?Homicidios y cad¨¢veres calcinados en Ecuador? Luc¨ªa ha construido un b¨²nker en el que resguarda a sus hijos de las balas perdidas
Una vecina de Dur¨¢n, la ciudad m¨¢s peligrosa del pa¨ªs, tiene una casa sin ventanas para aislarse de la violencia en un lugar controlado por las pandillas
No hay una sola ventana en la casa de Luc¨ªa. Cuando finalmente reuni¨® el dinero para reemplazar las paredes de ca?a por ladrillos, opt¨® por construir un refugio completamente cerrado. Solo unos raqu¨ªticos rayos de luz se cuelan a trav¨¦s de huecos en el techo, ba?ando la pared de la cocina. El calor, a ratos, es insoportable. Cuando el peque?o ventilador falla, lo mejor es sentarse y no hacer nada para evitar el agotamiento. Luc¨ªa vive en Dur¨¢n, la ciudad m¨¢s temida de Ecuador y una de las m¨¢s peligrosas del mundo; un nombre que, al pronunciarlo, provoca escalofr¨ªos. No hay un solo barrio en Dur¨¢n que escape al yugo de las bandas criminales, donde el tr¨¢fico de armas y drogas se entrelaza con la desesperaci¨®n de quienes luchan por sobrevivir. Aqu¨ª, la vida se mide en amenazas, y la esperanza se convierte en un lujo inalcanzable.
¡°He sido una clienta fija de los consumidores de droga. Se met¨ªan por la ventana de la casa a robarnos y me cans¨¦, as¨ª que decid¨ª cerrarlo todo¡±, cuenta Luc¨ªa, sorprendida por la miseria de los criminales que roban a sus propios vecinos, quienes viven en medio de la pobreza y el desempleo. ¡°Me han robado los zapatos de los ni?os, los cables de la electricidad, el cilindro de gas¡±, relata la mujer. Hasta que un d¨ªa un hombre se col¨® en su casa con un cuchillo en medio de la noche. ¡°Le di mi tel¨¦fono. ?Qu¨¦ m¨¢s pueden robarme?¡±, se pregunta, mirando a su alrededor. La refrigeradora est¨¢ amarrada con una fina cuerda que la rodea, porque la puerta no se sostiene por s¨ª sola. Su hijo de cinco a?os busca la ¨²ltima manzana para el almuerzo escolar. Sus peque?os dedos conocen el mecanismo y h¨¢bilmente empujan la cuerda hacia arriba para abrir la puerta. Una manzana, un pedazo de queso y un cart¨®n de leche son lo ¨²nico que queda. ¡°No te la comas, es para ma?ana¡±, le insiste Luc¨ªa. Despu¨¦s de m¨¢s de un a?o desempleada, ha conseguido un trabajo como educadora, la carrera que estudi¨®, aunque la universidad no le ha entregado el t¨ªtulo porque perdi¨® el expediente de m¨¢s de una docena de estudiantes de su promoci¨®n, relata. Est¨¢ contenta por el nuevo empleo, pero intenta manejar sus expectativas, porque sabe que en Ecuador se vive constantemente con incertidumbre y puede pasar cualquier cosa.
La puerta de metal est¨¢ siempre cerrada. Los ni?os no pueden salir al patio por el polvo y el temor a una bala perdida. ¡°Las balas vuelan a cualquier hora. El Gobierno ha declarado otra vez toque de queda en la ciudad a las diez de la noche, no tiene idea de lo que pasa aqu¨ª o todo es una pantalla¡±, a?ade. Hace dos meses, el presidente, Daniel Noboa, lleg¨® con un contingente de militares y polic¨ªas, atravesando Guayaquil hasta Dur¨¢n. Las imponentes im¨¢genes de la ¡°redenci¨®n¡± de Dur¨¢n fueron transmitidas en vivo por los canales oficiales del Gobierno. ¡°Quiero que sepan que no tenemos miedo¡±, dijo el mandatario, rodeado por decenas de uniformados. Minutos despu¨¦s de concluido el acto, las tanquetas, los carros blindados y los polic¨ªas se fueron en caravana con ¨¦l y abandonaron de nuevo Dur¨¢n. Un mes despu¨¦s del anuncio de militarizaci¨®n, ocurrieron 57 cr¨ªmenes violentos. La ciudad se acerca nuevamente a la peligrosa cifra de 442 homicidios del a?o pasado, que la convirti¨® en una de las ciudades m¨¢s peligrosas del mundo.
