaciones humanas. Hay una jerarqu¨ªa hasta para con qui¨¦n debes hablar primero, d¨®nde debes colocarte, cu¨¢ndo debes abrir la boca y cu¨¢ndo puedes tomar una foto, por lo que al principio no sab¨ªa c¨®mo comportarme. En gran parte tiene que ver con saber c¨®mo pedir algo. En Europa simplemente pides permiso, pero en Jap¨®n todo tiene que ser indirecto. Digamos que llega un coche espectacular y quieres hacerle una foto. No puedes decirles: '?Puedo hacerle una foto al coche?'. Lo que tienes que hacer es decir: 'Oh, es un coche muy bonito'. Ellos entender¨¢n lo que quieres y llegar¨¢n a la conclusi¨®n de que deseas hacerle una foto al coche. Si hay que pasar por eso por una simple fotograf¨ªa a un coche, imag¨ªnate para hacer fotos en un funeral".
"A los seis meses empec¨¦ a sentirme m¨¢s tranquilo a la hora de disparar con mi c¨¢mara", contin¨²a el fot¨®grafo. "Ya hab¨ªa aprendido c¨®mo hacer las cosas y ten¨ªa m¨¢s confianza. Un d¨ªa me dijeron que el individuo que ten¨ªa al lado acababa de pasar 23 a?os en la c¨¢rcel. Ese tipo de cosas me recordaban constantemente con qui¨¦n estaba tratando y para qu¨¦ estaba all¨ª".
El camino visual de Kusters est¨¢ repleto de luces de ne¨®n, garitos oscuros, tipos grandes vestidos de negro, tatuajes que cubren cuerpos enteros y un buen mont¨®n de manos con dedos amputados, una de las se?ales de identidad de la Yakuza y un recordatorio de que el bushido, el c¨®digo de honor de los samur¨¢i, sigue gobernando su mundo. "La Yakuza es -sobre todo- una forma de vivir: los j¨®venes buscan un sentimiento de pertenencia a algo m¨¢s grande, m¨¢s poderoso que ellos; para los veteranos, los j¨®venes representan una oportunidad de pasar sus ense?anzas. Pero adem¨¢s algunos buscan buena prensa en el mundo exterior, como si hubieran aprendido el arte de caminar por el lado bueno y el malo de las cosas al mismo tiempo. Lo mejor, por decirlo de alguna manera, es la sutilidad, los detalles, que es algo que normalmente nos perdemos. Tard¨¦ m¨¢s de 10 meses en aprender a mirar... recuerdo la primera vez que tuve la oportunidad de fotografiarles: era un viaje de cinco horas en coche a la prisi¨®n de Niigata con varios miembros de la familia que iban a recoger a dos yakuza que sal¨ªan de la c¨¢rcel. Si hubiera un medidor de tensi¨®n en el aire, creo que ese d¨ªa se hubiera roto", dice el belga. A pesar de ello, aclara que nunca presenci¨® ning¨²n acto de violencia, un elemento muy presente en la vida de la Yakuza, y que esto le ahorr¨® "un mont¨®n de problemas" ya que hab¨ªa pactado una cobertura sin restricciones de las actividades de la organizaci¨®n. "?Si tuve miedo? Lo que daba miedo era pensar lo que estaba pasando en realidad. A m¨ª me ense?aron lo que yo llamo la ciencia de la violencia: los campos de entrenamiento, los combates... Debido a los detalles del acuerdo, estaba claro que no iba a ver peleas o nada parecido. ?Miedo de revelar detalles delicados o secretos? De existir, lo deber¨ªa tener yo. Si digo algo que rompa nuestro acuerdo, no tengo duda de que vendr¨ªan a por m¨ª. Que ejercen la violencia f¨ªsica es algo seguro, en eso no me llevo a enga?o".
La Yakuza ya no es lo que era, ahora la mayor¨ªa de sus inversiones son legales, su dinero se encuentra en empresas respetables y sus miembros -aunque extremadamente peligrosos- no son percibidos como esos samur¨¢is de pelo raro que atormentaban a las aldeas hace varios siglos. Eso no significa que hayan dejado atr¨¢s el control del tr¨¢fico de drogas o la prostituci¨®n, sino simplemente que dejan que los novatos se ensucien las manos mientras la vieja guardia cuenta los billetes. Tambi¨¦n ayuda a su imagen que directores como el japon¨¦s Takeshi Kitano les haya convertido a trav¨¦s de sus pel¨ªculas en tipos normales y corrientes, o que mangas y novelas hayan mitificado su existencia, una existencia al l¨ªmite. Porque -repite la cultura popular-, aunque a veces den rienda suelta a sus instintos criminales, no dejan de ser humanos.
"Cuando miro atr¨¢s y pienso por qu¨¦ me dejaron vivir dos a?os con ellos, mi respuesta es que ahora tienen una cr¨®nica de su familia completamente documentada. Cuando un extra?o examina las im¨¢genes, puede ver lo malo, los rincones oscuros, pero ellos solo ven una cosa: a su familia", remata Kusters, que acab¨® su trabajo en Tokio con el funeral de uno de los grandes l¨ªderes de la familia Shinseikai, Miyamoto-san, un ritual completamente privado al que el belga fue invitado: "Algunas de las fotos que tom¨¦ all¨ª son demasiado ¨ªntimas para que vean la luz, no lo s¨¦, quiz¨¢ con el tiempo. Qui¨¦n sabe, este proyecto no se ha acabado: quedan un mont¨®n de cosas que contar".
La segunda edici¨®n de 'Odo Yakuza Tokyo' estar¨¢ disponible en www.antonkusters.com.
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