El viaje de Jaime Valdiris como deportado por Trump: ¡°Es una vaina muy cruel¡±
El colombiano cuenta el maltrato al que someten las autoridades de Estados Unidos a los migrantes expulsados tras asumir la presidencia el republicano
A Jaime Valdiris el coraz¨®n se le iba a salir del pecho. Acababa de cruzar de Tijuana a San Diego y corr¨ªa despavorido por una autopista repleta de coches. Un Ford color blanco fren¨® un cent¨ªmetro antes de hacerle papilla. Un helic¨®ptero de la guardia fronteriza cruzaba el cielo malva, roto por las primeras luces del amanecer. Entendi¨® que era el momento de entregarse y se arrodill¨® con las manos detr¨¢s de la nuca. El polic¨ªa que lo detuvo hizo una mueca cuando se enter¨® de d¨®nde ven¨ªa: ¡°Pinche colombiano ratero. ?No conoce a Donald Trump?¡±.
No respondi¨®, pero por supuesto que sab¨ªa qui¨¦n era ese se?or. Cuando aparec¨ªa en televisi¨®n se re¨ªa, nunca antes hab¨ªa visto a alguien de color naranja. Trump era presidente de Estados Unidos, no hab¨ªa manera de no haberse enterado de eso. Le parec¨ªa un hombre peligroso, lleno de c¨®lera. Odiaba a los inmigrantes, eso lo ten¨ªa claro. Y ¨¦l se convirti¨® en uno ese d¨ªa que cruz¨® a Estados Unidos, el 15 de enero. Dos semanas despu¨¦s fue enviado de vuelta a su pa¨ªs. A los que han viajado como ¨¦l llevan grilletes en las manos, en los pies y en la cintura. Esa cadena del abdomen aprieta como un cepo. Durante todo el vuelo lo obligaron a meter la cabeza entre las piernas, lo que provoca mareos y sensaci¨®n de asfixia. No los dejan ir al ba?o.
¡°Es una vaina muy cruel. Eso no se hace, marica¡±, cuenta Valdiris ahora en su casa de Barranquilla, en el Caribe. El trato denigrante que sufren los deportados en el camino de vuelta a casa ha enfrentado a Trump con los principales presidentes de izquierdas de Latinoam¨¦rica, Claudia Sheinbaum, Gustavo Petro y Luiz In¨¢cio Lula da Silva. Lula se quej¨® de la manera en la que hab¨ªan sido devueltos 88 brasile?os, que protagonizaron un mot¨ªn a bordo por miedo a morir asfixiados. La presidenta de M¨¦xico tambi¨¦n ha mostrado su disgusto, pero de una manera m¨¢s diplom¨¢tica por la amenaza de Trump de imponerle tarifas del 25% a las importaciones mexicanas. Esa misma intimidaci¨®n la ha recibido Petro, el ¨²nico que se atrevi¨® a no permitir el aterrizaje de dos vuelos en esas condiciones. Sin embargo, horas despu¨¦s tuvo que aceptar continuar con las deportaciones sin condiciones. Una guerra comercial con Washington arruinar¨ªa la econom¨ªa de su pa¨ªs.
Para Jaime Valdiris no existe ese condicional. Sus finanzas ya est¨¢n destruidas. Vive en Las Malvinas, un barrio en el que la polic¨ªa no patrulla de noche por lo que pueda pasar. Tiene cinco hijos de dos matrimonios. Alquila una casita con tres habitaciones, un ba?o y patio trasero angosto en el que se tiende la ropa. De una pared del sal¨®n cuelgan un calendario de un restaurante chino y una estampa de la virgen de Guadalupe. Valdiris, alto y flaco, tiene el aire desgarbado de muchos caribe?os. Hasta lo m¨¢s horrendo lo cuenta con gracia. A sus 51 a?os era mototaxista. Ahorrar le resultaba imposible, todo el dinero que entraba sal¨ªa por la puerta al rato. A finales de 2024, una prima que vive en el estado de Pensilvania, un lugar del que ¨¦l nunca hab¨ªa escuchado, le propuso irse para all¨¢. Ella le conseguir¨ªa un empleo en la f¨¢brica en la que ella trabaja, sin problema.
