Cuando los p¨¢jaros no cantaban: historias del conflicto armado en Colombia
La Comisi¨®n de la Verdad recorri¨® el pa¨ªs para escuchar a quienes vivieron la guerra de manera directa. Sus testimonios hablan del exilio, de la crueldad de las FARC, de los secuestros, del horror de los cr¨ªmenes de Estado, del Ej¨¦rcito, de la violencia paramilitar
¡°Si las v¨ªctimas nos hubi¨¦ramos quedado calladas, seguramente no estar¨ªamos hablando de paz¡±. El informe final de la Comisi¨®n de la Verdad no habr¨ªa sido posible sin la voz de las v¨ªctimas que han sufrido directamente el conflicto en Colombia. ¡°El problema no es que la gente no tenga una voz; el problema, m¨¢s bien, es que esta sociedad no ha aprendido a escuchar en profundidad¡±, se?ala la introducci¨®n de El volumen testimonial, m¨¢s de 500 p¨¢ginas de historias contadas en primera persona.
¡°¡®Cuando los p¨¢jaros no cantaban¡¯ nos remite a un pasado que solo es entendible si se compara con un presente en el que los p¨¢jaros ya cantan, pero hubo otra ¨¦poca, otro momento en el que no lo hac¨ªan. Entonces hab¨ªa un instante de silencio, un ¡®vac¨ªo del sonido¡¯ luego de un bombazo, una explosi¨®n o un grito¡±, explican en el informe. La frase ¡°Cuando los p¨¢jaros no cantaban¡± fue presentada por Jos¨¦, en Sucre, y es el relato del dolor, de las ausencias, de las cicatrices de la guerra. Pero tambi¨¦n de la vida y la posibilidad de un futuro diferente.
La Comisi¨®n de la Verdad fue, sobre todo, un espacio dise?ado para escuchar a quienes vivieron directamente el conflicto armado y su m¨¦todo principal fue justamente ese: escuchar. El informe final es la voz de miles de colombianos.
El volumen testimonial se divide en tres textos: El libro de las anticipaciones, El libro de las devastaciones y la vida y El libro del porvenir. Aqu¨ª los puede leer. Los relatos han sido editados con el inter¨¦s de mantener la integridad de los testimonios. Lo que puede parecer un error de escritura ¡°es una decisi¨®n editorial en la apuesta por respetar la oralidad, en su diversidad y riqueza ling¨¹¨ªstica, de las personas que dieron su testimonio¡±, cuenta la Comisi¨®n de la Verdad.
Las voces de madres, de hijos, de viudas, de esposas, de soldados y guerrilleros aparecen en estas p¨¢ginas, que relatan el exilio, la crueldad de las FARC, los secuestros, el horror de los cr¨ªmenes de Estado, del Ej¨¦rcito, de la violencia paramilitar, de los j¨®venes reclutados, del momento en que alguien decide armarse. Tambi¨¦n aparece el silencio. ¡°Hay cuestiones indecibles, que son imposibles de nombrar o que se quedan cortas en su enunciaci¨®n. Esto tiene que ver con la integridad de la persona y con su dolor ¨ªntimo. Quiz¨¢s el silencio sea su forma de testimoniar¡±.
Eso a uno no lo dejaba dormir
All¨¢ comenz¨® as¨ª, todo era tranquilo, todo era tranquilo. Viv¨ªamos en armon¨ªa, viv¨ªamos felices en nuestro pueblo. Hasta un d¨ªa que llegaron los guerrilleros, que nos dijeron: ¡°Comenz¨® la gente a hablar; se mira harto Ej¨¦rcito por ah¨ª, hay Ej¨¦rcito¡±.
En la noche atacaban las puertas. Que uno ten¨ªa que salir a reuni¨®n, que era la guerrilla. Eso ser¨ªa por ah¨ª el 88. De cada casa tiene que salir uno, por las buenas o como sea. A uno le da much¨ªsimo miedo salir. La guerrilla dec¨ªa que ellos iban a andar por ah¨ª rondando, que todos ellos iban a estar.
Que los que robaban cosas, mejor dicho, que se compusieran o los compon¨ªan.
