Baudelaire, el inventor de la vida moderna
Maldito pero clarividente, el poeta se adelant¨® a casi todo. Con motivo del bicentenario de su nacimiento, diez expertos analizan los conceptos clave en su vida y su obra para poner al d¨ªa su legado
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Del malditismo como destino inevitable para todo artista que quiera salirse de las pautas al hast¨ªo como condici¨®n intr¨ªnseca a la vida, del paseo por la ciudad como pr¨¢ctica filos¨®fica a la cr¨ªtica de arte como ejercicio po¨¦tico, todo estaba ya en la obra del poeta franc¨¦s. Dos siglos despu¨¦s de su nacimiento, la sombra de Charles Baudelaire, el primer poeta moderno, se alarga hasta nuestro tiempo. Artista demasiado joven en un siglo viejo, en el que todo parec¨ªa ya dicho, dej¨® una huella imborrable en la cultura europea. Lo demuestran estos 10 t¨¦rminos comentados por 10 especialistas que subrayan su innegable contemporaneidad.
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ARTISTA MODERNO
Por suerte para todos, el uso de ¡°moderno¡± en Baudelaire es anterior a las categorizaciones hist¨®ricas y a la tendencia a asociarse con part¨ªculas ominosas (pre-, pos-, anti-, -ista). Est¨¢ muy cerca a¨²n de su etimolog¨ªa: significa ¡®presente, actual¡¯, como mucho ¡®reciente¡¯; es aquello en lo que no se fija el artista del pasado, por irrelevante, perecedero, an¨®nimo o mal visto. El artista ¡°moderno¡±, en cambio, es el que se fija en estas trivialidades y ofrece luego sus ¡°representaciones del presente¡±. Se deleita en un acto de contemplaci¨®n creativo, sin vanidad ni jerarqu¨ªas, del que resulta un costumbrismo din¨¢mico y feliz. Pero no es solo un ¡°archivista de la vida¡± para satisfacci¨®n de historiadores futuros, sino un observador que se descubre embriagado por el propio hecho de observar.
El arte, por otro lado, est¨¢ autorizado a recrear, adem¨¢s de lo espont¨¢neo, lo ya recreado (las pompas, los adornos, el maquillaje). Baudelaire era muy amigo de la recreaci¨®n: casi todo El pintor de la vida moderna es una versi¨®n en prosa simpatiqu¨ªsima de los dibujos y acuarelas de Constantin Guys; dos tercios de Los para¨ªsos artificiales son una glosa exuberante de las Confesiones de De Quincey. Para nuestra ¡°modernidad¡± quiz¨¢ esta forma art¨ªstica consistente en trabajar sobre lo ya trabajado haya sido el hallazgo m¨¢s perdurable. En todo caso, ¡°a quienes la seriedad impida buscar lo bello en sus manifestaciones m¨¢s ¨ªnfimas¡±, siempre se les podr¨¢ decir: ¡°En nada me afecta su juicio austero¡±.
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CR?TICO
Hace tiempo, cuando Baudelaire planteaba en El sal¨®n de 1846 los balbuceos de lo que siempre se lee como la moderna cr¨ªtica, hacer cr¨ªtica de arte era una actividad creativa cuya funci¨®n no era formar los gustos ni dirigirlos: se trataba de escribir una evocaci¨®n sobre la obra m¨¢s all¨¢ del texto interpretativo. Un trabajo, por tanto, de poetas. Luego las cosas cambiaron y la cr¨ªtica se volvi¨® el lugar para ejercicio de poder m¨¢s all¨¢ de la obra misma; el ansia del dise?o en los recorridos del arte a la manera de Clement Greenberg: existir¨ªa solo aquello de lo cual el cr¨ªtico escribiera.
Ahora la cr¨ªtica ha perdido por completo su poder ¡ªalguien lleg¨® a decir ya hace a?os que no se fiaba de los cr¨ªticos sin fortuna personal¡ª, tras dejar el espacio de control a las grandes exposiciones y los comisarios estrella. Por eso, con los valores trastocados en esta ¨¦poca de cambio, quiz¨¢s ha llegado el momento de recuperar en la cr¨ªtica el trabajo del poeta, para quien pueda permit¨ªrselo. Regresar a ese tiempo en el cual ¡ªdice Baudelaire en su dedicatoria a Sal¨®n de 1846¡ª para algunos era posible vivir tres d¨ªas sin pan, pero ni uno sin poes¨ªa.
