Venganza contra el vud¨²: tres d¨ªas de infierno en Hait¨ª
EL PA?S reconstruye el terror que vivi¨® el barrio de Wharf J¨¦r¨¦mie, en Puerto Pr¨ªncipe, el pasado fin de semana, cuando una banda armada desat¨® una cacer¨ªa que dej¨® al menos 184 muertos y una herida abierta en la comunidad
Tres hombres irrumpieron en la vivienda de J. F. el pasado viernes alrededor de las diez de la noche. ¡°Apu?alaron a mi padre y luego quemaron su cad¨¢ver frente a m¨ª¡±, narra con la voz quebrada. La v¨ªctima, de 76 a?os, y miembro de la Iglesia Adventista del S¨¦ptimo D¨ªa, se hab¨ªa acostado temprano en la v¨ªspera del sabbat, el d¨ªa de descanso, seg¨²n su religi¨®n. Su hijo intent¨® intervenir. ¡°Me golpearon y me obligaron a mirar¡±, recuerda con las manos temblorosas. As¨ª comenzaron tres d¨ªas de violencia en el barrio de Wharf J¨¦r¨¦mie, en Cit¨¦ Soleil, una comuna empobrecida y densamente poblada de Puerto Pr¨ªncipe, la capital de Hait¨ª: con una ola de allanamientos en las casas a la que sigui¨® una cacer¨ªa que acab¨® con la vida de m¨¢s de 180 personas. A todas ellas, el cabecilla de una banda acusaba realizar rituales de vud¨² que afectaron a su hijo.
Algunos de los ataques se dirigieron contra comerciantes locales. Personas como Jean-Robert, conocido como Supporte, que ten¨ªa una tienda de comestibles, o una anciana llamada Marie Denise, conocida por vender dulces, tambi¨¦n fueron brutalmente asesinados. Los cuerpos, mutilados y quemados, dejaron un rastro de devastaci¨®n en las calles del barrio. Las llamas consumieron no solo las casas, sino tambi¨¦n las esperanzas de quienes quedaban vivos. ¡°Supporte siempre ayudaba a la comunidad, no merec¨ªa esto¡±, lamenta su vecina L. J. Todos los testimonios de este reportaje figuran solo con iniciales por seguridad.
Al d¨ªa siguiente, la violencia se intensific¨®. Los hombres de Micanor Alt¨¨s, el l¨ªder de una de las pandillas que siembran el terror en la capital, continuaron con los ataques, esta vez utilizando armas blancas. Las calles, salpicadas de sangre y cubiertas de cuerpos inertes, se llenaron de gritos de horror. Pierre Esp¨¦rance, director de la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos (RNDDH), inform¨® de que ese d¨ªa murieron al menos 50 personas, seg¨²n los testimonios que recogi¨®. Entre las v¨ªctimas tambi¨¦n se encontraban j¨®venes que intentaron rescatar a familiares y amigos atrapados en medio del caos. ¡°Vi c¨®mo apu?alaban a mi primo y luego le prend¨ªan fuego. No pude hacer nada¡±, relata C. E., otra testigo que a¨²n lucha por procesar lo ocurrido.
La banda no solo asesinaba, sino que tambi¨¦n restring¨ªa el movimiento de los residentes y siti¨® Wharf J¨¦r¨¦mie: nadie pod¨ªa entrar ni salir sin enfrentar las consecuencias. ¡°Nos quedamos atrapados, escuchando los gritos y viendo el humo de las casas ardiendo¡±, dice R. B., otro residente. ¡°Incluso personas que viven fuera del barrio est¨¢n bajo amenaza¡±, asegura A. M., un comerciante que perdi¨® a su hermano durante los ataques.
Las acusaciones de brujer¨ªa fueron la excusa utilizada por la pandilla de Micanor Alt¨¨s para justificar los asesinatos. Algunos hogares fueron registrados en busca de evidencia de ceremonias de vud¨². El l¨ªder de la banda, Monel Felix, tambi¨¦n conocido como Wa Mikan¨° o Micanor Altes, los acusaba de haber lanzado un hechizo sobre su hijo, que se enferm¨® y falleci¨®, seg¨²n cont¨® Fritznel Pierre, de la organizaci¨®n de derechos humanos Konbit pour la Paix.
El domingo 8 de diciembre, el panorama en Wharf J¨¦r¨¦mie era desolador. Los restos de las v¨ªctimas a¨²n ard¨ªan en algunas calles. ¡°Un olor acre, de carne quemada, impregnaba el aire¡±, recuerda S. L., quien sobrevivi¨® escondi¨¦ndose en una alcantarilla. Los perros callejeros rondaban los cuerpos abandonados, y las pocas personas que osaban salir de sus casas caminaban con la mirada fija en el suelo, intentando evitar las escenas m¨¢s perturbadoras. ¡°Hab¨ªa cuerpos apilados cerca de la entrada al barrio, como si fueran basura¡±, cuenta el joven de 18 a?os.
Los informes indican que hubo m¨¢s de un centenar de muertos; 184, seg¨²n la ONU. La mayor¨ªa de las v¨ªctimas eran personas de la tercera edad. Sin embargo, testimonios de las comunidades sugieren que el n¨²mero real de asesinados es mucho m¨¢s alto. Pierre Esp¨¦rance, director de RNDDH, explica que es dif¨ªcil hacer el recuento, ya que los cuerpos mutilados fueron quemados en las calles. ¡°Varios j¨®venes, incluidos conductores de mototaxis, tambi¨¦n fueron asesinados mientras intentaban salvar a los habitantes¡±, a?ade. ¡°Y el mar est¨¢ muy cerca, ah¨ª es donde pueden desaparecer cuerpos¡±.
