¡®Succession¡¯: cuanta m¨¢s gente conozco, mejor me caen los Roy

Succession se acaba, suena a ox¨ªmoron. Acaba de estrenarse la cuarta temporada en HBO Max. A la serie de Jesse Armstrong la envuelve el lujo desorbitado ¡ªesos yates, esas villas, esos jers¨¦is¡­¡ª y, sin embargo, podr¨ªa rodarse en un plat¨® como el de Dogville, donde apenas hubiera unas marcas en el suelo y un pu?ado de elementos que diferenciaran los espacios, y funcionar¨ªa igual. Ser¨ªa lo mismo porque su esencia no radica en el dinero que exhibe, sino en el poder que lo genera. Bastar¨ªa con dos o tres espacios a los que entrase gente a conspirar y de los que saliese gente a la que se va a traicionar. Lo importante de Succession no radica en la acci¨®n, ni en el envoltorio, sino en la palabra.

Dos momentos del primer cap¨ªtulo de esta nueva tanda contribuyen a esta idea. En el primero, Logan Roy explica su visi¨®n del mundo: ¡°?Qu¨¦ es la gente? Son unidades econ¨®micas. Yo soy un gigante, los dem¨¢s son enanitos. Pero, juntos, forman un mercado. ?Qu¨¦ es una persona? Tiene valores y objetivos, pero opera dentro de mercados. El mercado del matrimonio, el del trabajo, el del dinero, el de las ideas¡­¡±. En el segundo, ¨¦l mismo le pide a sus ac¨®litos que le insulten de manera ingeniosa, que le hagan una especie de roast. Pero ninguno se atreve o sabe hacerlo. Ese don solo lo tienen sus hijos, que aprendieron del mejor.

Sigue dando gloria ver las barbaridades que se dicen y la soltura con la que se tiran esas l¨ªneas de guion tan procaces. El poder de la palabra es un consuelo para los que no somos ricos: se puede pagar cara, pero usarla es gratis. Cambi¨¢ndolos por los Corleone de la frase de Maruja Torres, cuanta m¨¢s gente conozco, mejor me caen los Roy.

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