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DANDI
T¨¦rmino peyorativo que en ingl¨¦s designaba hasta mediados del siglo XIX al nuevo burgu¨¦s rid¨ªculo y extra?amente vestido, el dandi va a convertirse en las obras de Jules Barbey d¡¯Aurevilly y de Baudelaire en la figura fundamental de la revuelta de la modernidad contra s¨ª misma. Burgu¨¦s que ha renegado de los valores de la burgues¨ªa, arist¨®crata sin t¨ªtulo, rico sin dinero, ocupado siempre en no tener ocupaci¨®n fija ¡ª¡°H¨¦rcules sin empleo¡±, los llama Baudelaire¡ª, dotado de una elegancia peligrosamente lim¨ªtrofe de lo hortera, extranjero en su propio pa¨ªs, el dandi hace de su extravagancia est¨¦tica el ¨ªndice de una disidencia frente a la norma.
El gusto inmoderado por el vestido y la soberan¨ªa del gesto no son, seg¨²n Baudelaire, un fin en s¨ª mismo, sino el modo a trav¨¦s del que el dandi construye poco a poco su esp¨ªritu como la m¨¢s artificial y bella de las catedrales. Superando las distinciones modernas entre alma y cuerpo, entre obra y artista, el dandi hace de sus zapatos el escenario port¨¢til en el que instalar en todo momento un estridente teatro social. Aunque tradicionalmente se considera el dandismo como una pr¨¢ctica masculina, lo que caracteriza al dandi no es la virilidad, sino, al contrario, el cuestionamiento de las convenciones sexuales y de g¨¦nero.
El dandi es demasiado afeminado para ser simplemente un hombre. Antes y mejor que nadie, el dandi entiende la funci¨®n teatral de la identidad y la fuerza del artificio para producir el g¨¦nero. A trav¨¦s del exceso performativo, el dandi revela la dimensi¨®n construida de toda forma de masculinidad. El dandi es, en definitiva, un hombre travestido de hombre. Solo que no utiliza el travestismo para cambiar de g¨¦nero, sino para connotar una forma de disidencia respecto a la masculinidad burguesa dominante, abriendo camino a todas las que llegar¨ªan despu¨¦s.
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DROGAS
Baudelaire asent¨® la idea de que las ebriedades farmacol¨®gicas son para¨ªsos artificiales. Salvaba el vino, pero condenaba al opio y al hach¨ªs como placenteros desv¨ªos que acaban en el infierno. Ese po¨¦tico sintagma se populariz¨® sin las sugerentes contradicciones de la obra original y llega hasta hoy porque viene de muy atr¨¢s, porque el placer siempre fue anatema de las religiones que prescriben el sufrimiento como lo m¨¢s natural. As¨ª los para¨ªsos artificiales, prohibidos primero por la moral y luego por la ley, encarnan en la cultura de masas el secular mito de la ?perdici¨®n.
Sin embargo, nunca han faltado voces disidentes que recuerdan que la esencia humana es un artificio donde lo org¨¢nico es moldeado sin descanso por la t¨¦cnica, que necesitamos hackear el cerebro para ampliar la mente y que las sustancias modificadoras del ¨¢nimo y de la conciencia siempre han estado a nuestro lado, en la salud y en la enfermedad, haci¨¦ndonos la vida m¨¢s interesante, f¨¢cil y gozosa. Las drogas ¡ªy el poeta lo sab¨ªa por experiencia¡ª no son para¨ªsos artificiales, sino herramientas que el ingenio humano ha sabido extraer de la naturaleza para poder vivir con alegr¨ªa. Eso s¨ª, el mal uso hace que pierdan su gracia.
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'FL?NEUR'
En El pintor de la vida moderna, Baudelaire bautiza como fl?neurs a aquellos paseantes que vagaban fascinados por las calles y los bulevares de las capitales europeas de su ¨¦poca. Como agentes activos de la ?modernidad, los fl?neurs gozaban perdi¨¦ndose entre la multitud y aguzando los sentidos para, a modo de detectives, asimilar la ciudad al completo. Lamentablemente, no hab¨ªa fl?neuses en aquel momento: las mujeres que paseaban solas y sin rumbo fijo por la ciudad llevaban nombres menos l¨²dicos como el de prostituta.