Para organizar el viaje le enviaron el tel¨¦fono de un coyote, un traficante de personas. El tipo le pidi¨® 6.000 d¨®lares (25 millones de pesos), la mitad por adelantado. Valdiris vendi¨® su moto y pidi¨® el resto a unos prestamistas que imponen intereses leoninos ¡ª¡°r¨ªete de Trump¡±¡ª. Mand¨® los primeros 3.000 y le enviaron de vuelta dos billetes de avi¨®n con su nombre para el d¨ªa 13 de diciembre. El primero, de Barranquilla a Bogot¨¢, y el segundo, de Bogot¨¢ a Ciudad de M¨¦xico. Solo le dijo a su familia y a unos cuantos amigos. No quer¨ªa que se supiera en Las Malvinas, donde las malas lenguas abundan.
Sali¨® una ma?ana de madrugada con una maleta y tocado por una gorra. Se iba dejando a los ni?os y a la esposa en una casa de la que debe dos meses de alquiler y tres meses de luz. En el aeropuerto de Bogot¨¢ se encontr¨® con otros tres colombianos que hab¨ªan contratado al mismo coyote. Eran de Medell¨ªn, Cartagena y Pereira. A los cuatro les enviaron instrucciones de c¨®mo comportarse cuando los entrevistaran los agentes de migraci¨®n en M¨¦xico.
¡ªTen¨ªa que decir que era turista. Que me iba a quedar en el hotel X y que quer¨ªa conocer el Monumento a la Revoluci¨®n y las pir¨¢mides. Ten¨ªa que ir de blanco o de negro, no con colores llamativos. Todo eso hab¨ªa que memorizarlo, lo recibes en el celular y despu¨¦s lo borras.
Cuenta Valdiris, que entonces ya sudaba pensando en el ¡°platal¡± que perder¨ªa si lo devolviesen a la primera. El oficial de migraci¨®n, ¡°el man¡±, le hizo unas cuantas preguntas de rigor y no debi¨® de sospechar nada. Lo dej¨® pasar. No le quedaron ganas de conocer la Ciudad de M¨¦xico, ni a ¨¦l ni a los otros tres colombianos. El estr¨¦s les hab¨ªa dejado molidos. Se fueron derechitos a la direcci¨®n de un motel que les hab¨ªa enviado el contacto. All¨ª les esperaba una cama con s¨¢banas limpias y una ducha caliente.
Valdiris detiene un momento el relato para salir a comprar a la tienda de la esquina una Coca Cola para su hijo peque?o.
El barbero Andr¨¦s Amariz, gorra azul hacia atr¨¢s, brazos tatuados, chancletas, lo ve cruzar por delante de su tienda y le grita:
¡ª?Te dije que no te fueras! ?No era buena!
¡ªNo joda, hermano.
El barbero era de los pocos en Las Malvinas que conoc¨ªa el secreto de Jaime. Ahora le preocupa la deuda que no tiene c¨®mo saldar.
¡ª?Por 25 millones te chuletean (descuartizan)?
Jaime se lo toma con humor.
¡ª?Por mucho menos!
Despu¨¦s de pasar la noche en el motel, regres¨® al aeropuerto y cogi¨® un vuelo a Tijuana. Ah¨ª empez¨® lo duro. Volvi¨® con el cuento de que era turista. ¡°Turista, ummm¡±, respondi¨® el funcionario. Lo encerraron en un cuarto con cuatro chinos y dos indios. El que parec¨ªa ¡°el jefe¡± entr¨® despu¨¦s con su pasaporte en la mano y mari recuerda que dijo: ¡°Pinches colombianos, ?qu¨¦ vienen a hacer ac¨¢? ?V¨¢yanse a Barranquilla a ver el mar!¡±. Le quitaron el tel¨¦fono. Al rato, lleg¨® otro empleado de inmigraci¨®n.
