La pianista, el carpintero y el fot¨®grafo, los ¡®tupas¡¯ que militaron en el ¡®Eme¡¯
Relato del paso de un grupo de guerrilleros uruguayos que se alistaron en las filas del M-19 en Colombia en las d¨¦cadas de los setenta y ochenta
El avi¨®n FAC 1222 estaba a punto de despegar de Colombia hacia Uruguay cuando recibo la ¨²ltima llamada que me hace Miriam desde Montevideo. ¡°Te tengo una mala noticia¡±, dijo con voz lac¨®nica. ¡°No vas a poder entrevistarte con Wilder. Unos amigos me acaban de confirmar que muri¨® a principios de este a?o. Lo siento¡±. Qued¨¦ tan sorprendido que lo ¨²nico que atin¨¦ a decir fue: ¡°?Y la pianista?¡°. ¡°De ella no s¨¦ sabe nada¡±, agreg¨®. ¡°Parece que tambi¨¦n ya falleci¨®¡±.
Hab¨ªa planeado la ida a Montevideo con el firme prop¨®sito de hablar con Wilder y con Alba, conversar largo, saber de sus vidas, sus sue?os, sus pesadillas. En fin, de devolver la pel¨ªcula, su pel¨ªcula. La idea la tra¨ªa hac¨ªa mucho tiempo y se concret¨® cuando un par de semanas atr¨¢s, el presidente Petro inform¨® en su cuenta de X (antiguo Twitter) que har¨ªa un viaje a Uruguay para entregarle al expresidente Pepe Mujica, una leyenda viva de la izquierda latinoamericana y del mundo, la distinci¨®n y el reconocimiento m¨¢s alto que el Gobierno de Colombia le confiere a una personalidad: la Cruz de Boyac¨¢.
Miriam, la Flaca, es una colombiana que, decepcionada de sus compa?eros, se alej¨® de su compa?ero de lucha y una vez sali¨® de la c¨¢rcel El Barne, donde estuvo detenida por rebeli¨®n y por circunstancias del destino, termin¨® viviendo, vaya paradoja, en Uruguay. Esta estudiante boyacense que dej¨® sus estudios de odontolog¨ªa en la Nacional para irse con el amor de su vida a las estructuras urbanas del M-19, y que tambi¨¦n hizo parte de la seguridad de ?lvaro Fayad, tuvo que limpiar pisos en Montevideo para estudiar y graduarse en terapia f¨ªsica. Hoy est¨¢ jubilada y muy poco quiere saber de pol¨ªtica, menos de la colombiana.
Esta es la oportunidad, me dije para mis adentros, a trav¨¦s de Miriam, de conocer la suerte que corrieron un carpintero, una pianista y un fot¨®grafo, tres de seis uruguayos que fueron a Colombia en las d¨¦cadas de los setenta y ochenta y por distintas v¨ªas y circunstancias, terminaron en las filas del Eme.
Uno ellos era Wilder C¨¦sar Silva, un obrero de la construcci¨®n que hac¨ªa de todo. Un ¡°todero¡±, como decimos en Colombia. Fue hasta peluquero, pero lo que m¨¢s le gustaba y de lo que verdaderamente se sent¨ªa orgulloso era la carpinter¨ªa. Con ¨¦l tambi¨¦n llegaron la pianista Alba N¨¦lida Gonz¨¢lez Souza, el fot¨®grafo Sergio Betarte Ben¨ªtez, Jos¨¦ Washington Rodr¨ªguez Rocca, Antonio Cosimmo Vulcano, V¨ªctor Vivanco y un muchacho que se cambi¨® tantas veces el nombre que finalmente todos lo recuerdan como Nicol¨¢s. Todos eran militantes del Movimiento de Liberaci¨®n Nacional-Tupamaros, que luch¨® contra la dictadura militar en ese pa¨ªs.
Cada ma?ana, sin falta, Wilder se levantaba muy temprano a trabajar en su peque?o taller de carpinter¨ªa ubicado en 33, un departamento ubicado a cuatro horas de Montevideo. Varios de sus vecinos cuentan que ¡°religiosamente¡± abr¨ªa a las ocho de la ma?ana y, salvo cuando era invierno, cerraba a las siete de la noche. Era la hora de coger su bici para volver a su casa, donde lo esperaban su madre y su ¨²nico hijo, que sufr¨ªa de esquizofrenia.
Jam¨¢s se enteraron de que este hombre de contextura peque?a, buen conversador, decente y caballeroso, 43 a?os atr¨¢s hab¨ªa empu?ado un fusil y que, junto con otras 11 personas vestidas con sudaderas, irrumpieron a sangre y fuego en una sede diplom¨¢tica a miles de kil¨®metros de su natal Uruguay, en un pa¨ªs y un conflicto que no eran los suyos: Colombia.
El 27 de febrero de 1980 el M-19 se tom¨® la embajada de la Rep¨²blica Dominicana en Bogot¨¢. Centenares de noticias salieron de la tierra de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez y empezaron a llenar los titulares de la prensa mundial. Hab¨ªa 15 embajadores secuestrados, entre ellos el de Estados Unidos. La embajada quedaba sobre la carrera 30, cerca del emblem¨¢tico estadio de futbol El Camp¨ªn y frente a la Universidad Nacional.