Hoy, en un momento en el que el aura de las ciudades est¨¢ perdiendo puntos precipitadamente, muchos reivindican de nuevo la llamada wanderlust, ese t¨¦rmino que define la pasi¨®n por caminar sin la moderna br¨²jula que encarna el GPS y que dio t¨ªtulo al ensayo esencial de Rebecca Solnit sobre el tema. El mundo editorial se ha hecho eco de este furor renovado por el paseo en todas sus vertientes y ha rescatado t¨ªtulos como los de Jane Jacobs y Franz Hessel, entre otros muchos. Seguir recorriendo a pie las calles es un lujo que requiere tiempo libre, pero tambi¨¦n es una responsabilidad, si no queremos que el Mago de Oz de lo digital nos arrebate nuestras ciudades con sus excusas y artima?as.
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INSTANTE
En El Spleen de Par¨ªs, el poeta cambia de habitaci¨®n sin moverse de sitio. La estancia fragante donde las pareces sue?an, la muselina llueve y las telas hablan en su lengua muda y deliciosa se transforma en un cuchitril mohoso de muebles necios, la morada del aburrimiento eterno, imperio de acreedores, concubinas y editores de actualidad. La vida implacable ¡°ha reasumido su brutal dictadura. Y me azuza, como si fuese un buey¡±. Baudelaire no quiere ser buey. Encuentra la eternidad en lo ef¨ªmero, en los ojos de los gatos, la niebla fina de la noche y los oscuros muslos de su amante, Jeanne Duval. Y con ayuda del l¨¢udano, detiene los relojes. ¡°?Qu¨¦ le importa la condena eterna a quien ha encontrado, aunque solo sea un segundo, lo infinito del goce?¡±. Esa entrega al instante luminoso, eterno y a la vez transitorio recibe un nombre nuevo: modernit¨¦.
Hoy lo moderno es no tener tiempo; ni para salir de casa, ni para leer poemas. Ni para vagar por las calles o emborracharnos en los caf¨¦s sin convertirlo en un anuncio de Instagram. Es sacrificar cada luminoso instante en el altar del entretenimiento eterno, un ej¨¦rcito de bueyes atrapado en un simu?lacro de realidad.
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MALDITO
Baudelaire fue el primer maldito en la literatura, pues en el juicio suscitado por su obra magna, Las flores del mal, fue acusado de autor blasfemo, inmoral, depravado, hip¨®crita, abominable. Sentenciado, trataron de acabar con ¨¦l y fue expulsado de esa sociedad de atm¨®sfera cerrada, asfixiante. Le dieron por loco, quisieron condenarle al silencio. En definitiva, le maldijeron. Pero el poeta hizo del desprecio una obra de arte; para ¨¦l, su impopular altivez era signo de aristocracia.
Su fundacional malditismo tuvo seguidores, sin duda. No en vano, Verlaine, influido por el poema ¡®Bendici¨®n¡¯, public¨® Los poetas malditos. A¨²n anatemizado, Baudelaire tuvo ascendiente entre otros sucesores malditos, como Arthur Rimbaud. Igualmente los muy postreros, seducidos por el fracaso y los intentos de suicidio. Sin embargo, no hay que olvidar que Rimbaud quiso huir del malditismo; so?¨® con millones de francos. En Espa?a, el poeta Antonio Mart¨ªnez Sarri¨®n, traductor de Las flores del mal, sol¨ªa decir a sus cong¨¦neres: ¡°Hay que ser absolutamente moderno¡±. Los novelistas Juan Benet y Juan Garc¨ªa Hortelano, sus amigos, le bautizaron como El Moderno, dada su querencia por el rock and roll, pero ese es otro cantar. Es dif¨ªcil encontrar un sosias de Charles Baudelaire. Hoy su vacante sigue ah¨ª.
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MULTITUD
?C¨®mo habitar la muchedumbre si no se ha estado mano a mano con la soledad? ?Qu¨¦ es una ¡°airada muchedumbre¡±, se preguntaba Cernuda, sino la soledad misma? Olvidar el nombre de los hombres le permiti¨® amarlos en muchedumbre. Y as¨ª tambi¨¦n lo sinti¨® Walt Whitman, el yo que albergaba multitudes.