Pero el miedo era tambi¨¦n con el Ej¨¦rcito. Cada nada ca¨ªa el Ej¨¦rcito al pueblo y preguntaba que si hab¨ªamos mirado a la guerrilla por aqu¨ª, y a uno le tocaba decir que no porque si dec¨ªa que s¨ª, eso era peligroso, lo mataban. Y el Ej¨¦rcito se enojaba. ¡°Ni que no supi¨¦ramos que han salido a reuniones. Tal vez matando unos dos, tal vez as¨ª avisan¡±. Dec¨ªan ¡°uno c¨®mo va a creer que ustedes no iban a mirar guerrilla¡±.
Mejor no hablar nada ni con guerrilla ni con el Ej¨¦rcito. Esa zozobra, esa zozobra. Mi esposo ten¨ªa un carrito. Por la noche llegaba la guerrilla y le dec¨ªa ?tiene que hacernos un viaje?. Y eso s¨ª era obligado, ?obligado! Eso nos azaraba, nos azaraba. Un d¨ªa mi esposo se enoj¨®, dijo que no, que ¨¦l ya no se iba a dejar de coger de madre. Que si era de ¨¦l, que lo mataran. Me llen¨¦ de susto. Me tocaba acompa?arlo porque me daba cosa que se fuera solo.
De pronto le pasaba algo por all¨¢. Como mis hijos entraron a la escuela, comenzaron a jugar con los otros ni?os, que a los guerrilleros. Con el palo de metralleta ?ta, ta, ta, ta! Se hac¨ªan grupos: unos el Ej¨¦rcito y otros la guerrilla, y se echaban as¨ª jugando. Era de juegos. De juego en juego eso les termina gustando. Por eso pensamos que ten¨ªamos que salir del pueblo porque cuando crecieran uno no sab¨ªa, ?qu¨¦ tal que les diera por no estudiar, por meterse a los grupos armados? Uno no recuerda el nombre de los comandantes porque una vez iba uno, otra vez iba otro, otra vez otro. Era mejor no saber. ¡°Entre menos se sepa, m¨¢s vive uno¡±, dec¨ªa mi esposo. Yo optaba por eso, por lo menos. Mejor no saber. As¨ª era all¨¢. Nosotros viv¨ªamos donde pasa la gente pa arriba y pa abajo. Y cada que o¨ªa pasos eso era una palpitaci¨®n, eso era una angustia. Por ah¨ª andaban, y a uno eso no lo dejaba dormir.
Tomar la delantera
Ya hac¨ªa tres a?os que hab¨ªa construido mi rancho all¨¢. Cultiv¨¢bamos la tierra, ten¨ªamos bastantes gallinas y ganado. Viv¨ªa con mi esposo y mi hija de dos a?os.
El d¨ªa menos esperado nos dimos cuenta de que hab¨ªa unos enfrentamientos, y lo m¨¢s duro es que era entre ellos mismos. Se supon¨ªa que estaban juntos, FARC y ELN. En cada loma se hizo un grupo. Nosotros en el centro.
Eso pasaban los d¨ªas. Los caminos estaban minados, nadie pod¨ªa salir. La comida escaseaba porque ya no pod¨ªamos salir ni a cortar un pl¨¢tano o una yuca.
A la ni?a se me le acabaron los pa?ales y uno como mujer no ten¨ªa toallas higi¨¦nicas. El Estado se enter¨® y mand¨® al Ej¨¦rcito y eso complic¨® m¨¢s las cosas. El Ej¨¦rcito empez¨® a bombardear desde el aire. Eso era muy duro, muy dif¨ªcil.
