Ser v¨ªctima del Deportivo Pereira
El avi¨®n es un malestar necesario, un tr¨¢mite innegociable para los que decidimos vivir lejos del amor
Caminar por los interminables pasillos de Barajas arrastrando toda la paciencia de casi ochenta a?os. El n¨²mero de la puerta es otro gui?o del destino, o es tan s¨®lo que, cuando el amor es as¨ª de irracional, uno ve lo que quiere ver. S44, como el a?o de fundaci¨®n del equipo, que al restar del actual deja una cifra inerte, 78, setenta y ocho, dos d¨ªgitos, tres palabras sin rostro, que no alcanzan a reflejar las incontables tristezas y decepciones de los que nos matriculamos como hinchas del Deportivo Pereira.
El avi¨®n es un malestar necesario, un tr¨¢mite innegociable para los que decidimos vivir lejos del amor. No s¨¦ si el espacio entre asientos es cada d¨ªa m¨¢s reducido, o es que la ansiedad por la final me ha regalado volumen; tal vez es que conmigo viajan tambi¨¦n aquellos que no pueden, y esa antonomasia de hincha es m¨¢s grande que la silla. Bogot¨¢ es un puente obligatorio para llegar al pasado, y como al mal paso darle prisa, de nuevo al avi¨®n que esta vez es f¨ªsicamente m¨¢s peque?o y se mece a voluntad de las corrientes de aire que lo castigan sin piedad, golpe a golpe, como ha hecho el Pereira con su hinchada desde que el tiempo es tiempo. Otra vez las coincidencias, otra vez ver lo que quiero ver.
La voz gangosa del intercomunicador anuncia el descenso hacia Pereira (descenso, maldito tema que espero no aparezca nunca m¨¢s) y me permito invadir el espacio de la se?ora en el asiento de ventanilla para ver desde el aire a mi pap¨¢, sus cenizas esparcidas sobre la grama del estadio Hern¨¢n Ram¨ªrez. Lo saludo y le prometo una victoria que no le puedo dar, que no depende de m¨ª, y estoy seguro de que ¨¦l, o su et¨¦rea presencia, acepta con la misma ingenuidad risible con la que cada campa?a nos mentimos para justificar un amor insensato.
Piso suelo pereirano con Gardel en la cabeza. Volver es un verbo de notas melanc¨®licas y dramas exagerados, ni Pereira es Buenos Aires ni han pasado veinte a?os, pero la frente marchita y las nieves del tiempo s¨ª que son propias del hincha mateca?a. El h¨²medo golpe de la ciudad, con sus nubes cargadas y el sol lacerante, se siente tan real sobre la piel, como real es la t¨ªmida sonrisa que se ve en cada rostro, como real es que el Deportivo Pereira est¨¢ a horas de disputar, por primera vez en su historia, la final de la liga profesional colombiana.
El empate en el juego de ida es combustible para la esperanza, la marea aurirroja que es la ciudad no para de mentirse con la condescendencia del que han lastimado tantas veces, y repite ¡°yo s¨¦ que va a cambiar, esta vez ser¨¢ diferente¡±. Pero es que esta vez es diferente; el equipo es diferente, nosotros somos diferentes, o tal vez somos los mismos, pero sin miedo a ganar, sin ese fervor eterno por sabotearnos. El equipo de Alejandro Restrepo es de esos cuya n¨®mina se recita de memoria, que se ve igual tanto en los tableros de an¨¢lisis como en la cancha, y que adem¨¢s encontr¨® jugadores para darle identidad a esa teor¨ªa. No son j¨®venes sedientos de vitrina, no son f¨®siles buscando la pensi¨®n en la tranquilidad de un equipo chico, son profesionales con recorrido, sin ¨¦xitos rimbombantes m¨¢s all¨¢ del pasado ganador de Leonardo Castro con, oh capricho de la iron¨ªa, el rival en la final. Son trabajadores consolidados, a los que no les sobra mucho pero no les falta nada, con una voluntad tremenda por hacerse equipo, pero ante todo con una ingenuidad hermosa de creer que es posible triunfar a pesar de llamarse Deportivo Pereira.