En ese espacio donde se fragua el amor y se dispone el canto contiene el poeta todas las multitudes. Soledad y multitud son equivalentes, y antes que nadie nos lo dijo Baudelaire. ?l nos descubri¨® que el mundo cabe en el coraz¨®n del ser humano, como un microcosmos, con todas las criaturas pand¨¦micas y celestes, al decir de Gil de Biedma. Pero el coraz¨®n no puede entregarse a la multitud si no ha conocido la soledad. Solo as¨ª albergar¨¢ todos los yoes dentro del yo. Y tambi¨¦n el t¨², para estar solos juntos, como cantaba Leonard Cohen: Let¡¯s be alone together / Let¡¯s see if we are that strong. Soledad y multitud son dos caras de una misma moneda. Hannah Arendt nos dijo que de esa comuni¨®n puede surgir el poder. Pero tambi¨¦n de la uni¨®n de cuerpos distintos, haci¨¦ndose presente a la luz de lo p¨²blico, emerge otra forma de poder, esta vez con Judith Butler: el poder de la resistencia. Lo hemos aprendido con la pandemia: nuestros balcones fueron el anverso y reverso de aquella moneda de Baudelaire. Fue el momento en el que vivimos la soledad para amar la muchedumbre.
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POETA
In¨²til e independiente. As¨ª era la poes¨ªa para Charles Baudelaire. Hasta su revelaci¨®n como, en palabras de T. S. Eliot, ¡°el ejemplo m¨¢s grande de poeta moderno en cualquier idioma¡±, los escritores serv¨ªan a Dios o a la aristocracia. Muerto el primero y decapitada la segunda, el nuevo mecenas es colectivo y tiene un hombre que horroriza a los esp¨ªritus exquisitos con ansias de inmortalidad: sociedad burguesa. ?Qu¨¦ hacer, pues, en un mundo que ol¨ªa cada vez m¨¢s a comercio? Decretar la autonom¨ªa de la literatura, cuya ¡°l¨®gica interna¡± ¡ªde temas y, sobre todo, de formas¡ª ser¨¢ desde entonces el ¨²nico elemento autorizado para juzgarla: ni la moral, ni la realidad; ni el yo siquiera. Ya no ser¨¢ un medio para expresar algo, sino un fin en s¨ª misma. ¡°La poes¨ªa no dice, es¡±: he aqu¨ª el nuevo mantra.
Por supuesto, la autoridad de la ¨¦poca no opinaba lo mismo y secuestr¨® Las flores del mal por atentar contra las buenas costumbres. La posteridad, sin embargo, sacraliz¨® la teor¨ªa de la autosuficiencia. Las ideas de Baudelaire sobre el tiempo, el lenguaje y el poema en prosa ¡ªnacido de ¡°la frecuentaci¨®n de ciudades enormes¡±¡ª fueron decisivas para las letras anglosajonas y para el modernismo hispano. Tambi¨¦n para novelistas como Proust o fil¨®sofos como Sartre y Benjamin. Para este ¨²ltimo, la suya fue ¡°la ¨²ltima obra l¨ªrica con repercusi¨®n europea¡±. Paul Val¨¦ry lo dijo de este modo: ¡°Si bien entre nosotros hay poetas m¨¢s grandes que Baudelaire, no los hay, en cambio, m¨¢s importantes¡±.
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'SPLEEN'
Desde la antig¨¹edad, el bazo, spleen en ingl¨¦s, se ha entendido en numerosas culturas como el ¨®rgano cuyos humores provocan el estado melanc¨®lico, recibiendo as¨ª la atenci¨®n de poetas y escritores, siempre sensibles a esta disposici¨®n del ¨¢nimo. The Spleen, de Anne Finch, u Ode to Melancholy, de Elizabeth Carter, anticipan el febril inter¨¦s del Romanticismo por la melancol¨ªa como patolog¨ªa f¨ªsica y espiritual, propia de las clases altas. En el siglo XIX se piensa que el spleen afecta, especialmente, a las mujeres, extremadamente sensibles y, al mismo tiempo, constre?idas por el puritanismo imperante, situaci¨®n que las consume en un invariable ¡°deseo, pero no puedo¡±.
Baudelaire hace del spleen el ¨¢nimo del urbanita moderno: es la ambivalencia del fl?neur que observa las masas con desd¨¦n, mientras se siente irresistiblemente atra¨ªdo por ellas; del artista que sufre con las transformaciones de las grandes metr¨®polis, pero no se imagina viviendo en otro lugar. Esta decepci¨®n estructural con la modernidad, pero sin renunciar a su ideal, lleva a Walter Benjamin a leer a Baudelaire en clave pol¨ªtica. En la cultura popular, el spleen se asienta como sin¨®nimo de aburrimiento, depresi¨®n, blues¡ Como un estado mental que se extiende y agudiza en estos tiempos ?pand¨¦micos.
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