¡°Se bajan todos¡±: los retenes ilegales para llegar a Sip¨ª, Choc¨®
El neur¨®logo y viajero Diego Roselli ha recorrido 1.092 de los 1.105 municipios colombianos desde 2004. Esta semana fue retenido por grupos ilegales, la primera vez en esa aventura
Diego Rosselli (Bogot¨¢, 66 a?os) es un aventurero y un hombre constante. Este neur¨®logo inici¨® hace 20 a?os el proyecto de conocer todos los municipios de Colombia, y en noviembre pasado alcanz¨® los 1.064 accesibles por tierra, acompa?ado por su hija Paula y su Land Rover, Tinieblo Rezandero. No contento con ese logro in¨¦dito, el profesor universitario ha mantenido su sue?o de viajero, buscando los 40 municipios m¨¢s rec¨®nditos, a los que se llega por r¨ªo, mar o aire. Con la meta de llegar a todos a m¨¢s tardar en julio, esta semana visit¨® Sip¨ª, en el Choc¨®. Al sumar el municipio 1.092, por primera vez en 20 a?os fue retenido por grupos ilegales, y no una sino cinco veces. Este es su relato.
¡°Somos del Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n Nacional¡±, nos dijeron. Acababan de dejar ir a otra lancha, con tres hombres y lo que parec¨ªan ser unas canecas de combustible. ¡°Nos encargamos de la seguridad en el r¨ªo¡±. Est¨¢bamos a orillas del San Juan, ya muy cerca de la desembocadura del r¨ªo Sip¨ª, en el sur del Choc¨®, cerca del Valle del Cauca. Una zona selv¨¢tica a menos de 30 kil¨®metros en l¨ªnea recta del Oc¨¦ano Pac¨ªfico, mucho m¨¢s lejos de Istmina, municipio desde el que remont¨¢bamos el San Juan.
Entregamos nuestras c¨¦dulas. Mientras las revisaba una a una, el que parec¨ªa estar al mando de esta media docena de hombres (otros m¨¢s se adivinaban en la espesura de la selva, en la orilla), fueron pasando los equipajes a otra lancha, tambi¨¦n para su revisi¨®n. Como llamando lista, fueron devolviendo los documentos a cada pasajero. Los nuestros, el m¨ªo y el de mi hija Paula, ser¨ªan los ¨²ltimos. ¡°Ustedes, acomp¨¢?ennos. Necesitamos hacerles unas preguntas¡±, dijeron.
Nos pasamos entonces a la lancha de al lado, frente al comandante. All¨ª encendieron el motor fuera de borda y nos apartaron unos 30 metros, r¨ªo abajo. Un hombre salt¨® a la orilla y sostuvo la lancha, ya con el motor en silencio. ¡°?Qu¨¦ hacen por aqu¨ª?¡±, pregunt¨® quien parec¨ªa ser el jefe. Era un hombre de unos 30 a?os, vestido de camuflado, con insignias rojo y negro en un brazalete y en la pa?oleta que llevaba amarrada en la cabeza. De piel morena, pero con facciones mestizas, su barba corta, acicalada, me record¨® la del abogado Abelardo de La Espriella o la de Nayib Bukele.
¡°Soy un profesor universitario. Venimos de Bogot¨¢, me gusta recorrer el pa¨ªs y traje a mi hija a conocer esta parte del Choc¨®. Vamos para Sip¨ª¡±, respond¨ª. Le habl¨¦ de la historia. Sip¨ª, junto con N¨®vita, son pueblos antiguos, semilla de la cultura chocoana. ¡°Hasta cu¨¢ndo se quedan por aqu¨ª¡±, pregunt¨®. ¡°Nos regresamos ma?ana¡±, respond¨ª, y le mostr¨¦ los tiquetes de regreso a Istmina, que llevaba en un bolsillo. ¡°Perm¨ªtanme, necesito comunicarme para pedir instrucciones¡± dijo, mientras se alejaba hacia la popa de la lancha con su equipo de radio port¨¢til.
