Donald Trump, el hombre que atribu¨ªa sus ¨¦xitos a su fuerza mental
El candidato republicano es retratado como un hombre m¨¢s inteligente de lo que sugieren sus detractores, pendenciero, con inseguridades y modos vengativos en ¡®El camale¨®n¡¯, ambiciosa biograf¨ªa que firma la periodista Maggie Haberman
La Nueva York que dio a luz a Trump era un aut¨¦ntico barrizal de corrupci¨®n y mala praxis. La inmundicia abarcaba tanto las sedes del poder ejecutivo como algunos medios de comunicaci¨®n, pasando por el sector en el que la familia Trump hab¨ªa sustentado su riqueza. A finales del siglo XX, Nueva York era un lugar donde la pol¨ªtica racial tribal dominaba esferas enteras de la vida p¨²blica. Esa pol¨ªtica, que impidi¨® a los representantes de la comunidad negra ocupar cargos de gobierno municipal hasta 1989, inspiraba la cobertura medi¨¢tica de la criminalidad y la funci¨®n p¨²blica y dictaba qu¨¦ se constru¨ªa en cada sitio y qui¨¦n cobraba por ello. El mundo de los promotores neoyorquinos era un hervidero de personajes sombr¨ªos, ataques cruzados y feroces luchas financieras. Muchas veces, si quer¨ªas hacer negocios, ese era el precio que ten¨ªas que pagar. Pero Trump se mostraba especialmente insolente con los periodistas que informaban sobre ¨¦l; a estos, les costaba se?alar a otro promotor que admit¨ªa sin pudor que hab¨ªa usado un alias ¡ªestando bajo juramento¡ª en una demanda que se le interpuso por haber contratado a trabajadores mal remunerados y sin papeles para construir la Torre Trump.
?l quer¨ªa ver hasta d¨®nde pod¨ªa llevar una campa?a presidencial que iba a definir los ¨²ltimos a?os de su vida. Es cierto que hab¨ªa barajado presentarse otras veces y que hab¨ªa hecho mucho trabajo de campo para entablar relaciones en los Estados clave para las primarias, pero sus asesores reconocen que nunca pens¨® mucho en lo que conllevar¨ªa el cargo. Como no entend¨ªa c¨®mo funcionaba el Gobierno ni ten¨ªa inter¨¦s en aprender, recre¨® a su alrededor el mundo que lo hab¨ªa creado a ¨¦l. (¡)
Es un obseso de los secretos ajenos. Se le da de maravilla encontrar flaquezas y aprovechar los puntos d¨¦biles
Cuando lleg¨® a Washington, Trump recurri¨® al saber acumulado durante d¨¦cadas y d¨¦cadas de altibajos empresariales y personales. En sus inicios, ¨¦l hab¨ªa contado con un pu?ado de consejeros y mentores cruciales. Norman Vincent Peale, que predicaba el ¡°poder del pensamiento positivo¡± y una versi¨®n embrionaria del evangelio de la prosperidad, hizo creer a su aprendiz que se pod¨ªan crear cosas solo con desearlas; cuando algo le sal¨ªa bien, Trump lo atribu¨ªa a su fuerza mental. El irascible propietario de los New York Yankees, George Steinbrenner, sol¨ªa echar a la gente a la calle sin contemplaciones, algo que fascinaba a los aficionados y llamaba tanto la atenci¨®n de la prensa como los propios resultados del equipo; en ¨¦l, Trump hall¨® un modelo de hipermasculinidad que imit¨® bastante durante los escabrosos a?os ochenta, cuando el VIH aterroriz¨® al pa¨ªs. De Ed Koch y Rudy Giuliani, aprendi¨® el arte del espect¨¢culo pol¨ªtico. Y de Meade Esposito, el implacable jefe del Partido Dem¨®crata de Brooklyn, aprendi¨® c¨®mo cab¨ªa esperar que se comportaran los grandes aliados pol¨ªticos. (¡) Pero dejando a un lado a su padre, la mayor influencia para el futuro presidente fue Roy Cohn, que le ense?¨® a erigir toda su vida en torno a tres piedras angulares: la cercan¨ªa al poder, la evasi¨®n de responsabilidades y la creaci¨®n de ardides en los medios. No podemos saber cu¨¢ntas de las muestras de esa personalidad tosca han tenido como objetivo impedir que la gente descifrara el ardid. Tal vez ni el propio Trump lo sepa. Si los viejos modelos reg¨ªan su conducta, tambi¨¦n lo hac¨ªan las rivalidades e inquinas arraigadas. En todas las rencillas que colmaron su presidencia, quienes ya llevaban un tiempo a su lado ve¨ªan los resultados de los agravios sufridos por la Trump Organization. (¡)
Aunque su leyenda rezuma intrigas ¡ªhay quien habla de su impredecibilidad y quien lo describe como un agente del caos¡ª, lo ir¨®nico, seg¨²n dicen quienes lo conocen desde hace a?os, es que durante su vida adulta solo ha usado unas cuantas artima?as. Puede contratacar, inventar una mentira r¨¢pida, echar balones fuera, distraer o dar informaciones enga?osas, montar en c¨®lera, fingir ira, hacer cosas o declaraciones para salir en los titulares, vacilar y ocultarlo con una embestida, hablar pestes de un asesor con otro asesor para abrir una brecha entre ambos¡ Lo dif¨ªcil es saber qu¨¦ truco est¨¢ usando en un momento dado.
