?Una Semana Santa sin Domingo de Resurrecci¨®n?
Todos los abandonados en las cunetas de la Historia, todos los desesperados que se preguntan por qu¨¦ han sido abandonados a su suerte tienen el derecho de exigir cuentas
Es triste escribirlo, pero para millones de cristianos esta Semana Santa no deber¨ªa tener Domingo de Resurrecci¨®n. S¨®lo viernes de pasi¨®n. El calvario desnudo. El jud¨ªo Jes¨²s, doblemente crucificado. Y su grito a Dios desde el madero de la cruz, agonizando: ¡°?Por qu¨¦ me has abandonado?¡±, podr¨ªa ser repetido hoy en tierra de Palestina, la suya, por millones de v¨ªctimas inocentes, fruto de intereses imperialistas.
La llamada Ciudad Santa, Jerusal¨¦n, en Israel en guerra, donde deber¨ªan abrazarse las tres grandes religiones monote¨ªstas de la historia, es hoy el centro de un hervidero de conflictos pol¨ªtico-religiosos que est¨¢n llevando a todo un pueblo a un exterminio a la luz del sol. Mientras tanto, como contrapunto, el pueblo jud¨ªo, que fue el de Jes¨²s, vuelve a estar en la atalaya de viejas persecuciones que parec¨ªan desaparecidas para siempre tras el Holocausto, que, no acaso, por ser ¨²nico, se sigue escribiendo con may¨²scula.
Es sabida la complicidad que siempre existi¨® entre fe y pol¨ªtica y entre las tres grandes religiones monote¨ªstas, que culminaron en persecuciones mutuas y guerras encarnizadas. Hoy los cristianos, ante el drama que viven jud¨ªos y palestinos, no pueden olvidar que hasta la llegada del papa Juan XXIII, cada Semana Santa, en los textos lit¨²rgicos se rezaba a Dios por los ¡°p¨¦rfidos jud¨ªos¡±, los que hab¨ªan supuestamente crucificado a Jes¨²s. Hoy, aquello es historia y el papa Francisco fue siempre, ya antes de llegar al Pontificado, amigo personal de los jud¨ªos.
La Semana Santa culmina con la met¨¢fora del Domingo de Resurrecci¨®n, en el que se celebra la esperanza contra el desencanto, la vida sobre la muerte, la luz sobre las tinieblas, la paz contra la guerra.
Este a?o, sin embargo, esa met¨¢fora de la vida se ve ahogada por las muertes de ni?os de Gaza que agonizan de hambre en brazos de sus madres desesperadas. Resucitan desde los infiernos los instintos m¨¢s primitivos de muerte y venganza. Y las v¨ªctimas inocentes de los demonios del poder a cualquier precio, deber¨¢n estar gritando como el jud¨ªo clavado en el madero: ¡°?Por qu¨¦ nos hab¨¦is abandonado?¡±
Sabemos muy bien la fuerza de las ideolog¨ªas y de los dogmas puestos al servicio del poder. A la fe religiosa se la apellid¨® el ¡°opio del pueblo¡±, adormecido por falsas promesas de liberaci¨®n. Y al mismo tiempo el ser humano, sobre todo el m¨¢s fr¨¢gil, sigue necesitando de un plus de esperanza para hacer frente a los muros de ignominia que los aplasta.
Quiz¨¢s esa zozobra que resuena en esta Semana Santa entre creyentes y agn¨®sticos, ante la tragedia vivida en Palestina, emblema de at¨¢vicas esperanzas de resurrecci¨®n, podr¨ªa ser un s¨ªmbolo de la tragedia m¨¢s profunda que vive cada ser humano, no importa si creyente o agn¨®stico. Es ese misterio que ni la IA ser¨¢ capaz de descifrar, de la guerra interior que llevamos dentro entre el miedo a la violencia, el desamor y la esperanza real o imaginaria de resurrecci¨®n.
Lo cierto es que para los millones de cristianos, el grito del jud¨ªo Jes¨²s que se sent¨ªa abandonado de Dios agonizando en la cruz, tras haber sido condenado a muerte a pesar de que Pilatos declar¨® que lo consideraba inocente de las acusaciones que reca¨ªan sobre ¨¦l, sigue vivo y actual.
En esta Semana Santa especial, que aparece sin esperanzas de resurrecci¨®n, todos los abandonados en las cunetas de la Historia, todos los desesperados que en vano se preguntan por qu¨¦ han sido abandonados a su suerte tienen el derecho de exigir cuentas.
Exigirlas no a Dios sino a los hombres del poder, a los insensibles a los gritos desesperados de los que mueren de hambre, que se preguntan por qu¨¦ est¨¢n siendo despojados del derecho a poder vivir en paz. Paz, otra palabra manchada de sangre. Mientras tanto, las hienas de la guerra parecen insensibles estatuas de cera impermeables a los gritos de angustia de los doblemente abandonados a su destino.
Siga toda la informaci¨®n de El PA?S Am¨¦rica en Facebook y X, o en nuestra newsletter semanal.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.