Chirbes, te quiero
L¨²cido, tierno, hiperculto, implacable consigo mismo y con los dem¨¢s. Era un escritor de la hostia
Para no aumentar la cretinizaci¨®n del sumiso, aunque asustado, receptor, a las televisiones les ha seducido citar entre crimen y espanto, entre la oda al asqueroso poder y la condena a los que van a seguir oli¨¦ndolo en vano, hablar un d¨ªa s¨ª y al otro tambi¨¦n del sagrado bien de la cultura, aconsejando la lectura de los amanuenses que son amigos de la casa. Es grotesco. Pero vete a saber si esto incita a tanto analfabeto satisfecho a que visiten esos libros para estar en la onda. Mayoritariamente progresista, como debe ser, en nombre del arte subvencionado.
¡°La gente solo deber¨ªa de conocerse cuando est¨¢ disponible, en ciertas horas p¨¢lidas de la noche. Con problemas de hombres, con problemas de melancol¨ªa. Ricardo, p¨®ngame el ¨²ltimo trago. Para el camino¡±, gritaba aquel poeta anarquista y desesperado llamado L¨¦o Ferr¨¦. Yo tuve esa comunicaci¨®n a trav¨¦s de un tel¨¦fono con un escritor prodigioso y alguien que era de verdad. Se llamaba Rafael Chirbes. Es el autor de Crematorio y En la orilla. L¨¦anlas. Yo sent¨ª con esas novelas algo milagroso, comparable a la emoci¨®n que me proporcionaron ?ltimas tardes con Teresa, Tiempo de silencio y La ciudad de los prodigios.
Chirbes cuenta en el tercer volumen de sus inmortales Diarios: ¡°Siento puro rechazo, ganas de estar solo y al mismo tiempo asfixiante sensaci¨®n de soledad, de no tener nada ni a nadie, ni poder aspirar a nada: No haber tenido capacidad para convivir o haberla perdido. Me sigue enamorando usted despu¨¦s de muerto¡±. L¨²cido, tierno, hiperculto, implacable consigo mismo y con los dem¨¢s. Era un escritor de la hostia, a pesar de sus dudas. Tambi¨¦n un hombre honesto.
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