Una cosa es contar y otra cosa es vivirla. Nosotros ten¨ªamos ganado por all¨¢ arriba en la loma. Cuando nosotros nos dimos cuenta era que hab¨ªan pasado, que se hab¨ªan ido. Se saltaron los alambrados y nunca m¨¢s las volvimos a ver. No supimos hasta d¨®nde llegaron. Mi miedo era que le fueran a dar a la casa, que nos fueran a dar a nosotros. Saqu¨¦ la s¨¢bana de la cama y la coloqu¨¦ en un palo, como queri¨¦ndoles demostrar que nosotros no ¨¦ramos culpables de nada. Una noche pasaron ellos. Yo les dije que por favor me regalaran un minutico para hablar con ¨¦l. Le dije al comandante de no s¨¦ de cu¨¢l guerrilla que por favor, que nosotros no ten¨ªamos nada que ver con la guerra, que por favor desminaran el camino para poder salir. Nos dieron un d¨ªa para salir. Nos dijeron ?desde ma?ana a las tres de la ma?ana, pueden salir. Vamos a desminar un d¨ªa y si no les alcanza, pues qu¨¦ pena?. Yo escog¨ª lo m¨¢s necesario. Madrugu¨¦ a hacer un poquito de desayuno para la ni?a, para darle en el camino. Nos vinimos, y con la linterna pod¨ªamos observar los huecos en donde hab¨ªa minas.
??Qu¨¦ tal que no las haigan sacado todas??.
Y bueno, nos tocaba subir unas lomas. Y en la orilla del camino hab¨ªan banderitas, hab¨ªan se?alizaciones. Dec¨ªa ?campo minado, no pisar?: por ah¨ª no ¨ªbamos a pisar.
Ah¨ª iba con mi ni?a, mi marido y mi hermano. Y algunos trabajadores, pero ellos iban m¨¢s atr¨¢s. La idea era que nadie quer¨ªa salir de primeros, porque dec¨ªan que los primeros eran los que iban a morir. Porque no creo que haigan sacado todas esas minas, ?no?
Con la bendici¨®n de Dios, nosotros decidimos tomar la delantera. Hab¨ªa unos caballos en el camino. Le dije a mi marido ?ech¨¦moslos adelante para que ellos activen?.
En el camino se me peg¨® un perrito. Un perro de esos labradores. Se me peg¨®, iba contento con nosotros. Iba ah¨ª adelante, adelante. Me sent¨¦, me puse a descansar y ¨¦l se fue a dar una vuelta por all¨¢. Y vino, se sent¨® ah¨ª al lado m¨ªo, y chillaba y chillaba. Me lamb¨ªa, como que me invitaba a que lo siguiera. Pero nunca le entend¨ª. Yo siempre ten¨ªa en mente que no me pod¨ªa sentar en una mina. A uno le tocaba descansar parado, no se pod¨ªa recostar.
Y ese perrito, cuando me mir¨® que yo me levant¨¦... o sea, yo me levant¨¦, cargu¨¦ a mi ni?a. Ese perrito ech¨® a la carrera y cuando sentimos fue que explot¨® por all¨¢. El perrito me estaba avisando que hab¨ªa una mina y yo no le entend¨ª. Eso me hac¨ªa doler el alma. Me dol¨ªa el alma, el coraz¨®n. Digo, y ?si yo le hubiera entendido al perrito? Y as¨ª le hubiera entendido, ?qu¨¦ pod¨ªa hacer?
Como que ¨¦l me estaba avisando que fuera a ver lo que hab¨ªa all¨¢. ?l se fatigaba, me chillaba, me raspaba con la mano. Por llegar m¨¢s r¨¢pido, yo siempre me iba por un camino de atajo que dicen; y ah¨ª estaba la bomba. Cuando nosotros llegamos ah¨ª no hab¨ªa ni el perro, solo polvo.
Y ya, no nos sigui¨® m¨¢s el perrito.
Alonso
Soy objetor de conciencia. Mi historia narra c¨®mo la militarizaci¨®n instrumentaliza a los ni?os, ni?as y adolescentes. Desde mi historia se puede mostrar la doble moral de la sociedad colombiana, que valida los valores militaristas. Desde mi experiencia, la existencia de los colegios con orientaci¨®n militar permite que ni?os, ni?as y adolescentes de trece y dieciocho a?os aprendan las pedagog¨ªas de la militarizaci¨®n y de la guerra bajo la bandera de la disciplina, el orden y los valores militares que perpet¨²an el estereotipo de que el ni?o se vuelve un hombre cuando pasa por el Ej¨¦rcito.