Fueron tres o cuatro minutos de eterna espera. ¡°Pueden seguir¡±, dijo a su regreso, para mi gran alivio. Nos tomaron una foto, y nos llevaron de nuevo a la lancha en que ven¨ªamos. ¡°Cre¨ª que le ibas a pedir una selfie al hombre¡±, me dijo Paula con su habitual sarcasmo mientras nos sub¨ªamos de nuevo a nuestro bote. ¡°Les tocaron unas buenas personas¡± dijo uno de los pasajeros. ¡°Los caucanos, esos s¨ª se los llevan¡±.
Arrancamos de nuevo, ahora r¨ªo arriba por el caudaloso Sip¨ª, el m¨¢s grande de los afluentes del San Juan. Una hora arriba, en la desembocadura del r¨ªo Garrapatas, nos detuvieron de nuevo y se repiti¨® el proceso. C¨¦dulas, requisa de equipajes. Nadie musita palabra. Devolvieron los documentos, uno a uno, y antes de dejarnos ir, el que estaba al mando de este peque?o grupo de seis, todos con su fusil terciado, se dirigi¨® a m¨ª. ¡°All¨¢ el cucho¡±, dijo de forma no despectiva, sino con respeto, ¡°mandan decir que perdone por todo, que es por su seguridad. Hay que saber qui¨¦nes entran aqu¨ª.¡±
Ese d¨ªa, sin m¨¢s inconvenientes llegamos al remoto pueblo de Sip¨ª. Nos esperaba el regreso, al d¨ªa siguiente, de madrugada. De nuevo, una hora abajo del pueblo, en el Garrapatas, nos detuvieron. Eran los mismos elenos, pero diferentes pasajeros. Ven¨ªamos con media docena de j¨®venes misioneras, paisas y coste?as. Pens¨¦ que yo parec¨ªa el cura del grupo. Documentos, requisa, ¡°sigan¡±. Continuamos bajando por el r¨ªo Sip¨ª, con un caudal que de veras impresiona.
Nos esperaba un ¨²ltimo control, ya sobre el San Juan. De nuevo nos hicieron orillar. ¡°Todos abajo¡±, dijeron esta vez. ¡°Se van a ensuciar mis zapatos blancos¡± dijo entre risas la misionerita coste?a que iba a mi lado. ¡°Aqu¨ª no se mama gallo¡± le dije al o¨ªdo en mi mejor tono de profe rega?¨®n. Calladita se baj¨®. Este grupo era m¨¢s numeroso, se ve¨ªan unos doce y no parec¨ªan los mismos del d¨ªa anterior. Camuflados, con brazaletes rojo con negro, unos eran morenos, otros cholos. La requisa fue m¨¢s minuciosa, el llamado de lista tambi¨¦n. Mi nombre fue el ¨²ltimo. ¡°Necesitan hablar con usted¡± me dijo uno, se?alando un ¨¢rbol enorme junto al cual se adivinaba la silueta de un hombre en pie. ¡°C¨®mo le fue, profesor¡± me dijo el moreno de barba, el hombre al mando. ¡°?S¨ª le dieron mi saludo? Que tenga un buen viaje¡±, dijo, y me dio un abrazo
?Pero faltaba otro! Media hora r¨ªo San Juan arriba, en una playa pedregosa, nos detuvieron de nuevo. Los mismos camuflados, pero esta vez los brazaletes eran verdes y dec¨ªan AGC, por Autodefensas Gaitanistas de Colombia. Era el Clan del Golfo. ¡°Se bajan todos¡± dijeron, ¡°los de tercera edad se pueden quedar a bordo¡±. Una se?ora y yo gozamos de este privilegio. Ni c¨¦dula ni requisa hubo para nosotros. A los pocos minutos los pasajeros abordaron de nuevo la lancha, esta vez todos con los pies mojados hasta la rodilla, y esos zapatos blancos bien embarrados.
El resto del regreso es historia.
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