Adem¨¢s, hay reportes de que Micanor Alt¨¨s contin¨²a masacrando a la poblaci¨®n civil, seg¨²n inform¨® Esaie Bauchard, exalcalde de la comuna Cit¨¦ Soleil, a EL PA?S. El antiguo primer edil calcula que el saldo de la matanza asciende a 300 muertos, ya que medio centenar de personas fueron asesinadas del pasado martes y mi¨¦rcoles, acusadas por el jefe de la pandilla de haber divulgado a la prensa informaci¨®n sobre la masacre.
Seg¨²n Volker T¨¹rk, alto comisionado de derechos humanos de la ONU, los asesinatos del pasado fin de semana elevaron a 5.000 el n¨²mero de muertes violentas en Hait¨ª durante 2024. En una conferencia de prensa, T¨¹rk describi¨® el suceso como un acto de violencia organizado por una poderosa banda que controla gran parte de Cit¨¦ Soleil. ¡°Es una tragedia que refleja la total ausencia del Estado en estas zonas¡±, coment¨®.
¡°Es como si nos hubieran borrado del mapa¡±
Las historias de las v¨ªctimas ofrecen un retrato de la magnitud del horror vivido. Marcel Cang¨¦, un hombre conocido en el barrio por su trabajo como carpintero, perdi¨® la vida junto a su esposa y sus dos hijos peque?os. ¡°Eran una familia trabajadora y honesta¡±, dice su vecino P. S. Ti Kepi, otro vecino, fue ejecutado junto con m¨¢s miembros de su familia, mientras intentaban escapar hacia la carretera principal. Madame Colonel, una anciana que hab¨ªa vivido en Wharf J¨¦r¨¦mie durante m¨¢s de 50 a?os, tambi¨¦n fue asesinada. ¡°Ella sol¨ªa cuidar a mis hijos cuando yo trabajaba¡±, recuerda E. D., una madre soltera que ahora teme por su seguridad.
¡°Conozco al menos a 30 personas que murieron durante esos tres d¨ªas¡±, declara J.N., un sobreviviente. Los nombres de las v¨ªctimas se han convertido en un recordatorio de la fragilidad de la vida en una comunidad que lucha por sobrevivir a la violencia. ¡°Es como si nos hubieran borrado del mapa¡±, lamenta J.N.
Wharf J¨¦r¨¦mie es un barrio ubicado en la periferia norte de Puerto Pr¨ªncipe, a orillas de la bah¨ªa de la capital. Limita con el puerto industrial y las ruinas de Fort Dimanche, un antiguo centro de detenci¨®n y tortura durante el r¨¦gimen de los Duvalier. La zona es conocida por sus condiciones extremas de pobreza, con calles de tierra llenas de basura, casas precarias construidas con materiales de todo tipo y sin alcantarillado.
El barrio pertenece a la comuna de Cit¨¦ Soleil, una de las zonas m¨¢s peligrosas y empobrecidas de Hait¨ª. Este vasto barrio marginal, hogar de m¨¢s de 300.000 personas, es un laberinto de callejones sin salida y peque?os canales de aguas negras que atraviesan la comunidad. La presencia estatal es casi inexistente, y bandas armadas como Viv Ansanm han llenado el vac¨ªo, imponiendo su propio sistema de gobierno.
La coalici¨®n de bandas, a la que pertenece Micanor Alt¨¨s, ha sido responsable de m¨²ltiples matanzas en los ¨²ltimos a?os. La falta de acci¨®n gubernamental y la debilidad de las fuerzas de seguridad han permitido que estos grupos act¨²en con impunidad, sumiendo a los residentes en un constante estado de miedo. ¡°Vivir aqu¨ª es como caminar sobre vidrios rotos todos los d¨ªas¡±, describe J. M., habitante de Cit¨¦ Soleil.
Un futuro incierto
El Consejo de Seguridad de la ONU evaluar¨¢ en 2025 la posibilidad de transformar la Misi¨®n Multinacional de Apoyo a la Seguridad en una misi¨®n de Naciones Unidas. Mientras tanto, las bandas armadas contin¨²an extendiendo su dominio en Hait¨ª. Las promesas del Gobierno han ca¨ªdo en saco roto para muchos de los sobrevivientes, que sienten que est¨¢n siendo olvidados. ¡°Solo queremos justicia y una oportunidad de vivir en paz¡±, pide M. B., cuya familia fue desmembrada durante la masacre.
Los ciudadanos de Wharf J¨¦r¨¦mie han hecho un llamado desesperado para que las autoridades locales e internacionales intervengan con rapidez y eficacia. ¡°Necesitamos m¨¢s que palabras, necesitamos acciones concretas que nos devuelvan la tranquilidad¡±, expres¨® J. M., que perdi¨® a su hermano en los ataques. Otros piden apoyo humanitario inmediato para quienes quedaron sin hogar. ¡°No tenemos d¨®nde dormir, ni qu¨¦ comer. Todo lo que ten¨ªamos fue destruido¡±, se?ala E. D.
Asimismo, los habitantes exigen justicia para las v¨ªctimas. ¡°Queremos que los responsables enfrenten las consecuencias de lo que hicieron. No podemos seguir viviendo bajo el control de estas bandas¡±, afirma R. B., quien sobrevivi¨® escondi¨¦ndose durante tres d¨ªas debajo de su cama.
¡°El sacrificio de estas almas no ser¨¢ en vano¡±, prometi¨® el Gobierno en su comunicado tras la masacre. Sin embargo, esas palabras ofrecen poco consuelo para los residentes de Wharf J¨¦r¨¦mie ante una realidad marcada por el miedo y la incertidumbre. Las cicatrices de la masacre siguen abiertas, y la b¨²squeda de justicia se perfila como un camino largo y tortuoso.
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