Lamentablemente, esta situaci¨®n es tolerada porque se realiza en el marco de la institucionalidad. Sin embargo, si esta pr¨¢ctica es realizada por agentes no institucionales, es perseguida. Quiero recordar una noticia que fue viral en el mes de octubre del a?o pasado, con relaci¨®n a un batall¨®n de Manizales que realizaba c¨¢nticos militares que incitaban a la violencia contra las mujeres. Esta clase de c¨¢nticos en la instituci¨®n educativa donde curs¨¦ mi bachillerato, durante el tiempo que realic¨¦ mi instrucci¨®n militar, eran totalmente tolerados por parte de los funcionarios de la instituci¨®n educativa durante los a?os 2008 y 2011.
Do?a Constanza
Mi hijo se fue pa la monta?a y no lo mir¨¦ m¨¢s. Hasta ah¨ª lleg¨® la vida de mi hijo.
La mam¨¢ de los muertos
Es mucho lo que avanza un cuerpo mientras flota. Es que siempre son 24 horas las que necesita para flotar, para empezar a flotar. A veces iba con mi esposo en la canoa y ¨¦l me dec¨ªa: ¡°Est¨¢ flotando un cuerpo, se alcanza a ver una pierna¡±. ¡°Arr¨ªmese¡±, le dec¨ªa yo. ¡°Arr¨ªmeme o ¨¦chele mano¡±. ¡°?Yoooo?, ?y por qu¨¦?, ?yo con qu¨¦? Mire, no, no, no?. Y entonces yo le dec¨ªa: ¡°Vaya volteando y yo le echo mano¡±. As¨ª no llevara guantes ni nada, venga pa ac¨¢. ?bamos jalando para la orilla, lo acababa de arrimar. Le dec¨ªa a mi esposo: ¡°B¨²squeme si tiene cabuya, una fibra. Yo lo aseguro¡±. Y si ¨¦l no ten¨ªa, se bajaba e iba a la carrera adonde un vecino. Iba a buscar algo con qu¨¦ amarrar. Yo le hac¨ªa un nudo, se lo pon¨ªa en el tobillo al cuerpo. Lo aseguraba con algo para que no se me lo llevara el r¨ªo. Lo hac¨ªa con todos los cuerpos que ve¨ªa. Los ve¨ªa, los persegu¨ªa y los aseguraba pa que no se los llevara el r¨ªo. Y pues me parece como bonito que me hayan llamado ¡°la Mam¨¢ de los Muertos¡±. Por lo menos significa que a pesar de los cuerpos estar botados por ah¨ª, en un r¨ªo, a la hora de la verdad no est¨¢n tan desamparados. El r¨ªo significa esperanza de vida. Lastimosamente, muchos lo tienen al r¨ªo como muerte, aunque sea la esperanza para los que viven en sus orillas. Al comienzo, cuando empezaron a aparecer estos cad¨¢veres, cuando la masacre de Trujillo, mucha gente dej¨® de comprar pescado. La gente de Beltr¨¢n y La Mirada, por ejemplo, pescaba y casi no les compraban ese pescado porque supuestamente se alimentaban de los muertos. Los que hacen eso no deber¨ªan tener el r¨ªo como si fuera un medio de desaparici¨®n, de tumba. El r¨ªo es esperanza de vida, es la esperanza de todos los que est¨¢n viviendo en esas orillas. Nosotros necesitamos del agua. Para m¨ª el r¨ªo es eso: esperanza de vida.
Verdades del monte
Yo vi que la guerra se llev¨® amigos al monte, que nunca regresaron, que no sabemos d¨®nde est¨¢n. Los caminos de mi pueblo se llevaron ilusiones y sue?os de sacar adelante a la familia. Y los que se los llevaron vinieron al pueblo a decirnos: ¡°No s¨¦, ellos se fueron conmigo, pero no estuvieron conmigo¡±. Ese es uno de los lamentos que tenemos.
El monte tiene secretos de dolor. El bosque, el territorio, tambi¨¦n conoce una verdad. ?Y c¨®mo cuenta esa verdad? Su vegetaci¨®n no es la misma cuando nos cuenta el dolor. ?C¨®mo le explico? Con el color, con la forma del bosque, un cazador sabe que pas¨® algo anormal, que hay algo que no... que no encaja. Ese es el mensaje que nos da el monte. El monte nos dice muchas cosas, igual que el manglar nos est¨¢ diciendo: ?Mis orillas, mis quebradas?. El monte y el manglar no nos han contado qu¨¦ pas¨® con nuestros amigos, pero s¨ª nos han mostrado que por ah¨ª qued¨® la huella de unos sue?os que nunca llegaron a realizarse.
