Brasil y dos coleccionistas octogenarias de EEUU preparan la mayor repatriaci¨®n de arte afrobrasile?o
El Museu Muncab de Salvador de Bah¨ªa y las estudiosas del arte de Detroit ultiman los detalles de una donaci¨®n de 727 obras reunidas en 30 a?os de viajes
Once a?os ten¨ªa Jos¨¦ Ad¨¢rio cuando a finales de los a?os cincuenta entr¨® a aprender con un maestro el oficio al que ha dedicado su vida y que ha llevado su obra a lugares entonces impensables: a galer¨ªas de arte y al extranjero. Este brasile?o de 77 a?os es un herrero de santo. Es decir, forja esculturas de hierro e instrumentos de percusi¨®n que median entre los fieles y los dioses del candombl¨¦ ¡ªun culto tra¨ªdo a Brasil por los esclavos africanos¡ª. El artista est¨¢ encantado de que 16 de sus obras formen parte de la mayor repatriaci¨®n de arte afrobrasile?o, que prev¨¦ el regreso de una colecci¨®n de 727 obras desde Detroit (EEUU) a Salvador de Bah¨ªa, la ciudad m¨¢s negra de Brasil. Las coleccionistas y donantes, dos octogenarias estadounidenses que tambi¨¦n han dedicado sus vidas al arte, y el Museo Nacional de la Cultura Afrobrasile?a (Muncab) son los grandes art¨ªfices de la operaci¨®n.
Algunos entre el centenar de autores de las obras donadas viven y podr¨¢n asistir al acontecimiento. Uno de ellos, Adario, el herrero de santo, conocido como Z¨¦ Diabo (que vendr¨ªa a ser Pepe, el diablo). Considera ¡°un m¨¦rito [que regresen las obras] porque ese es el museo m¨¢s bello de Salvador. Llevaba mucho cerrado, ha reabierto y eso es bueno para Bah¨ªa¡±, dice en un mensaje de audio. La llegada de las obras revolucionar¨¢ el Muncab por el volumen de la colecci¨®n, que re¨²ne esculturas talladas en hierro y madera, pinturas, grabados, objetos religiosos y folcl¨®ricos¡
Piezas reunidas durante tres d¨¦cadas de viajes a Brasil por Marion Jackson, de 83 a?os, profesora em¨¦rita de Historia del Arte de la Universidad de Michigan, y por su colega de facultad, Barbara Cervenka, de 85 a?os, artista y monja dominica, en incontables visitas a mercados y estudios de artistas. Obras creadas a menudo por artistas autodidactas y entonces consideradas mero arte popular por un canon limitado a las escuelas europea y norteamericana.
El primer viaje de las estadounidenses a Brasil fue en 1992. ¡°Abrimos los ojos a una riqueza art¨ªstica que nos deslumbr¨®¡±, explica Jackson desde Detroit en una entrevista. ¡°Volvimos cada a?o, a veces para varios meses, visit¨¢bamos a artistas, empezamos a comprar piezas que reflejaban ese mestizaje de culturas, de la primera capital colonial, el coraz¨®n de la influencia africana en Sudam¨¦rica, los ind¨ªgenas, o piezas y vestimentas que hablaban de las tradiciones espirituales que llegaron con la poblaci¨®n esclavizada¡±. Cuenta la especialista que, como regresaban cada a?o, establecieron enriquecedoras relaciones con los artistas. ¡°No llegamos all¨ª sabiendo, llegamos preguntando¡±, precisa.
A Jackson el canon siempre se le qued¨® corto. Cuenta que empezaba a explorar el arte afroamericano, tras a?os estudiando el arte de los nativos americanos en el ¨¢rtico canadiense, cuando se cruz¨® con un dato que la dej¨® at¨®nita. Ah¨ª naci¨® su deseo de conocer Brasil y sumergirse en su cultura. Como dice el cat¨¢logo de una de las exposiciones que organizaron con los a?os, ¡°?Cu¨¢ntos estadounidenses saben que diez veces m¨¢s africanos fueron llevados cautivos a Brasil que a Estados Unidos?¡±. En efecto, a EEUU arrib¨® medio mill¨®n de esclavos africanos; a Brasil, cinco millones, seg¨²n la Base de Datos del Comercio Transatl¨¢ntico de Esclavos.
