La madre del ecologismo moderno salv¨® a los petirrojos del DDT
Rachel Carson, cient¨ªfica y escritora, fue una adelantada a su tiempo. Luch¨® contra el uso de pesticidas en la agricultura y gan¨® su batalla a t¨ªtulo p¨®stumo. Una antolog¨ªa recoge sus discursos, art¨ªculos y cartas
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El 3 de abril de 1963, unos 15 millones de estado?unidenses sintonizaron la CBS para ver un programa sobre ecolog¨ªa, The Silent Spring of Rachel Carson. All¨ª escucharon at¨®nitos durante una hora c¨®mo una mujer menuda y de apariencia fr¨¢gil ¡ªRachel Carson estaba ya carcomida por el c¨¢ncer que acabar¨ªa con ella un a?o m¨¢s tarde y llevaba peluca¡ª les explicaba con serenidad que los pesticidas con los que alegremente fumigaban sus campos estaban causando da?os irreparables en el ecosistema, envenenando cadenas alimentarias completas y generando un aumento de casos de leucemia y des¨®rdenes gen¨¦ticos.
Su mensaje chocaba con el optimismo qu¨ªmico que se estaba predicando desde la Segunda Guerra Mundial. Era, al fin y al cabo, ¡°la era sint¨¦tica, del ¨¢tomo, el misil, la cena congelada y la manzana sin gusano¡±, como dice el historiador Mark Lytle en el documental de la PBS Rachel Carson: American Experience. Y ah¨ª estaba aquella bi¨®loga marina y escritora propagando un mensaje de respeto a la Tierra que iba frontalmente en contra de todo lo asimilado en las dos d¨¦cadas anteriores.
Para entonces, Carson ya era relativamente famosa. Su libro Primavera silenciosa se hab¨ªa seriado en The New Yorker, hab¨ªa recibido el apoyo del presidente Kennedy y hab¨ªa empezado un ciclo que la llevar¨ªa a estar 31 semanas en la lista de los m¨¢s vendidos, pero el especial de televisi¨®n de 50 minutos terminar¨ªa por convertir a Carson en la cara visible y la l¨ªder de facto de un movimiento que apenas se apuntaba, el ecologismo entendido como una cepa militante, no como mero conservacionismo. La novelista brit¨¢nica Doris Lessing dijo de ella que era ¡°la originadora de las preocupaciones ecol¨®gicas¡±, Al Gore le concede el m¨¦rito de haber despertado su activismo medioambiental y Margaret Atwood la convirti¨® en ¡°santa Rachel¡± en su libro El a?o del diluvio.
La emisi¨®n en la CBS estuvo a punto de no suceder. En las semanas previas, cuatro de los cinco anunciantes principales se retiraron, entre ellos Purina y Standard Brands, que comercializa el popular producto de limpieza Lysol. La industria qu¨ªmica ya hab¨ªa lanzado todo un arsenal de propaganda contra ella, pint¨¢ndola como una hist¨¦rica, una comunista o, peor, las dos cosas a la vez. Cosa que desconcert¨® a los espectadores. ?Aquella se?ora con bata blanca y voz extremadamente razonable encarnaba el peligro verde? ¡°El hecho de ser una mujer de aspecto poco amenazante iba en su contra en una sociedad tan machista, pero tambi¨¦n la ayud¨®. Cuando sus enemigos trataron de pintarla como una loca, no funcion¨®. Ella manten¨ªa un perfil muy bajo, no llegaba a los sitios dando golpes en la mesa. Eso contribuy¨® a conectar especialmente con las mujeres y con la clase profesional. Eso y el apoyo expl¨ªcito de Kennedy¡±, explica Linda Lear, bi¨®grafa y estudiosa de Rachel Carson, que se encarg¨® tambi¨¦n de recopilar algunos de los escritos dispersos ¡ªart¨ªculos, discursos y cartas personales¡ª que conforman Los bosques perdidos, un libro que publica ahora en espa?ol Ediciones el Salm¨®n con traducci¨®n de Salvador Cobo y pr¨®logo de la historiadora Mar¨ªa Belmonte.