Las balaceras no tienen hora ni lugar. Hace tres meses, se arm¨® una al mediod¨ªa; al d¨ªa siguiente, se enteraron de que un vecino estaba justo afuera de la casa y una bala perdida lo hiri¨®. ¡°Las ambulancias no entran aqu¨ª; un vecino con carro ayud¨® a llevarlo al hospital, pero a los pocos d¨ªas, el hombre muri¨®¡±, recuerda Luc¨ªa. Las balaceras no solo son provocadas por las bandas cuando se enfrentan entre ellas o contra polic¨ªas, sino tambi¨¦n debido a los entrenamientos que reciben los sicarios. Como ocurre en las faldas del Cerro Las Cabras, controlado por una de las pandillas, donde hay ni?os que son familiares de los cabecillas y no pueden ir a la escuela. Tienen prohibido salir del cerro, o los matan por venganza. ¡°Cuando trabaj¨¦ en una escuela cerca del Cerro Las Cabras, los gatilleros practicaban todos los d¨ªas a las 10 de la ma?ana¡±, recuerda Luc¨ªa, y otros moradores del sector tambi¨¦n confirman la presencia de un grupo criminal que practica disparos. La Polic¨ªa ha admitido en m¨¢s de una ocasi¨®n su preocupaci¨®n por la escuela de sicarios que hay en Dur¨¢n, pero hasta ahora no ha sido desarticulada.
¡°Este es un sector olvidado. En verano es polvo y en invierno es lodo¡±, dice la mujer. El 42% de los ciudadanos no sabe lo que es tener agua potable; la mayor¨ªa de los barrios carece de alcantarillado y la pobreza afecta al 65% de la poblaci¨®n. La mitad de los barrios son asentamientos irregulares, lo que provoca una disputa permanente de las mafias por el tr¨¢fico de tierras. Este es el caldo de cultivo para los estados paralelos que el crimen ha instaurado con violencia, imponiendo sus reglas y cobrando extorsiones a cambio de ¡°seguridad¡±, agua potable, electricidad, y simplemente por respirar.
Dur¨¢n es tierra de nadie. El alcalde electo en 2023 ni siquiera ha podido entrar a las instalaciones del municipio desde que asumi¨® el cargo, porque sufri¨® un atentado a las pocas horas de su posesi¨®n. Vive en la clandestinidad y desde hace meses tampoco aparece en los medios de comunicaci¨®n; incluso ha abandonado las redes sociales, que eran su forma de comunicar lo que su equipo municipal hac¨ªa en el territorio. El 21 de agosto fue la ¨²ltima vez que hizo una publicaci¨®n. EL PA?S ha solicitado en varias ocasiones una entrevista con ¨¦l, pero su equipo ha dejado de responder.