Nunca he hecho esto que acabo de hacer, de estar llorando. Pero me conect¨¦ mucho con lo que puede ver el monte, con lo que puede ver el manglar. Con ese dolor. Ojal¨¢ el monte pudiera hablar y decirnos d¨®nde est¨¢n mis amigos de infancia, de colegio, que se fueron con la ilusi¨®n de sacar adelante a sus familiares. Si el estero San Antonio, si el manglar hablara... Y yo siento que nos han hablado, que cambiaron su forma y no solamente por la coca, por la mina. La huella de la violencia le afecta tanto al territorio, que se mut¨®. No s¨¦ si es la palabra, pero hoy las plantas no son las mismas. Ni siquiera las medicinales. Aunque son las mismas que nosotros conocemos, su color no es el mismo. Cuando las amasamos, no es lo mismo.
Sus ¨¢rboles son distintos. La naturaleza manifiesta su tristeza en sus formas y en sus colores. Hoy dif¨ªcilmente uno dice ese es chachajo o ese es caimito. Los mayores nuestros o nosotros mismos de aqu¨ª, en cambio, pod¨ªamos saber en medio de toda la multitud de ¨¢rboles qui¨¦n era qui¨¦n. Ahora se confunden. Ahora casi todos los colores son homog¨¦neos, verde como rucio. No es ni verde, sino verde rucio. Es un mensaje. Y ustedes dir¨¢n: ¡°Diego, pero eso es el cambio clim¨¢tico¡±. Quienes hemos aportado al mundo, somos los negros, los ind¨ªgenas. Esto es un pulm¨®n que hemos cuidado, nuestro legado. Nosotros sabemos c¨®mo es la cosa, c¨®mo funciona ese legado. O sea, el territorio est¨¢ adolorido y lo est¨¢ manifestando. Esto es como un mutualismo. Nosotros le d¨¢bamos al territorio y ¨¦l nos daba. Cuando llega la violencia al territorio, se extra?a nuestra presencia. No tenemos el mismo olor ni la misma intenci¨®n desde que ella lleg¨®.
Dentro de los mecanismos de contar la verdad, es necesario un espacio para sanar al territorio. Y sanar al territorio no es solamente reforestar. Sanar el territorio es irme a lo profundo del monte y tocar un bombo. Que los ¨¢rboles, que las plantas, que los p¨¢jaros, escuchen otro sonido: su sonido.
La ropa como hielo
En Boyac¨¢ tambi¨¦n fue muy dif¨ªcil la vida por all¨¢. Mucho fr¨ªo, muy dif¨ªcil; era con una cobija y un saco. Eso fue coger la ropa, la maleta, el equipo y h¨¢gale otra vez por esas lomas, por el puro p¨¢ramo. Caminamos y llegamos de noche a un potrero. Dormimos ah¨ª, en pleno hielo. Iba a coger la ropa y era hielo. Era dif¨ªcil todo. El sue?o lo vence a uno. En la tarde no se pudo comer nada, pues as¨ª fueron varios d¨ªas. Muchos nervios. Yo miraba las casas y me provocaba tocar para que me dejaran cambiar. Quedarme en una casa. Me ech¨¦ fue una panela y una bolsa de pasta, y no me acuerdo qu¨¦ m¨¢s. Solo llevaba tres cosas en los bolsillos y el fusil. No me acuerdo qu¨¦ m¨¢s. Como unos frijoles, me parece.
La ropa se me qued¨® all¨¢ arriba por lo que estaba disparando el helic¨®ptero.
Eso era un pedazo de panela con agua, cuando hab¨ªa agua del r¨ªo. Cog¨ªa la pu?ada de agua y com¨ªa panela como para no desmayarme. Llegu¨¦ a la casa y me escond¨ª en una mata de pl¨¢tano. Me daba miedo salir. Cerca de la finca cay¨® una bomba, o sea, muchas bombas cayeron. Escuch¨¦ que la vaca bram¨®. Las otras salieron corriendo. Golpe¨¦ en la casa de la finca como pude. Una se?ora medio se asom¨® y dijo ¡°no, no, v¨¢yase de ac¨¢ que yo no quiero problemas¡±. Me escond¨ª de nuevo. En eso ya ven¨ªa la tropa. Baj¨¦ de la casa y me sent¨¦ en unas piedras que hab¨ªa ah¨ª. Hab¨ªa harto jard¨ªn. Ah¨ª me sent¨¦ y ellos me dijeron: ¡°?Quieta ah¨ª!¡±. Arranqu¨¦ a correr y me dispararon.