Wilder, junto con sus compa?eros y los diplom¨¢ticos secuestrados, salieron tres meses despu¨¦s hacia Cuba, luego que el Gobierno del entonces presidente Julio C¨¦sar Turbay Ayala ¡°negociara¡± su liberaci¨®n a cambio de una buena suma de d¨®lares para los del Eme. El principal objetivo para la guerrilla no se cumpli¨®: liberar a todos los presos que ten¨ªan en las c¨¢rceles. Salvo Jaime Bateman Cay¨®n, el carism¨¢tico l¨ªder samario y su principal dirigente, todo el Comando Superior y la mayor parte de la Direcci¨®n Nacional estaba presa.
Se sabe que lleg¨® a Colombia en 1977 huyendo de la dictadura militar de Aparicio M¨¦ndez y contagiado del esp¨ªritu revolucionario de la ¨¦poca. Wilder muri¨® a comienzos de este 2024. Lo ¨²ltimo que se supo de ¨¦l es que, cuando muri¨® su madre, vendi¨® el taller y se fue con su hijo a vivir al campo. V¨ªctor Vivanco, a su vez, ten¨ªa problemas cardiacos y muri¨® en un hospital meses antes de la pandemia del Covid.
A Alba, la pianista, la detuvieron en enero de 1979, acusada de participar en el robo de las armas del cant¨®n norte de Bogot¨¢. Como la mayor¨ªa de los detenidos, fue llevada a la Escuela de Caballer¨ªa del Ej¨¦rcito, y torturada. Finalmente, fue liberada al no comprobarse su participaci¨®n en este hecho. ¡°La vi dos veces cuando la llevaban vendada en el cant¨®n¡±, recuerda Miriam mientras tomamos uno y otro caf¨¦ por la emblem¨¢tica Avenida 18 de Julio en Montevideo. Ella tambi¨¦n padeci¨® en carne propia la tortura f¨ªsica y emocional.
Alba finalmente fue deportada a Francia. All¨ª, gracias a las clases que de ni?a tom¨® de piano, llevada por sus padres a un liceo cerca a su casa, pudo sobrevivir ense?ando m¨²sica. Los ¨²ltimos que la vieron en Uruguay, aseguran que sol¨ªa salir por el barrio, a pasear tres o cuatro perros con los que viv¨ªa.
Sergio Betarte Ben¨ªtez, el fot¨®grafo, tambi¨¦n fue a parar a la c¨¢rcel. Estaba acusado de rebeli¨®n por participar, junto con V¨ªctor Vivanco, en el secuestro de Miguel de German Rib¨®n, un pr¨®spero empresario exportador de flores y a quien a?os atr¨¢s, en 1972, Misael Pastrana hab¨ªa nombrado embajador en Francia. Sobre su suerte, Miriam me hab¨ªa advertido que seguramente hab¨ªa fallecido. Era mayor y hac¨ªa muchos a?os no sab¨ªa nada de ¨¦l. Pero seguir¨ªa averiguando.
La cifra exacta de cu¨¢ntos uruguayos vinieron al Eme no es posible determinar. Se sabe que tres de ellos, Nicol¨¢s, Antonio Cosimmo Vulcano y Jos¨¦ Washington Rodr¨ªguez Rocca, murieron en combates. El primero fue abatido en Bogot¨¢; Cosimmo Vulcano, en la toma de Yumbo, el 11 de agosto de 1984; y Jos¨¦ Washington, en alg¨²n lugar de las monta?as del Cauca. De estos dos ¨²ltimos, sus familiares, especialmente sus hijos, han intentado sin ¨¦xito ubicar sus restos.
Ninguno de estos exguerrilleros jam¨¢s imagin¨® que 35 y 40 a?os despu¨¦s, dos de sus principales dirigentes ser¨ªan presidentes en sus pa¨ªses. Mujica y Petro, uno tupamaro y el otro del Eme, cumplieron su promesa de paz y llegaron a gobernar gracias a coaliciones multipardistas de centro-izquierda. Hoy no los une un fusil, sino los mismos ideales de hace 40 a?os: la justicia social, la paz y la democracia. Y uno m¨¢s en los tiempos actuales, la lucha contra el cambio clim¨¢tico, que no es otra cosa que la sobrevivencia de la especie humana.
El presidente Petro vino a despedirse definitivamente del amigo del alma, el hermano mayor que se desvanece mientras su pensamiento se hace eterno, un uruguayo gigante, el que, a los 90 a?os, se niega a rendirse ante un c¨¢ncer de es¨®fago.
De regreso al aeropuerto me acompa?a Miriam, le doy las gracias por su hospitalidad. Le dejo como recordatorio un pin que tiene grabado la paloma de la paz como s¨ªmbolo de los nuevos tiempos que hoy habitan en cada uno de nosotros.
A ella, que vivi¨® esos a?os tormentosos de la guerra, se le aguan sus ojos verdes que contrastan con el cielo azul de la primavera uruguaya. Se acaba el tiempo, llegan los de seguridad a apurarme porque el presidente ya est¨¢ dentro del avi¨®n y debemos salir de inmediato. Suena su celular y le hago un gesto de adi¨®s y corro a la escalerilla trasera donde empiezo a subir presuroso cuando la escucho gritar desde abajo a todo pulm¨®n:
¡°??Eyyy, loco¡ loco!! Me acaba de llamar una amiga¡. ?Alba y Sergio est¨¢n vivos!¡±.
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