?Ay la tele!
?Qu¨¦ nos venden las teles, adem¨¢s de incesante y odiosa publicidad? Pues horror y morbo disfrazados de informaci¨®n
Dedico unos momentos de mis olvidables d¨ªas a salir a la calle y sentarme en los bancos p¨²blicos. Dicen los m¨¦dicos y los psiquiatras que es fundamental que te d¨¦ el aire, aunque est¨¦ contaminado, y mover tu cansada anatom¨ªa, prescindir durante unas horas de observar los enigmas que habitan en el techo y en las paredes de tu casa. A veces comparto esos bancos con ancianos. Afortunadamente, somos los ¨²nicos que no estamos conectados a los m¨®viles y a otros indispensables prodigios tecnol¨®gicos. Sentaditos evitamos que la inmensa turba de transe¨²ntes ensimismados con esos aparatos nos atropelle sin pedir disculpas. Un se?or muy mayor me coment¨® un d¨ªa: ¡°Todo lo que he hecho en mi vida es trabajar y ver la televisi¨®n en mis ratos libres¡±. No s¨¦ si su trabajo fue gozoso o sufriente, pero pensar que ya solo dedica su infinito tiempo a ver y o¨ªr la tele me provoc¨® un escalofr¨ªo. Tambi¨¦n piedad.
Yo tambi¨¦n la enciendo por las ma?anas. No por masoquismo sino por obligaci¨®n, y el resultado es tan fatigoso como aterrador. La mayor¨ªa de la gente que conozco me aseguran que, si tienen alg¨²n inter¨¦s en conocer las noticias del mundo, aunque todo Cristo est¨¦ l¨®gicamente ensimismado con el ¡°qu¨¦ hay de lo m¨ªo¡±, lo hacen a trav¨¦s de internet. Por ello, imagino que la inmensa mayor¨ªa de los espectadores de televisiones generalistas, pertenecemos a la quinta o sexta edad. ?Y qu¨¦ nos venden las teles, adem¨¢s de incesante y odiosa publicidad? Pues horror y morbo disfrazados de informaci¨®n, mal teatro en nombre de su heroica b¨²squeda de la verdad. Y los feligreses de ese aparato tal vez se sientan seguros en su casa observando el desfile que ocurre fuera de ella. Pasa con el cine de terror. Nos asusta y a muchos espectadores les ofrece placer en la certeza de que lo que ven en la pantalla es ficci¨®n, que no lo van a padecer en su realidad.
Me planteo no volver a conectar con el bicho. La televisi¨®n me ha permitido desde hace varias d¨¦cadas escribir de lo que me da la gana. El medio solo era un pretexto y el mensaje me da grima. Puedo seguir opinando superficialmente del estado de las cosas sin necesidad de padecer al monstruo.
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