Cuando asesora a alguien, lo m¨¢s com¨²n es que Trump priorice que el individuo tenga ¡°buena pinta¡±. Es como si pensara que la vida es un programa de televisi¨®n y que ¨¦l escoge el reparto. Trump es un obseso de los secretos ajenos. Se le da de maravilla encontrar flaquezas y aprovechar los puntos d¨¦biles, y tambi¨¦n animar a la gente a tratar de contentarle arriesg¨¢ndose en su nombre para que ¨¦l pueda alegar inmunidad por las repercusiones. (¡)
Es muy sugestionable. Busca ideas, pensamientos y declaraciones de otros y los adapta para apropi¨¢rselos; una vez, unos asesores de campa?a lo tildaron de ¡°loro sofisticado¡±. Se ha mostrado dispuesto a creer que todo es cierto, y tambi¨¦n a decir que todo es cierto. Posee algunos instintos ideol¨®gicos b¨¢sicos, pero muchas veces no tiene reparo en reprimirlos si eso le sirve para otro fin. Sus declaraciones son et¨¦reas y te permiten atribuirles el sentido que quieras, de modo que dos facciones enfrentadas podr¨ªan alegar que cuentan con su apoyo. Por lo general, Trump se limita a reaccionar. No tiene un proyecto. Eso s¨ª, desorientando a la gente, Trump les hace creer que baraja una estrategia ulterior o un plan secreto. Sus intenciones se enmarcan en algo que ¨¦l ve como un juego, con reglas y objetivos a los que solo ¨¦l ve sentido. (¡)
Muy sugestionable, busca ideas, pensamientos y declaraciones de otros y los adapta para apropi¨¢rselos
Entre sus atributos m¨¢s recurrentes encontramos: el deseo de aplastar a los oponentes; su aversi¨®n al bochorno o a rehuir voluntariamente una pelea; su convicci¨®n de que, por lo que sea, al final todo le saldr¨¢ a pedir de boca, y su negativa a aceptar el modelo tradicional de los negocios o la pol¨ªtica. Esas cualidades han sido su punto fuerte, igual que lo ha sido mostrar orgullosamente aquello que los dem¨¢s trataban de ocultar. Con el tiempo, su ojeriza fue in crescendo, sobre todo a medida que ten¨ªa que hacer frente a nuevas investigaciones tanto de la Fiscal¨ªa como de sus rivales pol¨ªticos. En todo caso, la causa de esa ojeriza era lo de menos. Uno de los principios elementales del movimiento trumpista ha sido encontrar objetivos v¨¢lidos contra los que descargar la rabia preexistente. Esa rabia ayud¨® a identificar a sus pros¨¦litos, cuyo v¨ªnculo con ¨¦l no radicaba tanto en la ideolog¨ªa como en los enemigos compartidos: los liberales, los medios de comunicaci¨®n, las tecnol¨®gicas o los organismos de regulaci¨®n. (¡)
Su trayectoria empresarial antes de hacerse con la presidencia no fue ning¨²n espejismo. Construy¨® una torre gigantesca en la Quinta Avenida y abri¨® tres casinos en Atlantic City. Tambi¨¦n convenci¨® a bancos y representantes p¨²blicos para que le ayudaran a lograrlo. (¡) Pero nunca fue un empresario del cach¨¦ de otros titanes de las finanzas y los bienes ra¨ªces de Nueva York con los que ¨¦l procuraba que lo compararan. En su ciudad natal, muchos ejecutivos se mofaban de que Trump aparentara tener m¨¢s dinero en la cuenta del banco y m¨¢s bienes inmuebles de los que ten¨ªa en realidad; se re¨ªan de su af¨¢n por prestar su nombre a casi cualquier contrato de licencia. Una vez abandonada la presidencia, se puso en marcha una investigaci¨®n penal sobre si hab¨ªa hinchado el valor de sus propiedades para enga?ar a las entidades crediticias. Pero fuera de la burbuja de Nueva York, Trump llevaba d¨¦cadas siendo considerado la personificaci¨®n de la riqueza. En el resto del pa¨ªs, simplemente era alguien que hab¨ªa construido grandes torres con letras doradas en la puerta. Para entender a Donald Trump, su presidencia y su futuro pol¨ªtico, la gente debe saber de d¨®nde viene.
Ap¨²ntate aqu¨ª a la newsletter semanal de Ideas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.