El barrio de Luc¨ªa est¨¢ vigilado por las bandas, que han instalado c¨¢maras en ciertas casas desde donde controlan qui¨¦n entra y qui¨¦n sale del sector. Es una forma de cuidarse las espaldas para evitar emboscadas de bandas rivales. La guerra es por el control total del territorio para diferentes delitos: el tr¨¢fico de drogas a gran escala, el dominio de los consumidores locales, el control del agua potable y la apropiaci¨®n ilegal de terrenos. En Dur¨¢n, el crimen organizado no teme enviar los mensajes m¨¢s crueles a sus enemigos y al Estado. Fue en la entrada de la ciudad donde aparecieron los primeros cuerpos colgados de dos hombres en un puente peatonal al amanecer del 14 de febrero de 2022, d¨ªa del amor y la amistad. Los cuerpos estaban atados y las cabezas embaladas. La violencia se recrudece en Dur¨¢n, hasta llegar a quemar a personas en medio de la calle, a plena luz del d¨ªa. Ocurri¨® el ¨²ltimo fin de semana de septiembre, cuando cuatro hombres fueron asesinados a tiros y luego les prendieron fuego en medio de la calle. La gente sali¨® con baldes de agua a intentar apagar las llamas, hasta que llegaron los bomberos. Este nuevo hecho cumpli¨® su cometido: la gente, llena de temor, se encerr¨® en casa.
J¨¦sica escuch¨® los gritos de la gente cuando vieron prender fuego a los hombres. Ella estaba en su casa. Vive en una calle peatonal en uno de los barrios m¨¢s peligrosos de Dur¨¢n. La escala se mide por qui¨¦n vive en el sector. Por ejemplo, justo en su calle residen los l¨ªderes de una de las pandillas, lo que convierte la seguridad, las armas, la zozobra y el miedo en parte de una rutina que se niega a normalizar. Vive bajo vigilancia; hay c¨¢maras en cada esquina donde la pandilla monitorea cada movimiento. ¡°Paso encerrada en la casa con mis dos hijas 24 horas al d¨ªa. No hemos pisado un parque en Dur¨¢n en los ¨²ltimos dos a?os¡±, relata J¨¦sica. Incluso, el encuentro con ella y sus hijas tuvo que ser pactado en otro sitio por seguridad. Su hermana de ocho a?os escucha la conversaci¨®n y cuenta c¨®mo en la escuela hacen simulacros en caso de terremoto y balacera. ¡°Cuando suena una alarma, debemos ponernos debajo de los pupitres hasta que la profesora nos diga qu¨¦ hacer¡±, describe con su dulce voz la ni?a, que entiende perfectamente lo que ocurre. Hasta hace una semana, la alarma solo hab¨ªa sonado para simulacros, hasta que la sirena de unas ambulancias alter¨® a la clase, haci¨¦ndoles creer que era una balacera. ¡°Todos empezamos a gritar y a llorar. Est¨¢bamos tirados en el piso, abrazando nuestras mochilas, y yo temblaba¡±, narra el horrendo momento que, aunque fue una falsa alarma, ha vivido en su casa.
¡°Cada cierto tiempo, le dan ataques de p¨¢nico de la nada¡±, relata Roc¨ªo, su madre. ¡°Se hacen m¨¢s comunes con el tiempo, y la comprendo, si los adultos vivimos con miedo, ella tambi¨¦n lo siente¡±, a?ade la madre, frustrada por no poder cambiar de lugar donde vivir. ¡°Todo est¨¢ igual. Ya no hay un lugar en Ecuador donde podamos escapar de esto¡±, sentencia.
Todos advierten lo peligroso que es caminar por las calles, y salir de la ciudad antes de que oscurezca, adem¨¢s antes de que corten la electricidad, producto a la crisis el¨¦ctrica que atraviesa el pa¨ªs. Los barrios han cambiado su configuraci¨®n de convivencia. Se han quedado sin panader¨ªas, sin farmacias, sin la tienda de barrio, sin la ferreter¨ªa. La mayor¨ªa de los negocios en los barrios que est¨¢n en la profundidad de Dur¨¢n, han cerrado por las extorsiones o porque han secuestrado a un familiar y huyeron, o porque los mataron. ¡°Ninguno estamos exentos a ser las pr¨®ximas v¨ªctimas de esta guerra¡±, sabe bien J¨¦sica, que no reconoce la ciudad en la que de adolescente se escapaba de casa con sus amigos a caminar por el malec¨®n o ir de fiesta. Ahora pronunciar Dur¨¢n causa temor. Una ciudad irreconocible, apagada por el miedo y el crimen.
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