Mundo deshabitado
Los insectos, las plantas, las bacterias, los hongos, los p¨¢jaros, nos rodean como una comunidad en la que cada uno sostiene a todos los dem¨¢s y sobre la cual nosotros no tenemos derecho de soberan¨ªa
Si los seres humanos desaparecieran, el mundo natural recuperar¨ªa en poco tiempo toda su variedad originaria. Si desaparecieran los insectos, el equilibrio entero de la vida sobre la tierra se hundir¨ªa r¨¢pidamente en el caos. La comparaci¨®n es del mayor experto en hormigas que existe, el bi¨®logo E. O. Wilson, y viene citada en un libro a la vez deslumbrante y aterrador que ahora leo ¨¢vidamente, Silent Earth, de Dave Goulson. Goulson es un cient¨ªfico que lleva toda la vida dedicado a investigar los insectos, desde que era ni?o y se tiraba en la tierra del jard¨ªn de sus padres para observar a los grillos, los gusanos, los saltamontes, los escarabajos. Hay escritores, sobre todo en el mundo anglosaj¨®n, que saben explicar con claridad apasionante los descubrimientos de otros. Dave Goulson es un profesor universitario en activo que dirige equipos de investigadores y publica art¨ªculos en las revistas especializadas. Pero tambi¨¦n, como el propio E. O. Wilson, o como Rachel Carson, a quien cita con admiraci¨®n muchas veces, es un narrador extraordinario, due?o de una prosa limpia y de una instintiva facultad de contar, adem¨¢s de un polemista valeroso, volcado en la denuncia vehemente de los da?os terribles que la codicia humana est¨¢ causando a nuestro planeta.
Rachel Carson escribi¨® que, pues los seres humanos somos parte de la naturaleza, la guerra que hemos emprendido contra ella es una guerra contra nosotros mismos. La sombra y el ejemplo de Carson est¨¢n en el libro entero, empezando por su t¨ªtulo. La ¡°Tierra silenciosa¡± de Dave Goulson trae el eco de aquella Silent Spring cuyo advenimiento denunci¨® antes que nadie Rachel Carson en 1963. Como suele ocurrirles a los cient¨ªficos con mucho talento literario, el estilo de Carson aliaba el rigor con una inclinaci¨®n hacia la poes¨ªa, seg¨²n una tradici¨®n que viene desde los or¨ªgenes de la literatura, desde Hes¨ªodo y los poetas chinos de la naturaleza. En ninguna parte est¨¢ escrito que la materia prioritaria de la poes¨ªa sea el alma solitaria del poeta mismo, o que el arte de narrar haya de concentrarse en la vida particu?lar de quien lo ejerce o en los pormenores gremiales de su oficio. Al inventar aquel t¨¦rmino, ¡°primavera silenciosa¡±, Rachel Carson estaba nombrando con la m¨¢xima exactitud de la ciencia y de la poes¨ªa una calamidad en la que nadie hab¨ªa parecido fijarse antes que ella. El DDT, un plaguicida promovido desde el final de la II Guerra Mundial como un remedio milagroso para salvar las cosechas y garantizar por lo tanto la abundancia de alimentos, envenenaba el agua, la tierra y el aire; condenaba a la inanici¨®n a los p¨¢jaros, que ya no encontraban insectos de los que alimentarse, y adem¨¢s, al cabo de poco tiempo, agravaba el problema que parec¨ªa resolver. El DDT mataba desde luego a muchos insectos da?inos para las cosechas, pero mataba tambi¨¦n a otros insectos que eran sus depredadores naturales. Extinguidos estos, los par¨¢sitos de los que se hab¨ªan alimentado proliferaban m¨¢s r¨¢pido y desarrollaban defensas contra el plaguicida, de modo que hac¨ªan falta dosis mucho mayores para que el DDT no perdiera su eficacia.
El libro de Rachel Carson tuvo un efecto inmediato. El DDT se prohibi¨®, pero fue una victoria breve y enga?osa. A lo largo de los a?os se han desarrollado plaguicidas que se presentan siempre como m¨¢s efectivos y respetuosos con el medio. Pero se trata, explica Dave Goulson, de un espejismo inventado por los publicitarios y los departamentos de relaciones p¨²blicas. Algunos de los productos m¨¢s usados hoy son miles de veces m¨¢s t¨®xicos que el DDT, y su volumen ha ido aumentando seg¨²n se extend¨ªa la agricultura intensiva de los monocultivos de cereales, de soja, de aceite de palma. Es una agricultura que se basa por igual en los plaguicidas y en los fertilizantes qu¨ªmicos, y que exige la destrucci¨®n acelerada de los h¨¢bitats naturales y de la diversidad de plantas y flores silvestres de las que dependen los insectos.
Talar un bosque para dedicarlo a la agricultura industrial es tan razonable como quemar una obra maestra de la pintura para calentar un plato de comida, dice E. O. Wilson. En los ¨²ltimos decenios las poblaciones de insectos se han derrumbado calamitosamente en muchas partes del mundo. El colapso de las colonias de abejas empez¨® a ser noticia hace unos 10 o 15 a?os, sobre todo en Estados Unidos, por la amenaza inmediata que significaba para la producci¨®n agr¨ªcola en California y en Florida, dependiente de la polinizaci¨®n que esos insectos vienen llevando puntualmente a cabo desde muchos millones antes de que los primeros hom¨ªnidos empezaran a caminar sobre la tierra, mucho antes de los mam¨ªferos y los dinosaurios. Los insectos fecundan las plantas, hacen f¨¦rtil la tierra, alimentan animales de los que nos alimentamos nosotros, ocupan espacios fundamentales en la complejidad de todos los ecosistemas que sostienen la vida. A nosotros nos parecen innumerables, o molestos, o repulsivos, o tan irrelevantes que ni advertimos su existencia. Pero lo cierto es que, seg¨²n estudios que Dave Goulson cita o en los que ha participado ¨¦l mismo, su declive global puede llegar en muchos casos hasta el 90% y en bastantes especies a una completa extinci¨®n. Las cifras son menos aterradoras que el ritmo de la ca¨ªda. Proliferan especies favorecidas por la aglomeraci¨®n humana y el cambio clim¨¢tico, como garrapatas y cucarachas, y desaparecen muchas otras de las que no llegaremos nunca a saber que hab¨ªan existido, en lo m¨¢s espeso de los bosques tropicales aniquilados por bulldozers y sierras mec¨¢nicas.
Pero Dave Goulson no lamenta solo la desaparici¨®n de los insectos por el perjuicio que puede causar a los seres humanos, ni su mensaje es apocal¨ªptico. Los mejores pasajes de Silent Earth son los dedicados a la rareza y la maravilla de esas especies de animales que parecen ejemplos de vida extraterrestre. Y su actitud no es de capitulaci¨®n, sino de militancia: es posible cambiar las leyes y las costumbres, establecer otra relaci¨®n no depredadora ni destructiva con el mundo natural, usar todas las herramientas de la ciencia y de la t¨¦cnica en beneficio del bien de la mayor¨ªa y no de empresas gigantes dedicadas a esquilmar la tierra. Los insectos, las plantas, las bacterias, los hongos, los p¨¢jaros, nos rodean como una comunidad en la que cada uno sostiene a todos los dem¨¢s y sobre la cual nosotros no tenemos ning¨²n derecho de soberan¨ªa, igual que no tenemos ning¨²n derecho a volver inhabitable el mundo para nuestros descendientes.
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