Secretos divinos
Timbiqu¨ª era un ambiente muy tranquilo, muy tranquilo, pa qu¨¦ le digo. Miren, yo en la ed¨¢ que me levant¨¦, mi juvent¨²... a los diecisiete a?os sal¨ª de mi casa, y le digo que en ese entonces hab¨ªan dos bailaderos en Timbiqu¨ª: Tiot¨®n y Con Fu. Y le digo que nosotro los fines de semana nos met¨ªamo a esos bailadero. La gallada de j¨®vene y joven mujere sal¨ªamo a las dos, tres de la ma?ana de ese bailadero, y nos camin¨¢bamo el pueblo y nos sent¨ªamo tranquilo.
Eso empez¨® y me lo recuerdo como el pan del desayuno, cuando empez¨® a publicase la coca. Saqu¨¦mole fecha: para m¨ª, la violencia de la coca es de hace por ah¨ª uno dieciocho a?os. Por ah¨ª, por ah¨ª se empez¨® la violencia. Antes de la coca llegaron los para, los paramilitares. S¨ª, ellos. O sea, ello vinieron como abriendo pueblo pa dej¨¢ entr¨¢ a los que ven¨ªan a cultivar la coca, porque ello eran unos del semillero de la coca.
Todo esto para mal, porque entonces con la creencia o la superaci¨®n de la plata de la coca tratan de modificar lo tradicional. O sea, la gente coge sus enfermos y si es posible lo llevan lejos a la ciudad, que all¨¢ es que se alientan, que all¨¢ es que se va y vuelve.
Vea, yo sobreviv¨ª, yo resist¨ª por el amor a mi patria, a mi Timbiqu¨ª, a mis secretos divinos. No son secretos malinos. Los malinos son cosas humanas. Cosas que no son espirituales, ?ya? Los m¨ªos son divinos. Los secretos malinos sirven pa... Aqu¨ª en Timbiqu¨ª algunos los utilizan pa defender el cuerpo, pa peliar. Tambi¨¦n pa meterles esp¨ªritus malinos a la persona, ?ya entendi¨®? Los secretos divinos son pa traer vida.
En Buenaventura jue el primer parto que atend¨ª sola. Naci¨® una ni?a. Ah¨ª ya la gente empezaron a llamarme, pue, a buscarme. Iban donde la se?ora Pl¨¢cida, la que me parti¨® a m¨ª. Ella me ense?¨®. ¡°Ay, do?a Pl¨¢cida, un parto, y c¨®mo hace pa tenerlo¡±. ¡°Vayan donde mi comadre que ella ya sabe la cosas de c¨®mo se atiende un parto, poque ella ya tiene noci¨®n¡±. Y ah¨ª jue, empec¨¦ a atender a la una, atend¨ªa a la otra. Los muchachos saben que yo los ayud¨¦ a llegar a la vida y me dicen ¡°madrina¡±, me respetan. Hoy en d¨ªa pertenezco a la Asociaci¨®n de Parteras. Para yo sostener esto pr¨¢cticamente tengo una azotea, y lo que no me cabe en la azotea lo tengo en ollas. Tengo mis plantas en la casa, yo casi no salgo a buscar plantas a otra parte. Todo lo consigo en mi azotea. Antes yo le doy a mis compa?eras para que hagan la cr¨ªa de la planta.
El miedo no puede ser tan verraco
Las explosiones fueron muy duras, casi nos vuelan hasta el techo a nosotros. Mi hijo ten¨ªa m¨¢s o menos cuatro a?os. ?l oye una petaca y pa la casa, hermano, no hay m¨¢s. Mi mam¨¢, por ejemplo, lo que te dec¨ªa, ella oye cualquier ruido y dice ??Dios m¨ªo!, ?otra vez??. Uno mismo sale a la calle y siempre sale a ver qu¨¦ est¨¢ pasando, con mucho miedo. Eso no se borra f¨¢cil, eso queda en el subconsciente. Uno ve una pelea y m¨¢s bien se quita.