La decisi¨®n m¨¢s dif¨ªcil es escoger la camiseta para el partido, traje m¨¢s que los d¨ªas que voy a estar. Me decanto por la de 2005 que me regal¨® mi pap¨¢, y pienso que es una forma de llevarlo conmigo al estadio, ese lugar que ¨¦l construy¨®, administr¨®, en el que celebr¨® sus setenta a?os, y en el que jug¨® tantos partidos de un torneo semiprofesional que ahora lleva su nombre. El recorrido hacia el estadio, un mi¨¦rcoles sin ceniza, es diferente del viacrucis habitual de los que hemos peregrinado por ese camino cientos de veces. A los precavidos se les nota el esfuerzo por ocultar la sonrisa, otros guardan silencio para evitar el triunfalismo. Yo me reconcilio con la amargura y prefiero creer, porque el Pereira es un dogma, y la derrota ya la tengo asegurada por defecto. Seis a?os sin verlo en vivo (las penas del amor de lejos) se desvanecen al entrar. Me pega en la frente el recuerdo de la hecatombe de ese d¨ªa de 2016, en un estadio diferente (aunque todos luzcan iguales), cuando el ascenso se nos escap¨® en el ¨²ltimo respiro del partido, como estigma del equipo sufrido y derrotado que es el Pereira. El esplendor de la tragedia dur¨® un par de horas hasta que una tragedia real (el accidente a¨¦reo del club Chapecoense) me dio una lecci¨®n de prioridades. Subo a la tribuna y veo que estamos los mismos fieles de siempre, m¨¢s un millar de espont¨¢neos creyentes. Saludo a mi amigo H¨¢rold con un abrazo que no alcanza a agradecerle su gesti¨®n para conseguirme la entrada. Me dice que yo no pod¨ªa perderme esto, yo le digo que si alguien lo merece es ¨¦l, y somos tan s¨®lo parte de una misma conversaci¨®n que se repite en cada grader¨ªa. Gritamos cada nombre con la rabia contenida. Chipi que se viste de h¨¦roe, Mosquera que te recupera hasta una deuda del pasado, Jhonny y Yilmar que son los Generales, Bryan y su lucha incansable contra ¨¦l mismo, sin dejarse un ¨¢pice de entrega, y Leo, siempre Leo, el que decidi¨® ser diferente y hacerse goleador.
Suena el himno y aparecen las primeras l¨¢grimas, que no ser¨¢n las ¨²ltimas. El partido es tan s¨®lo un tr¨¢mite necesario para la gloria, un bocado de ansiedad y nerviosismo del que ya no me acuerdo. El Deportivo Independiente Medell¨ªn decide renunciar a los argumentos y esperar un desenlace m¨¢s arbitrario, lo consigue. Los penales son una ciencia exacta en la que nadie tiene la raz¨®n. La paradoja del coraz¨®n detenido que no deja de bombear adrenalina nos aborda a todos. Miro a H¨¢rold y en un gesto tan impropio de mi pesimismo pereirano le digo que es nuestra, que esta vez s¨ª es. Chipi hace el viaje del h¨¦roe, Leo nos demuestra que no tiene nada qu¨¦ demostrar, y L¨¦ider Berr¨ªo se matricula en la historia del equipo para siempre. Deportivo Pereira ha derrotado al Medell¨ªn, pero en realidad se ha derrotado a s¨ª mismo, para hacerse ganador. Setenta y ocho a?os es una cifra, tres palabras, que ahora no significan m¨¢s que un pasado lejano. El Pereira es campe¨®n.
El vuelo de regreso a Espa?a ser¨¢ un obst¨¢culo necesario para la eterna felicidad, y de antemano s¨¦ que el espacio entre asientos ser¨¢ mucho menor, porque voy cargado de una sensaci¨®n in¨¦dita a la que llaman victoria, y llevo conmigo una estrella enorme que no cabe en la silla.
*Juan Ram¨ªrez Jaramillo es ingeniero de sistemas y escritor de literatura de ficci¨®n, pereirano, con la carga que implica.
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