Examen de conciencia
Una manera de hacer da?o que est¨¢ al alcance de los que participamos de palabra o por escrito en el debate p¨²blico es enturbiar la atm¨®sfera con exageraciones y mentiras
Dos de los columnistas m¨¢s se?alados del Financial Times, Tim Harford y Simon Kuper, coinciden en dedicar sus ¨²ltimos art¨ªculos semanales del a?o a una reflexi¨®n sobre los asuntos en los que a lo largo de estos 12 meses consideran que se han equivocado, o a los que lamentan no haber prestado suficiente atenci¨®n. Tim Harford es un economista con un talento natural para explicar con claridad cosas muy complejas del mundo de los n¨²meros. Simon Kuper suele escribir sobre pol¨ªtica internacional, con agudeza y mesura, aunque no oculte su desaz¨®n de brit¨¢nico europe¨ªsta en los tiempos del Brexit, ni esa obsesi¨®n escandalizada y algo morbosa que muchos hemos sufrido a lo largo de los ¨²ltimos cuatro a?os con Donald Trump. Examinando su propio trabajo a lo largo de este tiempo, y tambi¨¦n algunos mensajes de lectores, Kuper reconoce que por haber prestado tanta atenci¨®n a la pol¨ªtica americana y a un personaje tan grotesco y destructivo como Trump ha descuidado otros asuntos, en realidad una gran parte de lo sucedido en esa zona del mundo que no es Estados Unidos. Tal vez, reconoce tambi¨¦n, en su rechazo de Trump y del Brexit puede haber una parte de prejuicio: su defensa es que, sumando su buen juicio y su sentido autocr¨ªtico a la vigilancia editorial del peri¨®dico, la vehemencia de sus tomas de partido no le ha llevado a faltar a la verdad de los hechos.
Tim Harford repasa las ocasiones en las que a lo largo del a?o se ha equivocado con los n¨²meros, y tambi¨¦n algunas de las predicciones demasiado negativas que hizo al principio de la pandemia y algunos de los asuntos sobre los que no estuvo seguro entonces, y sigue sin estarlo, por mucho que estudia y compara datos. En conjunto, dice, y a pesar del agravamiento de la situaci¨®n en la segunda ola, no es seguro que el modelo de permisividad relativa y responsabilidad individual de Suecia haya funcionado peor que el confinamiento a rajatabla aplicado en otras partes de Europa. Yo no estoy en condiciones de saber si a estas alturas hay fundamento en esa incertidumbre: pero admiro la capacidad de confesarla en p¨²blico.
El ejemplo de Kuper y Harford me anima a mi propio examen de conciencia. Que los errores de juicio sean mayoritarios no lo exime a uno de haberse sumado a ellos, y menos a¨²n de la trampa de atribuirse una lucidez retrospectiva, ese prestigioso fraude intelectual de profetizar el pasado. Ni siquiera a finales de febrero, cuando la epidemia ya se estaba extendiendo por el norte de Italia, prest¨¦ atenci¨®n verdadera a lo que suced¨ªa. Mi mujer volvi¨® angustiada de Mil¨¢n, en uno de esos vuelos atestados de entonces, un avi¨®n lleno de hinchas de f¨²tbol y de asistentes a la Semana de la Moda. Yo pens¨¦ fr¨ªvolamente que estaba siendo demasiado aprensiva. Por fortuna, el profundo malestar que tra¨ªa se disip¨® al poco tiempo. Solo m¨¢s tarde me atrev¨ª a reconocer el peligro que los dos hab¨ªamos corrido. Como todo el mundo, o casi, yo repet¨ª de o¨ªdas que el nuevo virus era mucho menos letal que el de la gripe. Mantener la calma, la vida normal, parec¨ªa una actitud m¨¢s distinguida que rendirse al miedo. En Barcelona un taxista me dijo que la amenaza del virus la hab¨ªan promovido multinacionales empe?adas en sabotear el Mobile World Congress. Otro taxista me asegur¨® al llegar a Madrid que el Gobierno manten¨ªa en secreto que la epidemia la transmit¨ªan los perros. Pero lleg¨® un momento en que los disparates conspirativos de los que nos burl¨¢bamos no eran m¨¢s irracionales, ni menos peligrosos, que la normalidad en la que muchos, incluidos los gobernantes, nos segu¨ªamos empe?ando.
De la despreocupaci¨®n se puede pasar sin dificultad a la pesadumbre y al espanto: todo lo que antes no se quiso ver cobra una gravedad aterradora. En ambos casos el resultado es la par¨¢lisis: primero no haces nada porque no pasa nada; despu¨¦s no lo haces porque ya no hay remedio. Por fortuna, hay mucha gente que sin perder el tiempo en fantas¨ªas hace con prontitud y eficacia aquello que sabe: ejerce su oficio o su profesi¨®n y cumple su deber. A los que no hemos estado sujetos a esas responsabilidades nos corresponder¨ªa al menos esforzarnos en no estorbar. Ya que podemos contribuir muy poco a mejorar las cosas, al menos habr¨¢ que procurar no empeorarlas. Una manera de hacer da?o que est¨¢ al alcance de los que participamos de palabra o por escrito en el debate p¨²blico es enturbiar la atm¨®sfera con exageraciones y mentiras; tambi¨¦n confundir el pesimismo extremo o el catastrofismo con la lucidez.
Al denunciar un desastre hay que tener cuidado de no estar ayudando a agravarlo. Quien hace tareas concretas sabe que hacerlas bien es siempre un logro inapelable. A los que trabajamos con palabras no nos est¨¢ permitida esa certeza. Por eso nos es tan necesaria la prudencia, y hasta la humildad. Yo me habr¨ªa equivocado m¨¢s si hubiera mostrado en p¨²blico y por escrito mis peores des¨¢nimos del a?o. Ha habido muchos motivos para la pesadumbre. Pero tambi¨¦n han ocurrido cosas favorables, incluso excepcionales, que mi propensi¨®n a lo sombr¨ªo no me dej¨® prever: el compromiso de solidaridad de la Uni¨®n Europea, el avance tan r¨¢pido en la investigaci¨®n de las vacunas, y en Espa?a, la aprobaci¨®n del ingreso m¨ªnimo vital y de la ley para la muerte digna. Es leg¨ªtimo sentir verg¨¹enza ante el espect¨¢culo de la gresca pol¨ªtica en el Parlamento espa?ol: pero tambi¨¦n es justo celebrar que de ¨¦l hayan surgido esas dos conquistas memorables.
Contra todo pron¨®stico, las librer¨ªas mal que bien han sobrevivido, y a los que nos dedicamos a escribir no nos ha faltado la fraternidad de los lectores. Nosotros mismos, en la holganza forzosa, hemos sido m¨¢s intensamente escritores y lectores, en vez de viajantes atolondrados de nuestra presencia p¨²blica. En las escuelas, profesores y alumnos han estado tan a la altura de sus responsabilidades como los sanitarios de las suyas, y como los cuidadores en las residencias. Ancianos que de ni?os no pudieron ir a la escuela reciben estos d¨ªas la vacuna con una confianza en la ciencia de la que carecen negacionistas con t¨ªtulos universitarios. Entre nosotros las opiniones se afirman muchas veces por escrito con la contundencia de un pu?etazo en la barra de un bar. Me alegro de haber escrito algunas cosas, y tambi¨¦n de haberme contenido y no escribir otras. Me alegro sobre todo de haberme equivocado.
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