Para ese momento era peor, mi mam¨¢ no sal¨ªa ni a la esquina. Le digo yo un d¨ªa a un amigo ¡°mira, mi mam¨¢ se va a enloquecer si no vuelve a salir de esa casa¡±; y ¨¦l estaba en algo igual, le estaba pasando lo mismo. No sal¨ªamos, no habl¨¢bamos de eso, todos como escondidos. Hac¨ªa mucha falta un ratico de parque. Me dijo un d¨ªa un vecino ¡°no, hombre, es que el miedo no puede ser tan verraco de met¨¦rsenos al parque. Nos pueden controlar lo que quieran, pero d¨¦jennos el parque para las mam¨¢s, para los viejos¡±. Las FARC ven¨ªan y daban vueltas. Un d¨ªa dijimos ¡°ya no les tengamos m¨¢s miedo, pues, ?qu¨¦ m¨¢s nos pueden hacer?¡±. Ya nos lo hab¨ªan hecho todo. Armamos un grupo que se encargaba de decirle a la gente: ¡°Salgan al parque, hagamos una retreta, tratemos de olvidar un poquito ese momento tan amargo¡±. A alguna de esas retretas llegaron los de las FARC en unos furgones, nos rodearon, y que ten¨ªamos que irnos. Como comunidad les dijimos ¡°?no nos vamos, se van ustedes, nosotros de aqu¨ª del parque no nos movemos!¡±, y nos mantuvimos en nuestra posici¨®n con m¨²sica, quemando p¨®lvora. Esa retreta tuvo como resultado que no volvieron a molestarnos por estar con m¨²sica, compartiendo. T¨² que me escuchas dir¨¢s ¡°eso no es mucho¡±, pero mira, nadie se imagina lo que significa poder salir a un parque, a compartir.
El estallido
Empezamos a escuchar gritos dentro del Portal. Nos empiezan a contactar amigos y amigas del barrio. ¡°Estamos escuchando gritos dentro del Portal, est¨¢n metiendo a la gente, a los chicos. Los est¨¢n cogiendo y gaseando adentro¡±. Una vecina nos convoc¨® a hacer una olla comunitaria para denunciar lo que hab¨ªa pasado. Se hizo la olla y el primer d¨ªa llegaron cinco personas; el segundo d¨ªa, diez personas. En un momento esto se agrand¨®, lleg¨® mucha gente. Ac¨¢ hay personas que tienen, m¨¢ximo, una comida al d¨ªa. T¨² les dices ¡°vengan que estamos haciendo severa sopa¡±, y caen.
Ten¨ªamos que poner la olla. Nos dimos cuenta de que cuando estaba no hab¨ªa tropel. Por eso nos montamos en la idea de hacer un espacio humanitario. Nuestro prop¨®sito era sacar al Esmad del Portal, que lo estaba cogiendo como un centro de operaciones. Era impresionante, una fuerza desmedida para el barrio. Quer¨ªamos desescalar la violencia.
La olla se volvi¨® un punto muy importante. Esa fuerza que produce una calderita, un pedazo de lata y unos alimentos que congregan a la gente. Un mont¨®n de cultura, un mont¨®n de carencias tambi¨¦n. Ac¨¢ algo que nos junta es el alimento y las ganas de cambiar esta vaina. De ah¨ª surge la estigmatizaci¨®n hacia la olla comunitaria. Nadie quiere que los ¡°don nadie¡± nos organicemos para cambiar esto.
Para nosotras se estaba gestando algo que iba a cambiar la historia de la localidad y del mundo. Lo que nos mantiene ah¨ª mucho tiempo, d¨ªas enteros, es todo ese caminar en comunidad, en colectividad, que viene desde hace unos a?os andando. No tan organizado, es m¨¢s como un ejercicio de red. Encuentros de parches que se han organizado en torno al pre-U, a ejercicios de huelga que confluyen aqu¨ª. Son eminentemente mujeres, son las parceras de los barrios.
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