La directora art¨ªstica del Museo Nacional de la Cultura Afrobrasile?a, Jamile Coelho, de 34 a?os, explica desde Salvador en una entrevista que la colecci¨®n que se preparan para recibir incluye ¡°obras raras que requieren ser mejor investigadas. Y a partir del conjunto podremos construir una reflexi¨®n te¨®rica sobre el arte de la di¨¢spora africana¡±. La idea es que la instituci¨®n custodie esas piezas pero que est¨¦n a disposici¨®n de otros museos y curadores para que circulen por otras regiones brasile?as y pa¨ªses iberoamericanos, Espa?a incluida.
La repatriaci¨®n, ahora en fase de negociaci¨®n de los detalles t¨¦cnicos, est¨¢ prevista para el segundo semestre de 2025. Se produce en el contexto del creciente debate sobre el legado del colonialismo y c¨®mo reparar el legado del expolio. Y en un momento en que muchos museos de Occidente est¨¢n reevaluando sus colecciones para incorporar las miradas de quienes fueron excluidos del estrecho mundo de los hombres blancos occidentales.
Brasil ha recibido restituciones recientes como la capa ind¨ªgena tupinamb¨¢ devuelta por Dinamarca, el Ubirajara jubatus y el millar de f¨®siles que lo acompa?aron desde Alemania o cientos de obras ind¨ªgenas devueltas desde Francia.
Recalca la directora del museo que este caso se distingue de esos en que no la colecci¨®n no es fruto del robo, sino fruto de compras legales y regalos. Eso supone un reto porque es terreno desconocido en Brasil. La historiadora del arte apunta: ¡°Siempre intentamos pagar tanto como nos pod¨ªamos permitir, pero ?no ¨¦ramos la Fundaci¨®n Rockefeller!¡±,
Para estas dos coleccionistas no se trataba de atesorar piezas para el deleite personal, sino de presentar a sus compatriotas obras de arte ¡ªy con ¨¦l otras miradas y tras comprensiones del mundo¡ª ignoradas por el euro-americcanocentrismo imperante. Jackson y la hermana Cervenka fueron organizando exposiciones por su cuenta hasta que, al octavo intento, lograron una beca generosa del Fondo Nacional para las Humanidades de EEUU. Gracias a ese dinero y con la colaboraci¨®n del museo The Wright de historia afroamericana, en Detroit, montaron una exhibici¨®n de arte popular del nordeste de Brasil que recorri¨® EEUU durante siete a?os para recalar en 25 grandes ciudades. Cruz¨® incluso el Pac¨ªfico hasta Hawai.
La colecci¨®n reposa ahora mismo en Detroit, a 7.600 kil¨®metros de Salvador. ¡°?ramos unas voluntarias muy apasionadas¡±, dice Jackson. Y lleg¨® el d¨ªa en que se empezaron a pensar sobre el futuro de esas colecciones que hab¨ªan atesorado durante d¨¦cadas. ¡°Y decidimos que ten¨ªan que volver a casa¡±. Y empezaron a tantear a sus contactos, a buscar una instituci¨®n que acogiera esas m¨¢s de 700 obras com el mimo con el que ellas las reunieron y difundieron. Recientemente donaron las piezas peruanas al Museo de arte de Lima y al de la Universidad de M¨ªchigan.
Una vez inventariada la colecci¨®n, el museo Muncab ha emprendido las negociaciones con diversos ministerios, desde Cultura hasta Hacienda, y otros organismos para que la repatriaci¨®n sea realidad el a?o que viene. Entre otros aspectos, las piezas requerir¨¢n de una cuarentena para garantizar que el brutal cambio de temperatura entre Detroit y Salvador no las da?e.
Ad¨¢rio, el herrero de santo, no recuerda a aquellas dos clientas estadounidenses que tienen 16 de sus obras, pero s¨ª que insiste en que se las debieron pedir. ¡°Porque yo solo trabajo por encargo¡±, recalca. Cuenta con orgullo que ahora arte est¨¢ expuesto en galer¨ªas. Y se explaya hablando de la fuerte relaci¨®n con Ogum, el orix¨¢, el esp¨ªritu de los herreros, de los guerreros y la tecnolog¨ªa. Porque aquellos nav¨ªos negreros trajeron la mano de obra que puso los cimientos de Brasil pero, con ellos, con los que sobrevivieron la traves¨ªa, llegaron tambi¨¦n los saberes de infinidad de pueblos africanos. Entre ellos, las t¨¦cnicas que usaron los imperios de Oi¨® e If¨¦ a partir del siglo XV para forjar el hierro entre las actuales Nigeria y Ben¨ªn.
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