¡ªMe dijo: Te voy a hablar claro. Mi jefe no acepta ni 100 ni 200 d¨®lares. ?Cu¨¢nto tienes por ah¨ª? Yo le dije que 200. Me dijo que no, que ni por 500 me dejaba irme. Le dije: Te juro por mi hijo y Dios que no tengo m¨¢s dinero. El se?or se molest¨® con eso. Me dijo que no hab¨ªa que invocar a nadie, que ah¨ª est¨¢bamos ¨¦l y yo solos. Me explic¨® que me iba a dejar el pasaporte y que cuando volviera a por ¨¦l le metiera el dinero dentro. Le met¨ª 300 d¨®lares y 200 pesos mexicanos que ten¨ªa por ah¨ª en el bolsillo. Se lo llev¨® y al volver el man me dijo: Jaime Valdiris, bienvenido a Tijuana. Yo creo que se estaba haciendo el listo.
Cuando sali¨® ya era medianoche. Estaba muerto de miedo. Tijuana, tierra de c¨¢rteles, es una amenaza para cualquiera que lleve escrita en la frente la palabra colombiano. Les advierten que no cojan un taxi, que no caminen por la calle, que finjan que no saben hablar espa?ol. El coyote lo resguard¨® en un sitio durante dos d¨ªas. Mat¨® el aburrimiento viendo la televisi¨®n. Entonces los acontecimientos se sucedieron de forma vertiginosa. Lo llevaron a la frontera y cruz¨® por donde entraban dos camiones de carga. Recuerda que les dijeron que corrieran todo lo que pudieran y que al llegar al otro lado se entregaran.
Le hab¨ªan dicho que al toparse con la polic¨ªa fronteriza dijera que ven¨ªa en busca de un mejor futuro para sus hijos. ¡°Ni eso me dio tiempo a decir. Nos detuvieron. Ah¨ª estaba el patrullero que me dec¨ªa que si yo no conoc¨ªa a Trump. ?Es que no ven los noticieros? ?Es que no ven que Trump no quiere colombianos? Nos quitaron correas, cordones, celulares. Desde ah¨ª comienza el martirio¡±. Durante las siguientes dos semanas, los agentes le dijeron constantemente ¡°go, go, go¡±. Y se le ha quedado metido en la cabeza. Aturdido como est¨¢ por todo lo que ha pasado, se levanta el primero en casa, cuando todav¨ªa es madrugada, y recorre las habitaciones diciendo lo mismo batiendo palmas. Valdiris se ha convertido en el agente de migraci¨®n de sus hijos.
Estuvo encerrado en un albergue para inmigrantes en San Diego, California. Dorm¨ªa en la celda 8a. Le dieron una bolsa rosa para guardar sus pertenencias que lleva el sello del Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. Dice que le dieron una camisa y un pantal¨®n, unos zapatos sin cordones. El lunes 27 lo trasladaron en autob¨²s a un aeropuerto militar, donde lo juntaron con los otros inmigrantes que viajaban en el vuelo que Petro hab¨ªa devuelto. Al bajar del bus le quitaron los grilletes y subi¨® por las escalerillas como un hombre libre, por primera vez en 12 d¨ªas.
Cuando entr¨® a la nave, los militares de la fuerza a¨¦rea colombiana lo recibieron a ¨¦l y al resto de colombianos con un aplauso. Entonces entendi¨® la dimensi¨®n que hab¨ªa agarrado el enfrentamiento entre Petro y Trump. Vio al canciller colombiano, Luis Gilberto Murillo, que le pareci¨® un ¡°man apuesto¡±. Agarr¨® dos trozos de pizza de las cajas que hab¨ªa en la entrada, una Coca Cola y se acomod¨® en uno de los asientos. Durmi¨® buena parte de las siete horas de vuelta. Al aterrizar vio por la ventanilla que hab¨ªa prensa esperando en la pista de aterrizaje. Y Valdiris, que tiene mucho sentido esc¨¦nico, baj¨® del avi¨®n con los brazos en alto y gritando ¡°gracias, Padre¡±, en referencia a Dios, no a Petro ni Trump. Otro deportado que estaba a su lado le pregunt¨® extra?ado qu¨¦ estaba celebrando. ¡°Y yo le dije: Mira, papi, estoy en mi pa¨ªs. ?Viva Colombia!¡±.
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