Todo tiene su final
Como en la canci¨®n de Willie Col¨®n y H¨¦ctor Lavoe, entendamos lo poco de bueno que hay en apurar el orden de las cosas
Hemos tenido buenos y malos presidentes. Conclusi¨®n a la que se llegar¨¢ siempre y cuando usted haga las evaluaciones con polit¨®logos y acad¨¦micos. Ahora, si lo suyo es preguntarle a la gente en la calle, tal vez la respuesta es que hemos tenido p¨¦simos y regulares presidentes. Los expresidentes aceptan que se les tenga por muebles viejos, como dec¨ªa Alfonso L¨®pez Michelsen pensando en Harry Truman (a quien se le atribuye esta fina frase de ebanister¨ªa pol¨ªtica). La utilidad de los expresidentes siempre est¨¢ en entredicho; no as¨ª la de la frase, que recientemente desempolv¨® Roberto Pombo para su certero libro sobre nuestros mandatarios y sus generosas falencias.
A quienes han tenido la responsabilidad de arrear el resabiado ganado nacional se les suele calificar desde la peligrosa tribuna de las pasiones pol¨ªticas. La galer¨ªa, siempre proclive a ensalzar o lapidar, elige el camino de considerar a un presidente como el mejor de la historia (reciente) y enviar a todos los dem¨¢s al infierno.
Desde mediados de los a?os cincuenta hasta hoy, hemos visto presidentes que, con sobresaltos pol¨ªticos o de salud, han finalizado sus periodos. De algunos, escribiendo estas l¨ªneas con enorme sinceridad, hubi¨¦ramos querido no se diera esa institucional situaci¨®n, porque sus administraciones han tenido la opacidad propia de una palada de cemento.
Ideas malsanas que se disipan cuando uno piensa en los riesgos enormes de que, por ejemplo, desde los cuarteles se pretenda una peligrosa maniobra de ajuste de calendarios palaciegos. En los ¨²ltimos tiempos, que medianamente podemos recordar como sociedad, el ¨²nico presidente que termin¨® su periodo en una situaci¨®n precaria, y siempre a punto de ceder frente a la fuerza de los acontecimientos, fue Ernesto Samper Pizano.
De ¨¦l puede decirse, sin embargo, que fue un recio mandatario, porque pocos se sostendr¨ªan en el cargo frente a los embates propios del proceso 8.000, que estuvo a punto de mandar la Rep¨²blica al valle de los ca¨ªdos. Otros dir¨¢n que ha debido dar un paso al costado y demostrar su car¨¢cter recio precisamente alej¨¢ndose de Palacio de Nari?o.
Siempre tentados por el popular ¡°what if¡±, seguimos pregunt¨¢ndonos qu¨¦ habr¨ªa pasado si Samper no hubiera terminado su periodo por los mismos l¨ªos de que se habla hoy: financiaci¨®n indebida de campa?a. Donde hay cinco colombianos, hay treinta respuestas diferentes.
Y ninguna de ellas m¨ªnimamente deseable para un pa¨ªs que quiera seguir si¨¦ndolo. Cada vez que un presidente afronta situaciones que ponen a prueba su car¨¢cter y capacidades, alguien comienza a amasar la peligrosa idea de que lo que dura cuatro a?os podr¨ªamos vivirlo en formato de c¨¢mara r¨¢pida.
Hoy en d¨ªa, incluso el presidente Gustavo Petro participa en este peligroso baile, cuando sugiere, cada vez que alguien cuestiona su gesti¨®n o sus prop¨®sitos se encuentran de frente con la arquitectura jur¨ªdica del Estado, que estamos frente a un ¡°golpe blando¡±. Fuego con el que no se debe jugar, porque, como puede leerse en Proverbios, del Antiguo Testamento, ¡°la boca del necio es su ruina, y sus labios una trampa para su alma¡±.
Libre la providencia a los mortales de creer que, como Jes¨²s y el Padre, alguien pueda ser el alfa y el omega, pero no es menos cierto, en una l¨®gica alfab¨¦tica, que todo tiene su alfa y su omega. Apurar el omega bien puede ser el comienzo de un fat¨ªdico nuevo estadio del alfa. Y en una democracia seria nadie quiere ensayar. Todo tiene su final. Y sus tiempos para llegar a ¨¦l.
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Retaguardia. Las noticias nos confirman que la caridad (como la lucha contra la corrupci¨®n) comienza por casa.
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