La prohibici¨®n es un chiste
Muerte y corrupci¨®n. Mafias y fiesta. Todos viven y se reciclan gracias a la prohibici¨®n. ?Hasta cu¨¢ndo?
Se siguen acumulando los a?os desde que empez¨® la guerra sin cuartel y la persecuci¨®n de las autoridades a los fabricantes, vendedores y consumidores. El objetivo desde que se instal¨® la prohibici¨®n parec¨ªa loable: evitar que la humanidad se envenene, proteger a la juventud, sacar a los adictos de su laberinto, cerrarle la puerta al que se convirti¨® en un enemigo casi invisible.
Pero la prohibici¨®n no acab¨® con el consumo. Aquellos ¨¢vidos de ese magn¨ªfico subid¨®n se dan las ma?as para acceder al producto maldito. Qu¨¦ importa si se ha de andar por callejones oscuros entre personas de dudosa cala?a. Qu¨¦ m¨¢s da si toca tener contactos con el bajo mundo para poder comprar lo que se quiere. Ni las leyes del Estado, ni las plegarias de la Iglesia sirven para contener lo que es como un hurac¨¢n. Ese deseo de escapar as¨ª sea por unos minutos de este mundo lleno de dificultades y tristezas gracias a un especial compuesto.
En las fiestas privadas y hasta en algunos lugares p¨²blicos se deja ver. A medida que avanza la noche se sirve m¨¢s y m¨¢s. Y los celebrantes no juzgan. Hay un cierto encanto en lo prohibido. Parece que hace a la m¨²sica m¨¢s fuerte. Parece que las risas son m¨¢s sonoras. Parece que el amor es posible y que el angustiante ma?ana est¨¢ muy muy lejos.
En contraste con tanta alegr¨ªa, el camino que tuvo que recorrer lo prohibido para llegar a manos de sus consumidores no solo fue complejo, sino que se llev¨® por delante la tranquilidad de campos y ciudades. La prohibici¨®n se convirti¨® en suelo f¨¦rtil para la aparici¨®n de mafias dedicadas a la fabricaci¨®n, transporte y comercializaci¨®n del producto. Las mafias empezaron a pelear entre ellas por el control de los territorios y ah¨ª, como en un eterno reloj de arena, empezaron a desgranarse los muertos. Una masacre all¨ª. Un asesinato ac¨¢. Amenazas van, amenazas vienen. Y mientras la fiesta sigue, el pa¨ªs se desangra.
?Pero acaso la prohibici¨®n no iba a llevar, con el paso de los a?os, a la desaparici¨®n del producto y un cambio moral en quienes a¨²n lo consumen?
Los a?os que han pasado demuestran que no. Que prohibir no es desaparecer, sino esconder. Y que esconder solo ha servido a los mafiosos para hacerse millonarios y poderosos y con ese dinero envenenar a la pol¨ªtica y a los miembros de las fuerzas armadas con su corrupci¨®n.
Muerte y corrupci¨®n. Mafias y fiesta. Todos viven y se reciclan gracias a la prohibici¨®n. ?Hasta cu¨¢ndo?
Los p¨¢rrafos anteriores podr¨ªan haberse escrito en 1928, en los Estados Unidos, en tiempos de la prohibici¨®n a las bebidas alcoh¨®licas promovida por sectores ultraconservadores. Fueron trece a?os durante los cuales la salud p¨²blica desmejor¨® por cuenta de la venta de licor adulterado y la amenaza constante del crimen organizado sembr¨® terror en la poblaci¨®n.
Los p¨¢rrafos anteriores tienen todo el sentido hoy, en Colombia, a la hora de hablar de la cadena perpetua en que nos tiene sumidos la criminalizaci¨®n de un negocio que g¨²stenos o no existe y existir¨¢. De ah¨ª que la prohibici¨®n sea un chiste.
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