Rota no solo trajo a Espa?a el rock and roll; tambi¨¦n la p¨ªldora
La localidad gaditana espera el refuerzo de la base de EE UU. El documental ¡®Rota n¡¯Roll¡¯ cuenta bien el choque cultural que empez¨® en los a?os cincuenta al abrirse para los vecinos una gran ventana a la modernidad
Por las calles de Rota, C¨¢diz, circulaban burros cuando Franco acord¨® con Eisenhower, en 1953, albergar all¨ª la mayor base europea de la Armada de Estados Unidos. Al principio fue traum¨¢tico: los agricultores locales perdieron una enorme extensi¨®n de tierra f¨¦rtil que albergar¨ªa a m¨¢s de 10.000 militares norteamericanos y sus familias. El franquismo sal¨ªa de su aislamiento de posguerra y se arrimaba a la superpotencia occidental. Todo iba a cambiar mucho all¨ª. Para los locales, la base no solo ser¨ªa el gran empleador de la zona, sino una fuente que irradiaba modernidad en una Espa?a de represi¨®n y nacionalcatolicismo. Ahora los burros se cruzaban con los Cadillac. Llegaban a la base, y traspasaban enseguida las vallas, el rock and roll, el Marlboro, las Ray-Ban, el cond¨®n, la p¨ªldora y el Penthouse. Disponibles para cualquiera con contactos mucho antes que en ning¨²n otro punto de Espa?a.
Cuando se han cumplido 70 a?os de los Pactos de Madrid, Rota espera con ansiedad el refuerzo de la base (vienen dos nuevos destructores a ampliar el escudo antimisiles) y ni siquiera el concejal de Izquierda Unida recuerda aquello de ¡°?bases fuera!¡±, sino que se preocupa por los empleos que genera la instalaci¨®n. Se va a inaugurar un museo, llamado Centro Multicultural Hispanoamericano, que recuerda la historia de la base y su relaci¨®n con el entorno. Los vecinos rememoran los a?os de esplendor, cuando un pueblo espa?ol y una ciudad expatriada de EE UU tuvieron sus lazos m¨¢s estrechos. En los ochenta se inici¨® una lenta decadencia seg¨²n Washington reduc¨ªa su personal militar.
Filmin ha recuperado en su cat¨¢logo un buen documental sobre este lugar convertido en fronterizo, Rota n¡¯Roll, que dirigi¨® Vanesa Ben¨ªtez Zamora en 2017. Contiene excelente material de archivo y los recuerdos de testigos gaditanos, estadounidenses y mestizos, por llamarlos as¨ª, porque hubo muchos matrimonios de norteamericanos con mujeres locales. Los reci¨¦n llegados a la base no sal¨ªan de su asombro ante el exotismo de lo que hab¨ªa a su lado, una localidad de humildes agricultores y pescadores en la provincia m¨¢s pobre de una Espa?a muy pobre. El shock fue mutuo. Los chiquillos que corr¨ªan descalzos por calles sin asfaltar nunca hab¨ªan visto esos cazas, esos helic¨®pteros, esos buques de guerra; ni siquiera hab¨ªan visto muchas pel¨ªculas antes.
La base estaba pensada para que el personal no echara nada de menos: hab¨ªa tiendas, colegios, restaurantes, locales de baile, competiciones de b¨¦isbol y f¨²tbol americano. Pero no viv¨ªan encerrados: sal¨ªan mucho en busca de su plan perfecto, que definen as¨ª: ¡°alcohol, peleas y mujeres¡±. En los sesenta, la base se volvi¨® un destino muy buscado por los voluntarios que quer¨ªan sortear la guerra del Vietnam (aunque las pilas de cad¨¢veres paraban aqu¨ª de vuelta de aquel frente). Los bares de los alrededores ofrec¨ªan vino barato y flamenco a los militares. Y la cultura desplazada, eso siempre pasa, tambi¨¦n perme¨® la local. La radio de la base se segu¨ªa con devoci¨®n en muchos kil¨®metros a la redonda. Los rote?os supieron antes que nadie de Elvis Presley, de los Beatles, de Bob Dylan, de la Creedence y de Janis Joplin, porque escuchaban sus discos seg¨²n sal¨ªan al mercado de EE UU y nada pasaba por la burocracia ni por la censura.
Algunos j¨®venes se fabricaron artesanalmente las primeras guitarras el¨¦ctricas, antes de conseguir una Fender, y se esmeraron en cantar en un precario ingl¨¦s. El documental re¨²ne a una de esas bandas, Los Radar¡¯s, para que vuelvan a coger sus instrumentos. Eran varios los grupos de m¨²sicos locales que cruzaban las vallas para actuar en recintos de la base como el Teens Club; en los locales aut¨®ctonos se montaban tambi¨¦n actuaciones de las m¨²sicas llegadas del otro lado del Atl¨¢ntico.
Pero Rota n¡¯Roll, pese a su nombre, tiene tanto inter¨¦s en lo sociol¨®gico como en la escena musical. Se cuenta aqu¨ª que Rota nunca dorm¨ªa, que enlazaba una fiesta con otra, que siempre hab¨ªa un bar abierto. ¡°Rota era Nueva York en peque?ito¡±, dice un vecino. En ocasiones, la base abr¨ªa sus puertas a los rote?os para barbacoas y rodeos. Pero en el propio pueblo se abri¨® una brecha entre dos mundos, simbolizados por dos ejes: la calle Calvario, la de la Rota tradicional, y la avenida de San Fernando, donde se mezclaban estadounidenses y lugare?os y siempre sonaba el rock and roll.
Tampoco era todo id¨ªlico: el trasiego favoreci¨® la prostituci¨®n. El contrabando funcionaba sin muchos problemas pese a los controles que montaba la Guardia Civil a la salida de la base (entonces estaba cerrada la valla de Gibraltar, el otro lugar propicio para el mercado negro de la provincia). La directora busca las parejas de dos nacionalidades, a quienes casaba el cura del pueblo, y a sus hijos; a las criadas y camareros que se ve¨ªan de repente sumergidos en otro planeta; a los americanos que decidieron quedarse cuando acabaron su carrera militar, y a los que se fueron pero recuerdan aquello como sus mejores a?os.
¡°Ten¨ªas que haber estado aqu¨ª en los sesenta y setenta¡±, se dice aqu¨ª. Cuando Espa?a era por fin una democracia e iba prosperando, cuando ya no exist¨ªa ese abismo entre el modo de vida americano y el espa?ol, la base iniciaba su declive, porque hab¨ªa otras prioridades geopol¨ªticas. Quedaron poco m¨¢s de 4.000 militares. Y cambiaron las costumbres: ya no sal¨ªan tanto de su c¨®modo recinto; los locales empezaron a recuperar algunas tradiciones que hab¨ªan orillado. La vecindad se hizo m¨¢s distante. Que la base vuelva a crecer ahora, y tampoco lo har¨¢ tanto, no implica que nada vuelva a ser igual. No se repetir¨¢n los locos a?os sesenta, ni en Rota ni en ning¨²n lugar.
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