Una puerta m¨¢s ¨ªntima
Leer su gran cl¨¢sico, Primavera silenciosa (Cr¨ªtica), o El mar que nos rodea (Destino), el tomo que dedic¨® a su gran pasi¨®n, la vida en el oc¨¦ano, permite entrar de frente en la obra de Carson, pero acercarse a ella a trav¨¦s de Los bosques perdidos abre otra puerta, lateral y m¨¢s ¨ªntima, a su figura. En el libro se incluyen, por ejemplo, varias cartas que la bi¨®loga envi¨® a su amiga Dorothy Freeman. Dos de ellas van dirigidas tambi¨¦n al marido de ¨¦sta, Stanley. Carson habla al matrimonio con gran apasionamiento de las mareas y de las aves migratorias en Southport, la localidad costera de Maine donde las dos familias ten¨ªan casas contiguas, al borde del acantilado. Pero la ¨²ltima es solo para Dorothy y ah¨ª el tono es muy distinto. ¡°Querida m¨ªa¡±, le dice. ¡°Esta es una posdata a la ma?ana que hemos pasado en Newagen (¡) Para m¨ª ha sido uno de los momentos m¨¢s hermosos del verano, y todos los detalles permanecer¨¢n conmigo en la memoria: ese cielo azul de septiembre, el sonido del viento en las ep¨ªceas; las olas en las rocas¡¡±. Dorothy fue probablemente el ¨²nico y gran amor de Rachel Carson, una amistad plat¨®nica tocada de sincero romanticismo (¡°Cari?o, deseo tanto estar contigo que me duele¡±, le escribi¨® Carson en 1954) que qued¨® encapsulada en un libro de cartas que edit¨® la nieta de Freeman: Always, Rachel: The Letters of Rachel Carson and Dorothy Freeman, 1952-1964. (siempre Rachel: las cartas de Rachel Carson y Dorothy Freeman)
Cuando la divulgadora muri¨®, con apenas 57 a?os, los Freeman y la familia de Paul Brooks, su editor y amigo, se hicieron cargo de Roger, el adolescente que se hab¨ªa convertido en su hijo adoptivo al morir su sobrina. ¡°Ella ya ten¨ªa una gran responsabilidad cuidando de su madre y entonces le cay¨® Roger. No fue una madre c¨¢lida y afectuosa¡±, reflexiona Lear. Toda su vida estuvo marcada por las obligaciones familiares. Desde finales de los a?os treinta, mantuvo a su madre y a su hermana y m¨¢s tarde a las dos hijas de su hermana y al propio Roger, al que adopt¨® en 1957. Lear bromea con amargura en el pr¨®logo de Los bosques perdidos con que ninguno de los textos recogidos all¨ª se entreg¨® a tiempo al editor que lo reclamaba. La bi¨®grafa piensa en las obras que le quedaron por escribir. Carson mantuvo su trabajo en el Departamento de Pesca pues le proporcionaba un sueldo fijo.
Aun as¨ª, sus objetivos eran ambiciosos y arriesgados. Cuestion¨® los m¨¦todos y las intenciones de muchos de sus colegas. ¡°Cuando habla una organizaci¨®n cient¨ªfica¡±, se pregunt¨® en una conferencia en el Club de Prensa Femenino, ¡°?qu¨¦ voz escuchamos, la de la ciencia o la de la industria que la sostiene?¡±. No lleg¨® a ver su logro m¨¢s tangible. Diez a?os despu¨¦s de su muerte, Nixon prohibi¨® el uso del insecticida DDT en la agricultura, tal como ella hab¨ªa pedido en dos comparecencias ante el Congreso de EE UU tras demostrar que los pesticidas a¨¦reos estaban acabando con los petirrojos. Los efectos de los insecticidas, sin embargo, siguen not¨¢ndose, sobre todo en el mar.
Durante d¨¦cadas, los cient¨ªficos a sueldo de la industria qu¨ªmica dijeron que con eso hab¨ªa condenado a la muerte a millones de personas en ?frica, ya que dej¨® de usarse DDT para acabar con el mosquito de la malaria. Una acusaci¨®n que la historiadora de la ciencia de la Universidad de Harvard Naomi Oreskes termin¨® de desmontar en su libro Merchants of Doubt (Mercaderes de la duda). Oreskes, que ha estudiado a fondo la figura de Carson, cree que lo que la convierte en una figura ¨²nica, m¨¢s all¨¢ de su influencia pol¨ªtica, es su estilo literario. ¡°Ser cient¨ªfico y activista no es tan extra?o. Lo que la distingue es su habilidad con la escritura. Era una autora de primer orden, un talento raro en cualquiera pero casi desconocido en personas que son adem¨¢s importantes cient¨ªficos. Eso es lo que la hace completamente ¨²nica¡±.
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